Hijo: He ahí a tu Madre. ¡Ámala. Cuídala. Protégela¡
El mes de Mayo, tradicionalmente, es dedicado en varios países de Asia, América Latina, Europa y Norteamérica, a la celebración del “Día de la Madre”.
Es entonces cuando el mundo cristiano concentra su mirada en los libros del Nuevo Testamento y en San Juan, Capítulo 19, versículo 27, encuentra a Cristo Jesús con el rostro cubierto por la sangre que le produce la Corona de Espinas y quien, segundos antes de entregar su alma al Creador, le deja a la Humanidad uno de los mensajes más bellos de amor filial, representado por esta imagen del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM):
“Madre… he ahí a tu hijo.
Hijo… he ahí a tu Madre”
En Colombia (Suramérica), este mensaje tiene un profundo significado social, porque en algunas ciudades el consumo de cerveza, aguardiente, ron, whisky u otras bebidas embriagantes, al mismo tiempo que se fuma marihuana o se consumen alucinógenos, altera los ánimos de los hombres que por algún motivo tienen reclamos hacia sus hermanos, primos u otros parientes asistentes a las reuniones, en medio de discusiones que tienen como origen el presumir sobre quién atendió mejor a la mamá en su día, quién le regaló el Celular que tiene más alta resolución, quién le llevó el regalo más costoso, quién la invitó al mejor restaurante, quién le regaló más pares de medias o quién le compró los zapatos más bonitos, etc. En medio de los enfrentamientos las madres terminan siendo víctimas inocentes de riñas y peleas en las cuales los hombres imponen su intransigencia usando machetes, cuchillos y revólveres.
La situación ha adquirido tan preocupantes niveles de aumento desde hace varios años, que en esta oportunidad el Director General de la Policía, Mayor General William René Salamanca Ramírez, le hizo un ferviente llamado a la ciudadanía para que se frene la violencia intrafamiliar.
El llamado del General Salamanca se debe a que, según el Instituto de Medicina Legal, entre los años 2009 y 2018 fueron asesinadas en Colombia un total de 1.493 personas durante el fin de semana, en la celebración del Día de la Madre. El 91 por ciento de las víctimas fueron hombres y el 9% mujeres. (Fuente: Periódico EL TIEMPO). Por otra parte, en 2022 se registraron 2.579 riñas en la ciudad de Bogotá. (Fuente: Revista Semana).
Los expertos consideran que el elevado número de muertos y heridos en esa fecha se debe al machismo imperante en la sociedad colombiana y al elevado consumo de bebidas alcohólicas. Y a pesar de que los Comandos de Policía en todo el país despliegan miles de agentes para visitar viviendas y comprobar que las mujeres están bien, no es posible frenar los asesinatos y las peleas, porque éstas se producen en las noches, cuando no hay vigilantes y quienes se enfrentan están totalmente borrachos y no son conscientes de lo que hacen. Para evitar la violencia intrafamiliar en esa fecha sería necesario colocar un policía que permanezca 24 horas continuas en el interior de cada casa o apartamento de Conjuntos Residenciales durante tres días: viernes, sábados y domingos de festividades, lo cual es absolutamente imposible.
Teniendo en cuenta la gravedad creciente de este problema social, desde esta Página Web nos unimos al clamor de la Policía Nacional y por eso el título de este artículo representa un mensaje de amor y respeto por quienes nos han dado la vida y sacrifican su descanso, su tranquilidad y hasta su propia existencia por atender a toda hora a sus esposos, compañeros sentimentales, hijas e hijos:
Hijo: He ahí a tu Madre.
¡Ámala. Cuídala. Protégela¡
En desarrollo de este mensaje y con el ánimo de llegar a los corazones de aquellos hijos e hijas que van a participar en fiestas familiares para celebrar a sus madres, cerramos los ojos y mentalmente concentramos nuestra alma y espíritu, elevando una plegaria al Señor para que permita que las gentes, en lugar de enfrascarse en discusiones que no tienen sentido, celebren la afortunada circunstancia de que aún tienen vivas a sus mamás adoradas y las colmen de amor y bendiciones.
Para demostrarle al mundo, además, la urgente e imperiosa necesidad de amar, cuidar y proteger a las madres, le rendimos hoy un homenaje póstumo a una de las mujeres de Colombia que durante toda su vida sintió el rigor y la dureza del maltrato de parte de quien más amaba: su marido, mientras las hijas e hijos nada podían hacer por defenderla debido a que eran criaturas pequeñas cuando ocurrían las agresiones.
