Mi primera “chiva” en EL ESPECTADOR
La Segunda Guerra Mundial causó entre 60 y 100 millones de muertos, por el hambre, la miseria y el resentimiento que dejaron en Alemania las consecuencias de la Primera Guerra Mundial; la crisis económica de 1929 en Estados Unidos, las políticas expansionistas de los países capitalistas y los esfuerzos del Imperio Japonés por apoderarse de las materias primas de los países del Sureste de Asia. Una vez derrotado Japón con la muerte instantánea de 200.000 civiles al lanzarse 2 bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, Estados Unidos ganó la guerra e inició la reconstrucción total del país vencido, para evitar que se repitiera el fenómeno social y económico de Alemania en 1930, que facilitó el surgimiento de los nazis y originó la Segunda Guerra Mundial.
Quince años más tarde, en 1960, el político japonés Inejiro Asanuma, quien en su calidad de Presidente del Partido Socialista se perfilaba como el candidato con más opción para convertirse en Primer Ministro, declaró a Estados Unidos como “el enemigo compartido de China y Japón” y anunció su intención de convertir a Japón en un país comunista similar a la China de Mao Zedong, el hombre que desde 1949 se había aliado con el dictador ruso José Stalin para apoderarse del mundo.
Durante su “Revolución Cultural”, Mao provocó la muerte de 70 millones de chinos porque hizo castigar con cárcel, destierro y muerte a los intelectuales por el solo hecho de saber leer y tener libros en sus hogares. También hizo encarcelar a quien tuviera éxito personal, manifestara ideas relacionadas con la política, el comercio, la cultura o criticara al Partido Comunista. Como enemigo acérrimo del capitalismo –filosofía que compartía Inejiro Asanuma–, el líder Mao impuso un régimen donde solo había cabida para los campesinos prácticamente esclavizados en la producción rural. Ante el peligro que Asanuma representaba para las libertades de Japón y del mundo Occidental, el joven Otoya Yamaguchi lo asesinó durante un debate de campaña que se transmitía en directo por televisión, en Tokio, el 12 de octubre de 1960.
La gráfica permite comprobar los nexos políticos y la amistad personal que unían al político japonés Inejiro Asanuma (a la izquierda) con el líder de la China comunista Mao Zedong, luego del discurso que Asanuma pronunció en Beijing en 1959, ante el Partido Comunista Chino, en medio de vítores y aplausos. (Crédito de la foto: https://shimizudani226.neocities.org/asanuma.html )
Debido a que la muerte de Asanuma conmocionó al mundo y la foto hace parte de la Historia Universal desde 1960, es necesario hacer un contexto de la situación: Inejiro Asanuma, un hombre alto, corpulento, de espalda ancha y voz gruesa, apodado “la locomotora humana”, se había convertido desde 1945 en la voz y en el líder de los miles de jóvenes japoneses que rechazaban el “Tratado de Seguridad Mutua Estados Unidos – Japón” y exigían la alineación del país con China y la Unión Soviética.
Asanuma se proponía ser Primer Ministro, convertir a Japón en una nación comunista, declararse abiertamente enemigo de Estados Unidos y unir a su país con los regímenes comunistas de China y la URSS. La posibilidad de que en Asia surgiera un ambiente similar al de Europa, cuando Hitler fue nombrado Canciller de Alemania y su Partido Nazi provocó la Segunda Guerra Mundial, causaba alarma entre los movimientos de ultraderecha del Japón, pero era bien recibida en los de ultraizquierda.
El siguiente es un resumen de cómo ocurrió el asesinato, con base en lo revelado a Ktakahara.medium.com, por testigos presenciales: El 12 de octubre de 1960 Asanuma aparece ante el mundo por televisión, en un debate de campaña y sus seguidores aplauden con entusiasmo delirante. El “Hibiya Hall”, un escenario de Tokio acondicionado para albergar a centenares de personas, está lleno a reventar. Por la importancia internacional del debate un rincón del salón está lleno de cámaras de televisión y decenas de fotógrafos que se empujan unos a otros, en una lucha cuerpo a cuerpo para captar la mejor foto. A los escoltas de Asanuma jamás les pasó por la mente que alguien iba a atacar al político en pleno debate por televisión y por eso se ubicaron a una distancia prudencial, para no interferir las tomas de televisión.
Por estar totalmente concentrado en los movimientos de la figura del político, el reportero gráfico Yasushi Nagao, del diario “Mainichi Shinbun”, observa de repente a un muchacho que se acerca a Asanuma, cuyas palabras son seguidas con vítores y aplausos por la muchedumbre. Instintivamente, como lo hace un profesional, Nagao cambia el enfoque de su cámara Speed Graphic 4×5 a tres metros y justo en ese momento el joven Otoya Yamagushi, con el rostro desfigurado por la ira, se lanza sobre Asanuma y le clava violentamente en el estómago una espada corta –de las usadas para hacerse el “hara kiri” en la tradición guerrera samurái–, provocándole una hemorragia interna que le causó la muerte en pocos minutos. Los escoltas se abalanzan sobre Yamagushi para sujetarlo y los fotógrafos saltan uno sobre otro para captar el espantoso final del acto. Dos semanas después Yamagushi se ahorcó en su celda con tiras de ropas de cama que usó para crear una soga y se convirtió en un mártir y héroe poético para la ultraderecha japonesa.
Una vez explicado detalladamente el acontecimiento histórico, ahora sí incluyo la leyenda de la fotografía con la cual abrí este artículo, que se convirtió en mi primera “chiva internacional” para el diario EL ESPECTADOR, cuando yo era apenas un muchacho de 17 años:
Asesinato del Presidente del Partido Socialista y candidato a Primer Ministro de Japón, Inejiro Asanuma, por el ultraderechista Otoya Yamagushi, captado por Yasushi Nagao, del periódico “Mainichi Shinbun”, el 12 de octubre de 1960. (Crédito de la foto: https://en.wikipedia.org/wiki/Assassination_of_Inejir%C5%8D_Asanuma ).
