RAFAEL RAMÍREZ
La Primera Comunión con sus hermanitos Esther y Pedro
¡Cuán fugaz y efímera es la vida en el planeta Tierra!…
¡Nuestra existencia terrenal transcurre tan velozmente que nuestro cuerpo humano jamás tendrá el tiempo suficiente para cumplir todas y cada una de las metas que nos propongamos!…
¡Hoy existimos… Vivimos plenamente… reímos… gozamos… sufrimos… caemos y nos levantamos… formamos una familia… luchamos por sacar adelante unas hijas e hijos!… ¡Triunfamos y seguimos adelante sin mirar atrás!…
Una vez damos el satisfactorio parte de: “Misión cumplida” en la formación de nuestras familias, le trasladamos a nuestras hijas e hijos la misión de formar y sacar adelante a nuestras nietas y nietos… a nuestras biznietas y biznietos…
¡De ellas y ellos dependerá, a partir de ese momento, el futuro de nuestros descendientes!.
¡Y un día cualquiera… sin previo aviso… nos llega inexorablemente la hora de irnos a un lugar de donde nunca regresaremos!…
¡En ese momento termina nuestra existencia!… ¡La vida se nos escapa de las manos y ya no hay vuelta atrás!. ¡A partir de ahora seremos solamente un recuerdo en la mente de nuestros familiares!. ¡Y dentro de pocos años nadie sabrá quiénes fuimos… y aquellos que nos sucedan en el futuro no solamente no conocerán nuestros nombres… sino que ignorarán que un día existimos!.
¡A todos nos toca!… ¡Es la Ley de la vida!… ¡Nuestro destino está escrito desde el momento en que nacemos!… ¡Nadie escapa a la mano de la Parca cuando desde la oscuridad de su negra capucha clava su penetrante mirada en nuestros rostros y su inconfundible voz nos llama por nuestro nombre de pila para decirnos que ha llegado la hora de partir!…Ella representa el metafórico hilo de nuestra vida y es precisamente ella quien decide si nos vamos tan pronto aparece en nuestro camino, o si nos brinda una segunda oportunidad para seguir existiendo.
Y si definitivamente debemos abandonar nuestra existencia terrenal nos toca decir, como en la canción de Carlos Gardel: ¡Adiós muchachos… compañeros de mi vida… me toca a mí hoy emprender la retirada… debo alejarme de mi buena muchachada… contra el destino nadie la talla… mi cuerpo humano no resiste más!.
Hoy… Rafael Alberto nos ha dejado para ir a hacer compañía a sus abuelos, sus padres, su hermano Álvaro y otros familiares que abandonaron este mundo hace mucho tiempo.
Por eso la observación de los niños de la fotografía con la cual comienzo esta biografía… la pureza de sus corazones que se aprecia por la inocencia de sus miradas… sus vestiditos… el brillo de sus zapaticos de charol… me inspiran una ternura… unos recuerdos maravillosos que hoy comparto con quien tenga la amabilidad de leer este homenaje póstumo…
Concentro mi mente en la escena y veo a Rafael Alberto Ramírez Navarrete el 25 de enero de 1953 cuando, a sus diez años de edad, hizo la Primera Comunión en el templo de “Jesucristo Obrero”, en el barrio de “La Perseverancia”. Ese día sus padres Jesús María Ramírez Pachón y María Elena Navarrete Gómez sintieron una gran alegría por haber podido celebrarle al niño la ceremonia religiosa más importante de su edad. Para ello le compraron un traje de paño, corbatín y camisa blanca y lo peinaron de tal manera que se veía como todo un caballerito muy elegante.
Posteriormente lo llevaron a una fotografía donde captaron este maravilloso e histórico retrato, en el cual aparece Rafael acompañado por su hermanita María Esther, quien tenía 4 años de edad y por su hermanito Pedro Ernesto, quien acababa de cumplir 2 añitos y lo habían vestido con un trajecito “mameluco”, similar al que Doña Luz Isaza de Cano me regaló cuando yo tenía un año de edad, como se puede apreciar en mi biografía, que también se publica en esta página Web.
