La Cárcel Modelo de Bogotá (Colombia), se convirtió en uno de los centros carcelarios más peligrosos del mundo desde 1979, cuando varios hombres que permanecían detenidos en ese lugar fueron incinerados con gasolina, durante uno de los numerosos incidentes que se han registrado dentro del penal en 50 años. El último amotinamiento de reclusos tuvo lugar el 27 de Abril de 2000, cuando fueron asesinados 32 internos y 17 más quedaron heridos. En la gráfica, cuatro guardias del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC), permanecen en el techo de uno de los pabellones del establecimiento, listos para controlar intentos de fuga, o evitar riñas colectivas armadas entre grupos rivales. (Foto cortesía de EL TIEMPO).
Navarrete… ¡¡¡ Váyase ya para la Cárcel Modelo ¡¡¡
Bajo el penal hay miles de asesinados por Guerrilleros de las FARC y paramilitares
La Cárcel Modelo de Bogotá (Colombia), es uno de los lugares más tenebrosos del mundo.
Por declaraciones de decenas de exparamilitares ante las autoridades, se calcula que desde 1999 hasta 2003 fueron asesinadas entre 2.000 y 3.000 personas dentro del penal, crímenes que están siendo investigados por la Fiscalía General de la Nación. En un expediente de la Justicia Transicional figuran las declaraciones de diez de esos exparamilitares, quienes revelaron que dentro de La Modelo funcionaban “Oficinas de Cobro”, de secuestros y comercio de drogas y armas.
Además, según protagonistas y conocedores de las matanzas individuales y colectivas, se estima que bajo los edificios e instalaciones de la cárcel fueron enterrados miles de cuerpos, por lo cual sería necesario demoler totalmente el centro de reclusión para encontrar los cadáveres y sus restos. A esto se debe que un sacerdote de la Iglesia Católica, quien cumplió funciones de Capellán, haya declarado el lugar como “un camposanto”.
La fotografía de EL TIEMPO muestra la forma como, durante mucho tiempo, fueron sacados de la cárcel, en bolsas de basura, los cadáveres descuartizados de toda clase de personas: guerrilleros, paramilitares, delincuentes comunes y personas inocentes que habían acudido a citas dentro del penal para negociar los rescates de familiares secuestrados.
La estrategia de mezclar Paramilitares con Guerrilleros y sicarios
En una época La Modelo se convirtió en lugar de reclusión de los guerrilleros de las autodenominadas “Fuerzas Armadas de Colombia” (FARC). Al tener el control absoluto de las instalaciones del penal, los alzados en armas citaban a la cárcel a los familiares de secuestrados para que pagaran los rescates por las liberaciones. Las personas que no podían cancelar los dineros exigidos eran asesinadas y sus cuerpos desaparecidos. La foto de Caracol muestra el poder que tenían los guerrilleros, durante un amotinamiento que les permitió llegar hasta los techos de los edificios del centro carcelario.
Para quitarles a las FARC el control del penal, el Jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Carlos Castaño Gil, logró que el gobierno concentrara en La Modelo a los paramilitares capturados por las autoridades. A partir de ese instante la edificación fue dividida en sectores: En el Ala Norte mandaban los guerrilleros y en el Ala Sur los paramilitares. En el Patio 4 se alojaba a los delincuentes comunes, mientras los Jefes Paramilitares, los sicarios de Pablo Escobar y los narcotraficantes ocupaban el Pabellón de Alta Seguridad.
En estas condiciones, mantener a 5.000 hombres hacinados en cinco patios que separan a 4 edificios mediante pasillos de 70 metros cada uno y alojarlos en pabellones y habitaciones estrechas donde vivían en medio de asesinos, sicarios y hampones de alta peligrosidad, representaba en la práctica una “bomba de tiempo” que terminó originando masacres y toda clase de hechos violentos dentro de la cárcel, durante varios años.
Al quitarles a los guerrilleros el control absoluto de La Modelo, los paramilitares se convirtieron en los encargados de citar al penal a las víctimas de extorsiones y los parientes de secuestrados. Quienes no pagaban eran sometidos a torturas, asesinatos y desapariciones. Durante mucho tiempo ambos grupos, guerrilleros y paramilitares, cometieron toda clase de crímenes sin control de las autoridades: personas que entraban y nunca volvían a salir porque sus cuerpos eran descuartizados, sacados en bolsas negras, lanzados a alcantarillas, o pasaban a ser el alimento de los cerdos que había dentro de la cárcel.
