Magdalena Gómez Garzón fue una mujer extraordinaria que nació en Nemocón (Departamento de Cundinamarca) (Colombia), a finales del Siglo XIX y vivió en Bogotá en los comienzos del Siglo XX. Se le considera “Heroína Anónima” porque gracias a su tenacidad superó la pobreza absoluta en la que vivió entre 1903 y 1920 con su esposo, Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez, en la humilde vivienda que se aprecia en la parte superior izquierda de la gráfica, ubicada sobre el borde del “Barranco del Aguilucho”, en los Cerros Orientales de Bogotá y en un lugar denominado “Paseo Bolívar”, donde no había electricidad, agua potable, ni alcantarillado.
Allí, en un ambiente húmedo y en medio de gentes peligrosas y de grandes problemas, Magdalena trabajó incansablemente al lado de un marido medio sordo e incapacitado por una bala incrustada en la vejiga durante la “Guerra de los Mil Días” y gracias a ella 6 de los 7 hijos del matrimonio sobrevivieron. Juan Nepomuceno quiso dejar una constancia histórica de la época difícil que les correspondió vivir y por eso tomó este retrato el 7 de Marzo de 1919, antes de que la pareja se dirigiera a la Notaría Primera del Circuito de Bogotá para firmar la Escritura No. 477, por medio de la cual compraron un estrecho lote en el barrio “Unión Obrera”, avaluado en 35 pesos, que ella pagó durante un año con centavos provenientes de los trabajos de ambos y al cual se pasaron a vivir en 1920.
Desde las sombras del pasado… rodeada por una aureola de misterio, emerge la etérea figura de una mujer… avanza en silencio por el insondable espacio del tiempo… va agachada… mirando siempre hacia el suelo… el peso de la vida… dura, penosa y difícil, que soportó durante su paso por la tierra le impide levantar la espalda… vivió y murió agobiada por la pobreza… su rostro tuvo sonrisas de ternura para su esposo y los siete hijos que llenaron fugazmente de alegría su existencia a medida que nacían, reían y jugaban alegremente en el humilde rancho donde vivían… pero al morir su marido la tristeza y el dolor dejaron en su rostro un rictus de amargura que la acompañó hasta su muerte.
Esa sombra del pasado… esa sufrida, valerosa y extraordinaria mujer era Magdalena Gómez Garzón, quien con el sacrificio de su vida dedicada al servicio de su marido inválido, Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez, dio a luz a siete hijos después de la “Guerra de los Mil Días” y garantizó así la continuación del apellido Navarrete.
Magdalena había nacido el 27 de Mayo de 1879 en el Municipio de Nemocón (Departamento de Cundinamarca), en el hogar de Guillermo Gómez Quiroga y Dominga Garzón Contreras. Su historia es un fiel reflejo de la clase de vida humilde que llevaban las familias campesinas a finales del Siglo XIX en Colombia.
Nemocón, lugar de vivienda de los antepasados maternos de la Familia Navarrete durante cuatro siglos, ocupa una posición de gran importancia en la Historia de Colombia y en especial de Bogotá, porque por allí entró Gonzalo Jiménez de Quesada en 1537 siguiendo la entonces denominada “ruta de la sal”, para fundar la que sería la capital de la República al producirse la independencia de España en 1819, una época que impactó la vida de los Navarrete por haberlos expuesto directamente a numerosas guerras.
Por sus riquezas naturales la región fue escenario de continuos conflictos en el pasado. Primero fueron los Indios Muiscas, quienes se enfrentaban con los Panches del Tolima y los Zaques de Muzo, por el control del oro y la sal (1).
(1) Cundinamarca 100 destinos. Semanario Cundinamarca.
Posteriormente, desde comienzos del Siglo XIX, los enfrentamientos han sido por ideologías políticas y el control de las mejores tierras por parte de familias y grupos económicos, mientras los pobres se llenan de hijos y llevan la peor parte. Esto debido a que en la mente del pueblo de bajos ingresos y carente de educación se aceptaba como cierta la tradición según la cual “cada hijo nace con el pan bajo el brazo”. Durante mucho tiempo se actuó bajo esa creencia porque la tierra de los campos colombianos producía comida suficiente para familias numerosas y por ello en regiones como la Zona Cafetera cada mujer llegaba a tener hasta 30 o más partos durante su vida fértil y los hijos eran destinados exclusivamente a la producción de alimentos en fincas y haciendas.
Además, como no había métodos de planificación familiar, a los pocos días de nacer un hijo la madre volvía a quedar embarazada y así sucesivamente por varios años. Guillermo Gómez y Dominga Garzón actuaron siguiendo esa norma de conducta popular y cuando se dieron cuenta tenían siete hijos, ninguno de los cuales traía el pan bajo el brazo y ahora eran mucho más pobres que antes.
En esas condiciones, Gómez Quiroga se vio obligado a aceptar cualquier clase de trabajo que se presentaba en las fincas de la región, por más bajo que fuera el salario, para poder mantener un hogar formado por nueve personas.
Según lo explicó años después Magdalena a su hija María del Carmen Navarrete, su padre Guillermo se levantaba a las 4 de la madrugada para ir al trabajo, de donde regresaba a las 7 ú 8 de la noche, mientras Dominga se quedaba en el hogar trabajando sola y muy duro todo el día para dar de comer a 7 niños, lavar ropas y atender los oficios del hogar, que en esa época era una choza de bahareque, cubierta con latas y cartones.
A esto se debió que Magdalena y sus hermanos no recibieron ninguna clase de educación. Ella aprendió a leer pero no a escribir y a los 14 años la madre la llevó a Bogotá para que trabajara como empleada de servicio doméstico, con la condición de que cuando le dieran salida, en los fines de semana cada 15 días, o en “puentes festivos”, regresara al hogar en Nemocón con plata para la comida.
Gradualmente, a medida que crecían, las hermanas de Magdalena fueron llegando a Bogotá para desempeñarse también como empleadas de servicio doméstico. Ellas fueron Margarita Antonia Gómez Garzón (quien después sería la esposa de Antonio Moros); Mercedes (quien más tarde sería señora de Gutiérrez) y Matilde.
Los hermanos, a quienes habían bautizado con los nombres de Reyes, Luis Julio y José de Jesús Gómez Garzón, se vieron obligados a prestar servicio militar o conseguir trabajos humildes. La familia manifestaba con orgullo que en su juventud Jesús tenía un parecido físico con el aviador Benjamín Méndez Rey, quien había nacido en una familia campesina en el municipio de Fómeque (Departamento de Cundinamarca), en 1889.
Aun cuando en 1893 viajar entre Nemocón y Bogotá requería de varios días para personas de bajos recursos como Magdalena y sus hermanas, la distancia no era obstáculo para que Dominga –a pesar de ser una campesina sin educación–, controlara desde su lejano y rústico hogar la vida de sus hijas adolescentes, para asegurarse de que estaban cumpliendo con los principios y valores morales que en ejercicio de la religión católica se les había inculcado desde muy pequeñas y de esta manera fueran personas honestas, de moral a toda prueba y se ganaran el respeto de las señoras que las tuvieran a su servicio como empleadas dentro de sus mansiones.
La prueba de lo anterior se encuentra en las cartas que Magdalena le enviaba a su madre Dominga, a los 14 años de edad, que pueden consultarse en el Capítulo “Manuscritos Navarrete”. Durante diez años, de 1893 a 1903, la niña trabajó en Bogotá y cada quince días regresó a Nemocón con el poco dinero que le pagaban para ayudar al sostenimiento de sus padres y hermanos.
Margarita, por su parte, prestaba parte de sus salarios a algunas gentes del pueblo y dejaba encargada a su mamá de cobrarles los intereses.