La fotografía de los tres niños tiene un profundo significado simbólico, porque en este Domingo 30 de mayo de 2021 rendimos un sincero homenaje póstumo a Luís Álvaro y Rafael Alberto Ramírez Navarrete y ello representa una oportunidad única para recordarlos a ambos y agradecerles el legado que nos dejaron de amor por sus familias, de ternura por sus hijas, hijos, nietas y nietos.
Álvaro cumple 3 años de haber fallecido y Rafael 21 días de habernos dejado el recuerdo de sus canciones, de su risa, de su alegría contagiosa.
Sus cuerpos han regresado a la tierra y sus recuerdos nos acompañarán para siempre.
Paz en sus tumbas.
ÁLVARO RAMIREZ
El padre y abuelo amoroso que no olvidaremos
En 1992 Luís Álvaro Ramírez Navarrete hablaba de los excitantes días de su adolescencia, cuando era el ídolo de los niños de “La Perseverancia” y de cómo años después se convirtió en el esposo, padre y abuelo amoroso que todos recordamos hoy. De esa etapa de su vida quedó este recuerdo, captado en la casa construida en 1920 por la abuelita Magdalena Gómez Garzón y su esposo Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez en la Carrera 2ª A No. 32-17.
En la gráfica aparecen, de izquierda a derecha, Luz Mery Arévalo (esposa de Luís Carlos Ramírez); Luís Álvaro Ramírez Navarrete, el niño John Ramírez, hijo de Pedro Ernesto Ramírez Navarrete y Mercedes Gómez, mujer de Álvaro en los años 90. Luz Mery tiene alzado a su hijito Camilo y Álvaro tiene alzada a su nieta Denis Maritza, hija de Luís Carlos y Luz Mery.
La habitación en donde aparecen Álvaro, Mercedes y Luz Mery con los niños, es la misma que ocupaban Luís Alberto Fonseca Camargo, su esposa Blanca María Navarrete Gómez y sus hijas e hijos en los años 40 del Siglo XX. (Foto de Germán Navarrete).
Rafael Alberto y Luís Álvaro Ramírez Navarrete: Ustedes ocupan un lugar especial en nuestros corazones. Sus esposas, hijas, hijos, nietas, nietos, primas, primos y demás familiares en Colombia, España, Francia y Estados Unidos siempre los recordaremos con amor. (Foto de Germán Navarrete).
El 8 de enero de 2017 fue un día memorable porque se trató de la última oportunidad para reunir en vida a los hermanos Luís Álvaro y Rafael Alberto Ramírez Navarrete con las hijas de Guillermo Alfredo (el hermano mayor), Luz Amparo y Marisol Helena Ramírez Ortiz, quienes aparecen al lado izquierdo abrazando a Rafael.
María Antonia Arévalo Rabón con quien Álvaro celebró ese día las Bodas de Plata matrimoniales, aparece junto a su marido en silla de ruedas y los hijos de ambos Juan Carlos y Ronal Ramírez Arévalo, acompañados por sus respectivas esposas Lady Lorena Fonseca y Natalia Tovar Melo.
A la histórica reunión asistieron, además de familiares de María Antonia, los hijos de Juan Carlos y Ronal (nietos de Álvaro) y el anfitrión del homenaje a los dos hermanos, el primo Germán Navarrete (de sueter verde).
La sonrisa y la dulce mirada inocente de los nietos de Luís Álvaro Ramírez Navarrete son la característica de este hermoso recuerdo gráfico, captado durante la celebración de las Bodas de Plata Ramírez – Arévalo. De izquierda a derecha aparecen Kevin Alejandro y su hermanita Dana Valentina Ramírez Tovar, hijos de Ronal Ramírez Arévalo y Natalia Tovar Melo, quien aparece en el centro de la escena con los niños Juan Diego y su hermanita Lina Ramírez Fonseca, hijos de Juan Carlos Ramírez Arévalo y Lady Lorena Fonseca. (Foto de Germán Navarrete).
Marisol Helena Ramírez Ortiz (a la izquierda), Luz Amparo Ramírez Ortiz (en el centro) y Jerly Stefanny Delgado Ramírez (a la derecha), alegraron los últimos e inolvidables momentos que vivieron juntos Luís Álvaro y Rafael Alberto Ramírez Navarrete durante la histórica celebración de las Bodas de Plata matrimoniales Ramírez-Arévalo, en el “Centro Comercial Gran Estación”, de Bogotá (Colombia), el 8 de enero de 2017.