La situación llegó a ser tan grave, que el Capellán del penal en la época más violenta, recibió la siguiente advertencia cuando trató de hacer algo para detener las masacres, asesinatos y torturas: “Mire padrecito… deje de meterse en estos asuntos… si no quiere terminar en “La Licuadora, o sea picado, descuartizado y lanzado a las alcantarillas”.
La amenaza al sacerdote la confirmó David Martínez, ex Asesor del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, quien conoció de primera mano la barbarie que reinaba en La Modelo entre 1999 y 2003, según lo explicó Juan David Laverde Palma en una investigación de Caracol TV.
21 años de lucha de Jineth Bedoya para exigir justicia
En este contexto histórico se destaca la indiferencia del Estado colombiano frente a la protección de los periodistas que cubren temas como los aquí expuestos.
El 25 de Mayo de 2000, cuando investigaba la desaparición de 16 personas con base en denuncias de familiares de las víctimas, la periodista Jineth Bedoya Lima, Reportera Judicial de EL ESPECTADOR, fue secuestrada en la puerta principal de la cárcel, sacada de Bogotá por 3 hombres que la drogaron, torturaron y violaron durante 16 horas y al final la dejaron abandonada en un potrero, a corta distancia de Villavicencio, en el Departamento del Meta.
Después de sufrir su dolor en silencio durante varios años, la fuerza moral, el carácter y el valor de Jineth, la llevaron a crear el movimiento “No es Hora de Callar”, que ha contado con apoyo nacional e internacional.
Sin embargo, la titánica lucha de la periodista por lograr que el gobierno colombiano hiciera recaer todo el peso de la Ley sobre los autores intelectuales y materiales de su secuestro y agresión sexual, no obtuvo la atención que su caso requería y se vio obligada a buscar justicia en medios internacionales.
Veintiún años después del ataque sufrido por Jineth –el 18 de Octubre de 2021–, el Comité Interamericano de Derechos Humanos (CIDH), de la Organización de Estados Americanos (OEA), condenó al Estado colombiano por haber sido no solo incapaz de evitar el secuestro, sino también lento y negligente en el proceso de investigación y condena penal del caso, todo lo cual constituía una clara violación de los Derechos Humanos de la periodista.
En la gráfica anterior, la ex Primera Dama de los Estados Unidos, Michelle Obama y la Secretaria de Estado Hillary Rodham Clinton, aparecen en el momento de homenajear en 2012 a Jineth Bedoya Lima, al acompañarla durante la entrega del “Premio Internacional a las Mujeres de Coraje (IWOC)”, que se otorga anualmente en Washington. (Foto del Departamento de Estado en Wikipedia).
En la actualidad el Estado colombiano está en mora de otorgarle a Jineth un cupo en el Senado de la República, para que desde ese foro de la democracia pueda asumir la vocería de todas las mujeres que buscan justicia por diferentes motivos, especialmente si se tiene en cuenta que el noventa por ciento de los Feminicidios y denuncias por agresiones a mujeres, siempre permanece en la impunidad, según los organismos especializados en el tema.
Me salvé de ser asesinado
He hecho esta introducción porque hay una similitud entre lo que le ocurrió a Jineth y lo que me pasó a mí en la misma cárcel, hace cincuenta años. Obviamente guardando las debidas proporciones entre un caso y el otro:
- ) En 1969 yo ejercía las funciones de Reportero Judicial de EL ESPECTADOR. En desarrollo de mi trabajo, cuando tenía conocimiento de asesinatos, atracos a Bancos y toda clase de delitos cometidos por hampones, aprovechaba mi amistad con los agentes secretos del F-2 del Comando de Policía Bogotá y de los detectives secretos del entonces Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), para reunir grandes cantidades de datos sobre determinados temas y, al final, elaboraba informes de prensa que terminaban siendo primicias;
- ) En 2000, Jineth Bedoya Lima se desempeñaba en el mismo cargo: Reportera Judicial de EL ESPECTADOR y, al igual que yo, acostumbraba hacer un gran acopio de datos sobre situaciones criminales para elaborar sus informes:
- ) Cuando fue secuestrada en la puerta de La Modelo, fue sacada de Bogotá y en el interior de un vehículo sometida a torturas y violencia sexual. Después la dejaron botada en un potrero, viva, para enviarle un mensaje a los periodistas: ¡¡¡ No investiguen nada de lo ocurrido en La Modelo…, si no quieren que les pase lo mismo ¡¡¡;