El asesinato de Asanuma causó un gran impacto político mundial, especialmente entre los líderes de Estados Unidos, Europa y Asia, y apenas se conoció la fotografía de Nagao las principales Agencias de Prensa del mundo “volaron” a comprarla y pagaron los respectivos Derechos de Autor, respetando las normas de Propiedad Intelectual. A continuación, la foto fue transmitida desde Nueva York, a través de ondas radiales por la Agencia de Noticias Associated Press (AP), en exclusiva en América Latina para el periódico O´Globo, de Brasil, pero Germán Navarrete la interceptó y se publicó al día siguiente con gran despliegue en la primera página del diario EL ESPECTADOR, en Colombia. La “chiva periodística”, sin embargo, casi le cuesta el empleo a Germán, por la protesta de la AP ante EL ESPECTADOR.
¿Cómo logró el joven ese éxito a los 17 años de edad, con solo quinto año de educación primaria, sin formación internacional y sin el entrenamiento técnico necesario para poder conseguir la histórica fotografía sin pagar Derechos de Autor y sin conocimiento, ni permiso de la Agencia AP?.
Ese es el tema de este artículo.
Lea además, “la travesura con la que casi le provoco un infarto al Jefe de Personal de EL ESPECTADOR”.
El aprendiz de periodista con solo 5º de primaria
Si a un adolescente que solamente supiera leer y escribir, se le ocurriera presentarse hoy en un Medio de Comunicación para pedir un empleo en Radio, Prensa y Televisión, lo mirarían de arriba abajo y se reirían de él, porque en la era cibernética de 2022 para desempeñar este trabajo se requiere, obligatoriamente, haber estudiado secundaria, hablar dos idiomas, haberse graduado en universidad y dominar las comunicaciones digitales, entre otros requisitos.
En 1958, al cumplir 15 años de edad, esa era exactamente mi situación. Al terminar el quinto año de educación primaria lo único que yo sabía era leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir. Nada más. No tenía experiencia en ninguna clase de trabajo. Lo único que había hecho durante mi niñez era ir de la casa al colegio y del colegio a la casa, con cuadernos, algunos libros y ganas de aprender de todo.
Recuerdo perfectamente que, a los diez años, cuando regresaba al lugar donde vivíamos temporalmente con mi madre, si en el colegio me habían dejado 5 sumas a manera de tarea para el día siguiente, yo hacía 10 o 15; si me habían dejado 10 restas, yo hacía 20 o 25; si me habían dejado 10 multiplicaciones, yo hacía 20 o 30; si me dejaban 10 divisiones, yo hacía 20 o 30. Lo mismo hice cuando estudié álgebra y trigonometría. ¿Por qué?. Porque siempre me fascinaban las matemáticas y porque siempre me gustó practicar…, practicar… y practicar las matemáticas, la trigonometría, el álgebra, la geografía y la historia, entre otras materias, hasta entenderlas bien y dominarlas con facilidad, de manera que cuando las profesoras me pasaban al tablero pudiera responder las preguntas rápido y bien.
Además, en 1953 mi entretenimiento favorito era un pequeño radio en el cual, después de terminar las tareas de aritmética, geometría, geografía, historia patria, cívica, religión y otras materias, sintonizaba una emisora que transmitía los programas de “La Voz de América” y allí daban clases gratuitas de inglés.
Al revisar una fotografía de mi juventud, en la cual parezco un hombre mayor de edad –vestido con traje de oficina, corbatín y gabardina que me llegaba hasta más abajo de las rodillas–, cuando apenas era un niño de 12 años que bajaba del Santuario de Monserrate en compañía de su madre María del Carmen, me asombro por el hecho de “haber madurado biche sin sufrir consecuencias”, como se dice en Colombia cuando un joven se vuelve hombre sin pasar por algunas etapas propias de la niñez.
Al mismo tiempo reconozco que esa situación me favoreció porque me permitió aprender a ser responsable desde chiquito, a ser prudente con el manejo del dinero, a colaborar con mi madre en el pago de arriendos y a concentrarme desde niño en el trabajo en la Armada de EL ESPECTADOR.
Por todos estos antecedentes, Don Gabriel Cano Villegas y Don Guillermo Cano Isaza recibieron de Armando Pinzón y Agustín Rodríguez, los jefes de la Sección de Armada del periódico, reportes según los cuales el niño Germán Navarrete se había desempeñado satisfactoriamente en esa dependencia desde enero de 1955 hasta febrero de 1956, meses en los cuales se le asignaron las funciones de limpiador de espacios y colaborador de los fundidores de barras de plomo Héctor González y Jaime Sánchez, además de los linotipistas de diferentes turnos y los armadores de páginas.
Con base en esos reportes y al normalizarse la situación de EL ESPECTADOR (cerrado entre febrero de 1956 y junio de 1958 por su oposición a la dictadura militar de la época), los Cano decidieron que había llegado la hora de ascender al pequeño Navarrete a la Redacción, en calidad de mensajero, de lo cual se encargó el Jefe de Personal, Alberto Garrido Solano. El trabajo cumplido en la Sección de Armada quedó explicado en el artículo “Cómo me hice periodista”, que se puede leer en esta página web.
EL ESPECTADOR, una Familia obrero-patronal
El ascenso a la Sección de Redacción, a los 15 años de edad, representó para mí la entrada a un mundo maravilloso que me puso en contacto diario con Don Gabriel Cano Villegas y con “los 4 grandes”: Don Luis Gabriel, Don Guillermo, Don Alfonso y Don Fidel Cano Isaza, cuyo señorío, elegancia, amabilidad y gentileza en su trato para con todos los empleados, caracterizaba las actividades diarias de la empresa.
