Luis Alberto Fonseca, el Poeta enamorado

En 1932, a los 59 años de edad, el ex Sargento boyacense Jesús Fonseca Amézquita conservaba en su rígido rostro las huellas de las fuertes experiencias militares que le correspondió afrontar en el Oriente de Colombia a finales del Siglo XIX y el impacto emocional de su fracasado matrimonio con Rita Camargo Galán. Lo acompañan sus hijos adolescentes Luis Alberto, a la izquierda y Arquímedes Benjamín, a la derecha. En la personalidad de los dos jóvenes repercutieron los efectos de los traumas de su padre, que más tarde afectaron durante varios años a sus esposas e hijos en Bogotá, la capital del país latinoamericano. (Foto de Blanca María Navarrete, cortesía de Rosalba Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).

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(Introducción en forma de Trova)
Dos almas bellas desde el cielo siguen
la historia que sobre sus vidas cuento.
Confiando que quienes en la Tierra viven
las recuerden con el mismo amor que yo les tengo.

Son ellas Luís Alberto y Blanca María,
dos seres que con resignación vivieron
en la época de La Violencia en Colombia.

Hoy sus restos mortales en paz descansan
y para que su fugaz existencia en la Tierra
no sea olvidada por nietos y biznietos,
me corresponde a mí rescatar para la Historia
las bellas poesías que Luis Alberto
a su amada Blanquita escribió.

Bienvenidos y bienvenidas pues,
a un recorrido virtual por las vidas
de dos seres que vivieron y sufrieron
durante una época aciaga del país,
pero que con sus románticas poesías
nos dejaron la belleza de un amor eterno.

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Así como en la historia de la Humanidad abundan los casos de “heroínas anónimas” cuyo sacrificio en beneficio de los demás ha permitido el avance de millones de familias de escasos recursos en el mundo entero –similares a las que se han encontrado en la Familia Navarrete–, nuestras sociedades cuentan con millones de hombres que, por la pobreza y falta de apoyo económico, terminan siendo virtuosos de la música ignorados y desperdiciados.

Uno de esos hombres fue Luis Alberto Fonseca Camargo, quien nació el 2 de Enero de 1916 en Sogamoso, (Departamento de Boyacá) (Colombia), en el hogar formado por el Sargento de la Policía Nacional Jesús Fonseca Amézquita y la campesina Rita Camargo Galán. Sus abuelos paternos habían sido Juan Fonseca y Filomena Amézquita y los maternos Salvador Camargo y Pía Galán.

El Párroco de la Diócesis de Duitama, Padre Nelson H. Vega Plazas, certificó en dos Partidas de Bautismo expedidas por la Catedral de Sogamoso el 14 de Diciembre de 1976, que el niño Luis Alberto Fonseca fue bautizado “el 30 de Febrero de 1916”, casi dos meses después de haber nacido, como lo dejó reseñado el sacerdote Joselyn Parada Leal.

Para comprender adecuadamente el contexto familiar de esa época, es conveniente señalar que Jesús Fonseca Amézquita nació en 1873 y Rita Camargo Galán en 1875. Al casarse en Sogamoso en 1896, el militar tenía 23 años de edad y la campesina 21. Al nacer Luis Alberto en 1916, su padre tenía 43 años de edad y la madre, Rita, 41 años. La amplia diferencia de edades entre el padre y sus 3 hijos varones, además de la dureza de la formación militar de Jesús, impidieron siempre diálogos serenos en el ambiente familiar.

La unión marital permaneció estable durante 26 años y se convirtió en un infierno para Rita desde 1922, cuando el ex Sargento se enteró, accidentalmente, que ella había tenido dos hijas en su adolescencia y nunca le había revelado esa situación. A partir de ese año y hasta 1931, cuando Jesús se radicó en Bogotá permanentemente con sus 3 hijos varones, Rita fue víctima de malos tratos y no pudo ser auxiliada por los adolescentes porque ellos dependían económicamente de su padre, cuya autoridad se obedecía sin objeción alguna.

Fe de bautismo de Luis Alberto Fonseca Camargo. Se certifica que contrajo matrimonio a los 24 años. (Copia de Blanca María Navarrete Gómez y cortesía de Gilma Beatriz Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).

Los primeros años de vida de Luis Alberto Fonseca transcurrieron en el hogar paterno al lado de sus hermanos mayores Lisandro y Benjamín y sus hermanas Angélica e Hilda. Fue una época dedicada a los juegos infantiles y el aprendizaje de sus primeras letras. En la práctica fue una época durante la cual no ocurrió nada diferente a lo normal de un hogar y por eso no quedaron detalles de la vida cotidiana.

A los siete años de edad –según recuerdan Gilma Beatriz y Alfonso Fonseca–, el niño Luis Alberto fue llevado por un pariente a vivir durante varios años en el Estado Táchira, en la frontera de Venezuela y Colombia. Allí, observando a los músicos que interpretaban melodías venezolanas al son de diferentes instrumentos, aprendió a cantar y a tocar guitarra.

Aun cuando esta etapa de su vida infantil fue útil desde el punto de vista artístico y musical, porque forjaría al guitarrista y cantante durante su adolescencia y madurez, a largo plazo terminó perjudicándolo porque en medio de los vítores y aplausos de quienes lo escuchaban cantar en tiendas y cantinas, se acostumbró al jolgorio, a la diversión y a beber cerveza sin control alguno durante días enteros, como ha sido frecuente en numerosos hombres en la sociedad colombiana y de otras naciones en la América Latina.

Esta situación provocó que –con excepción de la hija mayor, Gilma Beatriz–, las hijas e hijos de Luis Alberto nunca conocieron detalles de cómo transcurrió el período poético y romántico de la adolescencia de su padre. A ellas y ellos les correspondió vivir la época más dura, al lado de su madre Blanca María, en el barrio “La Perseverancia” y después en “Tunjuelito”, en el extremo Sur de la capital colombiana.

