
Grandes éxitos de EL ESPECTADOR (3)
La tercera entrega de los Grandes Éxitos de EL ESPECTADOR tuvo como protagonistas principales a dos de los periodistas más importantes de Colombia: Hernando Santos Castillo y Guillermo Cano Isaza.
En los años 70 del Siglo XX, Don Hernando y Don Guillermo vivieron con pasión la época caracterizada por el delirio que el arte del toreo provocaba entre las multitudes de Europa y América del Sur, hasta el punto de llenar plazas enteras y sacar en hombros a quienes exponían sus vidas para hacer faenas artísticas con toros de 500 kilos, animales a los cuales obligaban a dar giros y saltos para demostrar que el ser humano, con inteligencia, es capaz de doblegar con elegancia a animales tan grandes y pesados como los toros de lidia. Las siguientes dos gráficas son una prueba de ello.


La tauromaquia, definida como “el arte de lidiar toros”, es una actividad humana que comenzó hace más de tres mil años, durante la civilización minoica que habitó una isla ubicada entre Grecia y Turquía, en el Mar Egeo, donde desarrolló “La Edad del Bronce”. Actualmente esta actividad es permitida solo en siete de los 211 países que forman la Organización de Naciones Unidas (ONU): España, Portugal, Francia, Ecuador, México, Perú y Venezuela. En el resto del mundo no se practica por considerar que se somete a los toros a una crueldad innecesaria.
En la gráfica superior un torero, mediante un “Pase de pecho de Ginés Marín” ejecutado con la mano izquierda, obliga al toro a dar un salto, durante el intento del animal por alcanzar la capa roja. (Foto de Pablo Cobos, descargada de Wikipedia en Google).
En la gráfica inferior el diestro ejecuta una “Verónica de Ginés Marín” con la mano izquierda y va llevando al toro a hacer un giro en círculo alrededor del cuerpo del torero, sin tocarlo con sus cuernos, mientras el público aplaude por la elegancia de la maniobra. (Foto de Pablo Cobos descargada de Wikipedia en Google).
Hernando Santos y Guillermo Cano, amantes del toreo
En 1973, época en la cual se produjo la primicia de la cual trata este artículo, Don Hernando Santos era calificado por la sociedad colombiana como el poderoso Director de EL TIEMPO, debido al respeto con el cual recibían sus Editoriales los líderes políticos, económicos y sociales del país y Don Guillermo Cano se distinguía por su férrea defensa de la Democracia y la Libertad de Prensa, en su calidad de Director de EL ESPECTADOR.
Ambos líderes del periodismo colombiano habían forjado una sólida amistad personal, pero un día, por mi culpa, ese afecto mutuo se resquebrajó accidentalmente cuando produje un informe que a Don Guillermo le causó gran satisfacción periodística, pero a Don Hernando le produjo tal grado de malestar, que lo llevó a hacerle un fuerte reclamo al funcionario que en esa época se desempeñaba como Alcalde de Bogotá: Carlos Albán Holguín.
Al comenzar el relato hago un homenaje de agradecimiento a Don Luis Gabriel Cano Isaza –cuyo rostro encabeza este artículo por cortesía de EL ESPECTADOR–, por el apoyo que me brindó durante 30 años, desde mi niñez y adolescencia en el sótano de la Armada del periódico y posteriormente en las oficinas de la Redacción, tanto en el “Edificio Monserrate”, del centro de Bogotá, como en la “Sede de Las Granjas”, donde grandes rollos de papel importado de Canadá llegaban en tren y eran descargados en bodegas de tamaño similar al de los modernos hangares de aeropuertos.
Don Luis Gabriel Cano Isaza fue el más perjudicado por la pilatuna que cometí en 1960, cuando al seguir las ondas de radio transmitidas desde el continente asiático hasta Estados Unidos, logré captar en Bogotá –sin autorización de las Agencias Internacionales de Noticias UPI y AP–, la fotografía del asesinato de quien se preparaba para ser elegido Primer Ministro del Japón, Inejiro Asanuma, como se explicó en el artículo “Grandes triunfos de EL ESPECTADOR” (1).
La foto había sido enviada desde Tokio a Nueva York y de allí a Suramérica, con carácter exclusivo para el Diario O´Globo, del Brasil, pero EL ESPECTADOR de Bogotá, Colombia, la publicó el mismo día del crimen y esto originó una demanda penal internacional de los abogados de la AP, que debió ser atendida por Don Luis Gabriel y sus asesores legales.
Al reconocer que yo solo había cumplido con mi trabajo de Receptor de Radiofotos, Don Luis Gabriel no estuvo de acuerdo con que fuera despedido de mi trabajo por haber obtenido esa imagen y más tarde, en 1971, no solo autorizó mi participación en las tres becas que me concedió la Organización de Estados Americanos (OEA), para estudiar Periodismo Científico en Ecuador y Colombia, sino que me defendió cuando el Jefe de Personal, Don Bernardo Ramírez, propuso que me despidieran por llevar 6 meses sin trabajar en EL ESPECTADOR. En respuesta, Don Luis Gabriel argumentó que yo estaba estudiando sin recibir sueldos y, además, había ganado las tres becas en competencia con 39 periodistas de 20 países, en representación de la Empresa.