- ) Si me hubiera quedado durante varias décadas en EL ESPECTADOR trabajando siempre como Reportero Judicial, habría hecho lo mismo que Jineth, porque el tema atrae la curiosidad de periodistas e investigadores: averiguar cómo y por qué era posible que personas que no estaban involucradas en delitos, entraban a la Cárcel Modelo y nunca volvían a salir. Y no me habría detenido ante ningún obstáculo. Por el contrario, habría escuchado a familiares de víctimas, a guardianes, a ex paramilitares y ex FARC, para averiguar nombres, sexos, edades, motivos por los cuales habían sido convocadas al interior del penal, buscar fotos de sus rostros y, lo más importante, saber qué pasó con esas personas. Para ello lo más lógico era entrar al penal, revisar patio por patio, salón por salón, pabellón por pabellón, entrar a las alcantarillas y examinar los lugares donde hacían el descuartizamiento de personas, como la enfermería, etc., para sacar mis propias conclusiones y revelarle al país y al mundo la gravedad de los hechos;
- ) La diferencia entre Jineth y yo, era que mientras a ella la dejaron viva para enviar un mensaje intimidatorio a la prensa colombiana, a mí me habrían asesinado y desaparecido, para castigarme “por meterse en lo que no le importa”, como ha ocurrido con aproximadamente 50.000 periodistas muertos en América Latina durante varias décadas por denunciar el robo de dineros de los ciudadanos, los asesinatos ordenados por funcionarios corruptos y también por revelar la vinculación de empleados públicos con bandas dedicadas al narcotráfico y actividades criminales.
32 muertos por la guerra Delincuentes – Paramilitares, en 2000
El 27 de Abril de 2000 los paramilitares le declararon la guerra a la delincuencia común, por el asesinato de dos de sus integrantes: Carlos Alberto León Giraldo, de 26 años, acusado de hurto y homicidio agravado y Yemas Duque, de 30 años. Los cuerpos de ambos hombres fueron encontrados ese día descuartizados, entre los tubos de la tubería matriz del penal, dentro de bolsas negras de plástico. El hallazgo lo hicieron funcionarios de la Fiscalía General de la Nación y la Defensoría del Pueblo de Colombia, quienes habían hecho presencia en el penal después de recibir información de varios reclusos.
Un tercer asesinato a bala, el del paramilitar Yema Ospina Florez en el patio donde estaban recluidos los delincuentes comunes, se convirtió en la mecha que prendió la llama de una guerra que duró tres días dentro del penal. Ospina, según lo reveló veinte años después EL TIEMPO, había sido infiltrado en el patio 4 para que recogiera información de los movimientos de hombres que procedían del Pabellón de Alta Seguridad, donde se encontraban los Jefes Paramilitares Ángel Gaitán Mahecha, Miguel Arroyave y el Jefe de Sicarios de Pablo Escobar, John Jairo Velásquez Vásquez, alias “Popeye”.
En pocos minutos la noticia de los asesinatos de tres paramilitares se regó como pólvora dentro de La Modelo y se produjo lo inevitable: Paramilitares y delincuentes se precipitaron sobre las caletas donde escondían sus armas para iniciar una guerra abierta, mientras los guerrilleros permanecían a la expectativa, armados con ametralladoras, granadas y fusiles.
Con rockets, granadas y disparos de fusil los paras tumbaron las paredes y rejas del patio 4, mientras los hombres de las Autodefensas Unidas de Colombia que tenían el control de los patios 3, 4 y 5 del Ala Sur de la cárcel, desfilaron con brazaletes negros que tenían las siglas AUC y empezaron a disparar en contra de los internos del patio 4.
A las dos y media de la tarde los internos de los patios 3 y 5 se apoderaron de 3 guardianes del Inpec, encargados de controlar a 2.500 reclusos y a partir de ese momento el caos se apoderó de la cárcel. A las diez de la noche los paramilitares dirigidos por Diego Cadavid lograron la rendición de los presos del Patio cuatro y 42 de ellos, desnudos, fueron retenidos hasta el día siguiente, cuando el Inpec los rescató y los trasladó a las cárceles La Picota en Bogotá, El Barne en Tunja y Picaleña en Ibagué. Los reclusos que se habían negado a rendirse desnudos, fueron asesinados con disparos en la cabeza.
