Preso por equivocación, el día de su matrimonio
Definitivamente, la vida de Antonio Corredor Camargo es digna de que en un futuro no lejano una de sus biznietas o biznietos — amantes de las Bellas Artes –, realicen en su memoria una película asesorada por antropólogos y sociólogos, cuya temática aborde los siguientes aspectos del Siglo XX:
- Los horrores de la “Guerra de los Mil Días”, desde las causas del conflicto que dejó más de cien mil muertos en 1902, originó el doloroso reclutamiento de miles de niños, provocó la pérdida de Panamá y dejó a Colombia en la pobreza.
- La heroica resiliencia del pueblo colombiano, víctima de numerosos conflictos bélicos durante las guerras de la época de la Independencia, la que se prolongó durante 60 años por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), los 55 años de guerra del Ejército de Liberación Nacional (ELN) contra el Estado y las que varios Gobiernos han adelantado contra decenas de Bandas Criminales (Bacrim) dedicadas al narcotráfico, la minería ilegal de oro, esmeraldas y coltán, los secuestros, las extorsiones, además de actividades delincuenciales tan nefastas como la trata de personas y el sicariato.
- Por último, el ejemplo de superación humana que, en medio de semejantes adversidades, representa para los colombianos Antonio Corredor Camargo, por los siguientes aspectos:
Primero, en 1899 lo sacaron por la fuerza de su hogar, a la edad de once años, para llevarlo a combatir en una guerra durante más de 1.100 días, de la cual regresó traumatizado en 1902, a la temprana edad de catorce años.
Trece años después, sin formación universitaria, ni técnica, se convirtió en constructor de viviendas en áreas rurales en el centro de Colombia.
A los 25 años, por el simple hecho de parecerse físicamente a Julio Barrera Malo, la policía capturó a Antonio Corredor a los pocos minutos de haber contraído matrimonio e injustamente lo mantuvo privado de la libertad durante varios días, en Abril de 1913. El estilo de vida de Barrera Malo inspiró a José Eustasio Rivera para denunciar en la novela “La Vorágine” la explotación de gente pobre por hombres sin escrúpulos que se dedicaban a extraer caucho en las selvas de Colombia.
Finalmente, desde la edad de 27 años, el sobreviviente de la “Guerra de los Mil Días” y trabajador empírico de la construcción, fue seleccionado por la Iglesia Católica para que se encargara de dirigir la ejecución y oportuna terminación, de los siguientes templos y edificaciones religiosas durante los primeros años del Siglo XX:
1915: Iglesia de Fosca (Departamento de Cundinamarca)
(Colombia);
1916: Iglesia de Une (Cundinamarca);
1917: Reconstrucción de la Iglesia de Villavicencio (Departamento del Meta), con base en los planos del Sacerdote Arquitecto Jean Baptiste Arnaud y bajo la dirección del Padre Gabriel Capdeville;
1917: Edificio de estilo neogótico del Seminario Menor de Bogotá, en el histórico barrio de “La Candelaria”, que por su impresionante belleza arquitectónica y gran amplitud de espacios ha tenido 4 usos diferentes durante más de cien años: 1) Convento de las Monjas Clarisas, 2) Centro de Operaciones del Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC), 3) Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y 4) Conjunto Residencial Calle del Sol;
1919: Colegio de Teología y Filosofía de los Sacerdotes Franciscanos, edificio convertido posteriormente en la Iglesia de La Porciúncula, que en la actualidad se denomina “Parroquia de Nuestra Señora de Los Ángeles”, ubicada en el sector financiero de Bogotá, en la calle 72 con carrera once;
1923: Iglesia de Cáqueza (Departamento de Cundinamarca);
1927: Iglesia de Gachetá (Cundinamarca);
1937: Iglesia de Acacías (Departamento del Meta);
1940: Convento de los Padres Dominicos en Guasca (Cundinamarca), y
1945: Iglesia de Manta (Cundinamarca), además de otros templos católicos.
Doña Eusebia Camargo, quien con su marido Crisanto Corredor dio origen a la Familia Corredor – Camargo, decía al ver esta foto de su nieto Alfonso (tomada en 1924), que le parecía estar viendo a su hijo Antonio en 1898, antes de que se lo llevaran para la guerra, por el gran parecido físico de ambos cuando tenían diez años de edad. Y explicaba que Antonio, desde muy niño, era muy inteligente, le gustaba pintar figuras de toda clase, le fascinaban los números y preguntaba de todo… hasta el cansancio. Los comentarios de la señora permiten entender por qué Antonio Corredor se destacó en la construcción de iglesias en Colombia desde la edad de 27 años, después de ser estimulado por los conocimientos que le transmitieron los Misioneros Montfortianos.
