Antonio Corredor

El tesoro oculto de un sacerdote en Colombia durante 43 años

Durante diez años, el autor de esta Biografía realizó múltiples gestiones en diversos lugares para establecer cómo fue posible que Antonio Corredor Camargo, un niño traumatizado por la “Guerra de los Mil Días” en 1902, reapareciera en 1917 construyendo edificios e iglesias de estilo neogótico en Colombia (Suramérica), sin que antes hubiera adelantado estudios de arquitectura o ingeniería. Esa búsqueda incansable tuvo un giro inesperado y apasionante al ser encontrado, en la Semana Santa de 2023, un tesoro que había permanecido oculto en el fondo de un archivo abandonado durante 43 años y que estuvo a punto de desaparecer para siempre en una caneca de basura.

El tesoro escondido es un documento titulado “Breve reseña histórica de la Familia Corredor Bello”, escrita por el Padre Alfonso Corredor, hijo mayor del constructor de iglesias católicas. La terminación de la reseña fue interrumpida temporalmente por el dolor que le produjo al sacerdote la muerte de su anciana madre, Ana Rosa Bello Sierra, quien aparece en la fotografía recibiendo un cariñoso saludo en el hombro por parte de su hijo, pocos días antes de fallecer el 31 de Mayo de 1980, en el Municipio de Sibaté (Cundinamarca), Colombia, donde el religioso ejercía como Párroco.

Gracias a la reseña biográfica que el Padre Alfonso le dejó como herencia a su familia antes de morir, ahora salen a la luz pública las fechas exactas y varias circunstancias desconocidas de la familia Corredor – Camargo.

10 años tras los orígenes de Antonio Corredor

En 2013, el abogado Arturo Corredor Bello narró la historia de su padre, Antonio Corredor Camargo, raptado de su hogar en el Municipio de Une (Departamento de Cundinamarca) en 1899, para obligarlo a combatir en la “Guerra de los Mil Días” y quien dieciséis años después comenzó a construir iglesias. Para entender cómo había logrado semejante proeza, utilicé los viajes familiares por diferentes lugares de Colombia en busca de pistas y aun cuando encontré algunas, ninguna respondía a dos interrogantes: Si no recibió educación universitaria ¿Cómo hizo para entender complejos planos de arquitectura?… y ¿Cómo y dónde adquirió Antonio bases técnicas para construir edificios e iglesias que hoy son calificadas de “Obras de Arte”, por expertos en arquitectura e ingeniería?.

Las respuestas a esos interrogantes las escribió hace cerca de medio siglo el Padre Alfonso Corredor Bello, pero nadie se interesó en ellas, hasta cuando el abogado Rodrigo Corredor Silva comenzó a leer la Biografía de su abuelo, publicada en esta Página Web y con paciencia dedicó varios días a buscar toda clase de papeles y fotografías entre los archivos abandonados de su papá, llamado familiarmente “Arturito”, quien se aproxima a cumplir un siglo de existencia porque el 27 de Mayo de 2023 cumple 97 años.

Según el Padre Alfonso, todo comenzó en Bogotá (Colombia), el 24 de Mayo de 1884, cuando en el hogar de Crisanto Corredor y Eusebia Camargo Sierra, nació un niño a quien le pusieron los nombres de Marco Antonio Isidro Corredor Camargo. Los primeros años de infancia los pasó en el barrio “Belén”, donde había nacido y con frecuencia era llevado al Municipio de Une, donde vivía el resto de la familia. No alcanzó a conocer a su padre, porque Crisanto murió en esa época. Antes de la adolescencia alguien lo llevó al Departamento del Tolima, donde el niño afrontó condiciones difíciles y lo regresaron a Bogotá.

A los 15 años, cuando acompañaba a su madre y parientes en el Municipio de Une (Cundinamarca), fue separado violentamente de su hogar por las guerrillas liberales que combatían a las guerrillas conservadoras y obligado a participar en el conflicto armado durante 3 años, tema que fue ampliamente explicado en el artículo “Antonio Corredor, de la guerra a la construcción de iglesias”, con el cual comenzó su Biografía en esta Página Web.