Después de doce horas de guerra, durante las cuales 32 hombres fueron asesinados y 17 quedaron heridos, el Ministro de Defensa de la época, Rómulo González Trujillo, dispuso que 1.200 miembros del Comando de Operaciones Especiales de la Policía allanaran la cárcel para devolverle la normalidad.
La gráfica de EL TIEMPO muestra a varios agentes de la Policía ingresando a los pabellones de La Modelo para detener los enfrentamientos armados en el interior de la cárcel.
Lo encontrado por la Fiscalía General de la Nación después de ser practicado el levantamiento de los cadáveres, confirmó que en La Modelo funcionaba una “ciudadela subterránea” donde se guardaban explosivos, centenares de granadas, fusiles y pistolas con cartuchos suficientes para mantener combates durante varios días, más de dos mil cuchillos, bates y hachas, además de numerosos celulares.
Y como era de esperarse en ella, la única periodista que ingresó a la cárcel después de 3 días de la masacre del 27 de Abril de 2000, fue Jineth Bedoya Lima, quien se hizo pasar por familiar de un recluso. Sus informes fueron claves para que la Fiscalía comenzara a investigar más de cien asesinatos cometidos dentro del penal sin que autoridad alguna hubiera intervenido antes. Solo de esta manera fue posible que el mundo se enterara de la gravedad de lo que ocurría en el centro de reclusión. Después, noticieros de televisión de Estados Unidos, Francia y España, llegaron a Colombia para hacer informes especiales sobre el terror que se había vivido en La Modelo durante muchos años.
El cambio de la Presidencia de Venezuela, por La Modelo
A mediados de 1974 los Ministros de Relaciones Exteriores del Presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez y el Canciller del Jefe de Estado de Colombia, Misael Pastrana Borrero, sostenían posiciones encontradas en un tema que Pérez presentaba en su primer mandato como “la delimitación de las aguas en el Golfo de Venezuela”.
En medio de la confrontación de los dos gobiernos se presentaba una situación interesante: Mientras Colombia mantenía un prudente silencio diplomático, la tesis del Presidente Pérez era consideraba equivocada por parte de expertos venezolanos en temas marinos “porque las aguas no se delimitan, debido a que el agua es un fluido de índole migratoria, imposible de delimitar por su propia naturaleza”.
Para conocer directamente de labios del Presidente de Venezuela cómo veía Carlos Andrés Pérez el presente y futuro de la controversia y cuáles preveía que podrían ser las consecuencias económicas, políticas y sociales que afectarían la vida de los habitantes de ambos países, en especial el sector comercial fronterizo del Táchira, en Venezuela y el de la ciudad de Cúcuta, en Colombia, la Sección Política de EL TIEMPO decidió enviar a Caracas a Germán Navarrete, para que entrevistara al mandatario.
Y en el instante en el cual abandonaba mi escritorio para dirigirme al vehículo que me llevaría al aeropuerto, un grito al cual estaba acostumbrado me detuvo e hizo que los demás redactores dirigieran sus miradas hacia mí, preguntándose qué pasaba:
“NAVARRETE… VENGA…”
Era Don Enrique Santos Castillo, el Jefe de Redacción, quien en la foto anterior aparece en el centro hablando con el Presidente Carlos Lleras Restrepo (a la izquierda), en presencia del Gerente de EL TIEMPO, Carlos Pinilla Barrios.
Mi reacción fue instintiva: “Ay no… Ya qué pasó…”
“Mijito… lo necesito en la Cárcel Modelo… váyase para allá ya mismo…”, fue la acelerada respuesta de Don Enrique cuando llegué a su lado.
Nunca he olvidado el resto del diálogo con quien fue para mí como un segundo padre:
“No… No… No Don Enrique… No puede ser… Me están esperando en Venezuela… la entrevista con el Presidente Carlos Andrés Pérez ya está lista… Mire… aquí tengo el pasaje y el conductor me espera para salir hacia el aeropuerto”.
“No mijito… lo necesito ya mismo en La Modelo… es más urgente…”
“Pero Don Enrique no me haga esto… Por favor”.
“No Navarretico… lo necesito allá. Es importante…”
Ante la actitud de Don Enrique no tuve más remedio que cambiar mi entrevista con el Presidente de Venezuela, por mi salida hacia la tétrica Cárcel Nacional Modelo, de Bogotá.
Durante el recorrido me actualizaron por Radioteléfono: Un grupo de presos se habían amotinado, tenían retenido a un guardián y hacían disparos. No se sabía si lo hacían desde los techos de los edificios, como había ocurrido en otras oportunidades, o desde el interior de la cárcel. Todo indicaba que se preparaba una fuga masiva de reclusos y por eso el Ejército controlaba totalmente los alrededores del penal y había prohibido la presencia de periodistas.
