Homenaje a Álvaro y Rafael Ramírez

Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez

Magdalena Gómez Garzón

Padres de María Elena Navarrete Gómez. Abuelos maternos de Luís Álvaro y Rafael Alberto Ramírez Navarrete y bisabuelos maternos de las hijas e hijos de ellos. (Fotos del Centro de Documentación Navarrete).

María Elena Navarrete Gómez
Madre de Luís Álvaro y Rafael Alberto Ramírez Navarrete. Abuela materna de las hijas e hijos de Álvaro y Rafael y bisabuela materna de las nietas y nietos de los dos familiares cuya desaparición lamentamos hoy. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

Luís Álvaro Ramírez Navarrete
Fallecido el miércoles 30 de mayo de 2018

Rafael Alberto Ramírez Navarrete
Fallecido el domingo 9 de mayo de 2021

La invitación al bautismo de Fernando Antonio Ramírez Navarrete es la prueba fehaciente del parentesco de José Pío Ramírez y Ángela Pachón con Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez y Magdalena Gómez Garzón, los padres de María Elena Navarrete Gómez. Los padrinos del bautismo, Jorge Enrique Escobar y su señora Inés Rosas de Escobar, eran amigos de María del Carmen Navarrete Gómez y propietarios de la “Droguería Escobar Rosas”, ubicada en la carrera 4ª con calle 14, a espaldas del periódico EL ESPECTADOR (Centro de Documentación Navarrete)

José Pío Ramírez y Ángela Pachón nunca se conocieron personalmente con Juan Nepomuceno Navarrete y Magdalena Gómez Garzón.

José Pío y Ángela habían nacido en la bella ciudad portuaria de Girardot (Departamento de Cundinamarca) (Colombia), en una vivienda ubicada a corta distancia del caudaloso Río Magdalena, mientras Juan y Magdalena nacieron en Nemocón (Cundinamarca), ciudad turística por las minas de sal.

Los rostros amables…, su mirada tierna… sus risas y las voces vibrantes y la sabiduría campesina de José Pío y Ángela desaparecieron para siempre en el insondable espacio del tiempo y solo nos quedó el dulce recuerdo de sus nombres, como se aprecia en la Fe de Bautismo de su nieto Fernando Antonio.

De Juan Nepomuceno y Magdalena, (los padres de María Elena) en cambio, nuestros padres tuvieron la maravillosa oportunidad de guardar el recuerdo de sus rostros queridos y de compartir años enteros de alegrías, conocimientos, tristezas, dolores y gratas experiencias de vida. Su existencia marcó una huella imborrable en sus hijos, nietos y biznietos, como lo expliqué en los libros “Una heroína anónima”, y “Carmen Navarrete”, que hacen parte de esta Página Web y están acompañados de fotografías que fueron guardadas durante más de cien años como verdaderos tesoros familiares.

Y aun cuando nuestros cuatro personajes no se conocieron personalmente, sus vidas se unieron indirectamente cuando Jesús María –hijo de José Pío y Ángela–, abandonó su casa para viajar a Bogotá en los comienzos del Siglo XX con el propósito de buscar un trabajo y resultó conociendo a la joven que alegraría su vida: María Elena –hija de Juan Nepomuceno y Magdalena–.

José Pío, nacido en 1882, tuvo la fortuna de ser muy joven cuando estalló la “Guerra de los Mil Días” y eso lo salvó de ser reclutado para ir a combatir, permaneció en su hogar de Girardot al lado de sus padres, sus hermanos y su novia Ángela. Juan Nepomuceno, en cambio, había nacido en 1876 y se vio forzado a acompañar a los campesinos que fueron seleccionados para ir a la guerra, sufrió en carne propia las consecuencias del conflicto armado que marcaría para siempre su existencia, al resultar herido de un balazo y terminó ubicándose con Magdalena en el humilde rancho que quedó registrado en la foto captada en la parte alta del cerro que en 1919 era conocido como “El Barranco del Aguilucho”.

Precisamente seleccioné esa gráfica histórica para ilustrar la portada de la Página Web, como un sincero homenaje póstumo a la mujer valiente, esforzada, tenaz, que fue capaz de superar las enormes dificultades que se le presentaron después de perder a su amado esposo en 1925 y quedar sola, al frente de un hogar formado por hijas e hijos adolescentes que no estaban preparados para trabajar y por lo tanto carecía de los dineros necesarios para sobrevivir con su numerosa prole.