Los quince años de edad de Luis Alberto en 1931, en Bogotá, marcaron el despertar del aprendiz de poeta, del cantante de la música colombiana y del amante de tocar el tiple y la guitarra, sentimientos que permanecían dormidos en su espíritu desde la infancia y que fueron creciendo en la adolescencia y madurez, hasta llegar el momento de interpretar bambucos, guabinas y otras melodías no solo en actos públicos, sino a través de la radio. Durante varios años, en la primera mitad del Siglo XX, la vibrante voz de Luis Alberto Fonseca Camargo, al lado de las de sus hermanos Lisandro y Benjamín, llevaron la música colombiana de extremo a extremo del país, a través de las ondas radiales de diferentes emisoras de Bogotá.

El romanticismo del joven, sin embargo, tenía un inconveniente que le impedía manifestarse en toda su plenitud: el malestar que le causaba la forma como el padre le pegaba a la madre, Rita Camargo. Impotente para ayudar a su mamá, Luis Alberto siguió el camino de su hermano mayor, Lisandro, quien ya se había marchado a Bogotá por la misma razón. Posteriormente el tercer varón, Arquímedes Benjamín, también abandonaría el hogar como señal de rechazo a la violencia intrafamiliar. El padre de los muchachos, por su parte, reaccionó a la actitud de sus hijos castigándolos para siempre al negarse a apoyar cualquier posibilidad de que estudiaran bachillerato o pudieran ir a una Universidad, ya fuera en Boyacá o en la capital del país. Esta férrea y equivocada actitud condenó a la carencia de educación superior a algunos de sus nietos, víctimas inocentes del machismo de la época.

Luis Alberto tomó la decisión de abandonar el hogar paterno al sentirse estimulado por los relatos que hacían su padre y sus amigos sobre la forma como se vivía en Bogotá y después de observar que en Sogamoso no se encontraba trabajo fácil, ni siquiera para cultivar la tierra, debido a que en esa época era un pueblo pequeño. Por esto aprovechó la primera oportunidad que se le presentó para escapar de la situación que se vivía en su casa y viajó a Bogotá para averiguar qué tan cierto era lo que contaban los adultos.

A los pocos meses de radicarse en Bogotá, el joven Luis Alberto Fonseca Camargo, de 15 años, posa con su hermana Hilda, de 14, durante una visita al que se llamaba “Mirador de la Media Torta”, ubicado a corta distancia de la estatua de “Policarpa Salavarrieta”, monumento que se conoce popularmente como “La Pola” y que en la actualidad está ubicado en la calle 18 con carrera primera de Bogotá, en la mitad de la vía que conduce a la Universidad de Los Andes. (Foto de Blanca María Navarrete, cortesía de Rosalba Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).

Como digno hijo de su padre altivo y soberbio, desde la adolescencia Luis Alberto Fonseca se sentía dueño del mundo. Creía que no necesitaba nada para viajar. Solo contaba con la ropa que llevaba puesta y alguna otra que su madre le había preparado para esa ocasión. Pero le sobraban ganas de trabajar y hacer algo útil en la vida.

Su padre, el ex Sargento de la Policía de Boyacá Jesús Fonseca Amézquita, compartía las intenciones del muchacho de independizarse y le ofreció una habitación en la casa que estaba construyendo en un lote que había comprado en la zona alta de los Cerros Orientales de Bogotá, que aún se denominaban “Paseo Bolívar” y donde por esa época se estaba construyendo el barrio “Unión Obrera”, poblado por centenares de desplazados que abandonaban sus tierras en el interior del país y llegaban a la ciudad para ubicarse en cualquier lugar barato, con el propósito de escapar de las guerras fratricidas que se registraban en Colombia en los primeros años del Siglo XX.

Desde esa época y por espacio de 32 años, “Unión Obrera” –que después se llamó “La Perseverancia”–, constituyó el ambiente en el cual creció el joven Luis Alberto con su esposa y diez hijos, al lado de gentes pobres, rufianes, matones y cuchilleros de toda clase recién llegados de las ciudades, Departamentos, Intendencias y Comisarías donde la violencia que se reflejaba en los cortes de cabezas, los descuartizamientos y los asesinatos colectivos de hombres y mujeres, eran parte de la vida cotidiana del interior del país, como se comprobó años después, al ser conocido por el mundo el informe sobre la “Violencia en Colombia” y los estudios de expertos y Universidades citados en la Biografía de Carmen Navarrete, que se puede consultar en esta página Web.

A los dos años de edad, la niña Blanca María Navarrete Gómez era considerada la más bella, tierna y juguetona de la familia. Nació el 6 de Abril de 1914 y falleció el 25 de Octubre de 2006. (Foto cortesía de Gilma Beatriz Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).

Conscientes de la importancia de que Blanca María tuviera oportunidades que le permitieran superar el difícil entorno económico y social del sector donde se habían ubicado, Magdalena Gómez Garzón (a la izquierda) y su esposo, Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez (a la derecha), lograron que la niña fuera la única de la familia que recibiera educación primaria en el “Colegio Americano”, en Bogotá. Con ese motivo celebraron, el 6 de Abril de 1920, tres acontecimientos simultáneos: el cumpleaños de Blanca María, su ingreso al colegio y la cancelación de la deuda contraída por Magdalena durante un año para pagar un lote avaluado en treinta y cinco pesos ($35.oo), en el cual comenzó a construir un humilde rancho de latas y madera en el barrio que en esa época se llamaba “Unión Obrera” y años después se denominó “La Perseverancia”. Ciento dos años después el lote se ha convertido en una modesta casa de dos pisos, donde en la actualidad vive Esther Celis, la viuda de Rafael Alberto Ramírez Navarrete, cuya biografía póstuma se puede consultar en esta página Web. (Foto de María del Carmen Navarrete).