Las ventajas de un cuociente intelectual elevado
En Marzo de 2023, cuando se escribió este Artículo, para que una persona logre destacarse a nivel nacional e internacional en la industria relacionada con la construcción de iglesias o edificios modernos (al igual que en cualquier profesión), obligatoriamente debe haber estudiado desde la más temprana infancia en un Colegio Bilingüe y su formación debe pasar por el siguiente proceso educativo: Párvulos, Pre Jardín, Jardín, Transición, Primaria, Bachillerato o el equivalente a un High School, Universidad, un período de práctica de uno o dos años en una empresa para adquirir experiencia, presentar satisfactoriamente la Tesis de Grado en Inglés, hacer una Maestría en Arquitectura, un Doctorado en Ingeniería Civil, y por último darse a conocer públicamente en Línkedin, la Red Social de los Profesionales.
Esto quiere decir que para conseguir un empleo bien pagado en cualquier sector industrial, en América Latina, Estados Unidos, Asia o Europa, y específicamente en lo relacionado con iglesias y edificios, se debe estudiar previamente un mínimo de 25 o 27 años para poder entender y dominar todo lo relacionado con la resistencia de materiales y técnicas de construcción anti sísmica, como base elemental para comenzar a trabajar y demostrar que se tienen las capacidades técnicas y profesionales para llegar a ser de los mejores… o de las mejores, en su área.
Entonces, al analizar la vida y la trayectoria de Antonio Corredor Camargo, guardando las debidas proporciones de tiempo y lugar, surge el siguiente interrogante ¿Cómo fue posible que un niño que regresó de la guerra traumatizado a los catorce años… un campesino que no tenía estudios de primaria, secundaria, ni universidad… sin formación profesional de arquitecto y mucho menos de ingeniero civil, logró en solo trece años convertirse en uno de los mejores “Maestros de Obra” de templos católicos de estilo neogótico en Colombia?
Una respuesta inicial se encuentra en el amor que le ponía a todo lo que hacía…, en las enormes ganas de aprender todo lo relacionado con la construcción de viviendas, de edificios y especialmente de iglesias modernas, para darle gracias a Dios por haberle permitido salir vivo de la “Guerra de los Mil Días”.
Sin embargo, la respuesta, según sus padres y los hijos que lo acompañaron durante años en sus correrías por el centro de Colombia, se debió a que Antonio tenía un cuociente intelectual superior al promedio de los campesinos con los cuales vivió y creció en el Municipio de Une (Departamento de Cundinamarca), desde finales del Siglo XIX hasta comienzos del Siglo XX. Esto le permitió aprender en su adolescencia, rápida y fácilmente, cómo se fabricaban ladrillos y tejas de manera rudimentaria en las áreas rurales donde vivía y cómo se construían casas con ladrillos de barro y paredes de adobe.
Además, al llegar a los 18 años de edad se acostumbró a viajar continuamente a caballo a Bogotá para visitar los chircales de los cerros de la ciudad, donde profundizó sus conocimientos sobre la industria del ladrillo justo cuando pasaba de la fabricación manual a la de prensado con máquinas modernas y bien cocidos u horneados. Como gradualmente sus clientes le pedían construcciones cada vez más grandes y resistentes, se dedicó a visitar toda clase de empresas de construcción y de esa manera a los veinte años pasó de hacer viviendas con ladrillo de adobe y ladrillo cocido, a perfeccionar el arte de construir edificaciones con ladrillo macizo, refractario o hueco.
El dominio de la construcción, las virtudes que le fueron reconocidas por las personas que lo contrataban (detalladas en el artículo “El aporte de Antonio Corredor al culto al Señor Jesucristo), y la autoridad y don de mando que ejercía sobre sus trabajadores, permitieron que los párrocos de Fosca y Une (en el Departamento de Cundinamarca), le confiaran la construcción de sus templos en 1915 y 1916.
Iglesia del Municipio de Une (Departamento de Cundinamarca). Sobre su realización, en Wikipedia se reconoce públicamente quién la construyó, así: “El 15 de Agosto de 1916 se inauguró la primera piedra de la actual iglesia por el párroco Luis Francisco Luque. Dirigió la obra el maestro Antonio (Corredor) Camargo. La continuó el padre Eugenio Celis en 1928, fecha en que se hicieron las torres”.