Cómo llevaron a la guerra a miles de niños

Doña Eusebia Camargo Sierra, quien aparece con su nieto Alfonso en 1922, cuando el niño estudiaba en la escuela del Municipio de Une, decía que al ver al pequeño le parecía estar viendo a su hijo Marco Antonio Isidro, por el gran parecido de ambos cuando tenían la misma edad. Al concentrarse en la mirada de la señora, vienen a la mente los angustiosos momentos que ella vivió en 1899, cuando le arrebataron al hijo para llevarlo a usar armas con las cuales debía matar a enemigos, o defenderse para sobrevivir. De esas experiencias dolorosas Marco Antonio regresó con un trauma que le borró para siempre la dulce ternura de niño y la alegría que tenía en su rostro a los quince años de edad, porque nunca volvió a sonreír.

Por su parte, el joven no pudo compartir con sus parientes, durante los tres años de guerra, los sufrimientos, las preocupaciones y las angustias que vivió día tras día, a pesar de que fue escogido para que sirviera como ayudante de un combatiente liberal de apellido Pereira, que se había autoimpuesto el título de “General”. Él influyó notablemente en la formación del carácter fuerte y la disciplina militar de Antonio.

Para que las generaciones de hoy comprendan cómo se practicaba el reclutamiento de niños, jóvenes y adultos en 1899, conviene recordar los métodos crueles de esa época:

  1. ) Jefes guerrilleros como Paulino Vidal, del Cauca, les preguntaban a los recién recogidos si querían hacer parte de sus filas, emprendiéndola a “planazos” (golpes dados con la hoja del machete), contra quienes se negaban a acompañarlos, castigo que solo suspendían cuando sus víctimas optaban por acompañarlos “voluntariamente” a la guerra;
  2. ) Mediante un sistema denominado “el servicio o la vida”, se advertía a los recogidos que, si no aceptaban ir a la guerra, debían pagar obligatoriamente sumas de dinero que eran calculadas por los mismos reclutadores. Obviamente las cantidades que resultaban eran imposibles de pagar, y
  3. ) “Encierros de plaza, o reclutamiento con lazo”. Estas modalidades las pusieron en práctica reclutadores del gobierno de la época, quienes llegaban sin avisar a los pueblos y formaban un cerco alrededor de las plazas de mercado en los días y horas de mayor afluencia de gentes y se tomaban como reclutas a los hombres que se necesitaban para ir a la guerra, que normalmente eran todos los presentes. Para evitar deserciones, era común que a los reclutados por la fuerza se les amarrara con lazos y se les llevara en fila hacia los cuarteles, como si fueran animales. (Fuente: “Guerra de los mil días: Reclutamientos, ascensos y deserciones. Carlos Eduardo Jaramillo 1932”.

Un niño cuyo destino fue construir templos

En 1902, cuando hacía pocas semanas había regresado de la guerra, ocurrió un hecho providencial que marcó el rumbo que debería tener la existencia del joven Marco Antonio durante el Siglo XX: se hizo amigo de cuatro Misioneros Montfortianos que estaban a cargo de la “Parroquia de Belén” desde su reciente llegada a Colombia: el Padre Jean Baptiste Arnaud, el Padre Maurice Diéres Momtplaisir, el Padre Joseph Seignard, y el Padre Dionisio Le Tendre.

Durante cinco años, los sacerdotes franceses influyeron de una manera decisiva en la mentalidad del joven Marco Antonio, transmitiéndole diariamente los conocimientos que le dieron las bases necesarias para triunfar en la vida. Fue en esa época cuando el Padre Arnaud (quien era médico, ingeniero y arquitecto), inició al joven en las disciplinas y técnicas de la construcción y la arquitectura. El religioso había terminado las tres Carreras profesionales en Francia antes de llegar a Colombia y le transmitió a Antonio todos sus conocimientos como arquitecto. Gracias a esta capacitación técnica el joven Corredor supo cómo dirigir con éxito la construcción de 20 templos católicos, edificios, colegios y casas curales, entre 1915 y 1950.