Con su amabilidad, ternura y gracia femenina, las tres bellas jóvenes hicieron recordar cómo sus madres, Ana Leonor Ortiz (qepd) y María Helena Ramírez Celis, les dieron ejemplos de resiliencia y fortaleza espiritual y les inculcaron los valores morales que les han permitido formar también hogares donde el amor, la comprensión y el diálogo constituyen la base de una sana relación familiar. (Foto de Germán Navarrete).
El 2 de julio de 2018 se celebró en el cementerio “El Apogeo”, al Sur de Bogotá, una misa con motivo de cumplirse el primer mes del fallecimiento de Luís Álvaro Ramírez Navarrete. Después de la ceremonia religiosa tuvo lugar una reunión en la cual se captó esta gráfica, que hoy constituye un valioso recuerdo histórico.
De izquierda a derecha aparecen María Helena Ramírez Celis, Esther Celis Pedraza, Rafael Alberto Ramírez Navarrete, Lady Lorena Fonseca, Luís Germán Navarrete, Juan Carlos Ramírez Arévalo, María Antonia Arévalo Rabón, Emmanuel Ramírez, el niño Juan Diego Ramírez Fonseca, una hermana de María Antonia, la niña Lina Ramírez Fonseca, Darío Andrade Beltrán, Esperanza Gómez Aristizábal, María Paula Varela Ángel, Carolina Núñez Arévalo, María Paula Peralta (quien aparece arrodillada), Natalia Tovar Melo, Ronal Ramírez Arévalo, Kevin Alejandro Ramírez Tovar y Luis Julián un tio de María Paula Peralta.
RAFAEL RAMÍREZ
La “edad dorada” del panadero de La Perse
Rafael Alberto Ramírez Navarrete (tercero de izquierda a derecha), fue siempre un padre y abuelo amoroso y juguetón, actitudes heredadas de su abuelo paterno Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez. Su optimismo le permitió sobrellevar los problemas de la vida y mantener la alegría de su familia, como se observa en la entrevista sostenida hace 29 años con el autor de esta biografía.
En la gráfica, tomada en 1992, aparecen de izquierda a derecha, en la fila de atrás: Ángela Valdez Ramírez, Luis Ruiz, Rafael Alberto Ramírez Navarrete (de bigote), Sandra Leonor Ramírez Celis, Nelson Valdez Ramírez y Rafael Humberto Ramírez Celis. En la fila de adelante aparecen, de izquierda a derecha: María Esther Ramírez Navarrete, Ana Judith Valdez Ramírez con un bebé en brazos y los niños Gerardo Ramírez (fallecido en 2006), Jorge Armando Ramírez Celis y Gelver Ramírez.
La presencia de Luis Ruiz en el grupo se debió a que “Los Ruiz” constituyen una familia muy popular en la Carrera 2ª A de la calle 32 en el barrio “La Perseverancia” y residen al frente de la casa donde vivieron Luís Álvaro y Rafael Alberto Ramírez Navarrete con sus esposas, hijas e hijos. (Foto de Germán Navarrete).
En 1992 Rafael Ramírez aceptó una invitación del autor de esta biografía para recordar su época de adolescente en Bogotá, cuando a sus 17 años de edad recorría las calles de la ciudad buscando un empleo y, como él decía, “me gastaba la suela de los zapatos echando pata de un lado para otro”. La carrera 13 con calle 28 donde aparece Rafael en la mitad de la vía –a corta distancia del colegio de “María Auxiliadora”– era precisamente el lugar donde ambos nos separábamos en nuestra niñez: Rafael con sus hermanos Guillermo y Álvaro se dirigían al Sur hacia el centro y yo, en compañía de mi madre María del Carmen Navarrete Gómez, continuaba mi camino al Occidente hacia el “Colegio del Niño Jesús”, plantel que funcionaba en la carrera 17 con calle 30, a corta distancia del Cementerio Central y cuya fachada sigue siendo la misma de hace 70 años. (Foto de Germán Navarrete).
En todas las sociedades del mundo, desde la milenaria China, pasando por la europea del renacimiento, la estadounidense que cumple 250 años de independencia en 2026, o la colombiana, ha sido tradicional la costumbre familiar de que los padres enseñan a sus hijos a trabajar y después los jóvenes consiguen empleo para sobrevivir y formar sus propios hogares.