Una prueba de ello lo demuestra la siguiente gráfica, en la cual aparece sonriente en el centro el Gerente de Publicidad, Don Fidel Cano Isaza, rodeado por los Agentes de EL ESPECTADOR en las ciudades capitales de Departamentos, Intendencias y Comisarías en las cuales estaba dividida Colombia en los años 60 del Siglo XX.
A Don Fidel lo acompañan en la fotografía, además, Alberto Garrido Solano, Jefe de Personal (cuyo rostro aparece junto a la hora 5 del reloj de pared); el Jefe de Corresponsales, Luis Elías Rodríguez (segundo de derecha a izquierda, de gabardina larga y con un vaso en la mano derecha); Armando Soler, Jefe de los Agentes del periódico (de anteojos, ubicado justo detrás de Don Fidel Cano Isaza); Efraín Pineda, Jefe de Circulación (primero de derecha a izquierda en la fila de pie); Irenarco Segura, de Contabilidad (séptimo de izquierda a derecha en la fila de pie) y Víctor Chala.
Observar este grupo de empleados de EL ESPECTADOR a mis 80 años de edad y recordar con afecto los rostros de quienes fueron mis compañeros durante la segunda mitad del Siglo XX, en una época en la cual patronos y empleados éramos como una sola familia, produce sentimientos que invaden de nostalgia mi espíritu al recordar la amabilidad y la eterna sonrisa con la cual Don Fidel Cano Isaza nos trataba a todos, así como la amistad que me brindaron varios de los Agentes. En esta ocasión Don Fidel y sus compañeros posaron ante el mural de la Gerencia General, en el segundo piso de las oficinas donde funcionaba el periódico, en el centro de Bogotá, mural que aparece en el artículo “Cómo me hice periodista”, citado anteriormente. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).
La primera función que me correspondió desempeñar en la Redacción fue la de llevar a la Armada, numerosas veces al día, las cuartillas de noticias escritas por los periodistas, una vez autorizado por el Jefe de Redacción, José Salgar Escobar. Como era apenas un muchacho de 15 años, combinaba el trabajo con la diversión, como lo expliqué detalladamente en el artículo “travesuras mortales de Germán Navarrete en EL ESPECTADOR”, que se pueden leer en mi biografía, en esta página Web.
En ese momento comenzó a despertarse en mí la curiosidad por la forma como se elaboraban las noticias. Desde mi puesto, al lado del “mono” Salgar, mi mente devoraba cada palabra, cada frase, cada diálogo que sostenían Don Gabriel Cano, Don José Salgar y Don Darío Bautista (el Subdirector Económico), además de permanecer atento a todos y cada uno de los periodistas de la Redacción, a la forma como entrevistaban a personas por teléfono y a la manera como trasladaban a sus máquinas de escribir las conversaciones que habían sostenido.
Una segunda labor que se me asignó en esa época fue la de colaborar con Luis Elías Rodríguez, el amable Jefe de Corresponsales, quien me estimulaba a practicar continuamente el uso de la máquina de escribir para que pudiera encargarme de recibirles las noticias a los periodistas que trabajaban para EL ESPECTADOR en las principales ciudades de Colombia y, de vez en cuando, recibir mensajes de los Agentes del periódico para trasladarlas a las Gerencias de Publicidad y Circulación.
Por este motivo aprovecho la oportunidad para rendir un emotivo y sincero homenaje a la memoria de quienes desempeñaron en el Siglo XX la importante función de Agentes de EL ESPECTADOR en Colombia, como quedó plasmado para la Historia en la placa conmemorativa entregada a la Familia Cano cuando el periódico cumplió 80 años de fundado:
Armenia: Rodrigo Rodríguez; Barrancabermeja: Alberto Martínez; Barranquilla: Alberto Ballestas (quien aparece en la fotografía sujetando afectuosamente con la mano izquierda el brazo de Don Fidel Cano Isaza y quien ejercía las funciones de corresponsal); Bucaramanga: Mario Díaz Herrera; Cali: Antonio Vargas Cano; Cartagena: Bolívar Franco Pareja (cuarto de izquierda a derecha en la fila de quienes aparecen de rodillas. Se consideraba el mejor amigo de Alberto Ballestas y por eso aparece en la fotografía al lado de su colega. Franco Pareja también ejercía las veces de corresponsal y me dictaba noticias por teléfono); Cúcuta: Juan E. Martínez; Duitama: Gustavo Ramírez; Girardot: Cristóbal Silva; Honda: Francisco M. García; Ibagué: Hernando Martínez (de anteojos y traje oscuro, tercero de izquierda a derecha en la fila de pie. Se hizo famoso por repetir públicamente que todos los Cano lo consideraban como el mejor Agente del periódico); La Dorada: Vicente Bedoya.
Manizales: Luis Antonio Ospina; Medellín: Leonor y Elvira Cano; Montería: Socorro B. de Limanous; Neiva: Julio César García; Ocaña: José de Jesús Meléndez; Pasto: Luis Alberto Guerrero (también ejercía labores de corresponsal y me dictaba noticias por teléfono); Sincelejo: Nicolás Bobadilla; Pereira: Eduardo Uribe Vargas; Popayán: Policarpo Pérez; Santa Marta: Eduardo Uscátegui; Villavicencio: Rodolfo Polanco y Valledupar: Luis Antonio Castro.
Un niño solo, en la Redacción de EL ESPECTADOR
La relación de varios años con toda clase de personas y empleados del periódico, me dejó como experiencia que en algo se asemejan los empíricos años 50 del Siglo XX, con los sofisticados años tecnológicos de la era digital del Siglo XXI:
¡¡¡ Uno mismo se forja su futuro !!!.
¡¡¡ Si se es bueno para algo y se es constante…, se triunfa !!!.
