El obrero de la Misa en Latín
En 1938, a la edad de 22 años, Luis Alberto Fonseca Camargo era uno de los habitantes de Bogotá que se deleitaban viendo películas de México y Estados Unidos en el “Teatro San Jorge”, en Bogotá (Colombia). El actor que más le gustaba se llamaba Humphrey Bogart, por su personalidad y forma de actuar. El joven boyacense resultó tan influenciado por el personaje, que imitaba la forma como Bogart mantenía el eterno cigarrillo en los labios sin que se le cayera, como cuando recibió en “La Perseverancia” a José del Carmen Plazas, esposo de su tía Rita Fonseca Amézquita, durante una visita que el campesino les hizo a los hijos del ex Sargento de la Policía Nacional, Jesús Fonseca Amézquita, en compañía de sus hijos Graciela y Álvaro Plazas Fonseca (quien aparece a la derecha, vestido con chaqueta de cuero). Los dos jóvenes eran primos de Luis Alberto y de sus hermanos Lisandro y Benjamín. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).
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Por las dramáticas situaciones a las cuales se vio enfrentado desde su niñez, la vida de Luis Alberto Fonseca Camargo es digna de un documental que exponga ante el mundo el comportamiento patriarcal de la sociedad colombiana de los Siglos XIX y XX, cuando el hombre ejerció dominio absoluto sobre la personalidad de la mujer, especialmente en regiones del interior del país, donde ella no solamente carecía de derechos, sino que era víctima inclemente de toda clase de castigos físicos, sin posibilidad legal, ni económica, de reclamar justicia. Al analizar los hechos, sin embargo, se comprende que los hombres no eran únicamente los culpables de esa situación. La principal responsabilidad recae sobre la sociedad de una época que, como la actual, ha suprimido los valores morales en los pensum de formación académica, desde los primeros años de estudio de la infancia, hasta los de la Universidad. La realidad es evidente: Colombia, por decisión del Gobierno Nacional, suprimió la Educación Cívica en las escuelas públicas y los colegios privados en el Siglo XX.
Hoy, un siglo después, cuando en Colombia se habla de “Paz Total”, la mujer sigue sufriendo las mismas violaciones y asesinatos diarios de la violencia machista patriarcal de hace cien años, mientras los abusos y crímenes contra niñas y niños crecen de forma alarmante. Se necesita con urgencia la formación de valores humanos, para frenar los asesinatos de bebés por sus propios padres y madres, y para detener la creciente violencia intrafamiliar, enseñando a los padrastros y a las jóvenes parejas a no dejarse dominar por la ira, la rabia y la violencia, cuando surjan problemas en el interior de sus hogares.
Las consecuencias de estos comportamientos también son evidentes: En 2021, según Naciones Unidas, 978 mujeres fueron asesinadas en Colombia, la mayoría por sus maridos o sus compañeros sentimentales, mientras en 2022, a comienzos de año ya se contabilizaban 129 feminicidios de mujeres y 11 feminicidios en mujeres trans. Además, se considera que más de 2 millones de mujeres y niñas corren el riesgo de sufrir violencia de género en el 2022 que está por terminar. En Bogotá, la Alcaldesa Claudia Nayibe López Hernández denunció el 21 de Noviembre, que mientras en 2021 un total de 4.120 mujeres denunciaron agresiones sexuales, en 2022 las víctimas han aumentado a 4.984, para un total de 9.104 y se han registrado 13 feminicidios. Con respecto a violencia intrafamiliar, explicó que mientras en 2021 fueron denunciadas 21.841 agresiones, en este año se han registrado 25.434, para un total de 47.275 ataques a mujeres en menos de 24 meses.
La situación ha llegado a tal extremo de gravedad, que en el “Encuentro Iberoamericano de Mujeres Progresistas” –que el 13 de Noviembre reunió en Bogotá a invitadas de Argentina, Brasil, Costa Rica, Chile y España con 325 lideresas colombianas–, la senadora María José Pizarro informó que al término de una sesión conjunta de la “Comisión Legal de Equidad de la Mujer” con la “Comisión de Paz del Senado”, se le solicitó al Primer Mandatario, Gustavo Petro Urrego, que declare el “Estado Nacional de Emergencia de Género en Colombia”, articulada con la Alta Consejería de Equidad para la Mujer, de la Presidencia de la República, para que desde el Congreso se puedan desarrollar acciones contundentes e inmediatas, que pongan freno a la violencia contra la mujer en ese país latinoamericano.