“La Guerra de los Mil Días” concluyó en 1902 y Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez y Magdalena Gómez Garzón contrajeron matrimonio en la Parroquia de Las Aguas, perteneciente a la “Zona Pastoral Episcopal de La Inmaculada Concepción”, el 28 de noviembre de 1903.
La unión religiosa fue bendecida por el presbítero Darío Galindo. Jorge Espinosa y Cleofena Gómez hicieron las veces de padrinos.
En la ceremonia efectuada en la Iglesia de Las Aguas hubo un detalle que pasó inadvertido para los asistentes, pero que más de un siglo después llama la atención a la hora de indagar sobre el pasado de nuestros ancestros: Ambos contrayentes se negaron a suministrar los nombres de sus padres y de sus abuelos paternos y maternos, como es costumbre en los actos matrimoniales.
Aspectos de la Plaza de Bolívar en 1895, cuando Magdalena Gómez Garzón llevaba dos años trabajando en Bogotá, a los 16 años de edad. (Fuente: Google Chrome Las 2 Orillas)
Al partir para la “Guerra de los Mil Días”, Juan Nepomuceno Navarrete se citó con su novia, Magdalena Gómez Garzón, en un lugar del municipio de Nemocón caracterizado por estos imponentes árboles centenarios. La familia de la joven se opuso a la reunión de los enamorados y Juan solo pudo hacer que un amigo captara desde lejos esta fotografía que durante tres años fue el único recuerdo que conservó de ella en el bolsillo de la camisa. “Si me matan, al menos moriré afortunado porque la llevo a ella en el corazón”, fue el dramático relato que le hizo a su hija María del Carmen veinte años después de terminada la guerra. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Son frecuentes los casos en los cuales los hijos deciden contraer matrimonio a escondidas, sin la presencia de sus padres, como fue lo ocurrido en el caso de Juan y Magdalena. Pero el hecho de no permitir que en la Partida de Matrimonio figuraran el lugar de nacimiento, ni los nombres de sus padres y abuelos, sin tener en cuenta que esos datos podrían ser necesarios algún día para tramitar el documento, indica el grado de rechazo que les causó a ambos jóvenes la actitud de sus familias con relación a su noviazgo y decidieron sentar así su protesta.
También indica el carácter rebelde e inflexible de ambos frente a sus padres, no obstante el hecho de que se trataba de campesinos sin educación, pero con una convicción profunda del respeto por las opiniones de los demás. Como sus familias se opusieron a su matrimonio, ellos las desconocieron al casarse.
Este aspecto y las explicaciones que le dieron a Dominga en 1904, confirman la negativa de las dos familias para que Juan y Magdalena unieran sus vidas, por considerar que la joven no estaba preparada para asumir una carga como la que ya se veía venir. Los hechos le dieron la razón a los padres de la muchacha pero ya era demasiado tarde para ella: en 1914, a sus 35 años de edad, al igual que su madre Dominga, tenía 7 hijos, vivía en un rancho humilde, sin servicios públicos y en medio de gentes peligrosas. Pero a pesar de sus enormes dificultades ella se irguió con valentía, coraje y gran capacidad de trabajo, veló por su marido y sus hijos y sacrificó su vida por todos ellos.
Aspecto de la Bogotá de 1868 en el cruce de la Carrera 6ª con la Avenida Jiménez, donde quedaba ubicado el “Puente de los Micos”, que después de su remodelación se llamó “Puente Gutiérrez”. Un hombre camina por encima del puente mientras otras dos personas lo siguen y las aguas negras de las edificaciones caen al río San Francisco. (Foto del archivo de José Vicente Ortega Ricaurte, tomada de la Revista Credencial Historia, del Banco de Occidente).
La vida conyugal de Juan Nepomuceno Navarrete y Magdalena Gómez comenzó en medio de una penuria total. El, sordo del oído izquierdo por las explosiones de los combates en los cuales había sido obligado a participar y herido en la vejiga por una bala que nunca le fue extraída, sin atención médica, sin ahorros y sin posibilidad de conseguir alguna clase de pensión para su incapacidad laboral permanente y su vejez, no estaba en condiciones de conseguir trabajo estable en ninguna parte de Bogotá para mantener una familia.
Pero contra viento y marea Magdalena Gómez asumió a sus 24 años, con un estoicismo y abnegación admirables, una serie de responsabilidades que otras personas de la misma edad jamás serían capaces de afrontar hoy. Magdalena solo contaba con algunos centavos que le habían quedado al retirarse del servicio doméstico en una de las residencias del que en esa época era uno de los sectores residenciales más distinguidos de Bogotá: el barrio Chapinero, de acuerdo con los comentarios que Magdalena le hacía a sus hijas varios años después.
Y a pesar de todos los problemas que tenía por delante fue capaz de desempeñar a la vez múltiples oficios: cuidar ovejas, criar gallinas, quedar embarazada siete veces, lavar diariamente los pañales de sus hijos y la poca ropa de la familia en el “Chorro de Padilla”, en el “Río San Francisco” o en una fuente de agua que caía del cerro y velar por una familia de nueve personas.
Su instinto maternal, su extraordinaria capacidad de trabajo y su vitalidad juvenil le permitieron garantizar la supervivencia de su cónyuge e hijos y de esta manera facilitó no solo la continuación de la Familia Navarrete Gómez, sino de las que se han ido formando a lo largo de los Siglos XX y XXI: Fonseca Navarrete, Ramírez Navarrete, Navarrete Andrade, Navarrete Álvarez, Navarrete Sánchez, Hoyos Navarrete y Torres Navarrete, entre otras.
Los jóvenes esposos no tenían familiar alguno al cual acudir en Bogotá, no habían hecho estudios de primaria básica por causa de la pobreza de sus familias y de la guerra y solo Juan Nepomuceno sabía firmar. Por estas circunstancias se vieron obligados a ubicarse en el primer lugar que encontraron cerca del Cerro de Monserrate, en un lugar denominado “Paseo Bolívar”, aspecto que se detalla con más precisión en el capítulo de María del Carmen Navarrete Gómez, quien narra la vida que ella y sus hermanos vivieron en ese lugar, hace 112 años.
La zona del “Paseo Bolívar” donde se ubicaron Juan Nepomuceno Navarrete y Magdalena Gómez en 1903 y hasta 1920, era un lugar deshabitado, sin agua, energía eléctrica y mucho menos alcantarillado, donde la pareja comenzó cuidando las ovejas de un vecino y luego se dedicó a la cría de gallinas. Nadie les advirtió las dificultades que iban a afrontar al vivir en un lugar como ese, en un simple rancho construido con materiales rústicos, sin ventanas adecuadas y en las proximidades de una corriente de agua que caía del cerro y que las gentes llamaban “la pila”.
Las consecuencias fueron inmediatas: al comenzar las tardes la familia era azotada por los zancudos y al día siguiente los niños amanecían con el rostro y el cuerpo llenos de picaduras. Mientras tanto, la sordera y la bala incrustada en la vejiga le impedían a Juan Nepomuceno trabajar como era su deseo, por lo cual todo el peso del mantenimiento del hogar se le vino encima a Magdalena.
Juan reconocía que la situación superaba las capacidades de Magdalena y comenzó gestiones para hacer efectiva la promesa que le habían hecho quienes lo habían reclutado para que participara en la guerra, en el sentido de que por el arrojo, el coraje y la valentía demostrados en el frente de los combates y por la incapacidad laboral que le representaban la medio sordera y la bala en la vejiga, se había hecho acreedor a un título militar y le gestionarían una pensión para que pudiera vivir con su familia.
Pero el Presidente José María Marroquín y su Ministro de Guerra pensaban otra cosa. Los militares que apoyaban al gobierno habían sido los vencedores de “La Guerra de los Mil Días” y los centenares de hombres que fueron reclutados por los amigos del General Rafael Uribe Uribe ni siquiera fueron considerados combatientes, por lo cual quedaron fueron excluidos de la historia nacional.