Todas las personas que convivían en “Unión Obrera” y que llegaban desplazadas del interior del país para huir del terror que se vivía en los campos, solamente contaban con una diversión: embriagarse para escapar de su cruel realidad…, de los maltratos…, de los abusos…, de las violaciones…. Y ante la falta de oportunidades, de un estilo de vida diferente, el joven Luis Alberto Fonseca Camargo se fue adentrando, gradualmente, en un medio en el cual la fuerza física, la violencia, el demostrar poder para ganarse el respeto de los demás, se convirtió en su modo de vida.

Los enfrentamientos personales y familiares se agravaron en Colombia en esa época –en la misma forma como ocurre hoy por la Pandemia del Coronavirus, la inflación, la devaluación del peso frente al dólar, el desempleo, el hambre y el aumento de la miseria–, debido a que el mundo ignora cómo funciona la Inteligencia Emocional, un factor de la sicología moderna que dota al ser humano de la fuerza interna necesaria para avanzar exitosamente en la vida sin tener que apelar nunca a la violencia.

Con el propósito de lograr este dominio de las emociones para evitar riñas y peleas innecesarias, los niños y niñas de Alemania, Japón y otros países desarrollados son formados hoy desde la más tierna infancia con la capacidad de dominar sus emociones, de no hacerle caso a las burlas, a las críticas injustificadas, a la envidia de los demás, y a darle prioridad, en cambio, al diálogo, a la reflexión, a la comprensión de las opiniones de otras personas.

La facilidad de dejarse dominar por la ira y la reacción violenta a la primera dificultad surgida en el hogar, llevaron al ex Sargento Jesús Fonseca Amézquita y a sus hijos a maltratar a sus mujeres sin necesidad alguna. Esto no habría sucedido si ellos hubieran sabido que el autoconocimiento de los propios sentimientos y las emociones de una persona permiten reconocer la manera cómo el estado anímico afecta su comportamiento. Si alguien les hubiera dicho que el dialogo civilizado, la conversación tranquila, sin gritos y sin manoteos en el rostro de la mujer, es el factor clave para encontrar una solución mutua a conflictos familiares, ellos habrían tenido un mayor bienestar y progreso personal.

El primer empleo en 1931 a los 15 años: el “Jockey Club”

Al llegar a Bogotá, en los primeros días de 1931, Luis Alberto buscó a su hermano mayor, Lisandro, quien había comenzado a trabajar en el negocio de latonería y le propuso aprender el oficio para ganarse unos centavos y sobrevivir en la ciudad.

Después de varios días de trabajar la latonería, de machucarse los dedos con martillos y romperse las uñas con diversos materiales, Luis Alberto comprendió que no había nacido para desempeñar esa clase de oficio y después de agradecerle a Lisandro la acogida que le había dado, abandonó el taller y regresó a las calles a buscar qué hacer en un empleo más digno de él.

Por su juventud y elegancia, como quedó demostrado en la fotografía captada en el “Mirador de la Media Torta”, encontró empleo en uno de los lugares más importantes de Bogotá: el “Jockey Club”, considerado durante mucho tiempo como el establecimiento más exclusivo de la clase alta del país, que era frecuentado por hombres de negocios, ejecutivos y periodistas, así como por los miembros de la élite de la sociedad capitalina de comienzos del Siglo XX.

En el “Jockey Club” se desempeñó como mesero durante un año, al término del cual se retiró porque el salario no era suficiente para darse una buena alimentación, comprarse costosos trajes, camisas y zapatos nuevos. Además, las propinas eran escasas. Lo único que le quedó gustando del trabajo fue el trato con hombres jóvenes que vestían trajes elegantes de moda, pero ninguno de ellos le puso atención como para darle una oportunidad laboral.

Después de retirarse del Club transcurrieron varios meses durante los cuales desempeñó oficios sin importancia y aun cuando su padre le enviaba algunos dineros y no le cobraba arriendo por ocupar una habitación en la casa que había construido en la parte alta del barrio “Unión Obrera”, Luis Alberto comenzó a sentirse mal porque no tenía plata para comprar alimentos, ropa o cualquier cosa que le hacía falta.

La única satisfacción que sentía por esos días, era la de haber logrado conseguir la Cédula de Ciudadanía que le habían entregado al cumplir 19 años, pero en la cual se certificaba que tenía 21 y por lo tanto supuestamente ya era mayor de edad. Por ello pensaba que el documento le podría ayudar a conseguir algo que le permitiera tener plata para sobrevivir.

El 2 de Enero de 1935, Luis Alberto Fonseca Camargo cumplió 19 años de edad. En los lugares donde había buscado trabajo lo rechazaron con el argumento de que solo se le podía contratar cuando cumpliera 21 años, que en esa época era considerada la mayoría de edad. Ante esta dificultad y la falta de dinero para sobrevivir, el 26 de Febrero solicitó la cédula en la Registraduría Municipal de Bogotá diciendo que ya había cumplido los 21 años. Le creyeron y se la expidieron.

En Colombia este formato de cédula desapareció desde mediados del Siglo XX y las personas que los conservaban los destruyeron porque ya no servían para identificarse, o sus descendientes los echaron a la basura cuando fallecieron sus padres. Por esas circunstancias el hallazgo de este facsímil fue un hecho afortunado, gracias a que se conservó como un tesoro por cerca de 90 años, primero por la esposa de Luis Alberto, Blanca María Navarrete Gómez y después por su hija Gilma Beatriz.