En 1907, tres de los religiosos fueron trasladados al interior de Colombia, cuando los “Territorios de Misión de la Intendencia Oriental y los Llanos de San Martín (Meta)”, fueron elevados a “Prefecturas Apostólicas” y entregados a la “Compañía de María”. A Arnaud y Momtplaisir se les confiaron importantes proyectos misionales en los Llanos Orientales, por lo cual se radicaron en Villavicencio, mientras Seignard fue enviado al Vaupés. (Fuentes: Padre Alfonso Corredor Bello y “Los trabajos de la Compañía de María en el Vaupés colombiano 1914 – 1949”).

Para comprender la capacitación técnica y profesional que Antonio Corredor Camargo recibió de los Misioneros Montfortianos, y por qué ellos administraban de manera autónoma parroquias en Bogotá y extensos territorios de los Departamentos de Cundinamarca y el Meta, además de regiones selváticas del Guaviare, el Putumayo y otros lugares de Colombia sin intervención, ni supervisión del Estado, es útil leer el artículo “Aporte de Antonio Corredor al culto al Señor Jesucristo”, que se encuentra en esta Página Web.

Una demostración de lo anterior se encuentra en el hecho de que en 1910 el Padre Dionisio Le Tendre, quien se había quedado en Bogotá para administrar la “Parroquia de Belén”, le informó al Arzobispo de Bogotá y Arzobispo Primado de Colombia, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, que el creciente número de feligreses católicos de la parroquia justificaba la conversión de “La Ermita de Belén”, en un verdadero templo católico. Monseñor Herrera concedió la máxima importancia a esa petición y, en un acto público que contó con la participación de los más altos funcionarios del gobierno de la época, bendijo la colocación de la primera piedra del templo solicitado, como lo muestra la gráfica. Al evento fueron invitados los 3 Misioneros Montfortianos que habían administrado la parroquia durante cinco años, en compañía del Padre Le Tendre.

En la fotografía anterior aparecen, de izquierda a derecha, el Ministro de Gobierno, Miguel Abadía Méndez; el Jefe de Policía de la ciudad; el Padre Jean Baptiste Arnaud, el Padre Maurice Diéres Momtplaisir, el Presidente Republicano, José Rafael Ramón Eufrasio De Jesús González Valencia; el Padre Joseph Seignard, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, el Gobernador de Cundinamarca, Bernardo Lugo, nombrado por el Presidente en remplazo de Daniel J. Reyes y el Padre Dionisio Le Tendre. (Foto de la Arquidiócesis de Bogotá en la “Parroquia de Nuestra Señora de Belén”).

La distancia entre Bogotá y los Llanos Orientales no fue obstáculo para que Marco Antonio continuara su formación profesional con los Padres Arnaud y Momtplaisir. Le bastaba con montar su caballo y viajar a Villavicencio, para reunirse con los Misioneros, colaborarles en todo lo que necesitaran y, al mismo tiempo, avanzar en sus estudios de arquitectura. En Bogotá, mientras tanto, comenzó a poner en práctica sus conocimientos de construcción, llegando a ofrecerse como voluntario sin sueldo en algunas obras, para perfeccionar su capacitación y dominio de materiales.

Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores

Templos católicos construidos por Antonio Corredor

Por ser el hijo mayor de la familia, al Padre Alfonso Corredor Bello le correspondió la tarea de acompañar desde la adolescencia a su padre Marco Antonio, durante las correrías por los municipios de los Departamentos del Meta y Cundinamarca para construir iglesias católicas como la capilla de “Nuestra Señora de los Dolores”, ubicada en el barrio “San Bernardo”, de Bogotá, que fue incendiada totalmente durante las protestas por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de Abril de 1948 y remplazada por el templo que se aprecia en la fotografía de la Arquidiócesis de la ciudad.

Por los conocimientos personales acumulados durante varios años y reflejados en el documento que escribió antes de morir, el Padre Alfonso representa un testigo excepcional, cuyas revelaciones permiten entender cómo el niño sobreviviente de la “Guerra de los Mil Días”, se convirtió en uno de los mejores “Maestros de Obra” de Colombia, en el breve lapso de quince años.