Se trató de Blanca María Navarrete Gómez, una bella joven que llegó al mundo en circunstancias sumamente difíciles y quien a pesar de toda clase de problemas que rodearon su existencia, siempre amó, respetó y cuidó a su esposo, mientras velaba por sus 4 hijas y 6 hijos. El drama de su vida es muy parecido al de millones de mujeres en el mundo, quienes diariamente son víctimas de la violencia intrafamiliar. A todas ellas les enviamos un beso, un abrazo y múltiples bendiciones en su día.
Blanca María siempre hizo pública su situación ante propios y extraños, por lo cual presentamos su historia exaltando las virtudes de quien dio su vida a cambio de nada, esperando únicamente el cariño de su familia. En ella representamos hoy a aquellas mujeres que afrontan situaciones similares, para pedir a sus maridos, a sus compañeros sentimentales, a sus hijos y hermanos, que les brinden el amor, el respeto, la comprensión y la ternura que merecen y que no encuentran en sus hogares.
Víctimas de guerras tras guerras
Al terminar la “Guerra de los Mil Días” en 1902, centenares de campesinos se vieron obligados a huir de sus territorios en el interior de Colombia para ubicarse en los Cerros Orientales de Bogotá, como única alternativa para escapar de la violencia que continuó en sus regiones después del conflicto bélico.
Varias de esas personas habían construido en 1910 las primeras casas de adobe, tejas de barro y madera a lo largo de la calle 31, entre la parte más alta del cerro y la carrera segunda, como se aprecia en la fotografía que muestra a dos mujeres caminando hacia unas escaleras construidas en piedra, mientras algunos niños atraviesan frágiles “puentes” construidos de manera improvisada con árboles y tablas que pasan por encima de un terreno que, en invierno, se convertía en un lodazal peligroso por el elevado nivel de las aguas que descendían de la montaña.
Ante la falta de un lote propio, el campesino Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez y su esposa María Magdalena Gómez Garzón construyeron en 1903, en las estribaciones de la cordillera, una vivienda similar a las que muestra la imagen tomada de “Pinterest”, pero más rudimentaria y ubicada en un sitio que carecía de agua y luz, lejos de las casas que siete años después aparecen en el retrato mencionado. Por eso las niñas de la familia la llamaban “la choza”.
El lugar, según lo dejó detallado en las Escrituras de la época el Notario Primero del Circuito de Bogotá, Heliodoro Ramos G., se denominaba “Unión Obrera” y estaba localizado al Noreste de la finca llamada “Perseverancia”, antiguo “Alto de San Diego” y comprendido entre los barrios “San Diego” y “Sucre”. Los propietarios del territorio eran los hermanos Daniel, Luis Gabriel y Mercedes Vega. A partir de 1918 la zona fue denominada “Paseo Bolívar”.
Al observar la fotografía anterior, de la calle 31 con carrera segunda del barrio “Unión Obrera”, se comprenden la pobreza, las dificultades sanitarias y las enormes dificultades de movilidad en medio de las cuales nacieron y crecieron María del Carmen, María Helena y Blanca María Navarrete Gómez, además de los 4 hermanos, entre 1903 y 1914, según lo explicaban ellas durante las reuniones familiares en la segunda mitad del Siglo XX.
Agua a chorros, por debajo de las camas
Pero si la fotografía de la calle 31 del barrio “Unión Obrera” en 1910 es dramática, ésta de 1922, que comprende la calle 32 entre las carreras primera y tercera, es mucho más impactante porque al no contar las casas con alcantarillado, las lluvias torrenciales que caían sobre el cerro arrastraban carretera abajo las heces fecales y la basura que las gentes dejaban entre los árboles de la montaña y la época invernal afectaba especialmente a niñas y niños de corta edad, como la protagonista de esta biografía, Blanca María Navarrete Gómez y sus hermanas y hermanos.
Además, por aquí bajaba María del Carmen a los 15 años de edad, alquilando cuentos a niños como los que se alcanzan a divisar en la segunda casa de la izquierda, cerca del hombre que baja con un bulto de canecas vacías envueltas en plásticos, mientras otro sube cargando un tarro con agua potable que consiguió en la “pila” ubicada cerca de la iglesia del barrio. (Foto del Fondo Gaitán. WordPress).
La hija mayor de Juan y Magdalena, Esther Navarrete Gómez, confirmó lo dicho por Carmen y Blanca y le explicó a su hija Ana Elvira Gutiérrez varios años antes de morir: “El rancho en el cual nacimos Israel, Carmen, Juan, Helena, Blanca y yo, además de una niña que solo sobrevivió un año, fue construido en un terreno en desnivel que las gentes llamaban “El Barranco del Aguilucho”.