Seis años bajo la influencia de los Sacerdotes Jesuitas

Al día siguiente de haber obtenido la cédula, Luis Alberto salió decidido a buscar empleo en lo que encontrara. Bajó por la calle 32 del barrio “Unión Obrera” (que ya había cambiado su nombre por el de “La Perseverancia”), hasta la carrera quinta y en lugar de dirigirse al Sur de la ciudad, como siempre lo hacía cuando buscaba qué hacer en el centro, caminó hacia el Norte mirando hacia todas partes en busca de algún letrero en el cual se ofreciera un trabajo.

Había caminado apenas dos cuadras hacia el Norte, en la ruta que llevaba al Parque Nacional, cuando observó una obra en construcción. Se detuvo en el lugar y permaneció un rato para analizar qué estaba pasando allí. Y justo cuando se decidió a hablar con alguien, apareció un camión que traía arena y la descargó en el interior de un terreno amplio, que había sido aplanado, como para hacer una gran edificación. Al ver a varios hombres que comenzaron a trasladar la arena al interior de la obra, se decidió a preguntar si él podría tener una oportunidad de trabajar en algo.

Para el muchacho que había llegado hacía 4 años a Bogotá en busca de los triunfos que esperaba brindarle a su padre en su natal Sogamoso, la vida había cambiado bruscamente. Ya no era el joven bien vestido que salía a pasear por los parques con su hermana Hilda. El trabajo en la latonería con su hermano Lisandro y algunos que otros pequeños oficios mal pagados que había podido conseguir en la ciudad, lo habían llevado a tomar una decisión drástica: dejaría de lado sus actitudes de joven bien criado y acostumbrado a vestir bien, para trabajar en lo que fuera, en lo que pudiera ganar plata para mantenerse.

La necesidad le había demostrado que era más importante calmar el hambre, que vestir traje de paño, camisa blanca con corbata o corbatín, como acostumbraba hacerlo desde cuando había llegado a la ciudad en plena adolescencia.

Se hacía estas reflexiones mentalmente, cuando un hombre que daba órdenes a los obreros lo miró de pies a cabeza, como analizando si el muchacho estaría en condiciones de trabajar en ese lugar. Le preguntó si sabía de construcción y Luis Alberto respondió que no, pero con voz fuerte y decidida le dijo que si le enseñaban él aprendería rápido lo que fuera. Al capataz, como llamaban a los encargados de dirigir las obras de construcción, Luis Alberto le inspiró confianza y lo envió a una pequeña cabaña de madera donde le entregaron un uniforme para que comenzara a trabajar inmediatamente.

Sin saberlo, había llegado a un sitio donde unos religiosos influirían en él para siempre: los Sacerdotes Jesuitas, expertos en enseñar a jóvenes como él a aprender a buscar soluciones a toda clase de problemas, a ir más allá de la formación intelectual tradicional para convertirse en seres analíticos, científicos, matemáticos, humanistas, conocedores a fondo de las técnicas de administración, etc.

Hacia 1935, coincidencialmente cuando Luis Alberto había cumplido 19 años, los Sacerdotes Jesuitas establecidos en Colombia estaban enfrentados a una difícil situación económica por la cual atravesaba el que entonces se llamaba “Colegio Nacional de San Bartolomé”, un plantel educativo que había sido fundado en 1604 por el Arzobispo de Bogotá, Bartolomé Lobo Guerrero y que funcionaba en la esquina Sur Oriental de la Plaza de Bolívar, al frente del edificio del Capitolio Nacional, pero era administrado por la Nación.

La “Compañía de Jesús” temía que ante la crisis económica del plantel educativo el Gobierno Nacional decidiera, a través del Ministerio de Educación, apropiarse del Colegio y quitárselo a la comunidad religiosa. Para evitar que eso sucediera decidieron construir un claustro similar al del centro de la ciudad, pero de mayores dimensiones, dotado de laboratorios modernos e instalaciones adecuadas para la enseñanza de ciencias y técnicas que permitieran la formación física, moral e intelectual de los jóvenes que habrían de dirigir los futuros destinos del país.

Para construir un colegio de tales dimensiones los sacerdotes necesitaban un terreno amplio, adecuado para albergar un edificio de por lo menos 7 pisos, que contara con espacio suficiente para que los estudiantes pudieran disponer de canchas para hacer deporte, bosque para respirar aire puro y salones amplios y con la claridad suficiente para que se sintieran a gusto mientras recibían sus clases.

La “Compañía de Jesús” ya disponía de un terreno de esas dimensiones desde hacía varios años. Se trataba de la “Finca La Merced”, que estaba ubicada en inmediaciones del Parque Nacional, comenzaba en la carrera quinta con calle 34 y se prolongaba hacia los cerros orientales y hacia el Norte, justamente el lugar donde las niñas María del Carmen y una hermana menor habían sido amonestadas por un sacerdote jesuita veinticinco años antes por recoger agua sin permiso de un manantial natural por donde el líquido emanaba de la montaña, pero que era para uso exclusivo de la comunidad religiosa.

En 1935, por su extensión, el lugar era utilizado por el equipo “Millonarios Fútbol Club” para la formación y entrenamiento de jóvenes de Bogotá a quienes se aspiraba a convertir en los mejores futbolistas del país.

Dada la urgencia que tenía la comunidad de los jesuitas para solucionar la crisis económica a la cual estaba abocado el colegio, los trámites para comenzar la obra se adelantaron rápidamente y pronto se inició la construcción del nuevo claustro, que se denominó “Colegio San Bartolomé La Merced”. Se acordó que el club de fútbol conservaría un espacio para sus actividades deportivas, mientras comenzaba la obra que demoraría por lo menos 6 años. (1) Wikipedia

Este era el sitio adonde había llegado Luis Alberto en busca de una oportunidad laboral. Sin proponérselo había encontrado el que, a partir de ahora, sería su lugar de trabajo, ubicado a seis cuadras de su vivienda. El joven se alegró de que eso fuera así porque no tendría que pagar transporte y, además, llegaría a la obra en pocos minutos cada mañana.