¡¡¡ Si no se utilizan adecuadamente la inteligencia, la astucia y la malicia indígena para progresar…, uno se queda atrás de los más pilos y resulta frustrado !!!.
Y eso fue exactamente lo que puse en práctica desde el primer día en el cual ingresé al cargo de Mensajero de la Redacción.
Con mi madre llegábamos al periódico a las 6 de la mañana, dos horas antes de que entrara el personal de la Redacción. Esta circunstancia y mi amor por la lectura, hicieron que me ubicara en el escritorio de los Editores Internacionales Fabio Isaza (izqda.) y Enrique Reyes Vásquez (dcha.), para concentrarme en el estudio de los “cables” o noticias enviadas desde Nueva York por la Agencia de Noticias United Press International (UPI), cuya Sala de Noticias, integrada solo por hombres, se aprecia en esta gráfica. (Crédito de la foto: https://www.flickr.com/photos/internetarchivebookimages/tags/bookidbelltelephonemach12amerrich ).
Diariamente, de 6 a 8 de la mañana, leía toda clase de noticias internacionales escritas, revisadas y seleccionadas por los caballeros de la gráfica anterior en Nueva York, pero le daba preferencia a los Informes Especiales de la UPI sobre los acontecimientos sociales, políticos y económicos que moldeaban el desarrollo de los pueblos y países latinoamericanos en los comienzos de la Segunda Mitad del Siglo XX. Después les dejaba las noticias seleccionadas por temas a los Editores Fabio Isaza y Enrique Reyes Vásquez, quienes en agradecimiento me designaron como su Asistente.
Gracias a esta oportunidad que yo mismo fui forjando con disciplina, aprendí en forma autodidacta, durante los años 1958 y 1959, porqué se produjo la Revolución Francesa y cómo influyó en los movimientos políticos que provocaron la Independencia de los Estados Unidos y estimularon a Simón Bolívar para triunfar en las guerras contra la España del Siglo XIX y liberar a Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela ; porqué se produjo la Segunda Guerra Mundial y qué consecuencias le dejó al mundo, cuál fue el origen de la mal llamada Gripe Española de 1918, cuáles fueron los más importantes protagonistas de la Historia y cuáles eran los conflictos sociales y políticos que afrontaba el mundo en mi niñez.
Con el transcurrir de los meses, a las tareas de mensajero de la Redacción y Asistente de la Sección Internacional, se agregó otra no menos importante: Luis Elías Rodríguez me encargó la misión de recibir por teléfono las noticias de los corresponsales de EL ESPECTADOR, labor que me permitió acelerar mi velocidad para escribir en máquina y concentrar mi mente en entender cómo se redactaba cada párrafo de una noticia, por qué un título debe ser breve y expresar en una, dos o tres palabras el sentido total de lo que se está narrando, qué era un subtítulo y cuándo se debía utilizar; cuál es la diferencia entre noticia, un reportaje y una crónica. Además, cómo una noticia puede ser breve, mientras la crónica o el reportaje pueden ser extensos, según la importancia del tema.
Día tras día, semana tras semana y mes tras mes, fui entendiendo y mejorando mi sentido de la redacción de noticias gracias a los informes que me dictaban por teléfono corresponsales de EL ESPECTADOR como Manuel Vicente Guevara Triana, de Cali; Rodrigo Pareja, de Medellín; Henry Sánchez Olarte, de Tunja; César Augusto López Arias, de Pereira; Bolívar Franco Pareja, de Cartagena; Aquíles Berdugo y Alberto Ballestas, de Barranquilla, entre otros.
En la práctica estos profesionales de la información fueron mis profesores de periodismo y a ellos les debo, no solamente el haber superado con éxito los trabajos que me encomendaban mis superiores, sino el haber construido con bases sólidas mi profesión de reportero en los periódicos y entidades gubernamentales nacionales y extranjeras donde me correspondió trabajar por cerca de 50 años.
Al Jefe de Personal casi le da un infarto, por una travesura mía con el Equipo de Radiofotos
Vistos en retrospectiva, los doce meses como empleado de la Armada hasta 1956, cuando se produjo el cierre forzoso del periódico por orden del General Gustavo Rojas Pinilla y los 6 meses como mensajero de la Redacción cuando el diario reapareció en 1958, me prepararon para el siguiente ascenso en EL ESPECTADOR: Recepcionista de Radiofotos de la UPI.
Sin darme cuenta, Don Gabriel y Don Guillermo Cano seguían de vez en cuando la forma como cumplía mi trabajo de mensajero. Y un día, al comenzar enero de 1959, después de las fiestas de Navidad y Año Nuevo de diciembre de 1958, el empleado encargado de recibir las Radiofotos de la UPI, Fernando Cervantes, no llegó al trabajo. Don Guillermo me preguntó si yo sabía cómo manejar el equipo de radiofotos. Afortunadamente por ser curioso desde niño, durante la actividad de mensajero me había hecho amigo de Fernando y, observando la forma como él recibía las Radiofotos, había aprendido todo sobre ese trabajo y por eso le dije que sí a Don Guillermo Cano, quien llamó a Alberto Garrido Solano para que me nombrara en remplazo de Cervantes, porque él había faltado al trabajo en varias oportunidades, después de los fines de semana.
Cuando comencé la nueva etapa en el periódico aproveché que con mi madre seguíamos iniciando labores a las 6 de la mañana, para imponerme el siguiente ritmo de trabajo:
- Seguir leyendo los “cables” de noticias enviados por la UPI, para dejarlos organizados por temas a los Editores Internacionales dos horas después;
- Continuar colaborando durante todo el día como mensajero de la Redacción cuando me necesitaban;
- Escribir en máquina las noticias que a diversas horas del día dictaban los corresponsales, y
- Recibir las Radiofotos de la UPI a las 8.30 de la mañana, a las 12.30 del día, a las 3.30 de la tarde y a las 7.30 de la noche.