“Todos nosotros estuvimos expuestos a la humedad del sitio donde vivíamos. El día en el que nació Juan de Jesús estaba cayendo un aguacero muy fuerte en el “Paseo Bolívar” y como nuestra choza quedaba en los cerros el agua pasaba a chorros por debajo de la cama donde mi mamá se encontraba con el recién nacido. Por haber permanecido un largo rato con la ropa mojada, el frío le afectó los pulmones al niño. Por eso fue que siempre se quejó de asma en su vida de adulto”, explicó Esther Navarrete a su hija.
Las autoridades de la ciudad, por su parte, fueron más explícitas en sus consideraciones sobre la pobreza en la cual vivieron Blanca María Navarrete, sus padres, sus hermanas y hermanos. Así lo dieron a conocer al atender la “Gripe Española” de 1918:
“La zona alta de la ciudad, conocida como “Paseo Bolívar”, fue la más afectada por la epidemia. Sus barrios densamente poblados, que presentaban las peores condiciones sanitarias, aparecen descritos como el espacio que acoge a “la clase más necesitada y el lugar más desaseado de la capital, en donde es muy bajo el nivel moral de las gentes que allí sufren los rigores de la más espantosa miseria (…) en donde los enfermos se aglomeran en covachas inmundas que son generalmente dormitorios, cocina y establo de los animales domésticos. (1).
Castilla, E., “Historia de la Gripa en Colombia”, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia. Tesis de Grado, 1922, información mencionada en un estudio de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC). (1)
Una niña que creció en un ambiente protegido
El año de 1920 fue de especial importancia para la niña Blanca María Navarrete y sus padres. Primero porque el 6 de Abril cumplió 6 años de edad y entró a estudiar sus primeras letras y segundo porque al día siguiente su mamita, María Magdalena Gómez Garzón, terminó de pagar con monedas la compra de un lote propio en el “Barrio La Perseverancia”, en el cual se construyeron dos habitaciones con capacidad para dos camas sencillas cada una, una letrina cerca de un patio y un zaguán a través del cual se llegaba a la puerta de la calle, además de una pequeña cocina de ladrillo, en el primer piso. Más tarde se acondicionó una tercera habitación con dos camas sencillas en un segundo piso, que siempre quedó sin concluir. En 1922 la abuelita Magdalena y 3 de sus 4 hijas, con sus nietas y nietos, se pasaron a vivir en el rancho, cuando las calles no tenían pavimento y se convertían en lodazales cuando llovía.
En esa modesta vivienda, totalmente hacinados, nacimos y crecimos 20 niños y niñas: 10 de Blanca María, 8 de María Helena y dos de María del Carmen. Uno de estos dos últimos era yo. Y como no cabíamos en la casa porque éramos demasiados, nos la pasábamos jugando de día en las calles de “La Perseverancia” y en los sábados y domingos por la noche veíamos películas en una de las paredes de la “Parroquia de Jesucristo Obrero”. Más de cien años después, en esa humilde casa vive Esther Celi, la viuda de mi primo Rafael Ramírez, acompañada de algunas de sus hijas.
Para dejar un recuerdo del cumpleaños de la niña y la cancelación del lote, María Magdalena y su marido, Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez, se hicieron tomar el retrato que acompaña esta biografía, que ha sido considerado como un tesoro histórico por la Familia durante más de un siglo, debido a que es el único recuerdo de los rostros de la pareja al lado de Blanca María. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
El 6 de Abril de 1924 Blanca María Navarrete Gómez cumplió 10 años. Para festejarle ese acontecimiento, su hermana mayor Esther, quien aparece a la izquierda acompañada por su hijo Carlos Arturo Gutiérrez, le regaló a la niña una chaqueta a cuadros, zapatos y medias, por lo cual Blanca posó con notoria satisfacción para el retrato. Posteriormente fueron a una clase de catecismo y luego participaron en un paseo a Chía, donde las atropelló un ciclista, sin consecuencias graves, según el relato de María del Carmen Navarrete. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Blanca se aficiona por la actuación teatral
El 6 de Abril de 1926, por recomendación de su madre Magdalena Gómez, la niña Blanca María Navarrete, segunda de izquierda a derecha, celebró su décimo segundo cumpleaños participando en actividades de la Semana Santa organizadas por la “Parroquia de Jesucristo Obrero”. A la derecha aparece la hiperactiva María Helena Navarrete (inolvidable porque siempre vivía alegre, corriendo, cantando y contando chistes) y a la izquierda Isabel Poveda, amiga de Blanca María, con su hermanita Carmen Poveda vestida de ángel. Las festividades religiosas despertaron en Blanca la afición por el teatro, actividad que desarrollaría años más tarde junto a su hermana María del Carmen y que fueron explicadas en la biografía de ella en esta Página Web. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Blanca, entre palomas, tareas y la cocina
A los trece años de edad, Blanca María soportaba la pobreza y las dificultades de la vida diaria sin ningún inconveniente, gracias al amor de sus padres, hermanas y hermanos. En esta fotografía aparece dedicada al único entretenimiento con el que contaba dentro de su humilde vivienda: jugar con palomas. Corría a los machos regañándolos porque perseguían a toda hora a las hembras para montarlas y los espantaba continuamente para que las dejaran quietas. Al observar que Blanca pasaba mucho tiempo persiguiendo palomas, Magdalena se encargaba de que la niña buscara los cuadernos e hiciera las tareas del colegio, advirtiéndole que después debía ayudarla lavando la ropa de la familia y en la cocina preparando los alimentos de las hermanas y hermanos.