El poeta enamorado descubre al amor de su vida: Blanca

En los años 30 del Siglo XX el barrio de “La Perseverancia” era habitado por campesinos y obreros desplazados de todo el país, que huían de la violencia en busca de comida, empleo y vivienda. Por estas dificultades económicas las jóvenes del lugar se habían acostumbrado a vestir trajes humildes acompañados de ruanas, sombreros y alpargatas.

Blanca María Navarrete Gómez representaba la diferencia. Su madre, Magdalena Gómez Garzón, invertía en la joven la mayor parte del dinero que conseguía, para que estuviera a la altura del plantel educativo y las amistades que había conseguido en el “Colegio Americano”, donde recibía clases de costura. (“Foto Victoria” de Blanca María Navarrete, cortesía de Rosalba Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).

El 6 de Abril de 1934 Blanca María cumplió 20 años y su madre la llevó a un almacén de ropa femenina, le compró un traje de moda y luego la acompañó a un Salón de Belleza donde le hicieron un peinado similar a los que en esa época lucían las actrices de cine en las películas que la parroquia de “La Perseverancia” proyectaba cada Sábado en la pared oriental de la “Iglesia de Jesucristo Obrero”.

Al regresar Magdalena con su hija de la “Foto Victoria”, las dos mujeres se cruzaron con Luis Alberto Fonseca, el muchacho que en ese momento tenía 18 años y parecía más un niño grande, que un trabajador de la construcción. Desde ese momento Luis Alberto quedó fascinado con la presencia de Blanca María, por su belleza y elegancia. A partir de ese día, como ella misma lo comentó varias veces al autor de esta biografía en reuniones familiares, Luis Alberto se las ingeniaba para encontrar cualquier excusa que le permitiera saludarla, decirle un piropo elegante, o tratar de dedicarle una poesía cuando ella caminaba por el barrio sin prestarle más atención de la que le concedía a cualquier persona. En algún momento, como queda explicado en la biografía de ella –que pronto aparecerá en esta página Web–, Blanca María le dijo a su pretendiente: “Oiga Luis Alberto… búsquese a otra muchacha… usted no me interesa”. Pero él, insistente, le respondió tajantemente: “ ¡Pero usted a mí, sí¡ “.

Con el transcurrir del tiempo Blanca María comenzó a aceptar los requerimientos amorosos de aquel joven apuesto, alto y fornido, que se distinguía del resto de hombres que habitaban el barrio de “La Perseverancia”, no solo por su aspecto físico, sino porque inspiraba el respeto que a ella le interesaba para no tener problemas con nadie.

El 2 de Enero de 1936, Luis Alberto cumplió 20 años y Blanca María 22, el 6 de Abril de ese mismo año. Eran edades propicias para soñar… para amar… para dar rienda suelta a la imaginación, a pesar del ambiente pesado que se vivía entre los desplazados de la parte alta del barrio.

Y así lo entendió perfectamente Luis Alberto, quien liberó su espíritu de toda clase de ataduras que le había impuesto su padre frente al amor, como el hecho de que Blanca le llevaba dos años de edad, y aprovechando su nuevo trabajo en la construcción del “Colegio de San Bartolomé La Merced” entró en la etapa más interesante de su vida de adolescente: a tiempo que servía de acólito de las misas en latín, se asesoró de los Jesuitas para entender cómo era la redacción de hermosas poesías que le dedicaba continuamente a Blanca María para demostrarle que la amaba de verdad. Además, mejoró notablemente su caligrafía, dejando así un bello recuerdo de sus momentos de inspiración lírica.

Leer cada palabra, cada línea, cada párrafo de las hermosas poesías escritas a mano por Luis Alberto en su adolescencia, dedicadas a su amada del alma, es adentrarse en el mundo del amor…, de la ternura…, de los sentimientos más puros de un hombre hacia una mujer.

Se trató de poemas en los cuales él transmite a su doncella las sensaciones que se agolpan en su cerebro con la fuerza de un volcán, buscando llegar a su corazón… a su alma… a su espíritu. Las poesías permanecieron guardadas en 4 cuadernos de la época, utilizados también por Blanca María para hacer las anotaciones del Curso de Modistería que le dictaba la profesora Soledad Carvajal desde el 12 de Diciembre de 1935 y, a la vez, llevar una lista cronológica del nacimiento de las hijas e hijos, desde Diciembre de 1938, de lo cual se encargaban ambos.

Los cuadernos con las poesías de Luis Alberto y las clases de modistería de Blanca María fueron guardados celosamente por ella en el “Baúl de los Recuerdos” hasta su muerte, cuando los heredó su hija mayor, Gilma Beatriz, quien los entregó al autor de las biografías que están siendo publicadas en esta Página Web. Al leerlos detenidamente descubrí un tesoro que había permanecido oculto por cerca de 90 años, hasta el día de hoy, cuando se dan a conocer al mundo y especialmente a las hijas, los hijos, nietas, nietos y biznietos de la inolvidable pareja.

Aun cuando no estoy en capacidad de afirmar que todas las poesías encontradas fueron de autoría intelectual de Luis Alberto Fonseca, mi corazón late con emoción al leer las que él le dedicó a mi tía Blanca María Navarrete Gómez, escritas con un amor infinito… como aquel que sale de lo más profundo del espíritu de un joven en busca del alma de su amada… de su tierno y puro corazón de niña. La prueba de que él escribió esas poesías, las mostraré en la segunda parte de esta biografía, cuando las lectoras y los lectores podrán comprobar que la caligrafía con la cual fueron escritos los versos entre 1935 y 1937, es la misma que utilizó Luis para referirse al pago del Auxilio de Cesantía por la Empresa alemana HB, en 1950.