Pasión por las iglesias de arquitectura neogótica
Un año después, en 1917, al ser llamado para reconstruir la iglesia de Villavicencio, destruida por un terremoto que causó 8 muertos y 6 heridos, un hecho inesperado cambió la forma como Antonio Corredor Camargo ejercía hasta ese momento la profesión de constructor: la “Compañía de María Padres Misioneros Montfortianos” entró en su vida y lo puso en contacto con sacerdotes altamente calificados en diferentes profesiones, recién llegados de Europa, quienes ejercieron sobre él tan profunda influencia que a partir de ese momento el joven se vio frente a un mundo maravilloso: la arquitectura de iglesias de estilo medieval denominado neogótico y la ampliación de sus horizontes como estudiante.
El primero en provocar ese cambio fue el Sacerdote y Arquitecto francés Jean Baptiste Arnaud, quien después de observar la forma como Antonio dirigía con eficiencia y rapidez la reconstrucción del templo en Villavicencio, respetando lo dispuesto en los planos arquitectónicos, lo escogió como el Maestro de Obra adecuado para encargarse de dirigir la construcción del Convento de las Monjas Clarisas y el Colegio de Teología y Filosofía de los Hermanos Franciscanos, también en la capital del país, dos obras que aún hoy maravillan por sus detalles, aunque con diferentes nombres.
Antonio recibió con entusiasmo la designación que le había hecho el Padre Arnaud y a partir de ese momento ambos se reunían al terminar la jornada laboral, para ponerse de acuerdo sobre la forma como acometerían los trabajos en Bogotá. La relación entre los dos personajes se facilitó porque Arnaud, de 51 años, apreciaba la personalidad de Antonio, de 29, por su rectitud, honestidad y firmeza de carácter. Más tarde, cuando sus hijos ya eran adolescentes, Corredor Camargo les contó que había pasado una época maravillosa al lado del sacerdote, porque todos los días aprendía más y más sobre la arquitectura de iglesias y edificios y sobre Misioneros que eran dueños de una cultura muy rica en conocimientos de toda clase.
Desde el punto de vista académico y humano, eran reuniones que se caracterizaban por el ambiente sublime en el cual se desarrollaban: Un campesino colombiano de gran estatura, de seriedad imperturbable, que preguntaba mucho, pero permanecía en silencio escuchando por horas a un sacerdote que hablaba un español afrancesado y a veces tan enredado que hacía soltar a Antonio carcajadas cuando se presentaban situaciones como las siguientes:
Arnaud: “En esta construcción tenemos que usar esta clase de pierna…”
Antonio: ¿Pierna?
Arnaud: “Sí… Esta…”
Antonio riendo a carcajada plena: “No… no… no… eso se llama piedra… piedra”.
Arnaud: “Oh… disculpe… es que no sabía…”
Cuando me relataba esta situación graciosa, en 2013, el mismo Arturo Corredor Bello – hijo de Antonio –, no podía contener su risa.
Los Misioneros Montfortianos Alfons Cuypers (1913–1992), Andreas Linssen (1898-1985) y Hubert Limpens (1889-1950), posan en compañía de un grupo de indígenas y dos religiosas, en la pista de una Misión en el Vaupés. Los indígenas, uniformados, rodean a las Monjas Lauritas. (Fuente: Semana 9, No. 200 (1950). Pág. 22).
Los Montfortianos, una fuente de sabiduría
Las conversaciones de Antonio y su profesor francés no solo versaban sobre planos arquitectónicos, sino que incluían aspectos relacionados con la vida de los 73 Padres Montfortianos que en 1904 habían comenzado a llegar a los territorios del Meta y el Vaupés, porque el Estado había entregado la administración del Oriente de Colombia a la Compañía de María de 1914 a 1949.
Para comprender porqué los Padres Montfortianos administraron con total autonomía gran parte de Colombia en el Siglo XIX — situación que hoy sería calificada por las ONG defensoras de Derechos Humanos, los líderes estudiantiles y los Partidos Políticos como “una flagrante violación de la soberanía nacional” –, es necesario tener en cuenta que la Constitución de 1886 reconoció en su preámbulo a Dios como fuente suprema de toda autoridad.
Un año después se celebró el Concordato, que contemplaba la posibilidad de celebrar convenios con la Santa Sede sobre el “fomento de Misiones Católicas entre las tribus bárbaras”. Estos acuerdos se hicieron efectivos sin necesidad de que fueran aprobados por el Congreso. (Decreto 816 de 1888). Esto porque a finales del Siglo XIX el concepto de “salvaje” se aplicaba a todas aquellas personas que “desconocían el castellano, la religión cristiana y la organización de la Sociedad Mayor”, es decir, la que gobernaba a Colombia desde la capital del país. (Fuente: “Los trabajos de la Compañía de María y el Misionero Pedro Kok en el Vaupés colombiano, 1914-1949”. Gabriel Cabrera Becerra, Universidad Nacional de Colombia).
