2 siglos de guerra en Colombia
Hace cien años Colombia tenía 5´855.077 habitantes, según el censo realizado en esa época. De ellos, se calcula que aproximadamente 85 por ciento eran campesinos dedicados a la agricultura, que vivían en condiciones de explotación, sin derecho a convertirse en propietarios de la tierra que laboraban en jornadas agotadoras, que se prolongaban entre 10 y 12 horas diarias agachados en los campos sembrando semillas o recogiendo las cosechas, día tras día, mes tras mes, año tras año y así indefinidamente sin posibilidad de progreso. Las ciudades, como las conocemos hoy, no habían comenzado a desarrollarse. Bogotá, por ejemplo, solo tenía 285.000 habitantes que vivían en condiciones muy precarias de higiene y salud, sin acueductos y con una red inadecuada de alcantarillas a través de las cuales evacuar las heces que corrían sin control por las calles.
Al mismo tiempo, el país era uno de los más atrasados y aislados del continente, en comparación con otros de América Latina, por las guerras internas que se produjeron después de la Independencia de España en 1819 (1), debido a enfrentamientos regionales que en algunos casos fueron de carácter político y en otros de índole religiosa y se prolongaron hasta 1903, cuando concluyó la “Guerra de los Mil Días”. (1) La ilustración que acompaña este artículo fue publicada por la revista Semana al celebrarse 200 años de Independencia).
Rafael Núñez, quien fue Presidente de Colombia en 3 oportunidades, explicó el origen de esas situaciones, así: La guerra de 1830 dejó 2.200 muertos; la de 1840, 3.400 muertos; la de 1854, 5.700 muertos; la de 1860-63, 8.000 muertos; la de 1876-77, 10.000 muertos y la de 1885, 3.000 muertos, para un total de 32.300 muertos, 10.370 heridos y riqueza destruida por un valor de 72 millones de pesos. (2) Las pérdidas aumentaron considerablemente durante la “Guerra de los Mil Días”, que comenzó el 17 de Octubre de 1899 y terminó el 21 de Noviembre de 1902, dejando más de cien mil muertos, el empobrecimiento de la nación y la pérdida de Panamá. (2) (Fuente: Rafael Pardo en “La historia de las guerras”).
Como consecuencia de esta situación, según el Banco de la República, Colombia tenía poca inversión extranjera, la infraestructura de carreteras era precaria (ni siquiera se conocía la palabra “autopista”) y las exportaciones eran casi inexistentes. Para colmo, el 48 por ciento de la población era analfabeta, es decir, no sabía leer, ni escribir.
En esas condiciones, las campesinas ignorantes creían a ciencia cierta la afirmación que decía “creced y multiplicados… cada hijo viene con un pan bajo el brazo”, y nunca se quejaron por el hecho de que les fueran engendrados 6, 8 o 10 hijos a cada una, por lo cual cada año eran más pobres, mientras los hombres trabajaban muy duro para mantener sus numerosas familias y desahogaban sus penas bebiendo chicha y cerveza.
Esta introducción histórica es necesaria para poder entender cómo los conflictos armados que han azotado a Colombia durante dos siglos, desde la Guerra de Independencia en 1819, influyeron negativamente en el desarrollo económico y social de las Familias Fonseca – Navarrete y, como consecuencia, no solo cambiaron el destino de las mujeres y los hombres que las formaron inicialmente, sino que retrasaron durante mucho tiempo el progreso de sus descendientes.
Histórica composición gráfica de 1917 en Sogamoso (Boyacá), (Colombia), que muestra a los personajes que dieron origen a la Familia Fonseca – Camargo. A la derecha el Sargento de la Policía Jesús Fonseca Amézquita y en el extremo izquierdo la campesina Rita Camargo Galán, quien aparece en compañía de una hermana del policía, Rita Fonseca Amézquita, esposa del campesino José del Carmen Plazas y quien sostiene en sus brazos a su hijo Álvaro Plazas Fonseca. En esta época ya habían nacido los 3 hijos varones de Jesús y Rita: Lisandro en 1907, Benjamín en 1913 y Luis Alberto en 1916, quienes no estaban con la madre el día en el cual fue captada esta escena. (Foto: Blanca María Navarrete. Cortesía de Beatriz Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).