La primera de las seleccionadas, por ejemplo, es la poesía titulada “Cuando tus ojos me miran”, que ilustra la fotografía anterior, en la cual Luis Alberto y Blanca María dejaron para la eternidad una inolvidable escena romántica: él, un joven apuesto, elegante, dueño de un innegable poder de seducción, que le inspira a ella tranquilidad y confianza, al sostener su mano derecha sobre el frágil cuello femenino en señal de ternura y afecto. Ella, dueña de una personalidad fuerte y una vitalidad arrolladora, que parece buscar con su intensa mirada el alma de su amado, a tiempo que ambos respiran el aire puro de la tranquila soledad del bosque, durante un paseo por los Cerros Orientales de Bogotá, donde comenzó esta bella historia de amor:

Cuando tus ojos me miran

Cuando tus ojos me miran impregnados de honda pasión
me parece que siento tu mirada tan dulce, que llega al corazón

Déjame que pueda en tus bellos ojos poderme morir
y verás que con pasión yo esos ojos los voy a besar

Al mirar, tus ojos dan la sensación
de que me miran para hablar,
a decir lo que tus lindos labios desean callar

En el fondo negro de tus ojos adivino un dulce candor
y una luz misteriosa que ocultara un romance íntimo de amor

Pero si Luis Alberto dejaba su alma en cada poesía, Blanca María también con otra le respondía, asesorada por una de sus antiguas profesoras del Colegio Americano.

La confirmación de este cruce de poemas entre los jóvenes enamorados la hizo Gilma Beatriz Fonseca en Abril de 2021, cuando el autor de esta Biografía le anunció la publicación de las cartas de amor en una Página Web, para darle a conocer a la familia y al mundo la romántica historia de una pareja que vivió, sufrió y superó toda clase de adversidades en la Bogotá de comienzos del Siglo XX, hasta llegar a los resultados que se están produciendo gracias al trabajo físico y el esfuerzo intelectual de las hijas y los hijos del poeta enamorado y la diseñadora de modas, apoyados por los esposos y las esposas de ellas y ellos.

“Sí. Es cierto. Mi mamita me contó una vez que mi papá le enviaba poesías y ella le contestaba con otras, como quedaron escritas en uno de los cuadernos que el Ministerio de Educación distribuía gratuitamente entre las escuelas primarias de la ciudad. Mis hermanos no conocieron nada de esto porque cuando nacieron ya todo se había olvidado”, explicó Gilma Beatriz. Y así fue. Los efectos del consumo semanal de cerveza sobre la salud mental, los problemas del trabajo, las deudas, los conflictos en las tiendas con borrachos y otras situaciones, hicieron esfumar la inspiración del poeta, para dar paso a la dura realidad de vivir en un barrio de Bogotá al cual la Policía no se atrevía a subir, “porque se bajaba en camilla directo al cementerio”.

Un amor que le dejó un gran legado a la Humanidad

Hoy, 87 años después de iniciarse el romance que dio como resultado la unión matrimonial de Luis Alberto Fonseca Camargo y Blanca María Navarrete Gómez, las hijas, los hijos, las nietas, los nietos, las biznietas y los biznietos de la pareja vienen triunfando desde hace varios años en Australia, Canadá, Colombia, España, Estados Unidos, México, Venezuela y otras naciones, con profesionales que se destacan a nivel nacional internacional. Sin ánimo de presumir, sino de reconocer la calidad intelectual y profesional de los descendientes de la Familia Fonseca, enumero a continuación a algunos de ellos y ellas:

Alfredo Fonseca Navarrete (qepd), líder sindical de la Empresa de Licores de Cundinamarca; Gilma Beatriz Fonseca Navarrete, asesora de ventas de “Jardines El Apogeo”; Rosalba Fonseca Navarrete, Abogada del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA); Alberto y Gustavo Fonseca Navarrete, Auditores de Bancos y entidades financieras; René Fonseca Sierra, Ingeniero de Sistemas Líder del “Proyecto Links en Colombia”, uno de los más ambiciosos de la multinacional petrolera Exxon en el mundo, además de ser “Coach experto en relaciones humanas” y quien avanza con éxito en la formación de su hijo Matías; Fabián Fonseca Sierra, Ingeniero de Sistemas con especialización en “Infraestructura de Hardware en empresas multinacionales” y Armando Fonseca Sierra, experto en tecnología informática, líder de grupos dedicados a la promoción de soluciones de tecnología móvil a nivel mundial, experto en “Metaverso” y Director de Equipos de Expertos dedicados a la prevención de ataques de hackers a Sistemas Informáticos Empresariales.

En la siguiente generación se destacan, entre otros: Daniel Alberto Fonseca Torres, Ingeniero Eléctrico con especialización en Gerencia de Proyectos Eléctricos en Suramérica; Fabián Felipe Fonseca Garay, Arquitecto de la Universidad de Los Andes en Colombia, con Master en Arquitectura en Toronto (Canadá); Juan Sebastián Fonseca Garay, Geocientífico de Los Andes, dotado de capacidad profesional para gerenciar empresas petroleras internacionales o dedicadas a la vulcanología; Giovanni Alexander Ávila Fonseca, Licenciado en Educación Física del SENA, Dina Heidy Ahmad Fonseca, quien al cumplir 32 años de trabajo en el SENA el 24 de Septiembre de 2022, ostenta en su trayectoria el hecho de haber sido delegada en numerosas oportunidades por la Dirección General para hacer visitas a las seccionales en todo el país, haber representado al SENA con el Grupo de Danzas en diferentes ciudades y actualmente ser la Líder de un importante grupo de funcionarios, y Sandra Milena Fonseca Torres, experta en rejuvenecimiento con sede en London (Canadá), quien trabaja con su esposo Andrés Fernando Luna Apráez, en la formación de Alejandro Luna Fonseca, uno de los representantes de la generación del futuro.