Con el propósito de evitar una infiltración de reporteros a la zona en conflicto, el ejército mantenía a los comunicadores, a los fotógrafos y a los camarógrafos de televisión, en la azotea de un edificio ubicado frente a la cárcel, para que desde allí siguieran el desarrollo de los acontecimientos a larga distancia. La Policía Nacional, mientras tanto, apoyaba al Director del penal en el interior de los edificios.
A esto se debió que a dos cuadras de distancia de La Modelo solamente había Patrullas de la Policía, camiones del ejército y ambulancias de la Cruz Roja. Las gentes seguían los acontecimientos desde las ventanas de los segundos, terceros y cuartos pisos, o desde las terrazas. A lo lejos divisé a varios guardianes que caminaban sobre uno de los edificios de la cárcel y escuché disparos.
Al llegar a una cuadra del penal descubrí que todo el sector aledaño al centro carcelario permanecía “acordonado” por un perímetro de seguridad formado por el Ejército, que mantenía una especie de retenes en puntos estratégicos para controlar el ingreso y salida de habitantes del lugar, previa su respectiva identificación y confirmación de que residían en las casas vecinas. Le indiqué al conductor de la camioneta de EL TIEMPO que se estacionara en un sitio donde no llamara la atención y me uní a un grupo de habitantes que hacían fila para dirigirse al interior del perímetro, con el temor de que no me dejaran pasar porque no sabía qué excusa inventarme.
Salvado a buena hora por los recuerdos de una época bella
Por azares del destino, durante gran parte de la década de los años 60 del Siglo XX y hasta los primeros meses de 1973, varios de quienes trabajábamos en la noche en EL ESPECTADOR acompañábamos a Don Eduardo Garrido Solano, Jefe del Archivo de la Redacción y hermano del Jefe de Personal, a tomarse unos tragos en una esquina del barrio “Puente Aranda”, porque sin la ayuda del aguardiente no podía irse a dormir. Era tal su ansiedad cuando no podía ingerir licor, que le temblaban notoriamente las manos al hablar.
Me acuerdo perfectamente de esos años porque fue cuando me correspondió desempeñar múltiples funciones en el periódico: Mensajero de la Redacción, Asistente de los Editores Internacionales, recepcionista de las noticias dictadas por teléfono por los Corresponsales, recepcionista de radiofotos, laboratorista en el revelado químico de las fotos y porque, además, coincide con la publicación de mis primeras noticias como reportero primíparo. En el artículo “EL ESPECTADOR, 135 años de historia”, que aparece en esta Página Web, se hace un recuento de cómo llegábamos todos a la nueva sede del periódico en el Barrio “La Granja” y del cual salíamos en las noches a las reuniones en “Puente Aranda”.
Del grupo que acompañó a Don Eduardo Garrido a tomar aguardiente durante esos largos años de tertulia callejera hacíamos parte, no siempre, sino con una frecuencia de uno o dos días por semana, los siguientes trasnochadores:
Por los Linotipistas veíamos con alguna frecuencia a: Enrique Gil Moreno, elegante, amable y quien se destacaba por su seriedad al intervenir en los diálogos; Fernando Puyana (hijo de Don Manuel Antonio Puyana, seleccionado por Don Luis Gabriel Cano para capacitarse en el manejo del Offset en los Estados Unidos, para que fuera preparando el cambio tecnológico de la producción de noticias con el plomo de los Linotipos, a su elaboración en papel producido por máquinas modernas); Jorge Antonio Parra Zuluaga, el famoso “Parrita”, alto y corpulento, contador de historias graciosas, Juan Maldonado hijo y Luis Humberto Pinzón, quien por ser padre de once hijos vivía siempre endeudado y era el escogido para hacer horas extras y remplazos cuando sus compañeros no trabajaban por cualquier motivo.