Pero de manera excepcional, muy rara, se presentan casos en los cuales los hijos enseñan a sus padres a trabajar, les consiguen empleos y luego les financian un negocio para que sean independientes durante su vejez.
En mis cercanos 80 años de edad y 50 de experiencia como periodista no había tenido conocimiento de un caso parecido en Colombia. Pero lo encontré y eso incrementa mi respeto y admiración hacia seres humanos excepcionales, como los que hacen parte de la historia del desaparecido Rafael Alberto Ramírez Navarrete, quien en este Domingo 30 de mayo cumple 21 días de haber viajado a la eternidad.
Rafael llega al mundo el 25 de enero de 1943 en el hogar formado por Jesús María Ramírez Pachón y María Elena Navarrete Gómez. Es el tercero de ocho hijos nacidos durante un lapso de veinte años en un hogar en el cual se carecía de los recursos necesarios para garantizarles a todos y cada una de las hijas e hijos una educación y progresos adecuados.
En esas condiciones y después de enseñar a su numerosa prole a leer y escribir, Jesús y María fueron enseñando a cada una de sus hijas e hijos a hacer un oficio con el cual pudieran sobrevivir, o los dejaron en libertad para que buscaran qué hacer.
Rafael Alberto, al igual que sus hermanos mayores y todos los muchachos de su generación, dedicó su adolescencia a recorrer a pie diferentes sectores de Bogotá y a gastar las suelas de los zapatos deambulando de un lado para otro en busca de un lugar dónde aprender a hacer algo. Pero nunca encontró a nadie que le diera una oportunidad de trabajo. El único recuerdo que le quedó de sus trece años de edad y que relataba en sus entrevistas, fue el de haber ayudado a un señor ciego a vender dulces, periódicos y lotería en el centro de Bogotá.
Durante los siguientes cuatro años desempeñó múltiples oficios varios, pero ninguno le dejó recuerdos permanentes. Al llegar a los 17 años contó con la ayuda económica de sus hermanos mayores y gracias a ello pudo seguir recorriendo el centro de Bogotá, donde se reunía de vez en cuando con muchachos de su edad, a quienes había conocido durante sus largas caminatas en busca de oficio.
A los 18 años se le permitió colaborar en la panadería de Jorge Romero y su mujer Herminda, donde su hermano Álvaro había sido contratado para adquirir hortalizas en la “Plaza España” –que funcionaba en el centro de la ciudad–, para surtir la tienda donde la clientela de “La Perseverancia” compraba los artículos básicos de la canasta familiar. En esa pequeña empresa familiar, que aún funciona en la calle 32 con carrera 2ª, Rafael aprendió el arte de hacer pan.
En esta esquina de la calle 32 con carrera segunda, en el barrio “La Perseverancia”, funcionaba en 1960 la tienda de Don Jorge Romero y su esposa Herminda, donde Rafael Alberto Ramírez Navarrete aprendió el arte de la panadería. En el lugar aparecen jugando en 1992 los niños Gerardo (qepd), Gelver y Jorge Armando Ramírez. (Foto de Germán Navarrete).
Impulsado por su deseo de aprender algo útil en la vida y con la energía propia de su edad, Rafael Alberto se levantaba a las cuatro de la madrugada poco antes de que cantaran los gallos de las casas de Jesús Fonseca Amézquita y su hijo Benjamín Fonseca Camargo, en la calle 32 con carrera primera, así como los de la familia Benavides – Guerrero, ubicadas a corta distancia del lugar donde comenzaban los cerros, caminaba unos pocos pasos y llegaba a la panadería donde día tras día fue mejorando sus habilidades en el difícil y maravilloso arte de producir las mogollas, el pan francés, los calados y las galleticas artesanales que eran los alimentos más populares de los habitantes de “La Perseverancia” para acompañar el desayuno en los años 60 del Siglo XX.