Dos vidas dedicadas al Periodismo y las corridas de toros
En las vidas de Don Hernando Santos Castillo y Don Guillermo Cano Isaza se destaca el hecho de que ambos iniciaron sus carreras de manera similar: desde la base, como reporteros, para adquirir experiencia y familiarizarse con la profesión del periodismo.
Y por casualidades del destino, en ambos se despertó al mismo tiempo el amor por la tauromaquia, hasta el punto de que compartían “Palco en el Tendido de Sombra” en la “Plaza de Toros La Santamaría”, de Bogotá (Colombia). En ese lugar era frecuente que dialogaran animadamente con industriales, comerciantes, empresarios, hombres de negocios, Rectores de Universidades, escritores e intelectuales de diversas ciudades del país. En esa época, además, las actividades deportivas y recreativas que atraían a un mayor número de aficionados de todas las razas, sexos y edades, eran el fútbol, el ciclismo y las corridas de toros.
Mientras Don Hernando manifestaba su fervor taurino escribiendo en EL TIEMPO una columna con el seudónimo de “Rehilete”, Don Guillermo escribía la suya en EL ESPECTADOR con el seudónimo de “Conchito”, en referencia a la pasión que le despertó la torera chilena “Conchita” Cintrón cuando visitó Colombia, agotó la boletería de “La Santamaría” y se presentó ante 30.000 niños pobres.
El afecto que se profesaban los Directores de EL TIEMPO y EL ESPECTADOR quedó plasmado en una fotografía publicada por la “Revista Jet Set”, con la cual el cofundador y Director de “Colprensa”, Orlando Cadavid Correa, inició su columna “Contraplano”, en el “Diario Digital Eje 21”, el 19 de Mayo de 2021: Don Hernando Santos Castillo (en el centro), abraza el rostro de Don Guillermo Cano y mientras ambos sonríen con entusiasmo, Doña Helena Calderón de Santos los observa con agrado.

El cariño de Luis Miguel Dominguín hacia Santos y Cano
Como una demostración más del amor de los Directores de EL TIEMPO y EL ESPECTADOR hacia la actividad taurina, el fotógrafo Manuel Hermelindo Rodríguez, conocido popularmente en Colombia como “Manuelhache”, captó una vez en el callejón de la “Plaza de Toros La Santamaría” una fotografía que se convirtió en un ícono del periodismo: El torero español Luís Miguel Dominguín abraza los rostros de Don Guillermo Cano Isaza (a la izquierda) y Don Hernando Santos Castillo (a la derecha). (Foto del “Diario Digital Eje 21”, descargada en Google).
Otro de los personajes internacionales que sentían un profundo afecto por Luis Miguel Dominguín, era el pintor español Pablo Picasso, quien dijo antes de morir en Abril de 1973, a la edad de 91 años: “Si yo no hubiera sido pintor… habría sido torero”.

Un veto internacional paraliza las corridas de toros en Bogotá
Los sentimientos de fervor y entusiasmo que irradiaban los amantes de las corridas de toros en varias ciudades de Colombia durante la segunda mitad del Siglo XX, sufrieron en 1972 un golpe inesperado, cuando el primero de Enero los sindicatos de toreros de España, México, Venezuela y Colombia le impusieron un veto internacional indefinido a la “Plaza de Toros La Santamaría”, porque la empresa que la administraba había incumplido el pago de honorarios y no había celebrado las corridas acordadas previamente con las uniones sindicales.
En una de las corridas celebradas en “La Santamaría” en la década de los años 60 aparecen en primera fila (de izquierda a derecha), Don Guillermo Cano Isaza, su esposa Ana María Busquets de Cano; Mercedes Barcha y su esposo, el escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien por esa época comenzaba a registrar ventas de medio millón de ejemplares de su novela “Cien Años de Soledad”, obra que lo hizo ganador del “Premio Nobel de Literatura” en 1982.