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Al estallar la “Guerra de los Mil Días”, Jesús Fonseca fue ascendido a Sargento en las filas de la Policía Nacional de Colombia, por el valor, coraje y eficiencia que mostraba en las “Zonas Rojas” donde le correspondía atender situaciones de orden público durante los enfrentamientos entre liberales y conservadores, tanto en su natal Departamento de Boyacá, como en regiones alejadas de Casanare, Santander y Arauca. Sus padres, Juan Fonseca y Filomena Amézquita, estaban orgullosos de la forma como Jesús superaba las expectativas de sus superiores. Y había una explicación: El muchacho había sido bautizado con el nombre de Jesús, en homenaje al abuelo paterno que había combatido al lado de Simón Bolívar, durante las batallas por la Independencia de Colombia, en 1819. Por eso, Jesús llevaba en su sangre el espíritu combativo y el don de mando.
Sin embargo, la intensidad de los combates en los cuales se vio obligado a participar, el hecho de ver morir a su lado a compañeros policías, el dolor de atender a heridos a quienes era necesario amputarles brazos o piernas porque para curar sus heridas no se contaba con medicamentos adecuados en esa época en los frentes de guerra, además de la obligatoria necesidad de ser estricto en las órdenes que tenía que dar –así le parecieran demasiado duras para con su personal–, convirtieron a Jesús Fonseca Amézquita en un hombre de carácter recio, de apariencia imponente y mentalidad psicorrígida, por lo cual cuando tomaba una decisión no se echaba para atrás de ninguna manera, así estuviera equivocado. Esta fue la definición que hicieron, por separado, Benjamín, Luis Alberto Fonseca y la tía Blanca Navarrete, durante las reuniones en las cuales siempre traté de averiguar el porqué de las situaciones que se vivían en el hogar de la familia en “La Perseverancia”.
Y fue precisamente esa mentalidad paradigmática, cerrada, la que le impidió a Jesús Fonseca Amézquita hablar con su hijo Luís Alberto y descubrir el mundo maravilloso al cual había entrado el joven en 1935 y en el que era admirado por su inteligencia: el mundo de los Jesuítas.
Se trataba de la Compañía de Jesús, que entró a Colombia por Cartagena en 1604 con la misión de educar a los indígenas y evangelizarlos en la fe católica. Uno de los jesuitas más conocidos a nivel mundial fue San Pedro Claver, quien desde la edad de 35 años dedicó su vida entera a mitigar el dolor de los esclavos que eran transportados durante 50 días en bodegas de buques, desde África hasta el puerto de Cartagena, en condiciones infrahumanas, como ganado y sin importar que durante la travesía muriera “la mitad de la carga”, como decían los negreros de hace más de 400 años. Los esclavos llegaban al puerto pensando que los iban a asesinar y se los iban a comer los blancos, por lo cual inicialmente desconfiaban de los jesuitas y solo calmaban su angustia cuando San Pedro Claver les curaba sus heridas físicas y les devolvía su dignidad humana, al tratarlos como personas y no como objetos de venta. Los negreros, por su parte, siempre rechazaron la labor de los jesuitas porque a ellos únicamente les importaba la venta de los esclavos, estuvieran sanos o enfermos.
Colegio Mayor de San Bartolomé fundado por la Compañía de Jesús en Colombia hace 419 años. En este plantel se originó la Pontificia Universidad Javeriana y en 1938 el joven Luís Alberto Fonseca Camargo, de 22 años, acompañaba como acólito a los padres jesuitas cuando oficiaban la Santa Misa. (Foto de la Federación Latinoamericana de Colegios Jesuitas).