Para un joven hiperactivo y acelerado como era yo a los 16 años (y como lo sigo siendo hoy), la variedad de actividades que realizaba durante el día las disfrutaba al máximo, porque como mensajero estaba en contacto con periodistas de la Presidencia de la República, de la Alcaldía de Bogotá, de Embajadas como la de Estados Unidos, el Banco de la República, Planeación Nacional, además de instituciones gubernamentales y privadas donde reclamaba toda clase de documentos a diferente hora, mientras como receptor de noticias de los corresponsales y de radiofotos de la UPI, me enteraba cada vez más de la situación de las ciudades colombianas e incrementaba mi conocimiento de los problemas internacionales.
Esa fue la causa por la cual en la fotografía anterior aparezco sonriente a los 16 años, en compañía de mi madre, María del Carmen Navarrete, el día en el que comencé uno de los períodos más interesantes de mi trabajo de adolescente, en la habitación donde estaban ubicados el teléfono, una pequeña mesa con la máquina de escribir y el Equipo de Radiofotos de la UPI, instrumento tecnológico de los años 60 del Siglo XX cuya imagen no he encontrado en ninguna parte, por más búsquedas que he hecho en Google y Wikipedia. (Foto de Guillermo Sánchez Rodríguez, cortesía de EL ESPECTADOR).
Fue en ese modesto cuarto del tercer piso de la antigua sede de EL ESPECTADOR en el “Edificio Monserrate”, donde ocurrieron dos acontecimientos en 1959, que jamás he olvidado:
- Un día cualquiera, pasadas las seis de la tarde, me encontraba sentado escribiendo alegremente una noticia que me dictaba Manuel Vicente Guevara Triana, corresponsal en Cali, cuando se fue la luz en el edificio. Como gracias a la continua práctica de escribir sin mirar el teclado podía seguir el trabajo sin interrumpir a Guevara, continué escribiendo normalmente. Al Jefe de Personal, Alberto Garrido, quien caminaba por el tercer piso con una linterna en la mano, le llamó la atención el sonido de una máquina de escribir en la oscuridad y abrió la puerta de la habitación donde funcionaba mi oficina. Garrido me miró sorprendido y me preguntó: ¿Germán… qué está haciendo?. Yo suspendí por unos segundos la comunicación para responderle: “Recibiéndole una noticia al corresponsal de Cali”. Garrido sonrió, cerró la puerta y yo seguí escribiendo a oscuras. La anécdota la supieron más tarde Don Gabriel y Don Guillermo Cano, quienes me felicitaron.
- La UPI, oficina de Colombia, había asignado en 1959 a dos técnicos para hacerle el mantenimiento mensual al Equipo de Radiofotos. Uno de ellos era Luis Castillo, un hombre bajito, gordito, casi calvo, quien se encontraba enfermo y no había podido visitarnos con su compañero, un señor alto, delgado, de aspecto canoso y siempre sonriente. Un día noté que los transpondedores y las bujías del aparato estaban llenas de polvo y se me ocurrió limpiar el interior del Equipo para que se viera reluciente, como nuevo. Coloqué hojas de periódico en el piso, le quité los transpondedores y todas las bujías a la máquina y las fui limpiando una por una, después de asear el interior del Equipo.
- En ese momento, por casualidad, al Jefe de Personal, Alberto Garrido Solano, se le ocurrió pasar por el tercer piso y abrir la puerta de mi oficina. Lo que vió casi le causa un infarto. En mi memoria quedó grabada para siempre nuestra dramática conversación:
Alberto Garrido (abriendo desmesuradamente los ojos y lanzando un grito): “Germán…: ¿Qué está haciendo?”.
Germán Navarrete (mostrándole una bujía limpia y el trapo con el cual estaba trabajando): “Limpiando las bujías porque estaban llenas de polvo”. (La siguiente gráfica muestra cuatro bujías. El Equipo de Radiofotos de la UPI funcionaba con aproximadamente 20 y era necesario no confundirse a la hora de volver a colocarlas en el lugar que ocupaba cada una).
(Foto: Tubos Triode para Radiofoto Grammont.
Fuente: Wikipedia)
Garrido, (llevándose las manos a la cabeza, con visible señal de angustia, pálido y con una notoria confusión al hablar): “Pero… pero… pero… ¿Usted sabe lo que acaba de hacer?… Desbarató un equipo que nadie en el periódico puede tocar… solamente los técnicos de la UPI… ¿Entiende eso?”
Navarrete, (con tranquila ingenuidad): “Sí, señor Garrido. No se preocupe…, sé cómo volver a armarlo”.
Garrido, (más alarmado que al comienzo, llevándose nuevamente las manos a la cabeza en señal de angustia y mirándome con ojos desorbitados): ¿Qué sabe cómo armarlo?… ¿Usted cree que ese es un juguete?… ¿Usted sabe que el periódico paga por el arriendo de ese equipo más de diez mil dólares?” (no precisó si mensual o anual).
Navarrete, (nuevamente con tranquilidad): “No señor… pero lo voy a dejar bien armado, para seguir trabajando. No se preocupe”.
Garrido, (con un grito y tan preocupado que por un instante a mí me dio la impresión de que le iba a dar un ataque cardíaco): ¿Qué no me preocupe?… Mire, Germán…, si usted llega a dañar ese Equipo, ni Carmen ni usted van a tener cómo pagarlo… Y yo me voy a meter en un gran problema con los Cano”.
Navarrete, (con tranquilidad, pero ya un poco asustado): “Don Alberto… no se preocupe… le voy a dejar el Equipo bien… Venga más tarde y se dará cuenta…”
Y efectivamente así fue. Una vez dejé el Equipo, los transpondedores y las numerosas bujías bien limpias, las fui colocando una por una en su lugar original, encendí el aparato y seguí recibiendo Radiofotos. El señor Garrido regresó cuando el Equipo funcionaba, lo revisó, esperó a que yo revelara una de las fotos recibidas y se tranquilizó. Todo se había calmado…¡¡¡ Por el momento !!!.