De otras dependencias participaban, por aproximadamente una vez al mes, los siguientes trabajadores:
Por la Oficina de Archivo de la Redacción: Jorge Rojas, Abel Rodríguez Contreras (con quien trabajé después en la Sección Bogotá de EL TIEMPO) y Raúl Acuña Suárez, un compañero alto y robusto –pesaba 90 kilos– a quien me tocó trasladar a la Clínica San Pedro Claver una madrugada de 1972, cuando rodó por las escaleras empinadas del segundo piso del “Bar La Quintrala”, ubicado en la esquina del costado Sur de la Avenida Jiménez con Carrera 5ª, bajo el efecto de los tragos. En la memoria todavía conservo su imagen estremeciéndose en una camilla de hospital por los medicamentos que le suministraron. Me acuerdo perfectamente de este accidente porque solicité ayuda al Secretario de Salud de Bogotá, quien le pidió al Director de la Clínica que nos atendiera de urgencia. Desde el primero de Mayo de 2008 la institución cambió su nombre por el de “Méderi Hospital Universitario Mayor”.
Por la Sección de Armada, Ernesto Muñoz Neira y Bonifacio Tinjacá Penagos; Por la Sección de Fotografía los Reporteros Gráficos José del Carmen Sánchez Puentes, Carlos García Rozo, Luis Alberto Acuña Casas (tío de Raúl Acuña Suárez), Guillermo Sánchez Rodríguez (quien tenía una columna diaria en EL VESPERTINO), Vladimiro Posada, Bernardo Ospina, Francisco Carranza y Jairo Higuera; y
Por la Redacción: Héctor Muñoz Bustamante, intelectual, historiador boyacense y autor del recorrido periodístico de EL ESPECTADOR por la Ruta Libertadora de Simón Bolívar; Hernán Gallego Gallego, el veterano Redactor Político antioqueño que me dictaba noticias desde el Senado de la República y había sido elegido Presidente de la Asociación Colombiana de Periodistas (ACP). Lo apodaban “El Padre de las Casas”, por ser el encargado de tramitar ante el Gobierno Nacional los planes para dotar de vivienda propia a los periodistas.
De vez en cuando se hacía presente Jairo Gómez Remolina, el más arriesgado de los Reporteros Judiciales de Bogotá. Se caracterizaba por los lentes gruesos de sus anteojos, por hablar aceleradamente y por ser aficionado a los deportes extremos. En una ocasión descendió doscientos metros acompañando a los Bomberos de Bogotá por la peligrosísima, maloliente y resbaladiza escalera manual de “El Salto de Tequendama”, para rescatar los cadáveres de dos personas que se habían suicidado en ese lugar. Lamentablemente “El ciego Evaristo”, como sus colegas, sus amigos y sus superiores Guillermo García Guaje y Luis De Castro Rugeles llamaban coloquialmente a Jairo Gómez, fue asesinado por Campo Elías Delgado Morales en el restaurante “El Pozetto” en la noche del 4 de Diciembre de 1986.
A Jairo Gómez y al resto de trabajadores y periodistas mencionados, nos uníamos el ex Sargento de la Policía Nacional y Reportero Judicial, Hernán Unás Becerra, Luis López (quien trabajaba en la Sala de Juntas de la Redacción recibiendo en máquina las noticias de los corresponsales) y yo, porque teníamos turnos fijos hasta la medianoche o las 2 de la madrugada.
Uno de los conductores del periódico, quien también nos acompañaba, de apellido Osorio, aparece sentado en la cuarta fotografía del libro “Tribute to a Wife”, mientras yo estoy bailando con mi novia Isabel en la casa de los tíos Isaac Merchán e Isabel Santana, que se puede ver en esta Página Web. En español, el mismo libro figura bajo el título “Bodas de Oro Navarrete – Andrade”.
Aún hoy, cuando avanzo hacia los 82 años de edad, recuerdo fácilmente los nombres y las características personales de mis compañeros de EL ESPECTADOR, porque nos divertíamos haciendo chistes de toda clase hasta altas horas de la noche en plena calle, aguantando el frio y el viento helado de la madrugada, de pie al lado de un poste, en una esquina de la Calle 13 con el cruce de la glorieta de la entrada a Puente Aranda, bajo la tenue luz de un bombillo de luz amarilla, en la ruta Bogotá – Fontibón. A veces algunos terminaban borrachos porque decían que para espantar el frío había que tomarse más aguardienticos. Por fortuna nunca seguí ese ejemplo.
Como el puesto portátil de venta de aguardiente lo ubicaban en algunas ocasiones en la entrada al sector donde está la Cárcel Modelo, durante la década de los años 60 hice amistad con algunos habitantes del lugar. Y en el momento en el que en 1974 no tenía ni idea de cómo sortear el perímetro militar, milagrosamente una persona me reconoció en la fila, le expliqué mi situación y gracias a ella pude cruzar el retén de los soldados.