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En 1604 los jesuitas llegaron a la capital de la Nueva Granada –actual Bogotá— y el 27 de Septiembre crearon el “Colegio de la Compañía de Jesús en Santafe”, que hoy se denomina “Colegio Mayor de San Bartolomé”, ubicado en el costado Sur Oriental de la Plaza de Bolívar, frente al Capitolio Nacional donde funciona el Congreso y contiguo a la Iglesia de San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús. Las tres edificaciones están ubicadas en pleno centro de la capital de Colombia y hacen parte de los recorridos de turistas nacionales e internacionales que visitan la ciudad.
Desde hace mucho tiempo, recorrer el interior del “Colegio Mayor de San Bartolomé” y observar el impresionante mural donde quedaron plasmadas las imágenes de los principales protagonistas de la Historia de Colombia: Simón Bolívar, Antonio Nariño, Francisco De Paula Santander, etc, es adentrarse en el mundo que construyeron los jesuitas durante 400 años: evangelizar a una nación; sentar las bases de una educación superior al crear la Academia que forjaría a los hombres y mujeres líderes de Colombia y crear también la Pontificia Universidad Javeriana, de donde han egresado Presidentes, Ministros e importantes ejecutivos de grandes empresas nacionales e internacionales.
Lo anterior sin analizar la trascendencia del gigantesco esfuerzo hecho por los jesuitas al atravesar hace cuatro siglos la inmensidad de los llanos de Arauca, Boyacá y Casanare, por entre ríos caudalosos, enfrentando animales salvajes y transitando trochas por donde solo se podía cruzar a pie, o a lomo de mula durante el día, porque los habitantes de las regiones ni siquiera conocían la energía eléctrica. De esta manera, venciendo enormes dificultades, los misioneros jesuitas cumplieron una misión educativa que contribuyó al progreso de zonas del país que no recibían ninguna clase de atención del lejano poder central de la Nueva Granada. A lo largo de los siguientes trescientos años, los Jesuitas se dedicaron a formar estudiantes de primaria y secundaria con elevados estándares de calidad académica y profesionales universitarios de excelencia.
Los Fonseca pierden una oportunidad de oro: estudio gratis en el Colegio San Bartolomé
Durante los siglos XIX y XX, se hizo costumbre en Boyacá dar más importancia a la formación educativa de los hijos varones, que a la de las mujeres. A eso se debe que las hijas del Sargento Jesús Fonseca Amézquita: Lucila, Angélica e Hilda, no tuvieron mayor figuración en la historia familiar, que aparecer en una que otra foto al lado de sus hermanos. Pero Fonseca tampoco concedió importancia a la educación de sus hijos Lisandro, Benjamín y Luís Alberto, porque una vez se retiró de la Policía Nacional, utilizó la fortuna que había logrado acumular, para dedicarse a la compra de tierras en Bogotá y cuando los tres muchachos se rebelaron contra él por golpear a la madre, Rita, su mentalidad psicorrígida lo llevó a concentrarse exclusivamente en sus negocios, sin jamás interesarse por hacer esfuerzo alguno para que ellos pudieran estudiar Bachillerato y mucho menos Universidad.
Si en 1938, cuando Luís Alberto Fonseca acompañaba como acólito a los Jesuitas a oficiar la Santa Misa en el “Colegio Mayor de San Bartolomé”, Jesús hubiera tenido algún grado de curiosidad por saber qué era la Compañía de Jesús, cuál era su aporte a la educación del país y qué clase de jóvenes salían formados del plantel que regentaba la comunidad jesuita, habría podido reflexionar por un momento sobre el excelente futuro que hubieran tenido los tres varones, porque él perfectamente habría podido matricularlos a todos utilizando su fortuna. Pero jamás se le ocurrió. Y para colmo, en 1951, cuando el Presidente Laureano Gómez Castro hizo un acuerdo con la Comunidad de los Jesuitas, en virtud del cual se les ofrecieron cupos gratuitos a jóvenes de escasos recursos, dejó pasar una oportunidad de oro para Lisandro, Benjamín y Luís Alberto y jamás se interesó por averiguar de qué se trataba.