En medio de los trámites que adelantaba ante las dependencias oficiales, alguien le dijo a Juan que si interponía una demanda en calidad de combatiente que había quedado inválido por culpa de las fuerzas gubernamentales, podría hacerse reconocer una pensión de jubilación para poder sostener a su familia.
En 1911 el río San Francisco bajaba de los cerros de Bogotá recogiendo a su paso toda la basura y los desechos que le arrojaban los ciudadanos. En la gráfica de la época se aprecia el “Puente Los Micos”, en la carrera 6ª y las gentes que van caminando por la carrera 7ª, de Sur a Norte. Años más tarde el río fue canalizado para construir la Avenida Jiménez. Las dos edificaciones de los extremos fueron demolidas. La del lado izquierdo desapareció y la del lado derecho fue reconstruida años después para albergar la sede del diario EL TIEMPO donde el autor de este libro obtuvo varios de sus éxitos profesionales. (Fuente: Fotos antiguas de Bogotá, Alcaldía Mayor).
Mujeres vestidas con ruanas para protegerse del frío de la época y niños de corta edad rodean la “pila” ubicada en la calle 30 con carrera 4ª de Bogotá, de la cual se surtían de agua en 1910 los habitantes del barrio “Unión Obrera” y otros que habían construido viviendas humildes en el “Paseo Bolívar”. Las niñas Ester, María del Carmen y María Elena Navarrete Gómez hacían parte de las menores que se veían obligadas a recorrer largos trayectos con ollas para llevarle a su mamá el agua para preparar los alimentos. A la izquierda se ve la casa de dos pisos que años después se convertiría en la “Iglesia de Jesucristo Obrero” y en la actualidad “Iglesia de Cristo Rey”. (Fuente: Fotos antiguas de Bogotá, Alcaldía Mayor).
Juan aceptó la sugerencia pero al reconocer que no estaba en condiciones económicas para contratar un abogado se concentró en atender su hogar y buscar la forma de trabajar en algo, atender las necesidades de su familia y dejar para mucho más adelante la posibilidad de presentar la demanda que le habían explicado.
Lo primero que hizo, además de ayudar a cuidar las ovejas y las gallinas de algunos vecinos, fue aprender latonería, trabajo del cual vivirían algunos de sus descendientes hasta el momento de comenzar a escribirse estas Memorias en 2012. Una vez dominó ese oficio se dedicó a fabricar canales para recoger las aguas lluvias, que luego vendía en las casas que se comenzaban a construir en el barrio “Unión Obrera” por parte de los desplazados que llegaban del interior del país huyendo de la violencia. Más adelante fabricó las canales de las casas de los trabajadores de la cervecería Bavaria y de la Iglesia de San Diego, por solicitud del Padre Almanza, capellán del lugar.
Los documentos obtenidos a lo largo de varios años y las explicaciones de María Ester Navarrete Gómez a su hija Ana Elvira Gutiérrez y de María del Carmen Navarrete Gómez a su hijo Germán, confirman que hace más de un siglo la familia vivió en el “Paseo Bolívar” entre 1903 y 1920, época en la cual nacieron 7 hijos:
1 María Ester Navarrete Gómez
2 José Israel Navarrete
3 María del Carmen Navarrete Gómez
4 Juan de Jesús Navarrete Gómez
5 María Elena Navarrete Gómez
6 Blanca María Navarrete Gómez
7 Blanca María Navarrete Gómez
1903 09 21
1904 07 01
1905 07 16
1907 04 02
1912 01 07
1913 09 12
1914 04 06
1950 03 09
1997 01 03
1996 06 23
1945 04 03
1963 12 12
1914
2006 10 25
A medida que iban naciendo los hijos las dificultades aumentaban. Juan Nepomuceno, soportando los dolores propios de sus enfermedades, atendía los animales y fabricaba canales, mientras Magdalena cuidaba de los bebés y realizaba múltiples oficios domésticos. Algunos clientes aprovechaban la sordera de Juan para no pagarle y su hija mayor, Ester, debía intervenir para defenderlo.
Al llegar a 4 y 5 años de edad, los niños abandonaban la vivienda para ir al monte a conseguir leña o carbón de palo con los cuales Magdalena preparaba los alimentos en una estufa improvisada, mientras las niñas iban hasta la “pila” de agua que descendía del cerro, recogían agua en ollas y regresaban al hogar cansadas por el peso de los recipientes. La misma labor se debía repetir varias veces al día, semana tras semana y mes tras mes.
Años después las hermanas María del Carmen y Blanca María Navarrete lavarían en la parte alta del “Río San Francisco”, los overoles de los empleados de los periódicos EL ESPECTADOR, EL TIEMPO y de la empresa “Estructuras Metálicas Herman Boehlen (HB)”, donde Luis Alberto Fonseca Camargo trabajaba en la construcción de los grandes puentes del país, para recibir unos pocos centavos con los cuales contribuir al mantenimiento del hogar, según recordaba Gilma Beatriz Fonseca Navarrete, al llegar a los 77 años de edad.
La prueba fehaciente de la veracidad de estas aseveraciones se encuentra en documentos, fotos y negativos que, milagrosamente, se conservaron intactos desde 1889 y en las cuales aparecen Juan Nepomuceno y Magdalena, su hija Blanca María Navarrete en su época de adolescente, caminando por una zona de extrema pobreza del barrio “La Perseverancia”, mientras María del Carmen –de 15 años–, aparece con su hermana Helena, de 8 años, saliendo de un Oratorio al cual asistían, como se ve en el capítulo dedicado a la vida de ellas.
Cuando no podía ir al “Chorro de Padilla” para conseguir agua, Magdalena Gómez Garzón se veía obligada a buscar este lugar del “Río San Francisco”, donde lavaba los pañales de sus hijos y la ropa del marido, junto a las mujeres que aparecen en la foto, algunas de las cuales hacían valer su derecho a estar en ese lugar, armadas con cuchillos. (Fuente: Fotos antiguas de Bogotá, Alcaldía Mayor).
Peleas por el agua para cocinar y asesinatos de policías
La pobreza que caracterizó la vida de Magdalena Gómez Garzón y de sus 6 hijos sobrevivientes de 1920 en adelante, fue causa de grandes dificultades y problemas, hasta el punto de convertir la existencia en una verdadera lucha por la supervivencia, en medio de riñas entre mujeres por conseguir el agua para cocinar. Además, la violencia que se producía por el consumo excesivo de alcohol en el “Barrio Unión Obrera”, que luego se denominó “Barrio La Perseverancia”, era de tal proporción que los policías que se atrevían a subir al cerro eran asesinados.
Por ello y para que nuestros hijos, nietos y otros descendientes comprendan lo doloroso de esa situación, es útil leer el libro “La Perseverancia, Barrio Obrero de Bogotá” del cual son autores la arquitecta Liliana Ruiz Gutiérrez y el antropólogo Esteban Cruz Niño, Gestores del Convenio “Misión Bogotá – Instituto Distrital de Patrimonio Cultural”.
El libro es el resultado de una iniciativa de Misión Bogotá, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural y el Archivo de Bogotá, que busca rescatar la memoria oral y colectiva de las comunidades asentadas en sectores de interés cultural de la ciudad. Para su elaboración la Coordinadora del Proyecto Misión Bogotá, María del Rosario Calle y un número importante de guías ciudadanos “dedicaron varios meses a visitar casas, tiendas, plazas de mercado, lugares de encuentro colectivo, escucharon las historias de abuelos y abuelas y escudriñaron en los recuerdos de las gentes, con el fin de recuperar, a través de la palabra y la narración de sus habitantes, la memoria colectiva que solo transita por los caminos de la nostalgia”. (2)
(2) “La Perseverancia, Barrio Obrero de Bogotá”. Págs. 13 y 14.