La historia de Juan y Magdalena es fascinante por lo romántico del joven que es obligado a marchar a la guerra a los 23 años de edad y antes de partir coloca en el bolsillo de su camisa la única fotografía que se le permite captar del rostro de su amada, diciendo: “Si muero… al menos la tendrá a ella en mi corazón”. Al regresar, herido, la busca, se casan y viven 19 años en el cerro, expuestos a la humedad, el frío y la oscuridad nocturna cuidando cerdos y gallinas en la montaña donde nacen sus 7 hijos.

De ese lugar Juan Nepomuceno y Magdalena se trasladaron en 1920 a un lote propio y construyeron la vivienda ubicada en la carrera 2ª A No. 32-17, en la parte alta del famoso barrio popular de “La Perseverancia”, cuna de esforzados trabajadores que abrazaron con fervor y valentía la causa del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, asesinado el 9 de abril de 1948 cuando era considerado el virtual ganador de las elecciones para Presidente de la República.

El 15 de julio 1962 se inauguró el monumento a Jorge Eliécer Gaitán en el barrio La Perseverancia. Fue instalado por suscripción popular. (Foto del Museo de Bogotá).

Esos hombres y mujeres, forjadores de nuevas generaciones y creadores de la famosa “Semana de la Chicha”, que cada año atrae a millares de turistas nacionales y extranjeros, sacrificaron sus vidas en medio de grandes dificultades y fueron desapareciendo gradualmente ante la indiferencia y el olvido de sus descendientes. Para que esa triste situación no se repita, dedico toda mi energía a recuperar la memoria de nuestros abuelos, padres y hermanos, como lo hago hoy con Álvaro y Rafael.

En la humilde casa de “La Perseverancia” Jesús María Ramírez Pachón y María Elena Navarrete Gómez unen sus vidas para siempre y traen al mundo ocho niñas y niños que alegran sus existencias: Guillermo en 1938, Álvaro en 1941, Rafael en 1943, Juan en 1945, Fernando en 1948, Esther en 1949, Pedro en 1951 y Cecilia en 1958.

Nunca imaginaron Jesús y María que de esas criaturitas juguetonas, que corrían de un lado para otro haciéndolos reír surgiría –como verdadera “Semilla de Libertad”–, una de las familias más numerosas del continente suramericano, cuyos integrantes abandonarían su natal Colombia y cruzarían el Océano Atlántico para conocer la Torre Eiffel en París, la famosa “Ciudad Luz”; España, una de las más bellas y cosmopolitas ciudades de Europa; Holanda, la ciudad de las flores, además de otras naciones del Viejo Mundo.

“Huracán Ramírez”, el ídolo juvenil de “La Perse”

Luís Álvaro Ramírez Navarrete, nacido el primero de enero de 1941 y fallecido el 30 de mayo de 2018, a la edad de 77 años. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

Una de las historias más interesantes de personajes extraordinarios del barrio “La Perseverancia” en la primera mitad del Siglo XX, es la de Luís Álvaro Ramírez Navarrete.

Jesús María Pachón y María Elena Navarrete, después de enseñar a sus hijos a leer y escribir, los enseñaron a trabajar… ¡a ganarse la vida!, como se decía en la Bogotá de los años 40.

Y efectivamente los hijos de la pareja se destacaron como excelentes trabajadores desde su adolescencia.

Con su hermano mayor, Guillermo, y con el menor, Rafael Alberto, Álvaro Ramírez se destacó en su comunidad por andar en grupo aprendiendo oficios que le permitieran ganarse la vida honradamente. Los tres andaban para arriba y para abajo, ya fuera jugando en los columpios que el párroco del templo católico “Jesucristo Obrero” había hecho construir en la calle 32 con carrera 4ª., o ayudando a las señoras a llevar sus mercados de las tiendas a las casas, por lo cual se ganó el cariño de los comerciantes y las gentes del barrio.

Esquina de la calle 31 con carrera cuarta en el barrio “La Perseverancia”. En lugares como el de la gráfica, de casas de fachadas multicolores y vías angostas, transcurrió la niñez de Álvaro Ramírez, su hermano Rafael Alberto y sus primos Beatriz y Alfredo Fonseca, Germán Navarrete y otros. (Foto de @Felipe Acosta – Creative Commons).

Precisamente la personalidad recia, fuerte y dominante de Álvaro, le permitió destacarse entre los demás jóvenes de su sector desde los 15 años de edad y por eso Don José Romero y su mujer, Herminda, lo contrataron de tiempo completo en su panadería de la calle 32 con carrera segunda, el mismo lugar que ese establecimiento ocupa en la actualidad, ochenta años después de que todos nosotros pasamos por allí a comprar pan, leche y otros artículos de primera necesidad.