Esta última labor, al igual que en millares de hogares pobres, se realizaba en una estufa construida con ladrillos y en cuyo interior se colocaba carbón de palo. Para encenderla y mantener el fuego era necesario soplar vigorosamente con la tapa de una olla grande, mientras el humo invadía la vivienda y los hermanos y primos de Blanca María nos aglomerábamos de a dos en dos en los peldaños de una escalera similar a la que aparece en la foto de las palomas, pero de tablones gruesos, esperando que nos fueran entregando los platos con la comida.
En las tardes y noches de invierno –cuando hablábamos a gritos porque la intensidad de la lluvia no dejaba escuchar nuestras voces, mientras los relámpagos iluminaban las casas con una luz entre blanco y azul, y los truenos estremecían el barrio “La Perseverancia”–, el humo procedente de la cocina era tan intenso que nos cubría a todos y los muchachos de mayor edad asustaban a los pequeños diciéndoles que al final de la escalera, en un segundo piso que se hallaba en construcción, había fantasmas que venían por ellos. Esta escena hogareña se repitió por mucho tiempo, hasta cuando los hijos de Blanca eran adolescentes.
Por todos estos detalles cotidianos, a mis ochenta años de edad vienen a la memoria recuerdos maravillosos del amor y la paciencia con la cual Blanca María se esmeraba por atendernos a todos, mientras los muchachos jugábamos sin pensar en nada más que en reír y jugar con cualquier cosa. El futuro se encargaría de mostrarnos la cruda realidad de la vida. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
La hora de la adolescencia
Sin darse cuenta, Blanca María entró en la edad de la adolescencia, cuando ser niña es algo maravilloso porque es la hora de soñar con ser grande, con triunfar en la vida, con alcanzar las estrellas, con prepararse para dominar el mundo. A esa época corresponde esta fotografía de la joven cuando cumplió 16 años, el 6 de Abril de 1930, en la cual se destaca la elegancia a la cual la tenía acostumbrada María Magdalena: el vestido a la última moda, los zapaticos de charol brillantes y las trenzas de la larga cabellera perfumadas y enrolladas en bucles que se sujetaban con “ganchos invisibles”, dándole a su peinado una apariencia impecable. Estas características atrajeron hacia la joven las miradas de los muchachos, no solo del barrio “La Perseverancia”, sino del colegio donde estudiaba Diseño de Modas y en todos aquellos lugares por donde pasaba dejando un agradable aroma de mujer. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Y precisamente por estas características físicas la presencia de Blanca María contrastaba de manera notoria con la de las campesinas que vivían en “La Perseverancia”. Ellas habían llegado desplazadas por la violencia de los campos y no trabajaban porque dependían de los maridos. Los hombres, por su parte, recibían cada semana algunos pocos pesos por su trabajo y la mayor parte de sus ingresos los gastaban los fines de semana tomando chicha y cerveza con los vecinos. Por esta causa los maridos nunca tenían dinero para que sus mujeres pudieran comprar ropa como la que usaba la hija de María Magdalena. Debido a estas causas las campesinas del barrio se vestían humildemente con pañolones negros que les cubrían la mitad del cuerpo, alpargatas gastadas en lugar de zapatos que nunca podían comprar y, además, cubrían su cabeza con sombreros porque no tenían monedas para mandarse a hacer peinados.