Cómo logré mi primera “chiva” en EL ESPECTADOR
En los años 60 del Siglo XX, las fotografías que captaban los Reporteros Gráficos de las diferentes Agencias de Prensa del mundo eran enviadas a Nueva York, donde la United Press International y la Associated Press seleccionaban las que debían transmitirse por ondas radiales a diferentes continentes y países, según su importancia o interés regional. En el caso de fotos como la del asesinato de Inejiro Asanuma, por su trascendencia mundial, se enviaban preferencialmente, en exclusiva, a los mejores clientes, como fue en este caso del envío por la AP al diario O´Globo, de Brasil, para el continente latinoamericano.
Para que los “abonados”, o clientes, de la AP no recibieran las mismas fotos de la UPI –y viceversa–, los técnicos de las dos agencias habían acordado que en todos los países donde tenían representación, sus Equipos de Radiofotos funcionaran a diferente velocidad y en diferentes direcciones. Para garantizar que esta situación se mantuviera inalterable, la UPI, al enseñarle a un empleado de un periódico cliente a recibir radiofotos, le indicaba exclusivamente las técnicas de la UPI y no se le hacía comentario alguno sobre las técnicas de la AP. Y en el sentido contrario se hacía lo mismo.
De esta manera quienes recibían las radiofotos se dedicaban exclusivamente a su trabajo, sin hacer preguntas y todo funcionó a la perfección, desde la creación de las dos Agencias en Estados Unidos… ¡¡¡ hasta cuando a un niño de Bogotá le entró la curiosidad por averiguar a qué se debía que en el fondo de su equipo se escuchaba una velocidad más rápida con la cual él estaba acostumbrado a recibir fotos por ondas de radio… y comenzó a hacer experimentos con los costosos e intocables instrumentos tecnológicos de la UPI…, sin conocimiento ni autorización de nadie, por lo cual ocasionó un enfrentamiento de los directivos de la AP en Nueva York, con los dueños de EL ESPECTADOR en Bogotá !!!.
Ese niño, acostumbrado a hacer travesuras, fui yo.
Cada vez que iba a transmitir fotografías por ondas radiales a sus clientes en el mundo, la UPI enviaba previamente por teletipos como el que aparece en la siguiente gráfica, una lista con los nombres de cada fotografía. En las cuatro transmisiones diarias se enviaban, aproximadamente, 12, 16 o 20 fotos, algunas de las cuales se repetían a las 6 de la tarde.
En los años 50 del Siglo XX las Agencias de Prensa AP y UPI enviaban desde Nueva York, a los periódicos clientes en el mundo, listas escritas en teletipos como el de esta gráfica (hoy obsoletos), para informarles qué fotografías les iban a transmitir por ondas de radio. En los teletipos de los “abonados” o clientes, a miles de kilómetros de Estados Unidos, los mensajes aparecían en “tiras” como las aquí se aprecian. Estos fueron los primeros teletipos que Germán Navarrete conoció desde su niñez, que se convirtieron para él en una ventana de información sobre la historia del mundo. (Crédito de la foto: https://forohistorico.coit.es/index.php/multimedia/filmoteca/item/un-dia-mas-con-vida ).
Para entender cómo, durante parte del Siglo XX los textos enviados desde Nueva York por teletipos al mundo entero, y las fotografías transmitidas por ondas radiales hasta los Equipos de Radiofotos llegaban a los periódicos, es necesario entender primero la transmisión de datos a través del espacio:
James Clerk Maxwell, profesor de Física Experimental en la Universidad de Cambridge (Inglaterra), demostró en 1863, mediante deducciones matemáticas, que las “ondas electromagnéticas” debían existir. En 1887 el físico alemán Heinrich Hertz detectó por primera vez “ondas de radio”, haciendo saltar chispas a través del aire. Las chispas producían alteraciones electromagnéticas que se propagaban como ondas en el agua. Hertz observó, además, que las ondas electromagnéticas viajaban a la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo) y posteriormente las ondas de radio fueron denominadas “ondas hertzianas”, en reconocimiento a su aporte a la ciencia.
James Clerk Maxwell
Heinrich Hertz
(Crédito de las fotos: historiaybiografías.com)
Muchos años después, investigadores como el italiano Guglielmo Marconi descubrieron la forma de enviar datos e imágenes a través de esas ondas a gran distancia, con mayor velocidad, y a esa técnica le dieron el nombre de kilohercios. Un Hertz es igual a un ciclo por segundo y un kilohercio (o kilociclo) es igual a mil ciclos u oscilaciones por segundo. Las Radiofotos de la UPI llegaban a EL ESPECTADOR, en 1960, a la velocidad de 15.785, 20.799 y 22.925 kilociclos, mientras yo escuchaba en el fondo del equipo una velocidad superior cuyo significado desconocía y me propuse averiguar.
El Equipo de Radiofotos se dividía en tres partes:
- Una primera caja metálica cuadrada, de 60 por 60 centímetros aproximadamente, colocada sobre una mesa, en cuyo interior había 4 espacios para colocar igual cantidad de transpondedores, pequeños aparatos metálicos similares al relé mecánico cuya imagen muestro a continuación, que por la parte de atrás terminaban en elementos de cobre similares a una puntilla de una pulgada de largo (2 y medio centímetros). Al ser incrustados los transpondedores con una mano, de manera vertical en los orificios, las puntas de cobre recibían las ondas de radio que viajaban a través del espacio, desde Estados Unidos, hasta todos los puntos del planeta en los cuales habían sido instaladas antenas que captaban las señales. La imagen siguiente, aun cuando es diferente, da una idea de cómo se incrustaban los transpondedores, uno al lado del otro verticalmente.