Frente a esa tienda, además, nuestra prima Gilma Beatriz Fonseca tuvo una caída espectacular cuando era adolescente e iba de afán con el pan para el desayuno. Betty recuerda ese día como si acabara de pasar: “Casi me mato… quedé con la pierna derecha hacia un lado y la izquierda hacia otro lado… tuvieron que recogerme entre varias personas”. Por fortuna no le pasó nada grave y continuamos el regreso a casa.

Pero Álvaro Ramírez, al igual que algunas figuras del cine de los años 50, era un personaje fuera de serie. Alguien a quien los niños más pequeños veíamos como a un “superhéroe” digno de imitar: alto, grande, fuerte, de espaldas anchas y brazos en los cuales se destacaban bíceps y tríceps, al estilo de quienes estaban acostumbrados a levantar pesas.

Era también la época en la cual el Padre Álvarez, párroco de “La Perseverancia”, había logrado integrar a la comunidad haciendo proyectar películas de vaqueros, de cómicos, de aventuras de indios americanos y de canciones mexicanas los días sábados y domingos, al concluir las misas. Al frente del templo de “Jesucristo Obrero”, por la carrera cuarta, se había improvisado una escalinata en la cual tomábamos asiento hombres, mujeres y niños para ver cine gratis de 8 a 10 de la noche.

Y en primera fila, junto a sus hermanas, hermanos, primas y primos, siempre estaba Álvaro Ramírez.

Estado actual de las escalinatas del templo de “Jesucristo Obrero” en el barrio de “La Perseverancia”. En este lugar el joven Álvaro Ramírez y los niños que lo acompañaban veíamos las películas que hacía proyectar el Padre Álvarez. (Foto de erikapeiWordPress.com en “Bitácora”).

Todos contemplábamos las escenas de aventuras con la mirada puesta en los personajes. El público reía cuando los cómicos hacían chistes, suspiraba cuando se trataba de novelas románticas o se emocionaba cuando era cine de aventura. Álvaro Ramírez, por su parte, se deleitaba especialmente con las películas de indios…, de vaqueros que corrían por los extensos e idílicos Llanos Orientales de Colombia… o de cualquiera otra parte del mundo.

Un caballo parecido al de la gráfica, aun cuando no de raza fina, fue el comprado por Álvaro Ramírez para subir a todo galope la calle 32 del barrio “La Perseverancia”, desde la carrera quinta hasta el comienzo de la montaña, en un espectáculo que se convirtió en el favorito de los niños de la generación que creció en ese sector de Bogotá en los años 50 del Siglo XX. Álvaro bautizó a su caballo con el nombre de “Huracán”. (Foto de Pinterest).

Cómo no podía darse el lujo de aprender en alguna escuela, o que alguien lo enseñara a montar a caballo porque no tenía un peso para pagar clases de equitación, en las películas del barrio Álvaro no se perdía un solo detalle de cómo los indios domaban caballos salvajes y después de domesticarlos con cariño y buena alimentación, los acostumbraban a quedarse quietos para ser montados. Una vez logrado el proceso de domesticación, los indios tomaban impulso para trepar los caballos sin necesidad de ponerles la tradicional cincha sobre la cual se coloca la silla de montar, es decir, montaban el animal “a pulso y a pelo limpio”. Analizaba, además, la forma como los indígenas colocaban las piernas, la manera como le daban órdenes con los pies para que el equino cabalgara, se detuviera, diera vueltas, etc.

Y así aprendió, de manera empírica, a montar a caballo.

Poco después de entrar a trabajar en la panadería de Don José Romero, Álvaro invirtió los ahorros de su sueldo en comprar su propio caballo: un hermoso ejemplar de color amarillo… robusto… brioso y que levantaba las patas delanteras cada vez que su dueño jugaba con él. Por su fortaleza, rapidez y excelentes reflejos, Álvaro le puso como nombre “Huracán”.

José y Herminda enviaban a Álvaro a comprar víveres en la que entonces se llamaba “Plaza España”, que se aprecia en la siguiente gráfica.

Vista parcial de la “Plaza España”, ubicada en el centro de Bogotá, donde los campesinos vendían sus productos agrícolas. Hasta aquí llegaba Álvaro Ramírez a comprar los alimentos que luego vendía en la panadería de José Romero, en “La Perseverancia”. (Foto de Saúl Orduz, colección MDB del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC).