Independientemente de estos antecedentes históricos, lo cierto es que Antonio Corredor Camargo, al ser llamado para reconstruir la iglesia de Villavicencio, entró en contacto con sacerdotes europeos poseedores de un conocimiento que él consideraba extraordinario y le contaban historias fascinantes. Se trataba de sacerdotes que no solamente se dedicaban a la religión, sino que trabajaban en salud y educación para beneficio de los indígenas de la época y los habitantes de territorios donde el Estado colombiano no hacía presencia.
Precisamente, por iniciativa del Padre Arnaud se comenzó a construir en Villavicencio, el 20 de Julio de 1910, el “Hospital de Montfort”, que entró en servicio en 1911 y donde las “Hermanas de la Sabiduría”, la rama femenina de la Compañía de María, atendían gratuitamente a los enfermos. (Fuente: Bodas de Plata misionales de la Compañía de María en Colombia. 19041929, s.f., pág. 145, citado por Gabriel Cabrera Becerra).
En Villavicencio, Antonio conoció también al sacerdote de origen holandés Maurice Diéres Montplaisir, quien no solo impulsó el servicio de correo aéreo hacia los Llanos Orientales de Colombia, sino que junto a sus colegas montfortianos construyó campos de aterrizaje en las poblaciones de Mitú, Acaricuara, Montfort y Teresita, adonde llegaba el sacerdote y piloto holandés Andreas Linssen, formado en Estados Unidos a los 19 años, para colaborar con el transporte aéreo regional.
Linssen, quien también tenía conocimientos de sastrería y especialmente de medicina, aparece de pie junto a la hélice de la avioneta, en la fotografía que acompaña este relato.
El Padre Diéres Montplaisir también adelantó gestiones para instalar en Villavicencio un equipo de comunicaciones con el cual se podían recibir mensajes telegráficos y captar estaciones de radio de Estados Unidos y Europa. Además, instaló estaciones meteorológicas sencillas en San Martín y San Juanito (Departamento del Meta).
Un Padre le cambió la vida a Antonio Corredor: Pierre Kok
Al mismo tiempo que reconstruía la iglesia de Villavicencio, Antonio Corredor Camargo tuvo oportunidad de conocer una de las primeras imprentas traídas de Europa a Colombia en buque hasta el Puerto de Cartagena de Indias y trasladada hasta el centro del país por partes, en tren y por trochas a lomo de mula. Con la imprenta el Padre Diéres Montplaisir había creado en Villavicencio la “Tipografía San José”, que capacitaba a gentes de la región en tareas de impresión. Allí se elaboró desde 1916 la publicación “Ecos de Oriente”, utilizada por la Orden Montfortiana para dar a conocer los avances de los trabajos misionales y sus acciones sociales. (Fuente “Eco de Oriente”).
El impacto emocional positivo de cada historia que conocía Antonio en Villavicencio, se incrementó al máximo al enterarse de las formidables cualidades intelectuales del más representativo de los Montfortianos: el Padre Kok. Cuando los Padres Arnaud y Diéres Montplaisir le contaron de quién se trataba, Antonio se sintió más motivado que nunca para incrementar al máximo su formación académica general y aprovechando que Villavicencio y San Martín eran poblaciones cercanas entre sí, en la primera oportunidad que tuvo montó en su caballo y se fue a conocer al Misionero.
Misioneros de San Martín (Meta). De pie: José Kijers. Hubert Limpens y Raúl Oliveira. Sentados: PP. Pedro Barón, Pedro Aurán y Pedro Kok. (Foto: Diéres Montplaisir. Fuente: Conferencia dictada en Bogotá por el reverendo padre Maurice Diéres Montplaisir, S.M.M. Congreso y exposición nacionales de Misiones Católicas en Colombia. Bogotá: Tipografía Minerva, 1925. Pág. 121).
El padre Pierre Kok nació en Holanda en 1888 y llegó al Meta a los 28 años de edad, de manera que cuando Antonio lo conoció en San Martín, antes de que el Misionero se trasladara al Vaupés, ambos tenían la misma edad: 29 años.