Jesús Fonseca debería haber sido el más interesado en conocer el aporte de la Compañía de Jesús al país, precisamente porque como su abuelo luchó en las filas de Simón Bolívar en 1819 por la independencia de Colombia, habría descubierto que muchos de los alumnos y exalumnos del Colegio de San Bartolomé –en cuya nueva sede trabajaba su hijo Luís Alberto–, desempeñaron una función importante en ese proceso emancipador.
Al no poder beneficiarse de los cupos gratuitos que ofrecieron el gobierno y los jesuitas, Lisandro, Benjamín y Luís Alberto Fonseca perdieron la oportunidad de aprender profesiones altamente calificadas y, además, entrar en contacto con los jóvenes que estudiaban en el “Colegio de San Bartolomé La Merced”, quienes posteriormente los habrían ayudado a conseguir empleos con los cuales mejorar su calidad de vida. Esto debido a que los egresados del plantel siempre han sido aceptados en algunas de las Universidades más prestigiosas de Colombia y el exterior. El siguiente mosaico, en el cual aparecen algunos de los personajes egresados del San Bartolomé, es prueba de ese resultado académico:
Crédito de las fotos: Luís Carlos Sarmiento Angulo (Revista Suples), Augusto Ramírez Ocampo (El Heraldo), Guillermo Fernández De Soto (El Tiempo), Enrique Luque Carulla (Revista Semana), Aníbal Fernández De Soto (El Tiempo), Julio Sánchez Cristo (Pluralidad Z), Juan Camilo Restrepo (El Frente) y Héctor Osuna (El Espectador).
Por azares del destino, lo que no pudieron hacer los hermanos Fonseca en 1951 (entrar a la Comunidad de los Jesuitas), lo logré yo veinte años después, desde 1971 hasta 1984. Primero porque en mi condición de Jefe de la Sección Bogotá del periódico EL ESPECTADOR, tuve el honor de conocer y tratar personalmente al Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Javeriana, el famoso Padre Gabriel Giraldo, a quien rendí un homenaje de reconocimiento a su aporte como Sacerdote Jesuita en la formación del Presidente Misael Pastrana Borrero, del Alcalde Mayor de Bogotá, Aníbal Fernández De Soto y de numerosos egresados javerianos que posteriormente ocuparon altos cargos en el Gobierno Nacional. Con el famoso caricaturista Héctor Osuna compartimos espacio de trabajo en la redacción de EL ESPECTADOR, al lado de Don Guillermo Cano Isaza, Director del periódico.
Posteriormente, como periodista del diario EL TIEMPO tuve la oportunidad de contar con la participación del Presidente Pastrana en dos de mis campañas sociales, mientras con el Alcalde Fernández De Soto recorrí numerosos barrios de la capital del país y asistí a los debates que le hizo el Senador Jorge Valencia Jaramillo durante la presentación al Congreso de la República, del llamado “Programa Integrado de Desarrollo Urbano de la Zona Oriental de Bogotá (PIDUZOB)”, que tenía como eje central unir tramos inconclusos de vías hasta hacer realidad la “Avenida de los Cerros”, que hoy se conoce como “Avenida Circunvalar” y es la que utilizan los Presidentes, Ministros y altos dignatarios del Estado cuando necesitan trasladarse rápidamente de la “Casa de Nariño” al extremo Norte de la capital del país, cruzando por el barrio “La Perseverancia”, donde comenzó la historia de las Familias Fonseca – Navarrete.
El Alcalde de Bogotá entre 1982 y 1984, Augusto Ramírez Ocampo, por su parte, aceptó participar en mis actividades como dirigente cívico del Occidente de Bogotá, cuando desarrollé una intensa actividad popular con el respaldo de 25.000 habitantes del Occidente de Bogotá, para promover la creación de la Universidad del Sur, la construcción del Hospital de Ciudad Kennedy y otros objetivos sociales que beneficiaban a 2 millones de personas. En esta campaña tuve el apoyo del entonces Presidente de la República, Julio César Turbay Ayala.