Sandra Leonor y su hermano Rafael Humberto Ramírez Celis ríen alegremente junto con su prima Ana Judith Valdez Ramírez, al frente de la casa donde compartieron su niñez y adolescencia en el barrio “La Perseverancia”. De este lugar salía en 1961 el padre de los jóvenes, Rafael Alberto Ramírez Navarrete a los 18 años de edad para ir a trabajar a una cuadra de distancia, en la tienda de Don Jorge Romero y su mujer Herminda y allí preparaba el pan para los habitantes de la calle 32 con carreras 1ª, 2ª, 2ª A, 3ª y 4ª, trabajo que lo hizo famoso en los comienzos de la segunda mitad del Siglo XX. (Foto de Germán Navarrete).
Para Rafael se trató de una época que nunca olvidaría. Primero porque en ese lugar aprendió un oficio que le sirvió para mejorar su situación económica y segundo porque cada día era maravilloso por los amaneceres que presenció. Al comenzar la segunda mitad del Siglo XX la mayoría de casas de “La Perseverancia” eran de máximo dos pisos y la vista desde el barrio sobre la parte plana de la Sabana de Bogotá era privilegiada. A las 4 de la madrugada, cuando Rafael iniciaba su labor aún había oscuridad. Una hora después los rayos del sol comenzaban a iluminar la ciudad por encima de los cerros y el espectáculo era hermoso porque el centro de la ciudad se apreciaba en todo su esplendor… sin smog… sin aire contaminado como hasta 2019.
En una de las reuniones que tuvimos en vida para dialogar sobre tiempos pasados, Rafael recordaba con alegría aquellos años remotos, no solo por las experiencias personales adquiridas, sino por los recuerdos familiares que le dejaron. La nostalgia parecía embargarlo cuando me comentaba:
“Don Jorge Romero dirigía su negocio de venta de artículos de primera necesidad, pero quien administraba, daba órdenes y se metía de lleno en todo era doña Herminda. Y Álvaro se daba cuenta de cómo funcionaba la tienda. Por eso, cuando se enteró de que el panadero había conseguido otro empleo y ya no regresaría, me recomendó que me presentara para ver si me dejaban en ese puesto. Yo no tenía la menor idea de cómo hacer panes pero al momentico llegué allá. Doña Herminda me preguntó si sabía de panadería y yo le dije que no. Pero como Álvaro le había dicho que yo era buen trabajador, serio y honrado, la señora me cogió confianza desde el comienzo y me dijo que no importaba, porque ella me enseñaría.
Nunca olvidé la experiencia de ese día porque eso fue chistosísimo. Doña Herminda me hizo una demostración de cómo revolver la harina, la levadura y el azúcar o la sal, dependiendo de qué clase de pan había que hacer. Y yo, como jamás había preparado panes, el primer día me volví un ocho… al preparar la masa espolvoreaba la harina de tal forma que me caía por todas partes. Por allá a las tres horas de intenso trabajo terminé y pedí permiso para ir a la casa a bañarme. Cuando entré a la casa mi hermanita María Cecilia, que en ese momento tenía 3 años, se reía mucho al verme la cara porque parecía un payasito. Me bañé y regresé a la panadería a seguir ayudando en lo que necesitaran. Así pasé varios meses. Fue una experiencia muy bonita”.
Mirada en retrospectiva ésta fue la “época dorada” de Rafael Alberto Ramírez Navarrete. A sus veinte años de edad, cotizado como un excelente panadero, pronto comenzó a recibir un salario que le permitió hacer lo que más le gustaba: comprar trajes de buena calidad para verse elegante, una gabardina como las que usaban los empleados de empresas, “gomina” para untar su frondosa cabellera y permitir que el peinado le quedara fijo durante la mayor parte del día, almorzar en restaurantes del centro de Bogotá y tener mejores amistades. A eso se debió que se fuera alejando gradualmente de su hogar, en busca de mejores oportunidades laborales.
Cuando escribo la Biografía de Rafael Ramírez se vienen a la mente las enormes dificultades que afrontan los jóvenes en pleno paro nacional para protestar por todo, debido en parte a que a pesar de acreditar estudios de bachiller y de haber cursado hasta dos carreras universitarias más especializaciones, Master y Doctorado para poder presentarse a entrevistas personales o virtuales ni siquiera consiguen un empleo de salario mínimo.
Esto hace recordar que quienes nacimos en los comienzos del Siglo XX éramos aceptados cuando apenas llegábamos a la adolescencia y sin ninguna clase de experiencia laboral. Y una vez comenzábamos a recibir un salario adecuado, abandonábamos el hogar, nos enamorábamos, formábamos una familia y abandonábamos el hogar paterno.