El conocimiento directo del Padre Kok conmovió las fibras más íntimas de la personalidad de Antonio Corredor Camargo y le dio un nuevo sentido a su propia existencia, porque aun cuando el encuentro no pasó del saludo formal debido a que el religioso estaba bastante ocupado preparando su viaje al interior de Colombia y ultimando detalles de los trabajos realizados para la Orden Montfortiana, Antonio les contó años después a sus hijos que había quedado impresionado porque ambos eran prácticamente de la misma edad, estatura y carácter.
Y lo que más le llamó la atención fue el hecho de que el Padre Kok, siendo tan joven, hablaba español, francés y alemán. Mucho tiempo después se asombraría aún más, cuando supo que Kok había aprendido en poco tiempo seis lenguas habladas por los indígenas en el Vaupés: yeral, tucano, desano, dojkapura (tuyuca), piratapuyo y makú. La extraordinaria capacidad intelectual de Kok quedó confirmada en el documento “Las Misiones de la Compañía de María en los Llanos de San Martín. Una labor de 1903-24, 1923, pag. xxvi, citado por Gabriel Cabrera Becerra, en el Ensayo presentado ante la Universidad Nacional de Colombia.
Al concluir su primer año de trabajo en Villavicencio, satisfecho por haber conocido de manera personal las experiencias de los Misioneros Montfortianos y motivado especialmente por la inteligencia superior del Padre Kok, Antonio Corredor Camargo regresó a Bogotá convertido en un verdadero fanático de la “Librería Camacho Roldán”, de Bogotá, adonde iba continuamente en busca de libros especializados sobre la construcción de grandes edificaciones modernas de los estilos gótico y neogótico, que eran los que más le atraían. De esa época escogió los libros “Principios de Dibujo Lineal”, escrito por A. Boullón , y “Arquitectura”, de Viñola. Ciento quince años después, en 2023, estos libros eran conservados como un tesoro por el nieto del constructor, el abogado Rodrigo Corredor Silva, quien los compartió conmigo para analizar qué leía Antonio a los 29 años y cómo aprendió a entender planos de iglesias que por su estructura recordaban a los grandes castillos de Europa.
Julio Barrera Malo, por cuyo parecido físico fue capturado Antonio Corredor Camargo el día de su matrimonio, aparece a la izquierda tomando de la mano a la niña de un habitante de la región del Vichada. Al lado derecho se observa al Misionero Montfortiano Antoine Arrieudarré. Ambos personajes sostienen las armas que se utilizaban en esa época. (Fuente: Montfortiano, “Comenzamos por los Llanos”, Revista de Misiones 559).
Preso por error, en el día de su matrimonio
De acuerdo con la investigación adelantada por Gabriel Cabrera Becerra para su Ensayo, a comienzos del Siglo XX los sacerdotes Montfortianos realizaron varias expediciones para conocer los territorios que les habían sido entregados por el Estado colombiano para su administración. En 1907, durante una expedición al Vichada, se encontraron con Julio Barrera Malo, un cauchero cuyo estilo de vida inspiró parte de la novela “La Vorágine”, de José Eustasio Rivera.
Barrera Malo –según la Biografía que de él se tiene en la Biblioteca Nacional de Colombia–, era un cauchero que se dedicaba a estafar a los ingenuos habitantes del Meta y Vichada, a quienes les entregaba baratijas en consignación y posteriormente los llevaba a las zonas de trabajos de explotación del caucho en los ríos Orinoco y Rio Negro, donde los vendía con sus deudas a comerciantes inescrupulosos como Miguel Pezil o Tomás Funes.
En 1913, cuando Antonio Corredor Camargo acababa de contraer matrimonio con la señorita Ana Rosa Bello Sierra, el cauchero era buscado por la policía porque, al igual que el bandolero Barrera –personaje ficticio de la novela “La Vorágine”–, había convencido a la hija de un hacendado para que se fuera a vivir con él y se la había llevado con destino desconocido, situación que se consideraba como un secuestro.
Los uniformados, al encontrarse de frente con Antonio Corredor, lo confundieron con el cauchero delincuente por el bigote, la estatura y la contextura física, lo arrestaron a pesar de las protestas de la novia y los invitados, y lo encerraron en un calabozo donde permaneció varios días, hasta cuando el padre de la joven desaparecida llegó para identificarlo y les dijo a las autoridades que el muchacho preso no era el que estaban buscando.
En 1923 Barrera Malo fue denunciado por José Eustasio Rivera por haber vendido a 62 colombianos a Miguel Pezil. El cauchero murió varios años después en el Vichada, territorio de los indígenas Guahibos, quienes lo recuerdan como un caníbal, pues a la gente que se llevaba jamás volvían a verla y porque comía carne enlatada, que ellos creían era carne humana.