La arquitecta Liliana Ruiz destaca que se tuvo en cuenta la importancia de “La Perseverancia” como el primer barrio obrero de Bogotá, la fuerte participación de sus habitantes en actividades comunitarias, su apoyo incondicional a Jorge Eliécer Gaitán y su tradición en la elaboración de la chicha, una bebida que fue prohibida después del asesinato de Gaitán.
En 1979 María del Carmen Navarrete describía el “Paseo Bolívar” como un lugar agreste e inhóspito para la vida de seres humanos, confirmando lo dicho por su hermana mayor María Ester a su hija Ana Lilia Gutiérrez en los años 40 del Siglo XX. Al respecto, el libro editado en 2007 por la Administración del Alcalde Mayor de Bogotá, Luis Eduardo Garzón, precisa: “En el Paseo Bolívar muchas viviendas fueron construidas en adobe con cubiertas de paja, sin ningún tipo de servicio complementario, situación que generó grandes problemas de hacinamiento y focos de infección, como se reflejó en la epidemia de gripa que vivió la ciudad en 1918”. (3)
De la epidemia –conocida mundialmente como “La Gripe Española” y que causó millones de muertos en pocos meses en Estados Unidos y Europa–, la familia Navarrete Gómez se salvó porque Juan Nepomuceno, su mujer y sus hijos contaron con protección médica de las autoridades de la ciudad gracias al General Epìfanio Morales, un militar conservador a quien Navarrete había conocido en la Iglesia de San Diego durante las misas dominicales y de quien se hizo amigo por las anécdotas que ambos intercambiaban del conflicto bélico por el cual habían pasado hacía pocos años.
El militar le hizo reconocer a Nepomuceno su condición de herido en combate durante la “Guerra de los Mil Días” y esto facilitó la atención de la familia en un momento en el cual decenas de personas caían muertas en las calles de Bogotá por la epidemia de gripa.
(3) Ibid. Pag. 18.
Entre 1903 y 1920 para Magdalena Gómez lavar la ropa de su marido y sus siete hijos era una labor difícil y que le demandaba gran parte del día, porque en esa época las gentes del “Paseo Bolívar” se surtían de agua en el “Chorro de Padilla”, el “Río Arzobispo” o el “Río San Francisco”. A veces, por falta de tiempo, caminaba con un pesado paquete de ropa hasta el chorro de agua o el charco más cercano que encontrara, dependiendo del tiempo que tuviera para preparar los alimentos y trabajar en otras actividades domésticas.
Sin embargo, el arduo trabajo de Magdalena dio frutos lentamente y en 1919 compró un pequeño lote en otro lugar sin agua ni luz, pero que sería de su propiedad y donde podría construir gradualmente una vivienda más adecuada para sus hijos.
En el “Alto de San Diego”, adonde se trasladaron en 1920, el lavado de ropas y la consecución de agua potable para cocinar se convirtió en una verdadera tortura para la humilde mujer, porque al lugar ya habían llegado numerosos desplazados por la violencia del interior del país y los obreros de “Bavaria” construían viviendas en los terrenos comprados por Don Leo Kopp.
Fue necesario crear lavaderos comunales para las mujeres del nuevo barrio que crecía exponencialmente: “La Perseverancia”.
Al respecto dicen los autores del libro editado por la Alcaldía Mayor de Bogotá en 2007:
“Por donde hoy es la calle 30 bajaba una quebrada y nacían manantiales, que al poco tiempo se volvieron albercas y pozos. El terreno era difícil, gredoso e irregular. En un principio fueron casitas armadas con sabiduría campesina, madera del bosque, tierra de la montaña, ladrillos de los chircales cercanos, lajas de piedra traídas del río Arzobispo.”
“Durante el invierno, el terreno se tornaba muy húmedo por las numerosas y pequeñas corrientes de agua que bajaban por los cerros aledaños. En un principio, como no había servicio de agua, las mujeres lavaban y recogían agua en el Río Arzobispo y en el Chorro de Padilla. La carencia de este servicio originó, no sólo las romerías para lavar, sino otros menesteres como señala el ingeniero Jorge Vega, quien relata cómo los moradores se veían obligados a infectar la parte alta del barrio con sus heces por la falta de baños públicos y privados”. (4)
(4) Ibid. Pág. 23.
En la calle 30 con carrera 3ª quedaban los lavaderos comunitarios y el Buitrón, que era una fábrica de adobe. Otras personas iban a lavar al río Arzobispo, en la calle 39, arriba del Parque Nacional. En la calle 32 con carrera 4ª se recogía el agua para cocinar. Las señoras peleaban por el turno, se armaban unas riñas duras. A una de las señoras más bravas le decían Rosa “La Culebra” y a otra, Rosa “El Feto”. Se vestían con faldas largas y bajo el pañolón guardaban los brazos para protegerse del frío”. (5)
(5) Declaración de Ruth Bernal Nieto, al recordar las riñas de comadres a la hora de hacer turno para conseguir agua potable. Pág. 36.
“La gente se surtía de agua del río Arzobispo o del Chorro de Padilla, pero cuando el barrio comenzó a poblarse se levantaron varias pilas para recogerla. La gente bajaba con cántaros y, con una caña, llevaban el agua de la pila a la vasija. Hasta allí llegaban gentes de otros sectores de la ciudad a recoger el agua, pero se formaban peleas cuando no eran conocidos”. (6)
(6) Declaración de Víctor Casallas, Cura Párroco de la Iglesia Jesucristo Obrero. Pág. 36.
Para colmo, el aumento de habitantes pobres, sin cultura, sin educación y sin valores, generó un ambiente de violencia que duró muchos años y que le ganó a “La Perseverancia” el desafortunado apelativo de “barrio de los acostados: donde se sube caminando y se baja acostado”. Esta situación de violencia hizo víctimas especialmente a los agentes de policía y es descrita así en el libro:
“Antes, La Perseverancia era un barrio muy peligroso. Mataban a los policías que prestaban guardia y los colgaban en los postes”. (7).
(7) Declaración de Juan Francisco Segura. Pág. 36
Un lote de 35 pesos y un año ahorrando centavos para pagarlo
Magdalena ignoraba todos estos peligros que tendrían que superar ella, Juan Nepomuceno y sus hijos, al trasladarse a su nuevo lugar de habitación. La vivienda se hallaba ubicada en la carrera 2ª A No. 32-17, un lote de terreno marcado con el número 159 de la Manzana G del Barrio denominado “Unión Obrera”, situado al Noreste de la Hacienda llamada “Perseverancia”, antiguo “Alto de San Diego” y comprendido entre los barrios “San Diego” y “Sucre”, de Bogotá (8).
(8) Escritura No. 477 del 7 de Marzo de 1919 de la Notaría Primera del Circuito de Bogotá, Pág. 1.
Retrato en sepia tomado el 6 de Abril de 1920, por iniciativa de Magdalena Gómez Garzón para festejar el hecho de que ese día canceló la deuda del lote en el barrio “Unión Obrera” y los 6 años de su hija Blanca María, cuando la niña comenzó estudios de primaria en el “Colegio Americano” de Bogotá. Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez no podía sostenerse en pie debido a la bala que se le incrustó en la vejiga durante la “Guerra de los Mil Días” y por eso se apoyó en una mesa que le colocaron para registrar el momento. De todos los documentos recuperados del olvido y la indiferencia éste es el más importante, porque constituye la única evidencia gráfica del rostro del patriarca de la Familia Navarrete, cuya vida civil y militar, así como el valor de los servicios prestados a la causa liberal fueron desaparecidos totalmente por la historia oficial. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Se trataba de un estrecho lote de 4.30 metros de frente por 8 de fondo que dos años antes el ciudadano Daniel Vega había legado a sus hijos solteros Daniel J., Luis Gabriel y Mercedes Vega, quienes se lo vendieron a Magdalena por una suma de dinero que para ella era una fortuna en esa época: treinta y cinco pesos.