Cuarenta y tres años después de haber sido escrito, el relato del Padre Alfonso constituye un merecido homenaje póstumo a su padre, que reproducimos textualmente en esta Página Web para compartirlo con su familia y con el mundo católico:
“Durante varios años mi papá fue educado por el Padre Arnaud en las disciplinas y técnicas de la construcción y arquitectura, que lo capacitaron para dirigir y construir las siguientes obras: Templos de Villavicencio, Fosca y Une; de Nuestra Señora de los Dolores y la Porciúncula, en Bogotá; de Gachetá, Acacías, San Francisco y Manta. También intervino en los templos de Ubaque, Choachí, Gachalá, Claraval, Cumaral, Quetame, Cáqueza y otros. También en varios colegios y casas curales y en el Seminario Menor de Bogotá, hoy edificio del DAS”. (La historia actualizada de este edificio, acompañada de fotografías que permiten observar su imponente construcción, quedó detallada en el artículo “La Arquitectura religiosa de Antonio Corredor en Bogotá”, que se puede leer en esta Página Web).

 Iglesia de Cáqueza. Párroco Padre José Ismael Téllez

Antonio Corredor, condecorado por sus Obras de Arte

Los trabajos cumplidos por Antonio Corredor Camargo durante trece años por encargo del Párroco de Cáqueza, José Ismael Téllez, para reconstruir la iglesia de ese municipio, resultaron de tal calidad arquitectónica, que uno de los más importantes historiadores de la literatura colombiana, el Padre José Joaquín Ortega Torres, le dedicó a la obra un poema que quedó impreso en la parte posterior de las fotografías repartidas el 8 de Diciembre de 1936, cuando el templo fue consagrado a la Virgen María. La gráfica de esa época, tomada por Antonio Corredor, permite que la iglesia se vea imponente con la Cordillera como fondo, mientras el poema resalta su belleza religiosa:
“Domus Dei ante la Iglesia de Cáqueza (Al Sr. Dr. Dn. José Ismael Téllez) Se yergue mayestática, elegante; fue plasmada en soberbia arquitectura; símbolo del amor de un pueblo amante a la Madre de Dios y Virgen pura. De su cúspide el lábaro triunfante, iluminado por el sol fulgura. Y el dombo, en su belleza deslumbrante es un astro caído de la altura. Es la casa de Dios. Por eso en ella la mano del Señor dejó su huella. Por eso se alza hasta tocar las nubes. Y a la luz de las noches tropicales, semeja una de aquellas catedrales que en sus juegos fabrican los querubes. (Fdo.) J.J. Ortega T., Sacerdote Salesiano”.

Iglesia de Cáqueza (Foto de La Granja Tacuara)

La Basílica Menor “Inmaculada Concepción de Cáqueza” –cuya arquitectura se destaca en esta fotografía de “La Granja Tacuara”–, remplazó en 1936 al templo destruido por el terremoto del 31 de Agosto de 1917, que produjo el colapso de 300 viviendas en Bogotá (entre ellas 9 iglesias); además de causar 8 muertos al derrumbarse la antigua iglesia de Villavicencio, en el Departamento del Meta. En la actualidad los templos de Villavicencio y Cáqueza (reconstruidos por Antonio Corredor Camargo), constituyen lugares de culto religioso preferidos por millares de feligreses católicos que se congregan cada semana durante la Santa Misa, para agradecer al Señor Jesucristo y a la Virgen María las bendiciones recibidas y orar por la paz de Colombia.

Iglesia de Cumaral (Blog de Germán Vallejo) Hoy se llama Parroquia San Roque

La fotografía del blog de Germán Vallejo, muestra la fachada de la iglesia de Cumaral, cuya construcción fue dirigida por Marco Antonio Corredor Camargo en los años 30 del Siglo XX y remodelada en la actualidad con el nombre de “Parroquia San Roque”. Al respecto, el Padre Alfonso Corredor se refirió de la siguiente manera a las construcciones dirigidas por su padre:
“Estas obras conservan su memoria y algunas de ellas, como los templos de Manta, Acacías o Gachetá, son obras de arte que le merecieron medallas y condecoraciones y que pregonan su alta capacidad en el arte arquitectónico. Fue un gran amigo de los sacerdotes y la mayor parte de su vida estuvo vinculado con ellos en sus diversas actividades. Era ante todo un hombre honorable y cumplidor de su deber y dedicado del todo al trabajo”.

Próxima entrega:
Angustia en el Cielo, por violencia
contra niñas y mujeres en Colombia

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