¡¡¡ Un periodista ¡¡¡… “ Sáquenlo de aquí ”
Como si fuera un habitante más del sector aledaño a la Cárcel Modelo, me acerqué a tres soldados que hacían guardia frente al penal. Por sus rostros deduje que se trataba de adolescentes que prestaban el Servicio Militar y por lo tanto no tenían experiencia en muchas cosas. Les entablé un diálogo amistoso y los invité a tomar una gaseosa con bizcochos en una tienda.
Ya en confianza, uno de los jóvenes me preguntó: ¿Y el doctor de dónde viene?. Y yo le contesté “De la Procuraduría General de la Nación, para hablar con mi General”. Respondí con naturalidad porque en mi trabajo de Reportero de la Sección Bogotá de EL TIEMPO, continuamente me encontraba en el despacho del Alcalde con el Comandante de la Policía de Bogotá, quien me conocía y ese día estaba al frente del control interno de la cárcel.
Para agradecerme la invitación que les había hecho y la amabilidad con la cual los había tratado, los soldados me llevaron a la puerta principal de la cárcel y uno de ellos golpeó para que abrieran. Del otro lado de la puerta se abrió un pequeño orificio que en esa época –por seguridad– solo dejaba ver los ojos del guardián. Con él se mantuvo el siguiente diálogo en presencia de los tres militares, lo cual le dio confianza a quien estaba a cargo de controlar el ingreso y salida de personas:
¿Quién es?…
¿Qué quiere soldado?
“El doctor viene de la Procuraduría para hablar con mi General”.
“Ah… ya… espere”.
Y como por encanto, sin más preguntas y en medio del chirriar de los goznes de la gran puerta metálica, se me abrió la entrada a la cárcel y me dirigí hacia el lugar que me señalaba el guardián: las escaleras de acceso al segundo piso.
Una vez allí divisé al General, sentado en un escritorio desde el cual controlaba la situación. Después de saludarnos le susurré en el oído porque la algarabía del lugar no permitía hablar fácilmente: “General… saludos de Don Enrique Santos”. El General sonrió y me presentó al Director de la Cárcel, el Mayor Humberto Aparicio Navia, quien andaba nerviosamente de un lado para otro dando órdenes para garantizar que el amotinamiento de presos no se saliera de control y facilitara una fuga masiva.
Al ubicarme en el segundo piso, lo primero que hice fue llamar por teléfono a Don Enrique Santos para informarle que ya había Ingresado a La Modelo. Al escucharme, Don Enrique no aguantó su entusiasmo y gritó para que todos en la Redacción comprendieran que él sabía por qué me había escogido para semejante misión:
“ ¿ LO VEN ?… YA ENTRÓ ”.
Después de anotar los datos básicos sobre la situación que había encontrado comencé a caminar por el segundo piso para ver lo que ocurría en los patios donde los presos se aglomeraban para protestar con toda clase de insultos entre ellos y hacia los guardianes. De pronto, al ver que el Mayor Aparicio se disponía a subir a la azotea, le pregunté:
“Mayor ¿Lo puedo acompañar?”.
“No periodista… ni riesgos… de pronto me le pegan un tiro… no… no… no”.
“No Mayor. No se preocupe… yo ya he estado en abaleos…y en situaciones como esta”.
De todas maneras, ante la férrea negativa del Mayor Aparicio comprendí que tenía razón y desistí de la idea de exponerme inútilmente. A continuación, se me ocurrió regresar al primer piso para ver qué estaba pasando allí, Pero no calculé lo que podía ocurrir al alejarme de la presencia del General y el Mayor, quienes ya me habían aceptado dentro de la cárcel.
No había avanzado unos metros dentro del garaje, cuando un grito me paralizó:
“ CIVIL….¡¡¡ IDENTIFÍQUESE !!!”
Era un Oficial de la Policía que me hacía señas para que me acercara.
Al llegar a él, me pidió que le mostrara mis documentos de identificación. Y al ver el carnet de EL TIEMPO, lanzó un grito de rabia:
“ ¡¡¡ UN PERIODISTA… SÁQUENLO DE AQUÍ !!!.
La puerta se abrió para que yo abandonara el lugar, pero justo en ese preciso instante ingresó un camión del Cuerpo Oficial de Bomberos de Bogotá. Sin pensarlo dos veces me trepé al vehículo aprovechando que yo estaba en el lado derecho, mientras el Oficial y el guardián permanecían de píe en el lado izquierdo hablando con el chofer y desde allá no podían ver la maniobra que yo hacía.