Precisamente Daniel Vega y sus dos hijos eran los propietarios del extenso territorio que se conocía popularmente como “Hacienda La Perseverancia”, gran parte de la cual había sido adquirida el 22 de Junio de 1894 por Don Leo Kopp a la Sociedad “Fergusson Noguera y Compañía” para destinarlo a la autoconstrucción de las viviendas de los trabajadores de Bavaria, mientras el Acueducto de Bogotá adquirió otra parte del terreno para obras públicas. (9).
(9) La Perseverancia, Barrio Obrero de Bogotá. Pág. 18.
Tal era la pobreza de los Navarrete Gómez en esa época, que la negociación de compra y venta del lote con los hermanos Vega incluyó una condición explícita: Magdalena tendría un año de plazo para comenzar la construcción, lapso de tiempo durante el cual iría reuniendo el dinero centavo a centavo con el cuidado de ovejas y la cría de gallinas para poder comprar los materiales de la futura obra. Mientras tanto, en el lote vacío se sembraban papa, hortalizas y maíz, como lo hacían otros habitantes.
Durante un año la mujer trabajó día y noche para reunir los centavos con los cuales adquirir los materiales para construir dos modestas habitaciones (una de ellas con un metro de profundidad por debajo del nivel de la otra), una improvisada cocina de guadua con un piso de solo tierra, dos mesas para lavar la ropa con el agua que se seguía trayendo en ollas y un hueco hecho con cemento, cerrado por un lado con una teja de lata, por otro lado con una lona de plástico y cubierto por encima con una tabla grande, al que se le denominó “baño”. En esa época se le denominaba “letrina”.
Al respecto se precisa en el libro “Habitaciones obreras en Bogotá”, de la Casa Editorial Minerva en 1922, citado por Fabio Zambrano Pantoja: “A principios de la década de los veintes había en Bogotá 18 barrios obreros cuyas condiciones en términos generales eran muy precarias, como lo veremos a continuación:
“Unión Obrera”, como también se le llamaba a “La Perseverancia”. Habitado por cerca de mil familias, sólo una tercera parte poseía excusados de hoyo; el resto tenía que recurrir a los caños que cruzaban las calles”. (10)
(10) Historia de Bogotá, Tomo I. Siglo XX Salvat – Villegas. Pág. 30
El 27 de Mayo de 1924 Juan de Jesús Navarrete Gómez dejó plasmado en este retrato un momento histórico: los 45 años de Magdalena Gómez Garzón, quien había decidido celebrarlo con una salida a los cerros de Bogotá, en compañía de sus 4 hijos. En la foto aparecen, de izquierda a derecha, María del Carmen Navarrete Gómez, Magdalena Gómez Garzón, María Elena Navarrete Gómez y Blanca María Navarrete Gómez, en primer plano. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez murió el 4 de Noviembre de 1925. Varios días después, luego de recibir el homenaje de su familia, sus restos mortales fueron sepultados en la parte antigua del Cementerio Central de Bogotá. En esa oportunidad fue captada esta gráfica, en la cual aparecen de izquierda a derecha la niña Blanca María Navarrete Gómez, de 11 años, con el uniforme del “Colegio Americano”; la viuda Magdalena Gómez Garzón y sus hijas mayores Ester y María del Carmen Navarrete Gómez. En este lugar se reunían cada año, a partir de esa fecha, todos los miembros de la familia para orar por el descanso eterno del alma de Juan Nepomuceno. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Después de la muerte de Juan Nepomuceno y al abandonar el hogar el primogénito José Israel para vivir cerca de su trabajo, las hijas mayores de Magdalena Gómez Garzón comprendieron que su madre atravesaba una delicada crisis depresiva no solo por haber perdido a dos seres queridos, sino porque a partir de ese momento quedaba al frente de unos hijos que carecían de una vivienda digna, no tenía ingresos fijos y la hija menor comenzaba a entrar en su adolescencia sin estudios ni futuro. La foto, captada el 27 de Enero de 1926 por Juan de Jesús Navarrete Gómez en el “Paseo Bolívar”, muestra a Carmen Navarrete en el momento en que leía una oración a la memoria de su padre, mientras Magdalena sostiene su mano en el hombro de la hija menor, Blanca María. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
En el segundo decenio del Siglo XX la baja densidad de población de la capital del país permitía que el área donde se ubicó la tumba de Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez, en la parte antigua del Cementerio Central de Bogotá, estuviera rodeada por un bosque. El aumento de la población y el incremento del parque automotor de la ciudad, hicieron necesario que el cementerio fuera dividido en dos partes y el área fue demolida para construir una vía que facilitara el paso de vehículos por la carrera 17 hacia la calle 26. Por esta circunstancia desaparecieron todas las evidencias de la localización de la tumba del excombatiente de la “Guerra de los Mil Días”. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
La dedicación total de Juan y Magdalena a sus respectivos trabajos permitió que los 6 hijos sobrevivientes pudieran superar la pobreza, aprender oficios y comenzar a trabajar. Poco antes de morir él entabló una demanda para que se le reconociera el título militar al que se había hecho acreedor –según las versiones de sus familiares– y una pensión por invalidez, pero durante varios años nadie supo informarle a la viuda y a sus hijos qué curso había tenido esa acción en el Ministerio de Guerra de la época. Se ignora qué destino corrió la demanda ni quién la entabló legalmente. Como consecuencia, Juan ni siquiera hizo parte de los centenares de personas reconocidas como combatientes y se le condenó al olvido total. Hoy hacemos un reconocimiento a su vida y a su esfuerzo por sobrevivir.
El 6 de Abril de 1927 la niña Blanca María Navarrete Gómez cumplió 13 años. Para celebrar el acontecimiento la familia se reunió en “La Planada”, un lugar del “Paseo Bolívar” que se había convertido en una especie de mirador, para observar el crecimiento urbano de la ciudad desde los cerros, aprovechando que ese día el sol lucía sus rayos esplendorosos sobre la Sabana de Bogotá. En la caminata participaron (de izquierda a derecha) José Ignacio Gutiérrez, quien se cubre con una cachucha, José Israel Navarrete, Braulio Moros (en el centro con ruana blanca) y su tío Félix Navarrete Gutiérrez. En la primera fila, de izquierda a derecha, aparecen Magdalena Gómez Garzón viuda de Navarrete, la niña Blanca María y sus hermanas mayores María del Carmen y María Esther, quien sostiene en brazos a su hijo Jorge Roberto, de año y medio de edad, cubierto por un pañolón. La gráfica fue captada por Juan Navarrete, el tercer hijo de Magdalena. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
En 1927, a sus 23 años, José Israel Navarrete Gómez (a la izquierda) y su hermano Juan de Jesús (a la derecha), se hallaban dedicados a hacer negocios de diversa índole, por lo cual no disponían de tiempo para visitar a su madre. El cumpleaños de la niña Blanca María fue la última oportunidad que la señora tuvo en su vida para aparecer en un retrato de la época al lado de sus hijos varones. De ahí el valor histórico de esta foto, captada por María del Carmen Navarrete Gómez, en la cual Magdalena lució un traje que Israel y Juan le habían regalado. A la derecha, en la parte inferior de la gráfica y amarrándose los cordones de los zapatos, aparece José Ignacio Gutiérrez, cuyo rostro oscuro indicaba los efectos del hollín del carbón que le dejaba su oficio de conductor de trenes. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
Tarjeta de Cumpleaños enviada el 27 de Mayo de 1928 por José Israel Navarrete a su madre Magdalena Gómez Garzón, once años después de haber entrado a trabajar en EL TIEMPO y de haberse alejado de la familia para trabajar y dedicarse a los negocios.