Una joven bella en un barrio peligroso
En 1932 “La Perseverancia” era un barrio obrero que carecía de acueducto y alcantarillado público. El sector estaba habitado por centenares de campesinos desplazados a causa de la violencia que se vivía en el interior del país y por gentes pobres que con frecuencia consumían chicha y cerveza, cantando en las tiendas para olvidar sus problemas. Esta situación, que se ha prolongado en el tiempo en gran parte de Colombia, provocaba continuamente riñas callejeras que muchas veces terminaban con asesinatos de policías.
En este ambiente, que no era el mejor para una niña bonita, inteligente, sencilla y estudiante de “Diseño de Modas”, vivió su adolescencia la joven Blanca María Navarrete Gómez, quien aparece aquí cuando tenía 18 años, caminando con zapatos de tacón por un terreno sin pavimento y por entre viviendas de dos pisos construidas sobre grandes piedras unidas con argamasa, una especie de mortero (cemento), que en los años 30 del Siglo XX se elaboraba a mano con cal, arena y agua. Era la época en la cual las casas no se construían sobre cimientos de concreto, porque en “La Perseverancia” no se contaba con plata para pagar materiales costosos, ni se conocía la arquitectura antisísmica. En la parte superior de la gráfica un campesino mira de lejos a Blanca María. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
El amor toca el corazón de la doncella
El 6 de Abril de 1934 Blanca María Navarrete Gómez cumplió 20 años. Su madre, María Magdalena Gómez Garzón, consideró que esa fecha era un acontecimiento especial en la vida de una mujer y por ello gastó todo lo que tenía, para celebrarle a Blanca el cumpleaños con la misma dignidad y elegancia como lo hacían los padres pudientes de las antiguas compañeras de la joven en el “Colegio Americano”, donde ella había estudiado su primaria.
Magdalena nunca se detuvo a pensar cómo se sentirían sus otras hijas, Esther, María del Carmen y María Helena, al recordar que mientras a ellas nunca se les celebró un cumpleaños, a Blanca María se le pagó un peinado en uno de los recientemente creados Salones de Belleza de Bogotá, se le compró un vestido elegante y se le llevó a una fotografía de prestigio para que le hicieran un retrato precioso, que aún hoy es admirado por las hijas e hijos, por las nietas y nietos y por el resto de descendientes en Canadá. España, Estados Unidos, Colombia y otras naciones.
Ese mismo 6 de Abril de 1934, cuando Blanca María regresó a “La Perseverancia” en medio de la admiración de sus vecinos y conocidos, algunas campesinas tuvieron la impresión de estar viendo a una Reina de Belleza. El joven Luis Alberto Fonseca Camargo, por su parte, quedó deslumbrado ante tanta belleza y decidió que definitivamente la muchacha sería la mujer de su vida. Luis Alberto cortejaba a Blanca desde cuando tenía 18 años y ambos se enviaban versos de hermosos poemas que pueden leerse en los capítulos de la “Biografía del Poeta Enamorado”, en esta Página Web. (Foto Victoria).
La idílica hora del matrimonio
El ex Sargento de la Policía Nacional Jesús Fonseca Amézquita (de pie, a la izquierda) y Luis Alejandro Cuervo Rincón (al centro, sentado), como destacados hombres de negocios de Sogamoso, Boyacá, compartían los acontecimientos importantes de sus familias. El 8 de Abril de 1934, Jesús presentó oficialmente, con una gran sonrisa, a Blanca María Navarrete Gómez como novia de su hijo Luis Alberto (sentada, a la izquierda), dos días después de que la joven había cumplido 20 años de edad.
Luis Alejandro, por su parte, anunció el matrimonio de su hija Alejandrina Cuervo Benavides con Benjamín Fonseca, otro de los hijos de Jesús. Observan el acto los hermanos Hernando Cuervo Rincón (de pie con rostro bastante serio), Blanca Cuervo Rincón (sentada, de traje blanco) y su hermana Antonia Cuervo Rincón (en el extremo derecho), junto a una niña que esconde su rostro detrás de una matera de gran tamaño.
El retrato fue captado en la casa del ex Sargento Fonseca, ubicada en la Calle 32 con Carrera Primera del barrio “La Perseverancia”, en el costado Oriental de la que hoy se llama “Avenida Circunvalar”, por donde transitan en vehículos blindados de alta gama los ejecutivos de empresas y los funcionarios de los gobiernos Nacional y Distrital, de Sur a Norte de Bogotá y viceversa. Un siglo después de haber sido construida, la casa es habitada por uno de los biznietos del Sargento Fonseca y nieto de Benjamín, el joven Francisco González Fonseca, quien se dedica al estudio de la Biblia y a llevar al mundo la sabia Palabra del Señor. (Centro de Documentación Navarrete).