Relé mecánico, de aspecto similar a un transpondedor como los que se utilizaban en los equipos de radiofotos de la UPI. (Crédito de la foto: https://www.digikey.com/es/blog/mechanical-relays-a-basic-overview ).
- Una segunda mesa metálica de 80 centímetros de altura por un metro de ancho, utilizada para incrustar horizontalmente las bujías que le suministraban energía al equipo.
- Una tercera mesa, colocada encima de la segunda, sobre la cual había una caja metálica negra, en forma de lonchera como la imagen verde que ilustra este párrafo.
- Similar a esta lonchera doméstica era la forma del dispositivo metálico en cuyo interior giraba, de adelante hacia atrás, un cilindro que contenía el papel fotográfico sobre el cual iba apareciendo la radiofoto “dibujada” línea por línea, de izquierda a derecha, a medida que la onda radioeléctrica de la luz iba entrando por una ranura que el dispositivo tenía en su parte inferior. El proceso duraba entre 5 y 6 minutos por foto. Después se retiraba el dispositivo, se llevaba al laboratorio fotográfico, se abría, se retiraba el papel y se colocaba en una cubeta donde una sustancia química hacía aparecer la imagen. Finalmente, el papel fotográfico se lavaba con agua corriente y se entregaba a los Editores Internacionales para que el Jefe de Redacción escogiera cuál fotografía sería publicada al día siguiente. (Crédito de la foto: https://www.cocinadelirante.com/tips/como-eliminar-mal-olor-de-una-lonchera).
Al modernizarse los teletipos, estas eran las instrucciones enviadas por la UPI desde Nueva York a los encargados de recibir las Radiofotos. (Foto: Centro de Documentación Navarrete. Cortesía de la UPI).
Todos los procedimientos técnicos, seguidos al pie de la letra por quienes manejaban Equipos de Radiofotos en los diferentes países donde había clientes de la UPI y de la AP, fueron los que yo alteré y prácticamente puse “patas arriba” hasta conseguir mi primera “chiva internacional” para EL ESPECTADOR, el 12 de octubre de 1960.
Para ello hice varios experimentos, de la siguiente manera:
- El “botón”, o dispositivo que avanzaba lentamente de izquierda a derecha para permitir la entrada de la luz por debajo del cilindro donde giraba el papel fotográfico, lo hice rodar totalmente al otro lado, para averiguar si funcionaría al revés, de derecha a izquierda. Es decir, para ver si funcionaba en reversa;
- Cambié de posición los transpondedores. Los de la izquierda los coloqué a la derecha y viceversa;
- El equipo funcionaba a una velocidad lenta. No recuerdo con exactitud qué comando activé para que la fotografía fuera “dibujada” por hilos de luz más rápido;
- No puedo negar que la primera vez que puse el equipo “a volar”, en condiciones totalmente desconocidas para mí, el cerebro se me llenó de toda clase de interrogantes: ¿Qué tal que me “tire” esta máquina?… Espero que no. ¿Qué tal que en este momento aparecieran, de casualidad, Don Gabriel o Don Guillermo Cano, Don José Salgar o Don Alberto Garrido?… Hasta me podrían botar del empleo por audaz… ¡ o por bruto !. Y mientras sentía que el corazón también me latía al doble de velocidad, me dije mentalmente: “Pero bueno… sigamos a ver qué pasa…” De todas maneras, estaba seguro de que todo saldría bien.
- Después de unos 5 minutos que me parecieron larguísimos, el primer experimento me hizo abrir los ojos enormemente en el laboratorio cuando vi el resultado: una radiofoto normal, con la leyenda en inglés, pero al revés, que terminaba con la sigla “AP”. Al salir del laboratorio fotográfico me sentía bastante emocionado con el éxito de mi experimento.
Y el 12 de octubre de 1960, cuando seguía haciendo nuevos experimentos con el equipo, mi sorpresa fue enorme cuando al revelar una radiofoto me apareció Inejiro Asanuma en el momento en el cual era asesinado por un muchacho en Tokio. Yo conocía perfectamente la historia de Asanuma, porque en semanas anteriores había leído varios “cables”, en los cuales se informaba de su acercamiento a la China comunista de Mao Zedong y lo que sus aspiraciones políticas significaban para Asia, Estados Unidos y Europa.
De la emoción que me causó haber conseguido semejante “chiva” no leí el párrafo que acompañaba la fotografía, sino que salí corriendo inmediatamente hacia el escritorio de Don José Salgar para mostrarle lo que acababa de captar. “El Mono” se entusiasmó igual que yo e inmediatamente escribió “4 coles” por detrás de la gráfica y la envió al fotograbado. Al día siguiente EL ESPECTADOR compartió con “O´Globo”, de Brasil, la “chiva” mundial de uno de los acontecimientos políticos más importantes del Siglo XX, que estuvo a punto de cambiar la geopolítica de Asia, Estados Unidos y Europa.
Pero varios días después se me armó a mí un lío enorme, cuando los directivos de la AP en Nueva York se quejaron ante el Gerente General de EL ESPECTADOR, Don Luis Gabriel Cano, por haberse atrevido el periódico a publicar una fotografía que era exclusiva para uno de sus clientes en América Latina y porque EL ESPECTADOR no solamente no era cliente de la AP, sino que había publicado la imagen sin consultar previamente a Nueva York, sin haber obtenido permiso legal por escrito y sin haber pagado anticipadamente los Derechos de Autor, tanto a la AP, que sí los había cancelado al adquirir la foto, como al periódico “Mainichi Shinbun”, de Tokio, que era el propietario original y legal de la gráfica.