También son dignos de mencionar Magdalena, Alfonso y Ricardo Fonseca; las hermanas Angie y Natalie Fonseca, quien es madre de Matías; la empresaria Claudia Bibiana Ávila Fonseca, el Tecnólogo del SENA, Daniel Villa Ahmad, a quien la “Universidad Politécnico Grancolombiano” premió en 2021 otorgándole la “Beca Excelencia Académica” por el 100% del valor de la matrícula para el periodo 2022-2023 sin necesidad de realizar procesos adicionales, gracias a lo cual se graduará como Ingeniero de Sistemas en Junio de 2023; Javier Ricardo Fonseca Rodríguez, los Pastores Evangélicos Leonardo Fonseca Castillo y Gustavo y Mónica Fonseca Avellaneda; Ingrid Paola Fonseca Torres, Diana y Jennifer Fonseca Castillo, Sergio Peña Fonseca, Laura Carolina Fonseca Ávila y sus hermanos René y Katherine; Miguel Ángel Fonseca Restrepo, Kevin Fonseca Mosquera, Santiago Castillo Fonseca, Andrés Felipe, Julián David y Alejandra Angarita Fonseca, además de la Ingeniera Industrial Laura Daniela Muñoz Fonseca, quien se destaca por sus pinturas vanguardistas y es conocida en el mundo artístico colombiano por su seudónimo de “Daesser”. Respetuosamente presento disculpas si alguien quedó por fuera de estas listas.

Poesías de enamorados, guardadas durante 87 años

Por otra parte, aun cuando fueron numerosas las poesías dedicadas por Luis Alberto a Blanca María, solo se logró conservar uno de los cuadernos donde están escritos los poemas, debido a los continuos traslados de la familia durante varios años no solo en Bogotá, sino en regiones del país adonde era enviado Luis Alberto a desarrollar diferentes actividades laborales.

En una de las páginas del cuaderno que sobrevivió a las tinieblas del olvido, Blanca María hace un vívido recuerdo de la forma como su espíritu sintió el influjo del hombre que la asediaba con sus requerimientos amorosos:

Era en un baile

Lo vi y temblé

Mi pecho estremecido
convulso se agitó en su cárcel fría

Como águila altanera
que bravía bate las alas en su agreste nido

Por un ambiente suave adormecido
soñé en mi calurosa fantasía
que en una mar revuelta
en agonía mi corazón se desangraba herido

En la otoñal y húmeda floresta
las notas sollozantes de la orquesta
llegaban a mi oído en ronda alada

Y en mis deseos de llorar a solas
creí que agonizaban las corolas
en rubias guedejas de mi amado

Y como en toda relación de pareja, no faltaron los desencuentros entre los enamorados. Hubo momentos de separación… de enojo de ella hacia él, o de él hacia ella.

En la época del noviazgo una discusión…, una pelea…, por trivial que sea, se convierte en una tortura para el corazón. Y si los días pasan sin reconciliación, el alma se agita, el espíritu se entristece y el tiempo, los segundos, los días, se convierten en un dolor interminable que agobia la mente y provoca una mar de suspiros de angustia por no ver al ser querido regresar a los brazos del desdichado amante.

Es entonces cuando el romántico espíritu del poeta busca el alma de su amada y Luis Alberto escribe unos versos que le salen de lo más profundo de su corazón:

Te amo, aunque me odies

Yo sé, mi bien, que me odias con el alma
en cambio, yo te amo con todo el corazón
y tengo fe que al final de la batalla
calmará la tempestad de mi pasión

No puedo estar ausente de tu amor
aunque no valgo nada para tí
porque con tu cuerpito seductor
me haces delirar con frenesí

Yo te ofrezco lo mejor de mis cantares
y las flores más bellas del jardín

No importa que me niegues tu mirada
con tu desprecio aumentas mi pasión

Con tu desdén revive mi esperanza
y más bella florece una ilusión

Si se trocara en besos tu desdén
en mirtos y azucenas tu rigor
formaríamos con ellas un edén
al compás de las músicas de amor
y en sueños llegarán nuestras almas
al eterno ideal de otra mansión

Así será el fin de los agravios
tus enojos al fin terminarán

Yo he de poseer los besos de tus labios
y en mis brazos tu alma virginal

Por eso, aunque me niegues tu querer
yo nunca desespero… soy leal

Me anima la esperanza de vencer
vencer de lo imposible y lo fatal

No hay sombras en la senda de mi vida
cuando el alma que espera sabe amar

Respuesta de Blanca María a Luis Alberto

Triste es vivir cuando en la edad primera
al pecho ardiente una pasión agita
cuando un risueño porvenir se espera
y al desengaño la ilusión marchita

Cuando la mente al comprender alcanza
que solo existe por doquier falsía
que el tierno amor… la fe con la esperanza
son ensueños de loca fantasía

Triste es la vida cuando un ser amado
mira insensible nuestro cruel tormento
cuando palpita el corazón cuitado
que exhala en vano y triste su lamento

Triste es llevar una existencia amarga
que el dolor en siervos nos convierte
formando a un tiempo la pesada carga
que nos impone la implacable suerte

Triste es vivir cuando el dolor latente
nos cubre el alma con su negro manto
y hace inclinar nuestra angustiada frente
con el peso terrible del quebranto

Triste es la vida cuando en vez de honores
y de los bellos laureles de la gloria
solo encontramos destrozadas flores
y una senda cubierta por escoria

Triste es vivir habiéndose apagado
de la pasión el deslumbrante fuego
cuando solo cenizas han quedado
recibiendo del lloro eterno riego

Triste es así seguir en la jornada
ya sin luz del entusiasmo ardiente
sin ver la perspectiva iluminada
que en otro tiempo columbró la mente

Triste es vivir y comprender un día
que son falsos placeres los del mundo
y que las breves horas de alegría
son el preludio de un dolor profundo

Porque esos goces que nos son brindados
cual celestial embriagador almibar
van en la copa pérfida mezclados
del placer sin fin… en el alcibar

Respuesta de Luis Alberto a Blanca

¡Celosa tú!