Por la experiencia que había acumulado en Sogamoso, Bogotá y el Estado Táchira, de Venezuela, Luis Alberto Fonseca sabía distinguir perfectamente a una muchacha fácil, de una joven doncella virgen, educada y procedente de un hogar sano, como era Blanca María Navarrete. Él, que consideraba llegado el momento de crear un hogar, estaba decidido a que Blanca fuera su esposa legítima… y no descansaría hasta lograrlo, aun cuando ella rechazara su constante asedio, como se explica en su Biografía.
Al final Blanca aceptó a Luis Alberto. En Marzo de 1938 quedó embarazada y el 4 de Diciembre nació su primera hija, Gilma Beatriz. Dos años después oficializaron la unión marital contrayendo matrimonio en la iglesia de “Cristo Obrero”, en el barrio “La Perseverancia”.
Así registró el diario EL TIEMPO el matrimonio de Luis Alberto Fonseca Camargo y Blanca María Navarrete Gómez, el 3 de Febrero de 1940, cuando ella aún tenía 25 años de edad. La hija Gilma Beatriz había nacido catorce meses antes y la misa fue oficiada por los sacerdotes Simón Peña y Joaquín Luna.
Al casarse, comenzar a tener hijos y a dedicarse totalmente a los quehaceres de un hogar, Blanca María tomó conciencia de que a pesar del estudio que había recibido de niña, solamente poseía los conocimientos básicos que le habían dado en el colegio, no sabía ningún oficio y no tenía experiencia en nada. A partir de ese momento y al ver a su madre cada vez más enferma, Blanca comenzó a presentir que, al morir Magdalena, ella quedaría desamparada y con la misma clase de trabajo duro que había visto en su progenitora. Este presagio la llevó a aferrarse a su marido, con la esperanza de que él se convertiría en el hombre de sus sueños.
Luis Alberto Fonseca Camargo nació en la bella e histórica ciudad de Sogamoso, en el Departamento de Boyacá (Colombia). Desde cuando conoció a Blanca María Navarrete se sintió cautivado por su dulzura, su nobleza, señorío e inteligencia. Este retrato, captado en los Cerros Orientales de Bogotá, cerca al lugar donde nacieron y se criaron la joven y sus seis hermanas y hermanos, constituye uno de los momentos más bellos del amor de la pareja, cuando los suspiros y las miradas de ternura hacían prever una larga unión matrimonial, bendecida por la Iglesia Católica. Luis y Blanca tuvieron 59 años de vida marital. (Centro de Documentación Navarrete).
Joven, bella, inteligente y de sólidos valores morales por la educación religiosa que había recibido durante su niñez en el “Colegio Americano”, Blanca María Navarrete Gómez tenía un futuro brillante a los 25 años, en 1939. Sin embargo, su padre Juan Nepomuceno había fallecido en 1925 y su madre, Magdalena Gómez, permanecía sola y con 6 hijos a cargo, por lo cual no pudo darle más educación. Blanca se casó y tuvo diez hijos con Luis Alberto Fonseca. A partir de ese momento la pobreza acabó con sus ilusiones para siempre, por las enormes dificultades económicas que representaba sostener una familia numerosa con un bajo salario por parte de él y la pesada carga que significaba para ella atender una familia de once personas sin derecho a descanso alguno los siete días de la semana, tanto de día, como de noche. Hoy, al recordarla con ternura y comprender semejante esfuerzo y sacrificio femenino, agradecemos al Señor, quien la tiene a su lado en una dimensión donde su espíritu recibe el descanso y el cariño que a su cuerpo le faltó en vida. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
En 1955, durante la celebración de la Navidad en la residencia del abogado Jesús Fonseca, funcionario de la Federación Nacional de Cafeteros, fue captada una de las fotografías más emotivas para las Familias Fonseca-Cuervo y Fonseca-Navarrete: Arquímedes Benjamín Fonseca Camargo (recostado contra una pared), implora una mirada de amor por parte de su esposa Alejandrina Cuervo Benavides, mientras Gilma Beatriz Fonseca Navarrete sonríe con coquetería al escuchar las propuestas de amor del joven que la pretendía en esa época: Álvaro Plazas.