Esa fue la constante en la vida de las familias Navarrete – Gómez, Fonseca – Camargo, Navarrete – Andrade y otras de nuestra generación. Y Rafael Alberto Ramírez Navarrete, sin darse cuenta, resultó siguiendo el mismo camino de su tío José Israel Navarrete Gómez, (quien entró a trabajar a los 14 años de edad en el periódico EL TIEMPO, al lado de quien sería Presidente de Colombia, el doctor Eduardo Santos Montejo); de su hermano Guillermo Alfredo (quien también entró a trabajar a EL TIEMPO al lado del tío Israel) y de Germán Navarrete (quien comenzó a desempeñarse como Auxiliar de Armada en el diario EL ESPECTADOR a los 14 años), como se explica en las biografías publicadas en esta página Web.
En 1964, al cumplir la mayoría de edad, Rafael Alberto estrenó cédula de ciudadanía y utilizó ese instrumento para conseguir un empleo mejor pagado en una panadería de mayor actividad comercial. Fue así como resultó trabajando a una hora de distancia de su hogar, en el barrio “La Reliquia”, ubicado en el Noroccidente de Bogotá, circunvecino de los barrios “La Estrada” y “Bosque Popular”, zona que en la actualidad se conoce como “Localidad de Engativá”, para cuya mayor facilidad de ubicación geográfica se utiliza la calle 63, donde funciona el “Jardín Botánico”.
Trabajar en “La Reliquia” y recorrer sus calles en las mañanas y por las tardes al salir del trabajo, fue lo mejor que le pasó a Rafael Alberto Ramírez: allí conoció a quien “le movería el piso” y lo pondría a soñar: una bella joven de nombre Esther, palabra hebrea que significa “Estrella”. A partir de ese día, Rafael corría para terminar rápidamente su labor de panadero y sacar tiempo para ir a buscar a la musa de sus sueños, deleitarse mirando sus ojos, su esbelta figura y besar sus labios.
El 27 de julio de 1993 tuvo lugar la ceremonia religiosa de confirmación del niño Jorge Armando Ramírez Celis (de traje blanco). En ese acto aparecen en primer plano, de izquierda a derecha, Guillermo Alfredo Ramírez Navarrete, su esposa Ana Leonor Ortiz (qepd); Rafael Alberto Ramírez Navarrete y su esposa Esther Celis Pedraza con su hijo Jorge Humberto. En la fila de atrás aparecen, de izquierda a derecha, María Helena Ramírez Celis, Luz Amparo Ramírez Ortiz y Rafael Humberto Ramírez Celis. (Foto de Germán Navarrete).
Ana Leonor Ortiz (qepd), quien actuó como madrina de confirmación de Jorge Armando Ramírez Celis el 27 de julio de 1993, fue una hija, esposa, madre, tía y amiga que dejó una profunda huella de afecto y admiración entre quienes tuvimos la fortuna de conocerla y tratarla personalmente. Por eso hoy, simultáneamente con el homenaje póstumo a Luís Álvaro y Rafael Alberto Ramírez Navarrete, recordamos con sincero afecto la memoria de nuestra querida Ana Leonor en nombre de los integrantes de las familias Ramírez–Celis, Ramírez–Contreras, Ramírez-Corredor, Ramírez-Gómez, Jiménez-Ramírez, González-Ramírez, Pulido-Ramírez, Delgado-Ramírez, Ramírez-Rico y Navarrete-Andrade, entre otras. Nuestra amada Ana Leonor falleció hace 17 años, el 11 de julio de 2004 y le sobrevivió su esposo Guillermo Alfredo Ramírez Navarrete, quien aparece a la izquierda. (Foto de Germán Navarrete).
El homenaje póstumo a los hermanos Ramírez Navarrete tendra lugar el sábado 5 de Junio con una misa ofrecida por la familia de Rafael Alberto Ramírez Navarrete, con motivo de la entrega de sus cenizas mortales, a las 11 de la mañana en la capilla del cementerio “El Apogeo”, al sur de Bogotá. Los familiares que puedan asistir quedan cordialmente invitados.
Gracias Juan Carlos. Un saludo cordial para tu familia.
Que bonito trataré de poder ir a acompañarlos