Por tratarse de un texto escrito de puño y letra de José Israel Navarrete Gómez a sus 14 años de edad, esta tarjeta de cumpleaños constituye un documento histórico para la Familia Navarrete.
Otra bella tarjeta de cumpleaños que le fue enviada a Magdalena Gómez Garzón en su cumpleaños de 1928, decía textualmente: “Recuerdo de sus hijos el día de suonomástico. Le de(seamos) mil felicidades. Ana Lilia Gutiérrez, Carlos Arturo Gutiérrez, Jorge Roberto Gutiérrez, el día 27 de Mayo de 1928”
El 27 de Mayo de 1928, día del cumpleaños de Magdalena Gómez Garzón, quienes aparecen firmando la tarjeta de cumpleaños son los niños Carlos Arturo, Ana Lilia y Jorge Roberto, de 7, 5 y 3 años de edad, hijos de José Ignacio Gutiérrez y María Ester Navarrete Gómez. Ella fue la autora del texto y su caligrafía demuestra el grado de educación que tenía a los 25 años de edad. Por esta circunstancia la tarjeta constituye otro documento histórico para la Familia.
En el lado Occidental del “Paseo Bolívar” había un potrero y después comenzaba la Carrera Primera Este con calle 32 del Barrio “La Perseverancia”. En una de las casas de ese sector, de propiedad de Don Félix Benavides, habitaban jóvenes que años después se convertirían en empleados de los dos periódicos más importantes de la Colombia de esa época: Enrique Benavides, uno de los mejores fotógrafos de EL TIEMPO; Juan y Elías Benavides, dos de los más destacados integrantes del equipo de armadores de EL ESPECTADOR. Otros miembros de la familia eran Félix Benavides, Edna, Eduardo y Aura. La tienda de grano, bizcochería y panadería de Don Félix Benavides padre le fue vendida a un señor de nombre Abraham, cuando el dueño se trasladó al municipio de Tocaima.
Al morir su esposo, el 4 de Noviembre de 1925, Magdalena Gómez quedó sola y con una gran responsabilidad sobre sus hombros. El 16 de Julio de 1931 su hija María del Carmen (a la derecha), cumplió 26 años y para celebrarlos gastó los ahorros de su modesto salario y les compró zapatos nuevos a su mamá y a su hermana Blanca María, de 17 años (a la izquierda). La alegría de María del Carmen contrastó con la tristeza de su madre, quien 6 años después de haber fallecido su esposo aún no se reponía del dolor que le representó su ausencia, como lo indica el rictus de amargura que exhibe en su rostro. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
En los años 30 el “Paseo Bolívar” había comenzado a urbanizarse. En la calle 32 con carrera primera, que hoy se denomina “Avenida Circunvalar”, solo había antiguas casonas de gran tamaño y numerosas habitaciones. Dos de esas casas, en el lado Oriental de la carretera, pertenecían al ex Sargento de la Policía Nacional de Colombia Jesús Fonseca Amézquita. En una habitaban sus hijos Benjamín y Luis Alberto. La otra estaba dedicada a arriendos.
Por esa época el primer hijo de Magdalena Gómez Garzón, José Israel, de 26 años de edad, ya llevaba 14 años trabajando como maquinista de EL TIEMPO y utilizaba parte de sus ingresos para comprar tierras y vehículos. Sus compañeros de más confianza en el periódico decían que entre los años 30 y 40 llegó a ser propietario de varios taxis y 3 lotes. Gracias a esta bonanza económica alcanzó a pagar los estudios de algunas de las hijas de su hermano Juan de Jesús.
De estos éxitos comerciales de Israel y su hermano Juan se supo en La Perseverancia porque algunos trabajadores de la rotativa de EL TIEMPO, que tenían amigos en el barrio, lo contaban en las tiendas cuando tomaban cerveza y chicha invitados por Luis Alberto y Benjamín Fonseca, quienes más tarde se lo fueron revelando a las hermanas de Israel.
Años después, en el Municipio de La Calera, Israel conoció a una joven de nombre Carlina Sandoval y la llevó a vivir en Bogotá, donde contrajeron matrimonio. Desde un comienzo la madre del muchacho, Magdalena Gómez Garzón y sus hijas María del Carmen y Blanca María, trataron de mantener buenas relaciones con la esposa de Israel, por ser el hijo mayor de la familia y el hermano amable, pero comenzaron a observar que Carlina las rechazaba con brusquedad por creer que ellas lo buscaban solamente para pedirle dinero, lo cual no era cierto.
Las relaciones entre Magdalena y su nuera fueron cada vez más difíciles y se agudizaron debido a la forma descortés con la que la mujer trataba a la anciana. Con el tiempo todos se dieron cuenta que Carlina les negaba hasta el acceso a Israel a través de una simple llamada telefónica y, además, cuando le hacían una visita de cortesía a una casa que había comprado en la calle 30 con carrera 4ª, los recibía preguntándoles si iban a robarle algo, o a pedir limosna. Esta situación fue considerada injusta por la familia, que terminó alejada totalmente de Israel, no por voluntad de todos, sino por la de su mujer.
José Israel Navarrete, dedicado por completo a su trabajo de maquinista principal en EL TIEMPO, a sus taxis y a la compra de tierras, no tenía tiempo para fijarse en las constantes humillaciones y los malos tratos de que eran víctimas su mamá y hermanas por parte de Carlina Sandoval. Ella, por su parte, aprovechó durante toda su vida la buena fortuna de Israel y, debido a que no tuvieron hijos, canalizó todos los ingresos del matrimonio para ayudar a sus sobrinos, negándose siempre a permitir que él continuara aportando el más mínimo centavo para los estudios de sus hermanas. Esta situación es frecuente en matrimonios similares en Colombia, en los cuales la cónyuge rechaza a la familia del marido y canaliza sus recursos económicos hacia su propia familia.
Gilma Beatriz Fonseca recordaba que, a pesar de los problemas que afectaban la relación familiar, Israel Navarrete le enviaba de vez en cuando algunas monedas a su anciana madre a través de María del Carmen, o de compañeros que trabajaban en la rotativa de EL TIEMPO, para ayudar con algunos gastos básicos de la señora. Pero siempre de lejos. Nunca de manera personal.
Tarjeta de cumpleaños escrita por Blanca María Navarrete Gómez y enviada por su hermana María del Carmen a su madre Magdalena Gómez Garzón el 27 de Mayo de 1933.
Mensaje a un Ángel bajado del cielo
Y mientras José Israel se olvidaba de su anciana madre, María del Carmen y Blanca María la rodearon de afecto para hacerle más llevadera su triste vida. De la época en la cual ambas triunfaban con sus presentaciones artísticas en la “Parroquia de Jesucristo Obrero”, del barrio “La Perseverancia”, quedó una nota que, al leerla, hace vibrar el alma con la misma emoción con que fue escrita por Blanca María con la bella caligrafía Palmer que le habían enseñado de niña en el “Colegio Americano” y por las personas que les pedían respetuosamente a ella y a María del Carmen que continuaran representando comedias para beneficio de la parroquia donde vivían:
“Bogotá, Mayo 9 de 1936
Señora Doña
Magdalena de Navarrete
Ciudad
Querida Madre:
Que placer siento en este momento que dedico en tu recuerdo, pensando en todo lo que has hecho por mi, puesto que reconozco con gratitud lo que recibo de ti. El nombre solo de Madre nos representa como un Angel en la mente, guiándonos por el camino del bien y apartándonos de aquel que nos lleva al abismo; y gracias a ella le debemos todo. Por este motivo le ruego a Dios que me proteja es decir que no vaya a permitir dejarme desamparada en el mundo.