En el centro de la gráfica, Luis Alberto Fonseca Camargo no se pierde un detalle de las promesas que Álvaro Plazas le hace a su hija mayor, mientras Blanca María Navarrete Gómez demuestra el placer que le produce sentir el cálido brazo de su esposo sobre su hombro derecho. Al mismo tiempo, ajeno a las demostraciones de cariño de los adultos, el niño Gustavo Fonseca Navarrete, de 8 años, se aferra amorosamente al brazo de su madre. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Con sus hijos ya grandes y valiéndose por sí mismos, Blanca María Navarrete aprovechaba cualquier oportunidad para acompañar a su hija mayor Gilma Beatriz Fonseca a hacer diligencias en el centro de Bogotá. Por el camino dialogaban alegremente y hacían chistes sobre aspectos diarios de la vida familiar. Miradas… sonrisas y momentos inolvidables que quedaron para la eternidad. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Ante el mundo, Blanca María Navarrete le sonreía a la vida para olvidar sus problemas familiares. Aprovechaba instantes de sublime ternura como el de esta fotografía, cuando tomaba un rato de sus numerosos quehaceres para acompañar a los hijos que amaba con todo el ímpetu de su corazón, en este caso Alberto y Gustavo, a hacer trámites para conseguirles un cupo en un colegio. Hoy, al contemplar su imagen con los ojos del alma, evocamos su bello rostro, su elegancia, su peinado y el donaire que siempre la caracterizó. Una mujer frágil pero valerosa, amable, dulce y siempre luchadora por el bienestar de su hogar. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Así han sido siempre todas las madres. Por eso merecen que las amemos no solo hoy, sino todos los días del año; que las respetemos y aprovechemos que están vivas y siguen junto a nosotros, para brindarles ternura y cariño. Por Dios, seamos hombres de verdad: nunca maltratemos a una mujer, ni siquiera con el pétalo de una rosa. Recordemos que ellas son un verdadero tesoro para sus maridos, sus compañeros sentimentales, sus hijas e hijos, sus nietas y nietos.
Si algunas personas creen que mi posición frente a la violencia del hombre contra la mujer surge hoy de repente y se debe al fervor con el cual trato el Día de la Madre, les recomiendo abrir en esta Página Web la Pestaña Libros y deslizar la pantalla hasta donde dice “Bodas de Oro Navarrete – Andrade”. Al dar clic en ese ícono esperan unos segundos y les aparece el libro “Homenaje a una Esposa”, que, en la práctica, es un homenaje a todas las mujeres del mundo y un llamado a los hombres para que amen, respeten y adoren a sus esposas, a sus compañeras sentimentales, a sus hijas e hijos. El libro ha sido distribuido desde 2015 en Australia, Canadá, Colombia y España, con motivo de mis 50 años de matrimonio con ese maravilloso ángel de bendiciones que ha sido siempre Isabel Andrade Beltrán.
En la vida hay momentos de tan profundo valor sentimental, que al recordarlos es inevitable sentir una ternura y un afecto indescriptibles. Esto es lo que produce el instante captado por un fotógrafo callejero en la carrera séptima con calle catorce de Bogotá, al lado de la Iglesia de San Francisco, cuando Blanca María Navarrete regresaba con sus hijas e hijos después de que le habían festejado sus 52 años de vida, el 6 de Abril de 1966.
Fue un bello momento de amor filial que durará para siempre. Así lo demuestra la felicidad que alegra los rostros de Blanca María y sus hijas e hijos: Gilma Beatriz, de 28 años; los gemelos Alberto (a la izquierda) y Gustavo (a la derecha), de 19 años y Rosalba, de 13. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Rosalba Fonseca Navarrete, la bella joven que sentía inmensa alegría al saber que sería acompañada por su mamita cuando debía hacer trámites de estudio o trabajo en el centro de Bogotá, jamás olvidó momentos como este, cuando caminaba del brazo de Blanca María escuchando sus consejos sabios y sus reflexiones sobre la vida. Hoy, cuando ella también ha alcanzado el nivel de madre y abuela, evoca con ternura el recuerdo de quien la orientó en su juventud y compartió los éxitos profesionales de quien años después se desempeñaría como abogada en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), la institución creada en 1957 por el Gobierno de Colombia con participación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los empresarios y los sindicatos. En 66 años la entidad le ha entregado al mundo millares de técnicos altamente calificados. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Una de las nietas de Blanca María, la joven Dina Heidy Ahmad Fonseca, cumplió 32 años de trabajo en el SENA el 24 de Septiembre de 2022 y en la actualidad lidera un equipo de profesionales, mientras su hijo Daniel, Tecnólogo de la misma entidad, se gradúa de Ingeniero de Sistemas en Junio de 2023, en el Politécnico Grancolombiano. El padre del joven, Hernán Villa, también se ha destacado como Instructor de Sistemas en el SENA.