Una vez descargados los mercados que le encargaban, Álvaro daba rienda suelta a sus instintos juveniles y bajaba con su animal por la calle 32 hasta la carrera quinta para iniciar luego un ascenso como de película:

Ubicado en la carrera quinta con vista a la montaña, Álvaro orientaba a “Huracán” hacia el cerro… se alejaba unos metros… tomaba impulso y después de una veloz carrera trepaba sobre el caballo de un brinco, lo aupaba pegándole suavemente con los pies en el estómago y le gritaba con una voz de mando imponente: “arre… arre…arre…”.

Exactamente en este lugar de la calle 32 con carrera quinta, donde este habitante del barrio “La Perseverancia” ondea la Bandera de Colombia, iniciaba Luís Álvaro Ramírez Navarrete su veloz carrera hacia el cerro, montado en su caballo “Huracán” y haciéndole sacar chispas a las herraduras del equino en medio de la algarabía de los niños y los aplausos de los adultos. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

Cierro los ojos y mi mente revive aquellos instantes emocionantes.

A lo lejos comenzaba a escucharse un sonido que nunca olvidaré.

Era tan rítmico que parecía una melodía:

Tacatát… tacatát… tacatát… tacatát… tacatát… tacatát… tacatát… tacatát…

Tan pronto como el sonido llegaba a nuestros oídos, todos los niños que vivíamos en casas ubicadas a lo largo de la calle 32 de “La Perseverancia” botábamos las cosas que tuviéramos en las manos y nos precipitábamos a la carrera para salir a mirar, de manera muy similar a la de la gráfica que captó EL ESPECTADOR cuando se celebraron los 108 años del barrio.

Con el corazón palpitando de emoción concentrábamos nuestras miradas en la parte baja de “La Perseverancia”…

Para nuestras mentes de niños el espectáculo era un momento mágico:

Álvaro aparecía a lo lejos montado en su caballo, subiendo desde la carrera quinta hasta la montaña…

Los niños nos aglomerábamos sobre la calle 32 y permanecíamos en silencio, a la expectativa y nos emocionábamos cuando escuchábamos que se acercaba la acostumbrada orden de mando: ¡arrre… arre… arre…!

Los habitantes de “La Perseverancia” comenzaban a gritar: “Allá viene Huracán Ramírez”… Y como si estuviéramos ante una película filmada en vivo, Álvaro pasaba raudo como el viento… en medio de gritos infantiles y aplausos de los adultos.

La camisa de Álvaro se agitaba dejando ver su torso fornido… sus piernas aupaban cada vez más rápido al caballo y “Huracán”, jadeando, ascendía velozmente hasta detenerse en el lugar donde comenzaba la montaña, a corta distancia del sitio donde el “Patriarca de los Fonseca”, el ex Sargento de la Policía de Boyacá, Jesús Fonseca Amézquita, había construido dos casas, como se describe con textos y fotos en ese libro, que también aparece en esta Página Web.

Para los más pequeños era como estar viendo a Clayton Moore en la película “El Llanero Solitario” pero sin sombrero, botas finas, revolver ni máscara… o presenciando una escena del héroe francés D´Artagnan en “Los Tres Mosqueteros”. El efecto del momento hacía que algunos de los niños soñáramos con parecernos un día a “Huracán Ramírez”… por su juventud… su fuerza y su voz de mando.
Consciente de la emoción que su aventura causaba en las mentes de los niños del barrio, Álvaro repetía su fascinante espectáculo dos veces más, hasta cuando “Huracán” ya no podía más. Después, para premiarlo, bajaba a la panadería, reunía una buena cantidad de zanahorias, plátanos y otros productos que le regalaba la gente y los depositaba en un platón grande, que “Huracán” dejaba limpio en pocos minutos.

Fue la época en la cual Álvaro Ramírez vivió su “edad dorada” y por la cual fue conocido como “El guerrero de La Perse”.

En esos años la vía hasta donde Álvaro llegaba con su caballo al borde de la montaña no tenía ningún nombre. Treinta años después la administración distrital la denominaría “Avenida de los Cerros” o “Avenida Circunvalar”. Y cuando la calle 32 fue pavimentada, Álvaro le hacía sacar chispas a las herraduras de “Huracán” cuando se lanzaban ambos en veloz carrera desde la carrera quinta hasta los cerros.

Las aventuras juveniles de Álvaro lo convirtieron en toda una estrella en el barrio y, obviamente, su fama le atrajo las miradas de las muchachas bonitas de “La Perseverancia”. La primera en llamar su atención fue Raquel Meneses, con quien tuvo dos hijos: Álvaro y Hugo. Después conoció a Mercedes Gómez, con quien tuvo una hija: María del Carmen y un hijo: Luis Carlos.