Volviendo atrás, mejor dicho, hablando de la gratitud que debemos tenerle todos nosotros como hijos, puesto que tú que heres toda nuestra existencia. Pues yo como hija menor que no encuentro palabras cómo demostrar mi cariño le pido a la virgen Santísima que es también mi Madre; y a Dios te corone de gloria por todo lo que has sufrido en este mundo por mi.
Ydolatrada madre, tu que fuiste como una rosa, también como una palomita blanca en tu juventud y que en cambio ahora por nosotros te fuiste acabando y creo encontrarte como ave sin nido, pues todo es ilusión porque como nos encontramos ya grandes, ya no conocen sino a otros seres, etcetera.
Pues por mi parte le pido (perdón) siempre hasta la muerte y aun más allá. Madrecita también te pido me hagas el favor de excusarme lo mal escrito.
Tu querida hija,
Blanca María N.”
Tarjeta de cumpleaños escrita por Blanca María Navarrete Gómez y enviada por su hermana María del Carmen a su madre Magdalena el 27 de Mayo de 1936.
El 23 de Mayo de 1941 la niña Graciela Fonseca Navarrete cumplió 6 meses de edad. Blanca María Navarrete Gómez celebró la fecha llevando a la niña a uno de los parques de Bogotá para captar esta fotografía, en la cual aparece Magdalena Gómez Garzón (de pañolón, en el extremo derecho), observando cómo su pequeña nieta ya tenía fuerza suficiente para mantenerse erguida. Sin embargo, cinco meses después, Graciela falleció trágicamente.
La fotografía de Juan de Jesús Navarrete Gómez el 23 de Mayo de 1941 captó 3 generaciones de la Familia Navarrete. De izquierda a derecha María del Carmen Navarrete Gómez y su hermana Blanca María Navarrete con su hija Graciela en brazos, la niña Gilma Beatriz Fonseca Navarrete con una cinta blanca en la cabeza y Magdalena Gómez Garzón viuda de Navarrete.
Magdalena Gómez Garzón viuda de Navarrete cumplía años el 27 de Mayo. Para celebrar ese acontecimiento su hija María del Carmen Navarrete Gómez le envió esta tarjeta, en nombre de su hijo Luis Germán, quien en esa fecha tenía diez meses de nacido. La tarjeta decía: “Muchas Felicidades. Querida madresita resiva este primer regalito de su nieto que tanto la estima y le desea mil felicidades en el día de su onomástico. Deseándole mil felicidades, su nietecito Germansito Navarrete, Mayo 27 de 1944”. (Centro de Documentación Navarrete)
El deterioro de la salud de Magdalena Gómez era tan notorio en 1948 por la enfermedad pulmonar que la aquejaba, que el 27 de Mayo, día de su cumpleaños, lució un pañolón negro y una mantilla del mismo color, que le daban un aspecto lúgubre. La acompaña su hija Blanca María, de 34 años, quien luce un traje ajustado a la moda de la época, con sombrero y guantes. Al lado izquierdo aparece Ana Lilia Gutiérrez Navarrete, nieta de Magdalena, de 25 años. Los hijos de Magdalena, Israel y Juan, solo volvieron a saber de su madre cuando ella ya había fallecido. Ellos la amaban, pero su trabajo, los negocios y las familias hicieron que dejaran en manos de sus hermanas el cuidado de Magdalena. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
El trabajo duro, las consecuencias de 7 embarazos seguidos, la desnutrición y los múltiples problemas que afrontó a lo largo de toda su vida, terminaron minando la salud de Magdalena Gómez Garzón, especialmente después de la muerte de su esposo, el 4 de Noviembre de 1925. Los resultados de una existencia llena de dificultades desde la juventud quedaron plasmados en esta gráfica del 27 de Mayo de 1950, día de su cumpleaños.
A la izquierda aparece la niña Esther Julia Gutiérrez Roncancio, hija de Carlos Arturo Gutiérrez Navarrete y biznieta de Magdalena. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
La modesta vivienda construida con grandes esfuerzos y lentamente por Magdalena Gómez Garzón fue ocupada en un comienzo por sus hijas María del Carmen y Blanca María, mientras la habitación central era utilizada para arriendo. Sin embargo, por la carencia de un baño y un lavadero, la habitación cambiaba continuamente de inquilinos, hasta cuando una tercera hermana, María Helena, se pasó a vivir a ese sitio con su esposo Jesús María Ramírez Pachón y ocho hijos.
A partir de ese momento no fue solamente Blanca María la víctima de malos tratos por parte de su cónyuge, sino también María Helena, cuyo esposo llegaba con el cerebro embotado por el excesivo consumo de alcohol y golpeaba a la mujer sin que sus pequeños hijos pudieran defenderla.
En estas circunstancias, con una edificación de tamaño reducido, carente de adecuados servicios públicos y en la cual convivían difícilmente dos parejas con dieciséis niños y niñas, las condiciones de vida eran muy precarias para todos y no había posibilidad alguna de progreso económico ni social. Los pocos pesos que ganaban Luis Alberto Fonseca Camargo y Jesús María Ramírez Pachón apenas alcanzaban para comprar alimentos, pagar transportes y muy rara vez comprar ropa o zapatos para los menores.
La violencia intrafamiliar repetida cada semana en los hogares de sus hermanas Blanca María y María Helena, hizo que María del Carmen Navarrete Gómez decidiera no esforzarse para tener un esposo y –como se explica en el capítulo dedicado a su vida–, en la primera oportunidad que se le presentó se alejó de la casa de Magdalena Gómez Garzón con su hijo Luis Germán para nunca regresar, concentró sus energías en toda clase de trabajos que se le presentaban, le dio educación básica al niño y cuando él creció compartió la vida con sus nietos hasta el fin de su existencia.
Pocos años después, ya jubilado en “Estructuras Metálicas Herman Boehlen HB”, Luis Alberto Fonseca Camargo compró una casa en el barrio “Tunjuelito”, al Sur de Bogotá y también abandonó para siempre, con su familia, la casa de su suegra. La vivienda quedó en manos de los hijos de María Helena Navarrete y, como se explica a continuación, la situación no ha cambiado sustancialmente.
Magdalena Gómez Garzón viuda de Navarrete, la “Heroína Anónima” a quien la Familia Navarrete debe en gran parte haber sobrevivido después de la trágica “Guerra de los Mil Días”, falleció el 3 de Enero de 1951 en Bogotá, a la edad de 72 años, a causa de un infarto originado en un derrame cerebral que se le produjo al rompérsele en el cerebro un tumor que tenía desde joven, pero del cual la familia solamente se enteró después de su muerte.
Según el concepto médico de la época, la fuerte tos que aquejaba a la señora desde hacía varios años originó el derrame cerebral por el esfuerzo que hacía cada vez que tosía. La situación se agravó porque en el momento en el cual le comenzó el derrame cerebral Magdalena se encontraba sola, no pudo contener la sangre y en medio de la angustia se le produjo el infarto. Al final Magdalena terminó ahogada con su propia sangre y sin alcanzar a pedir ayuda. La noticia fue registrada por el periódico EL TIEMPO con un homenaje a su memoria, al compartir el dolor de la familia por su desaparición.
Un litigio jurídico de 70 años sin resolverse
En la actualidad, cuando la vivienda pasó de los 100 años de haber sido construida por la esforzada campesina, la letrina sigue siendo la misma, la estufa de la cocina tiene las mismas paredes de guadua, la escalera sigue intacta y en el patio el único cambio ha sido reemplazar las dos mesas por una alberca. Los conflictos y las peleas entre los dos hermanos que continúan disputándose la propiedad han impedido cualquier mejoramiento de la misma.