Para una madre momentos como el que registró esta foto casual son inolvidables, por el amor que emana de sus hijas y nietos hacia ella. De izquierda a derecha aparecen Magdalena Fonseca Navarrete, Blanca María Navarrete Gómez, Rosalba Fonseca y su hijo Giovanni Alexander Ávila, de 5 años y Gilma Beatriz Fonseca con su hija Dina Heidy Ahmad, de 8 años de edad. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
En 1970, durante la inauguración del apartamento que el Comité Interamericano de la Alianza para el Progreso (CIAP), le adjudicó a Isabel Andrade Beltrán y Germán Navarrete a través del Instituto de Crédito Territorial (ICT), en la Supermanzana 2 de Ciudad Kennedy, en desarrollo de un “Plan de Viviendas para Periodistas”, aparecen de izquierda a derecha María del Carmen Navarrete Gómez alzando al niño Alfredito Fonseca Sierra; Gilma Beatriz Fonseca con sus sobrinos Fabián Fonseca, Germán Darío Navarrete y René Fonseca Sierra, mientras al fondo observan la escena Blanca María Navarrete Gómez y su hijo Ricardo Fonseca, el menor de la familia, nacido el 10 de Diciembre de 1955. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
“Hijo, perdóneme”: Luis Alberto Fonseca
En el sepelio de Blanca María Navarrete Gómez, el mejor amigo de Luis Alberto Fonseca Camargo, Álvaro Plazas, llevó a un lado de la tumba a Alberto Fonseca Navarrete -–el tercero de los diez hijos e hijas–, para hacerle el siguiente comentario, según el relato que el joven hizo al autor de esta Página Web el Jueves 12 de Abril de 2012:
“Alberto… su mamá fue una verdadera santa… usted no sabe la tragedia que fue la vida de su mamá junto a su papá… ella sufrió mucho… usted no se imagina cuánto”.
En ese momento, mientras los enterradores del cementerio echaban paladas de arena encima del féretro de Blanca María, Álvaro Plazas no pudo contener su tristeza y lloró amargamente delante del hijo que perdía a su madre.
“Pero mire que mi papá se arrepintió faltando una semana para morirse”, le respondió Alberto y explicó:
“Ocho días antes de su muerte, cuando fui a visitarlo, mi papá me dijo: “Mijo… perdóneme… yo soy un campesino que nunca tuvo formación de nada… a mí nadie me enseñó a ser padre… yo cometí muchos errores y ahora me arrepiento… por favor perdóneme… “.
“Yo le dije que no se preocupara… que el pasado había quedado atrás y que eso había ocurrido hacía mucho tiempo… que tranquilo… Entonces él, que nunca me había dado ni siquiera un abrazo, me dio un beso muy fuerte. Hoy creo que esa fue su despedida porque ocho días después se murió”.
Luis Alberto Fonseca Camargo falleció el 16 de Septiembre de 1997, a la edad de 81 años. Blanca María Navarrete Gómez, por su parte, dejó de existir el 25 de Octubre de 2006 a la edad de 92 años. En la sociedad colombiana, con algunas excepciones, es normal que los hombres fallezcan primero y sus esposas prolonguen sus existencias por varios años más. Aquí aporto algunos nombres a manera de evidencia: Mi abuelo Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez, mi padre Luis Antonio Santana Cano, mi tío Luis Alberto Fonseca Camargo y mis primos Alfredo Fonseca Navarrete, Gustavo Fonseca Navarrete, Álvaro Ramírez Navarrete y Rafael Ramírez Navarrete, además del pintor vallecaucano Javier Álvarez Lozada, padre de Andrea del Pilar Álvarez Higuera, la Médica General y Psiquiatra de la Familia, residente en Canadá.
Durante los 59 años que duró la unión marital de Luis Alberto Fonseca y Blanca María Navarrete, ella conservó siempre la alegría que su rostro reflejaba en la foto que le tomé dentro del automóvil, el 3 de Febrero de 1990, cuando las hijas e hijos le celebraron a la pareja sus Bodas de Oro, en la Iglesia del Barrio Tunjuelito, al Sur de Bogotá. Al acto social asistieron cerca de cien familiares, entre adultos y menores de edad. Hoy seguimos recordando los rostros, las miradas, las sonrisas, las voces, las expresiones de cariño y amor filial de Blanca María y Luis Alberto, como si continuaran junto a nosotros. Siempre los hemos llevado en el corazón y nunca los olvidaremos. Algunos de quienes los acompañamos en vida nos reuniremos nuevamente con ellos en el Cielo. El Señor dirá cuándo y cómo.
Paz en sus tumbas.