La “chiva” de EL ESPECTADOR que Colombia esperaba
En Enero de 1973 la sociedad colombiana llevaba un año sin corridas de toros en Bogotá y la preocupación era bastante grande entre los aficionados porque no se vislumbraba una solución al veto internacional que pesaba sobre la “Plaza de Toros La Santamaría”.
Veinte días antes, en Diciembre de 1972, el Alcalde Carlos Albán Holguín había recibido cuatro propuestas de empresarios taurinos y después de escuchar los conceptos del Fondo Rotatorio, la Personería Distrital, diversos organismos del Estado y expertos de los sindicatos, aprobó la concesión de un contrato de cinco años de duración a la “Casa Lozano”, de España.
Para entender el contexto histórico en el cual se produjo la “chiva” con la cual termino este artículo, es conveniente tener en cuenta que después de ganar en 1971 tres becas seguidas de la Organización de Estados Americanos (OEA), Don Gabriel Cano Villegas, Don Guillermo Cano Isaza y Don José Salgar Escobar decidieron premiarme con el nombramiento de Director de la Sección Bogotá de EL ESPECTADOR.
Y justo cuando llevaba más de un año como jefe de mi propia sección de ocho páginas diarias, se me presentó una oportunidad que se produce solo una vez en la vida: la constancia de seguir día tras día las negociaciones para reanudar las corridas de toros, me permitió conseguir en primicia los detalles de la forma como se había salvado la temporada taurina de 1973, los nombres de los toreros que se presentarían a partir del 11 de Febrero en “La Santamaría” y entrevistar al ganador del contrato.
Una vez obtenida la noticia “chiva”, puse en práctica los conocimientos adquiridos en mi niñez en el sótano del “Edificio Monserrate” y diseñé la página en la cual se le presentó a los taurófilos la noticia que tanto esperaban.
Al aparecer el Martes 16 de Enero la noticia de cómo se había salvado la temporada taurina, con un despliegue de 8 columnas en la primera página de la Sección Bogotá –como lo muestra el facsímil de EL ESPECTADOR de ese día, que hoy publico en esta Página Web por cortesía del Director del periódico, Don Fidel Cano Correa–, el primero en felicitarme fue Don Guillermo Cano.

Pero mientras los Cano y el Jefe de Redacción, José Salgar, estaban felices por la primicia, Don Hernando Santos se comunicó telefónicamente con el Alcalde Albán Holguín para hacerle el siguiente reclamo, según me lo reveló después el Jefe de Prensa, Jorge Orjuela Solano:
“Alcalde ¿Cómo le dieron ustedes semejante noticia a EL ESPECTADOR y dejaron por fuera a EL TIEMPO?”. El Alcalde, después de preguntarle a Jorge qué había sucedido, le respondió a Don Hernando: “Doctor Santos, mi Jefe de Prensa le transmitió anoche la misma noticia a su Jefe de Redacción. Si no la publicaron, la Alcaldía no tiene ninguna responsabilidad. En EL ESPECTADOR apareció porque el señor Navarrete estuvo pendiente todos los días, del resultado de las conversaciones con los empresarios y las partes involucradas en la solución del problema”.
Hoy, cincuenta y dos años después de haber logrado otro de los “Grandes triunfos de EL ESPECTADOR”, justifico plenamente el malestar de Don Hernando Santos Castillo, porque tanto él, como Don Guillermo Cano, tenía el propósito de ser el primero en entregarle a los colombianos la noticia que tanto esperaban: el regreso de las corridas de toros a “La Santamaría” y explicarles en EL TIEMPO quiénes serían los mejores toreros de la época que volverían a deleitar a los millares de aficionados.
El resultado final de esta primicia fue la decisión de Don Hernando y Don Enrique Santos Castillo, de invitarme a hacer parte de su nómina de periodistas. Y cuando ingresé a EL TIEMPO, los “chiviados” fueron el resto de Medios de Comunicación del país, como quedó explicado en el artículo “Navarrete…. ¡¡¡ Váyase ya para la Cárcel Modelo !!!” y en otro que aparecerá próximamente, cuando la prensa nacional y extranjera informó sobre la importancia de una Central Hidroeléctrica inaugurada en 1982 por el Presidente Julio César Turbay Ayala, mientras yo aparecí a ocho columnas en la primera página de EL TIEMPO, anunciando un “Apagón en Colombia por fallas en el Sistema Interconectado de Energía Eléctrica Nacional”, noticia que fue recibida con reclamos hacia mí por colegas de radio, TV y prensa, debido a que sus Jefes de Redacción los amonestaron por no haberse dado cuenta de semejante anuncio, confirmado por funcionarios del Jefe de Estado que se hallaban en el mismo lugar.