El conflicto se ha desarrollado de la siguiente manera desde 2007 hasta 2021:
Luís Álvaro y Rafael Alberto Ramírez, hijos de María Elena Navarrete Gómez, quedaron ocupando la vivienda cuando el último de los miembros de la familia Fonseca Navarrete abandonó el predio. Álvaro ocupó la habitación que tenían Luis Alberto Fonseca, su esposa Blanca María y sus hijos. Rafael, por su parte, se quedó solo con su esposa cuando sus hijos se casaron y formaron hogar aparte. Él se ha encargado de pagar siempre el Impuesto Predial y los servicios de agua y luz. Durante varios años le propuso a Álvaro legalizar la situación del inmueble y cancelar los servicios por partes iguales, para que ambos quedaran propietarios mediante Escritura pero él no aceptó.
En 2007, ante la negativa de Álvaro Ramírez de conciliar con su hermano de alguna forma, la totalidad de los integrantes de las familias Navarrete y Fonseca Navarrete, que podrían haber reclamado derecho alguno sobre la propiedad, cedieron todo a favor de Rafael Alberto Ramírez por ser la persona que durante muchos años ha estado pendiente de cancelar oportunamente los impuestos, los servicios públicos y de tener todo listo para introducirle mejoras al inmueble.
En 2008 se le demostró nuevamente a Álvaro Ramírez la conveniencia de legalizar la situación del predio, pero no aceptó porque desde 2006 no vivía en el lugar y había decidido irse a vivir con su tercera mujer, Antonia, en la urbanización “Altos de Cazuca”, en Soacha. Ella, a pesar de los malos tratos que recibía, se convirtió en su ángel protector hasta el día de su muerte.
Antes de trasladarse Álvaro le dijo a su anterior concubina de esa época, Mercedes Gómez, que la dejaba dueña y señora de la casa para que pudiera vivir en ella con el nuevo marido que ella había conseguido. Desde esa época la mujer le hizo la vida imposible a la esposa de Rafael Ramírez, Esther Celis, obligándola a ella y a Rafael a aceptar la petición de sus hijos de irse a vivir con ellos, fuera de Bogotá desde 2008 hasta 2012, cuando regresaron para ponerse de nuevo frente al mantenimiento de la vivienda.
En 2012 se canceló el proceso que permitiría hacer un Juicio de Sucesión en Bogotá con el respaldo de todos los integrantes de las familias Navarrete y Fonseca, al no encontrarse en el Municipio de Nemocón los Certificados de Nacimiento de Magdalena Gómez y su cónyuge Juan Nepomuceno Navarrete, que eran necesarios para adelantar jurídicamente el trámite en Notaría.
Hasta el día de hoy nadie ha estado dispuesto a pagar nuevamente los servicios de un abogado para tramitar en múltiples Iglesias y Notarías de Bogotá todo lo relacionado con los Certificados de Nacimiento y Defunción de quienes aparecen vinculados de una u otra forma como partícipes del proceso de compra y venta del lote (Magdalena Gómez en 1919) y el Juicio de Sucesión a favor de Carmen, Blanca, María Elena y José Israel Navarrete en 1951.
La situación se complica, además, por las gestiones que se deben hacer ante la Superintendencia de Notariado y Registro de Bogotá y las Parroquias de Nemocón y Zipaquira, en el Departamento de Cundinamarca. En la actualidad el predio no puede ser vendido ni comprado por nadie, debido precisamente a que no se ha hecho un Juicio de Sucesión que involucra a 25 personas, entre padres, hijos y nietos, unos vivos y otros fallecidos en Bogotá y Nemocón.
En 2015 Mercedes Gómez y su concubino decidieron abandonar la vivienda y se trasladaron a otro lugar de la ciudad, aprovechando que Rafael y su esposa no se hallaban en ese momento en Bogotá. Pero antes de irse y sin necesidad alguna, destruyeron parte de la casa.
Al regresar y encontrar la vivienda en esas condiciones, Rafael Ramírez invirtió parte de su modesta pensión en reparar los daños para seguir viviendo en el lugar con su esposa. Sin embargo, a raíz del desalojo de quienes habitaban la denominada “Calle del Cartucho”, en el centro de Bogotá, algunas de las personas que vivían del negocio de la venta de drogas alucinógenas buscaron la forma de trasladarse a “La Perseverancia” y de nuevo el barrio se convirtió en una fuente de problemas sociales que han hecho necesaria la presencia permanente de patrullas de la policía en la Avenida Circunvalar para controlar el orden público.
Al pasar la Navidad y llegar el Año Nuevo de 2020, la situación no ha cambiado, sin que hasta el momento se vislumbre una solución.
Aspecto nocturno del barrio “La Perseverancia”, al pie de los cerros Orientales de Bogotá en Noviembre de 2015. En el centro de la gráfica se alcanza a ver la torre de la actual “Iglesia de Cristo Rey”, ubicada en la calle 32 con carrera 4ª, dos cuadras abajo del lugar donde Magdalena Gómez Garzón y Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez adquirieron un lote por 35 pesos en 1919 y donde después de más de un siglo reside su nieto Rafael Alberto Ramírez Navarrete con su esposa, Esther Celis Pedraza. En la parte inferior del extremo izquierdo de la gráfica se aprecia la Carrera 5ª, en el trayecto hacia el Parque Nacional. (Foto de Andrés García).
Homenaje póstumo de Germán Navarrete a Magdalena Gómez
Amada abuelita:
¡ Tu dolor ¡… ¡ tu tristeza ¡… ¡ el sufrimiento que soportaste durante toda tu vida terrenal conmueven las fibras más íntimas de nuestro ser ¡.
Penetrar tu mirada…, tu alma…, tu corazón…, es adentrarse en un mundo agobiado por un dolor tan infinito que no puede ser explicado con palabras.
Desde tu niñez hasta tu triste partida, con muy escasos momentos de ternura y alegría, te fueron negados varios de los Derechos Humanos básicos: el de ser feliz…, el de gozar de una vida digna… el de poder descansar cuando tu cuerpo se rendía ante los múltiples oficios domésticos y maternos que te tocó soportar día y noche durante largos años de trabajos que nunca terminaban.
Hoy, desde un pequeñísimo lugar del planeta, nos arrodillamos ante tu presencia en la dimensión en la cual te encuentres y con los ojos cerrados dirigimos nuestras oraciones hacia el espacio infinito para rendirte un sincero homenaje de gratitud por la enorme cuota de sacrificio que ofrendaste al anteponer el bienestar de tus padres, de tus hermanos y hermanas, de tu esposo y de tus hijos, al tuyo propio.
Hoy reconocemos que tu coraje, tu valentía y tu fuerza sobrehumana superaron con creces el dolor que siempre agobió tu bello y humilde cuerpo de mujer.
En ti reconocemos también a los millones de mujeres del mundo que cada día y durante años ofrendan sus vidas, sus almas y sus corazones, para asegurar el bienestar de sus familias sin esperar nada a cambio.
Ustedes… mujeres… son lo más bello, lo más dulce, lo más tierno de la Humanidad.
Elevamos nuestras peticiones al Señor Dios todopoderoso, para que toque los corazones de todos los hombres de la Tierra y haga que ellos tomen conciencia de que sus mujeres, sus esposas, sus compañeras sentimentales, son verdaderos tesoros que deben cuidar siempre, recordando en todo momento que una mujer es una flor cuyo dulce aroma es un bálsamo para el alma y cuyos pétalos envuelven nuestros corazones con sentimientos de paz y alegría.
Descansa en Paz, Magdalena Gómez Garzón