En segundo lugar, porque en los años 70 del Siglo XX tuve también el honor de trabajar con el Vicepresidente de la organización OLCSAL, Enrique Santamaría, para promover las urbanizaciones “Villa Adriana”, “Villa Sonia”, “Villa Luz”, “Villa Claudia”, construidas por el Ingeniero Luís Carlos Sarmiento Angulo, como quedó registrado en las páginas de la Sección Bogotá, del diario EL ESPECTADOR. La relación con el Dr. Sarmiento continuó a través de los años y más recientemente, con motivo del asesinato de 22 estudiantes de la “Escuela de Cadetes General Santander”, tuve la oportunidad de contar con su apoyo para rendir un homenaje póstumo a los jóvenes sacrificados por el ELN, mediante un aviso publicado en el Diario EL TIEMPO el Domingo 16 de Enero de 2022. La historia de los 22 estudiantes, que contiene un mensaje de aliento a las madres y los padres de los mártires, se puede leer en esta Página Web, donde permanecerá para que sus vidas siempre sean recordadas.
Por fortuna y gracias a Dios, cien años después los nietos del Patriarca de los Fonseca, Jesús Fonseca Amézquita, cambiaron totalmente de mentalidad como resultado de los avances educativos y tecnológicos del mundo y lograron terminar la educación primaria y secundaria, algunos la Universidad e, inclusive, hacer el Master en diferentes Carreras dentro y fuera de Colombia. Esto se comprueba al revisar la lista de 37 nombres de descendientes de la dinastía Fonseca – Camargo, que es enriquecida ahora con los siguientes cinco profesionales:
Los cinco jóvenes cuyos rostros apreciamos aquí, hacen parte de la generación de biznietas y biznietos del Sargento de la Policía Nacional en Boyacá, Jesús Fonseca Amézquita, nacido en Sogamoso en el Siglo XIX y muerto en Bogotá en el Siglo XX. Los cinco representan lo mejor de la quinta generación de la Familia Fonseca y su elevado nivel de educación es el resultado del esfuerzo conjunto de sus padres, así:
- Natalie Fonseca Rodríguez. Se desempeña como Profesional en Mercadeo. Es egresada del Politécnico Grancolombiano y se distingue por ser la madre de un niño muy inteligente, de nombre Matías. Es hija de Ricardo Fonseca Navarrete y Martha Stella Rodríguez;
- Laura Daniela Muñoz Fonseca. Trabaja como Ingeniera Industrial del Campus Nueva Granada. Es egresada de la Universidad de Cundinamarca y se destaca como artista, excelente pintora, realizadora de dinámicos videos y amante de las matemáticas con el seudónimo de “Daesser”. Es hija del Oficial de la Policía Nacional, Duvián Alexis Muñoz Sierra y Jennifer Fonseca Castillo;
- Daniel Villa Ahmad, Es Tecnólogo del SENA y se graduará de Ingeniero de Sistemas en la Universidad Politécnico Grancolombiano en Junio de 2023. Es hijo de Hernán Villa y Dina Heidy Ahmad Fonseca;
- Laura Carolina Fonseca Ávila. Se desempeña como Profesional en Marketing y Negocios Internacionales. Es egresada de la Universidad Sergio Arboleda, y
- René Fonseca Ávila, quien está próximo a graduarse de Economista en la Universidad Nacional de Colombia. Los dos últimos son hijos de René Fonseca Sierra y Martha Brigette Ávila Guzmán. A los cinco, les enviamos sinceras felicitaciones por su progreso y les auguramos el mayor de los éxitos en sus Carreras.
Próxima entrega:
Luís Alberto Fonseca Camargo interpretó lo mejor de la música colombiana en el Siglo XX y fue un trabajador clave en la construcción de varios de los puentes más grandes de Colombia sobre el Río Magdalena. Ingenieros de Alemania reconocieron públicamente que, en algunos aspectos técnicos de los puentes, Fonseca sabía más que ellos.