Por qué se adjudicó el contrato a “La Casa Lozano”
En 1973 los medios taurinos nacionales y extranjeros estuvieron de acuerdo en señalar que el contrato para recuperar las pérdidas que había sufrido “La Santamaría” después de un año de inactividad, le había sido otorgado a una empresa española reconocida por su seriedad y la responsabilidad con la cual apoderaba a toreros en esa época: “La Casa Lozano”.
La responsabilidad de los Lozano se había forjado con décadas de conocimiento personal del gremio, porque su niñez y adolescencia se desarrollaron entre toreros importantes y porque desde su juventud se dedicaron a la Administración de Plazas de Toros. El mayor de la familia, José Luis –a quien entrevisté para mi primicia en EL ESPECTADOR–, contaba dos de esas experiencias:
Ante el reclamo de adolescentes que querían ser toreros, pero nadie les daba una oportunidad, José Luís llamó a Emilio Romero, Director de “Pueblo” —el periódico español que había dado a conocer la situación— y acordó con él hacer una convocatoria dirigida a los menores que estuvieran interesados en torear, pero con una condición: que no tuvieran Carnet de Profesional. El éxito fue absoluto: En dos años se presentaron mil quinientos maletillas que emocionaron a todos los países de Europa durante su debut como aficionados a través de la “Televisión Española”.
Uno de esos jóvenes era Sebastián “Palomo” Linares, el segundo escogido para presentarse en Bogotá, al lado del famoso Pepe Cáceres, como lo muestra el facsímil de EL ESPECTADOR del Martes 16 de Enero de 1973.
La historia de cómo surgió “Palomo” Linares es fascinante y permite entender por qué de él se ha dicho que es “Un hombre que de la nada llegó a mandar en el toreo”:
A pesar de demostrar su gran habilidad para torear becerros en su época de muletilla, en su primera presentación en la “Plaza de Toros de Las Ventas” –la mayor del continente europeo–, el público no le demostró mucho interés porque no lo conocía. De repente el joven hizo algo que la gente nunca había visto: Se arrodilló en la arena y desafió a un toro de 500 kilos para que se le lanzara de frente, atrayéndolo con su capa. El animal se abalanzó sobre el muchacho con sus enormes cuernos en busca del trapo rojo y lo fue siguiendo a medida que “Palomo” Linares hacía girar la capa, sin demostrarle miedo a la bestia, como retando a la muerte. Obviamente la respuesta del público no se hizo esperar: La Plaza parecía un manicomio de gente gritando en coro: “Olé… olé… olé…” cada vez que Palomo hacía girar al toro de un lado a otro del ruedo.
En la fotografía del periódico español “The Toledo Tribune”, descargada de Google, se observa a los integrantes de “La Casa Lozano”, de España, que hicieron posible el regreso de las corridas de toros a la “Plaza de Toros de La Santamaría”, de Bogotá, en 1973.
De izquierda a derecha aparecen Concha, Manolo, Fernando, Pablo (quien lleva debajo del brazo un periódico, un libro, una calculadora y sujeta con la mano izquierda un maletín y una caja de chocolates), Eduardo y José Luís Lozano. En el centro del grupo figura, de manera discreta, José, el padre de los empresarios taurinos.
Los resultados de la experiencia administrativa de los Hermanos Lozano se demostraron poco después, cuando se encargaron de la “Plaza de Toros de Las Ventas”, en Madrid: El famoso empresario Manuel Martínez Flamarique –conocido en el mundo taurino con el nombre de “Manolo Chopera”–, entregó la plaza con 700.000 espectadores y cuando los Lozano la soltaron, un millón trescientos cincuenta mil aficionados asistían a cada presentación.
Febrero, 1991. César Rincón se coronó triunfador de la temporada grande en la plaza de toros de Santamaría. Dos salidas a hombros por la puerta que da a la calle 27 con carrera sexta, en el corazón de Bogotá. En los tres paseíllos que hizo cobró 8.000 dólares cada tarde, y arrasó cortando 7 orejas. Que un bogotano del barrio Fátima, le haya ‘pegado el repaso’ a los españoles Roberto Domínguez, Emilio Muñoz, Juan Mora, Manili, Joselito, Fernando Lozano y Jesulín de Ubrique, máximas figuras del toreo que vinieron a disputar el trofeo que alguna vez se llamó Señor de Monserrate, fue una noticia que ningún diario ni noticiero eludió, pues entre otras, quienes escribían los artículos taurinos en El Tiempo y El Espectador eran sus directores: Hernando Santos Castillo ‘Rehilete’ y Guillermo Cano ‘Conchito’, como firmaban sus crónicas. (Revista Semana)