Son los celos…, vida mía…,
los que destrozan ese pecho que amo tanto
secando la flor de tu alegría
arrancan a tus ojos tierno llanto

¿ Será verdad que miras angustiada
cuando el ángel del sueño me acaricia
otra mujer, que ardiente enamorada
me devuelve caricia por caricia ?

¿ Pudiera acaso el astro esplendoroso
que en los cielos impera sin segundo
envidiar el lucero tembloroso
que en la aurora vacila moribunda ?

¡ Oh ! Desecha mi bien esa congoja
que se refleja en tu adorada frente
como la luz que la tormenta arroja
sobre un campo de nieve refulgente

El que ha podido, en hora afortunada
de un ángel contemplar la faz radiante
más bella que el Oriente en la alborada
cuando se tiñe de jazmín y rosa

El que ha podido en vano remontarse
a la mansión de ese ángel bendecido
y allí con él en mares olvidarse
de placeres sin nombre ni medida
¿ Cómo pudiera para aollar abrojos
Dejar ese paraíso de ventura ?

¿ Cómo pudiera con mirar los ojos
fijar después en terrenal criatura ?

Que cesen alma mía tus recelos
porque tu imagen en mi mente brilla
como la luz del sol brilla en los cielos

¡ Hermosa sin rival resplandeciente !

Despedida de Luis Alberto

Voy a partir mañana Blanquita mía
marcado con el sello de la angustia

Caerá mi frente desmayada y mustia
sobre mi pecho henchido de dolor

Y al recordar las horas que pasé a tu lado
venturas inefables de un instante
rodarán por mi pálido semblante
lágrimas… ¡Ay!… De infortunado amor

Tu me verás indiferente el rostro
decirte “Adios”… aparentando calma
mientras partida de dolor el alma
se entremezcla en las garras del pesar

Tu verás en mis labios la sonrisa
cuando estreche tu mano idolatrada
pero también verás en la mirada
el llanto que quisiera escapar

Al separarme de tu lado entonces
vertiendo sangre el corazón doliente
no te diré lo que mi pecho siente

No sabrás cuán profundo es mi sufrir
ni podré suplicarte de rodillas
que guardes en tu pecho mi memoria
que me conserves de tu amor la gloria
para no hacerme de dolor morir

¡Ay! Solo no estaré…
otros ojos en mí se fijarán Blanquita mía

Y preciso será que mi agonía
encubra de la risa el antifaz

Tendré que encontrar dentro del pecho
la tempestad que lo destroza ardiente
para que el fuego de mi amor vehemente
no se refleje en mi marchita faz

¿ Por qué te encontraría en mi camino
blanca azucena de sin par belleza,
de embriagador aroma celestial ?

¿ Por qué contemplaría tu hermosura
amando tus encantos con delirio
para después sufrir este martirio…
esta horrenda agonía sin igual ?

Ángel hermoso de divina lumbre
¿ Por qué rosaste con tus alas de oro
mis ojos, hoy quemados con el llanto
que brota de mi ardiente corazón ?

¿ Por qué bañando mi sombría mente
con la mágica luz de la esperanza
me hiciste vislumbrar en lontananza
un porvenir de espléndida visión ?

Cuán presente, Blanca, contemplar debía
trocarse en sombras los reflejos bellos
esos del cielo límpidos destellos
que doraban mi hermoso porvenir

Y allí donde antes levantarse viera
imágenes de dicha sonrosadas
erguirse luego de dolor airadas
negras fantasmas horrorosas mil

Al dejar tus encantos, ángel mío
sin saber si algún día tu presencia
disipará la mancha de la ausencia
siento que se me parte el corazón…
siento que se oscurecen mis pupilas
empañadas por lágrimas ardientes
que a mis ojos se agolpan a torrentes

Siento que se extravía mi corazón

Adios… adios… alguna vez recuerda
que te adoro con férvida ternura

Y no colmes el cáliz de amargura
quitándome tu amor angelical

No me olvides, recuerda Blanca mía
que al faltarle tu amor
mi corazón daría su postrímera vibración
exhalando mi suspiro funeral

Respuesta de Blanca María a Luis Alberto:

En la soledad

Antes lloraba… ahora ya ni eso
siento mi corazón como de piedra
y cada vez más gris y más tedioso
me parece el paisaje de la tierra

Tengo miedo de mí y no de la vida
es como un laberinto mi conciencia
donde extraviados mis sueños vagan
con mis recuerdos y con mis ideas…

Mi corazón por nada se conmueve
nada gozo le da, ni le da pena.
voy con él y voy sola. Sin embargo…
ya no es el compañero de otras épocas

Y a pesar de todo esto, amigo mío
mi espíritu es lo mismo que antes era

La manecilla inquieta de una brújula
orientada no sé con cuál estrella.

 

Próxima entrega:

Luis Alberto, el obrero que daba misa en latín, le informa a su padre el deseo de casarse y Jesús le contesta con una cachetada.

2 comentarios en “Luis Alberto Fonseca”

  1. María del Pilar Garay

    Germán, deliciosa lectura me has regalado, hermoso conocer toda esta historia, más allá de lo que percibimos quienes llegamos luego a encontrarnos y formar parte de esta familia

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