Era exactamente la misma maniobra arriesgada que yo hacía durante mi época de estudiante de primaria en el “Instituto José Joaquín Vargas”, cuando me trepaba a los trenes de carga en movimiento en el “Barrio Cundinamarca”. Hasta el día en el cual resbalé de un vagón y estuve a punto de morir, porque mi cuerpo cayó entre los rieles cuando las ruedas avanzaban hacia mis piernas.
La forma como me salvé está descrita en el artículo “Travesuras que casi matan a Germán Navarrete”, que se puede leer en esta página Web.
El camión de los bomberos se detuvo ante las escaleras que llevaban al segundo piso y regresé adonde el General sin que el Oficial de la Policía y el guardián se percataran de cómo los había burlado en un segundo. Quienes sí se llevaron tamaña sorpresa fueron los periodistas que permanecían controlados por el ejército en la terraza de un edificio, frente a la cárcel. Me enteré de esto porque algunos de ellos me contaron días después que cuando Javier Ayala Álvarez observaba con binoculares lo que sucedía en los pisos de la cárcel, de repente exclamó sorprendido:
“ Oigan… ¿ Ese no es Navarrete ?….
Después de revisar varias veces los pabellones con los binoculares, Javier exclamó, según me dijo después uno de los camarógrafos, que me conocía:
¡¡¡ Claro que es él ¡¡¡… ¿ Cómo entró ?…
Y de repente Javier gritó, al comprender que yo estaba adentro y podía tomar toda clase de datos, directamente sobre el terreno, mientras el resto de periodistas no podía hacer nada:
¡¡¡ NOS CHIVIARON !!!”.
El resto es historia. Durante tres días escribí en EL TIEMPO mi aventura en la Cárcel Modelo y las entrevistas que hice para explicar por qué se había producido el amotinamiento y cómo se había evitado una fuga masiva.
La transformación de La Modelo en una empresa
En 1975 regresé al penal en mi condición de Jefe de Prensa del Servicio Cultural e Informativo de la Embajada de los Estados Unidos. La visita me permitió ver cómo el Mayor Humberto Aparicio Navia había transformado por completo la imagen de la Cárcel Modelo: el que antes era un centro de reclusión, hoy funcionaba como una próspera empresa.
Me sorprendió gratamente ver que La Modelo ya no era el escenario de riñas entre hombres privados de la libertad por culpa de sus errores. Ahora era un lugar donde ellos trabajaban y devengaban ingresos propios con los cuales sostenían a sus familias.
Esto fue posible porque el Mayor Aparicio Navia aprovechó la asesoría del “Cuerpo Internacional de Servicios Ejecutivos” (CISE), una Organización No Gubernamental creada por el banquero norteamericano David Rockefeller, que le brindaba a ejecutivos pensionados de los Estados Unidos trabajar como voluntarios en países en desarrollo para asesorar a empresas y gobiernos, gratuitamente, en la capacitación de trabajadores públicos y privados, para mejorar los sistemas de producción con mayores resultados y menores costos.
La fotografía muestra uno de los talleres creados en 1975 por el Mayor de la Policía Humberto Aparicio Navia en la Cárcel Modelo, de Bogotá (Colombia), para capacitar a miles de hombres privados de la libertad en la producción de cajas de cartón que eran adquiridas por empresas nacionales y extranjeras. Gracias a esta formación laboral, cuando los beneficiarios regresaban a la vida civil podían conseguir empleos en el sector industrial y comercial, sin tener que incurrir en conductas por las cuales habían permanecido varios años lejos de sus familias y detrás de las rejas de una penitenciaría.
De izquierda a derecha aparecen el Jefe del Taller de producción de cajas, el representante del CISE en Colombia y dos delegados del Ministerio de Justicia. El Oficial de chaqueta y gorra militar que aparece en el centro de la gráfica es el Mayor Humberto Aparicio Navia, quien observa a uno de los trabajadores, mientras el periodista Germán Navarrete sigue las explicaciones del Jefe del taller. (Foto de Aurelio Jiménez, de USIS Colombia).
Después de sortear satisfactoriamente la crisis de La Modelo, el Mayor Aparicio administró con éxito, durante 6 años, la Colonia Penal Agrícola y Ganadera de Oriente, situada en Acacías (Departamento del Meta) y más tarde, como Director de la Escuela Nacional Penitenciaria Araracuara formó al personal encargado de los Centros de Reclusión del país.