Mejor dicho: Un lío jurídico internacional que fue trasladado a los abogados del periódico, para que se entendieran directamente con los abogados de la AP. Y como mi superior inmediato era el Jefe de Redacción, encargaron a Don José Salgar para que hablara conmigo y les entregara un informe a Don Gabriel y Don Guillermo Cano. Don José entró a la habitación donde funcionaba el Equipo de Radiofotos y me preguntó cómo había sucedido todo. Le expliqué lo de los experimentos con la máquina hasta llegar a la fotografía del asesinato de Asanuma y él, finalmente, me regañó por haber actuado sin consultarle a nadie. Pocas horas después me suspendieron por varios días.
A partir de ese momento a quien casi le da un infarto fue a mi madre, que no paraba de llorar. Habló con Don Gabriel, con Don Guillermo, con Don Luis Gabriel y con Don José Salgar para que no me despidieran. Pero todo fue inútil. Le contestaron que eso no dependía de ellos, sino de los abogados y que era necesario esperar hasta saber cómo se iba a resolver todo. Yo, aun cuando solo tenía 17 años, ya me sentía grande como para responder por mis actos, calmaba a mi madre y permanecía tranquilo.
En el fondo no me sentía culpable sino contento por haber logrado conseguirle al periódico semejante primicia internacional, pero pasados varios días comenzó a preocuparme la posibilidad de que de pronto me quedara sin trabajo. Por fortuna después de una semana me llamaron de nuevo, pero me advirtieron que si volvía a alterar el Equipo de Radiofotos no tendría una segunda oportunidad. Obedecí y todo volvió a la normalidad.
“Toro volador”. Así se denominó el espectacular salto de un animal de casi 500 kilos, que de un solo impulso pasó por encima de la barrera y cayó en el lugar por donde caminaban los toreros, rejoneadores y operarios de la Plaza Monumental Arena, de Madrid (España). Esta fue una de las primeras gráficas que recibió Germán Navarrete al comenzar a desempeñarse como operario del Equipo de Radiofotos de la UPI en EL ESPECTADOR, en 1959. La embestida del toro causó tal conmoción entre los amantes del toreo, que dos de ellos no pudieron contener su alarma y lanzaron gritos de angustia al ver acercarse el toro a la tribuna donde ellos se encontraban. (Foto del Centro de Documentación Navarrete, cortesía de la UPI).
Por más de 70 años, la United Press International (UPI), le ha presentado al mundo los acontecimientos políticos, sociales y económicos que han afectado la vida diaria de los ciudadanos de todos los países. Pero al margen del cubrimiento noticioso, también ha mostrado las facetas humanas de los pueblos, como ocurrió en Roma (Italia), cuando los jóvenes cuyos planteles educativos funcionaban en cercanías de las imponentes instalaciones del Vaticano en los años 70 del Siglo XX, convirtieron varios carros abandonados en “libro – móviles”, para intercambiar textos de estudio por libros de toda clase, o para vender baratos aquellos que ya habían sido usados. (Centro de Documentación Navarrete, cortesía de la UPI).
Así se tratara de una foto horizontal o vertical, el hilo de luz que le llegaba a los equipos de radiofotos de la UPI por la parte inferior del cilindro que contenía el papel fotográfico, daba como resultado final imágenes como esta, en la cual se alcanzan a observar verticalmente las delgadas líneas que dejaba el rayo de luz cuando la onda electromagnética era alterada por alguna circunstancia atmosférica. En la actualidad las imágenes salen nítidas porque los datos se transmiten usando satélites o fibra óptica mediante cables colocados dentro de tuberías que se instalan en el fondo de los océanos, de un continente a otro. (Foto: Centro de Documentación Navarrete. Cortesía de la UPI).
Durante los siguientes doce años, gracias a Dios y a base de inteligencia, disciplina, constancia y malicia indígena, le di tantas “chivas” nacionales e internacionales a EL ESPECTADOR, que el episodio de la foto quedó totalmente olvidado.
Al final, otra persona que no conocía estaba preocupada por las “chivas” que yo publicaba en EL ESPECTADOR y le preguntaba al redactor judicial Ángel Molina ¿quién es este muchacho Germán Navarrete?… ¿De dónde salió?… ¿Cuáles son sus fuentes?. Esa persona era Don Enrique Santos Castillo, el Jefe de Redacción de EL TIEMPO, a quien le gustaba que su periódico fuera el primero en suministrar noticias al país. Yo me enteraba de su preocupación por los comentarios de compañeros de Molina cuando nos encontrábamos en ruedas de prensa. Me reía y seguía con mi trabajo.
Una vez superado el lío jurídico en el que resulté involucrado por mi osadía juvenil, me quedó el grato recuerdo de la primera “chiva internacional” que le di a EL ESPECTADOR hace 62 años, cuando era simplemente un muchacho de 17 años de edad, con solo quinto año de educación primaria.
Aquí les dejo la imagen como un recuerdo de mi juventud:
Yasushi Nagao (a la izquierda), reportero gráfico del diario “Mainichi Shinbun”, de Tokio (Japón), exhibe la fotografía del asesinato de Inejiro Asanuma, que fue ganadora del Word Press Photo en 1960 y el Premio Pulitzer en Estados Unidos en 1961. La foto fue publicada en todo el mundo y se convirtió en uno de los acontecimientos periodísticos de la Historia Universal correspondiente al Siglo XX. (Crédito de la foto: https://en.wikipedia.org/wiki/Yasushi_Nagao ).
Por último, aprovecho la oportunidad para rendir un homenaje a la memoria de Don Fidel Cano Isaza, cuya amable sonrisa capté un 24 de diciembre con una pequeña cámara fotográfica que había comprado ese día con mi sueldo en EL ESPECTADOR. La gráfica fue tomada en el hogar de uno de los trabajadores del periódico, porque Don Fidel acostumbraba compartir una fecha de fin de año con alguna de las familias de los empleados.