Juan Carlos Ramírez Arévalo y Lady Lorena Fonseca posan ante el árbol de navidad del “Centro Comercial Gran Estación”, de Bogotá. Los acompañan los niños Juan Diego, Lina y Duván Ramírez, quien aparece en brazos de Lady Lorena. La escena tuvo lugar el día de la celebración de las Bodas de Plata del matrimonio de Álvaro Ramírez y María Antonia Arévalo. (Foto de Germán Navarrete).

El parecido de Ronal con su padre es notorio. Ver el rostro de Ronal es como regresar al pasado y recordar las facciones del ídolo de los niños de “La Perseverancia” cuando subía la calle 32 raudo como el viento en su caballo “Huracán”. El parecido físico de Ronal y Álvaro se destaca justamente cuando el joven cumple 30 años de edad mañana viernes 21 de mayo. Lo acompaña Natalia Tovar Melo. (Foto de Germán Navarrete).

Es muy posible que los rostros de Álvaro, Hugo y Luis Carlos, los otros hijos varones de Álvaro, también sean muy parecidos a su padre, pero aún no he podido apreciar bien sus facciones.


¡ FELIZ CUMPLEAÑOS RONAL !

Ronal Ramírez Arévalo y Natalia Tovar Melo con Kevin Alejandro y Dana Valentina Ramírez en la plazoleta del “Centro Comercial Gran Estación”, el día en el cual celebramos las Bodas de Plata del matrimonio de Álvaro Ramírez y María Antonia Arévalo. (Foto de Germán Navarrete).

Hoy, observando los rostros de Ronal y Juan Carlos, los hijos de Álvaro y María Antonia Arévalo, encuentro que sus rasgos físicos son extraordinariamente parecidos al héroe de los sueños infantiles de los niños de “La Perseverancia” y hacen recordar al joven de carácter recio, mirada dominante y voz de mando, que nos abandonó para siempre hace 3 años y cuyas hazañas perdurarán en nuestros recuerdos.

Paz en tu tumba, querido Álvaro.

 

 

6 comentarios en “Homenaje a Álvaro y Rafael Ramírez”

  1. Apreciada Karen: Aprecio mucho tu interés por las historias de las hermanas y hermanos de la Familia Ramírez Navarrete. Los detalles de las Biografías de Luís Álvaro y Rafael Alberto corresponden a mis experiencias de niñez, adolescencia y madurez vividos con ambos primos durante setenta años. Lamentablemente personas tan importantes para mí –y para todos ustedes–, como María Esther, Juan de Jesús, Fernando Antonio y María Cecilia, por ejemplo, han vivido lejos de mí, en Colombia, España, Francia y Estados Unidos, por lo cual no tengo información sobre sus vidas. Estoy absolutamente seguro de que si pudiera entrevistar a cada uno de ellos personalmente, le entregaría a personas como tú excelentes relatos sobre las vidas de tus parientes. Esto porque, para mí, cada persona es un maravilloso universo de experiencias, conocimientos y sabiduría.

  2. Mi querido Doctor Fonseca: También tengo una historia maravillosa de nuestro querido Luis Alberto Fonseca Camargo. Será algo extraordinario. De eso estoy seguro. La estaba terminando cuando Don Rafael Alberto se nos fue al cielo y me puso a correr con el homenaje para la Familia Ramírez. Luego siguen ustedes. Bendiciones querido primo.

  3. Primo que bonito recordar de esta manera tan majestuosa a una persona tan especial como lo es mi padre y mis parientes y sus buenas anécdotas quedarán en nuestras memorias gracias un abrazo fuerte y que siga compartiendo tan bonitas anécdotas de todas nuestras familias gracias

    1. Apreciado Juan Carlos: Lo vengo haciendo con mucho cariño Familiar. Desde hacía 40 años me venía preparando para este momento y ahora no me detendré. En el mundo los seres humanos nacen, hacen cosas maravillosas, dejan familias hermosas, mueren…. y después nadie se acuerda ni de cómo se llamaban. Eso no es justo. Por eso en la introducción al video Bodas de Oro Fonseca – Navarrete, que ustedes no han visto, hago un homenaje a todos los parientes que han muerto sin dejar huella. Esa grabación la hice en 2016 y ahora actualidad. Tengo más historias maravillosas que están en camino. Un abrazo fuerte para tu esposa, los niños y demás familiares de ustedes.

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