Precisamente a la falta de valores se atribuye el hecho de que los seres humanos, en el mundo, se sientan hoy un 33 por ciento más tristes, preocupados y estresados que hace 16 años, según la “Encuesta Global de Emociones” realizada con 127.000 personas en 122 países a finales de 2021 y comienzos de 2022, dada a conocer en Noviembre por Jon Clifton, CEO de Gallup y que presenta el siguiente cuadro como resultado final de las encuestas:
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Aporte de Fonseca al “Colegio San Bartolomé”
Para comprender las dificultades del mundo en el cual se desarrollaron las vidas de Luís Alberto Fonseca Camargo y Blanca María Navarrete Gómez, es necesario tener en cuenta que cuando ellos se conocieron, en 1934, Bogotá era una ciudad de 300.000 habitantes que solo había sido dotada del servicio de energía eléctrica 29 años antes (en 1905) y que el sector donde vivía la pareja (en los Cerros Orientales), no disponía de tuberías de acueducto como las que conocemos los habitantes de hoy. (El agua para preparar alimentos se recogía en ollas y baldes en una pila pública, después de esperar largo tiempo haciendo fila bajo la lluvia o el sol). El servicio de luz se les fue instalando a los habitantes por sectores y a algunos tardíamente. (Al comienzo los hogares eran alumbrados con velas de cebo y estufas de carbón, o leña de los árboles que se tumbaban en la montaña). Las vías, además, eran construidas por los desplazados con piedras llevadas desde el “Río Arzobispo”, ubicado a varias cuadras de distancia. A esto se debe que en épocas de invierno la vía principal del barrio “La Perseverancia”, la calle 32, se convertía en un lugar intransitable por el barro y el lodo que bajaba de la montaña, como quedó detallado en la Biografía de María del Carmen Navarrete, en esta página web.
En esas condiciones, cuando Luís Alberto caminó varias cuadras desde “La Perseverancia” hacia el Norte, en busca de un empleo cualquiera en 1935, llegó al inmenso terreno que muestra esta gráfica histórica de la Bogotá de los años 30 del Siglo XX, donde solamente había una edificación y por donde de vez en cuando pasaba un caballo arrastrando una carreta, o uno de los primeros camioncitos antiguos transportando materiales de construcción. A dos cuadras al Norte de este lugar el “Parque Nacional Enrique Olaya Herrera” había sido inaugurado un año antes, en 1934. La casa de la foto (en el lado superior derecho), pertenecía a la “Hacienda La Merced”, de propiedad de la Comunidad de los Sacerdotes Jesuítas, delimitada por un largo muro de adobe que se alcanza a observar en la parte inferior. Allí –como quedó explicado en la primera parte de la Biografía–, fue donde Fonseca consiguió su primer empleo fijo por 6 años. Se trató de una época muy dura para un muchacho que no estaba acostumbrado al trabajo pesado, por el manejo de toda clase de materiales de construcción. Sin embargo, día tras día, semana tras semana, mes tras mes y año tras año, Luís Alberto Fonseca Camargo fue aportando su esfuerzo físico, su ingenio y su creatividad, para hacer realidad el edificio del “Colegio San Bartolomé La Merced”, ubicado hoy en la carrera 5 No. 33-B-80, en Bogotá (Colombia) e inaugurado el 16 de Febrero de 1941. (Foto: Celebración de los 80 años. Centro de Documentación Navarrete).
Hoy, aun cuando no ha sido posible encontrar una fotografía en la cual aparezca Luís Alberto en compañía del resto de obreros, destacamos ante el mundo y la Familia Fonseca – Navarrete la importancia del esfuerzo que hizo este hombre por contribuir a darle a Bogotá uno de los colegios de cuyas aulas han egresado varios Presidentes de la República de Colombia y que ha dedicado parte del Siglo XX y lo corrido del Siglo XXI, a forjar hombres y mujeres que hoy lideran diversos aspectos de las sociedades de los países de América Latina. Una de esas personalidades, Luís Carlos Sarmiento Angulo –el hombre más rico de Colombia–, le ha donado a su país el “Centro de Tratamiento e Investigación sobre el Cáncer”, una de las clínicas más importantes del mundo para la lucha contra esa enfermedad, además del “Edificio de Ciencia y Tecnología”, a la Universidad Nacional en Bogotá.
Por estas razones, el nombre de Luis Alberto Fonseca Camargo cobró actualidad en la Navidad de 2022, cuando su nieto Armando Fonseca Sierra –uno de los más destacados profesionales de la familia–, convocó a los descendientes de la dinastía Fonseca mencionados en la primera parte de esta Biografía, a una reunión en Cajicá (Cundinamarca) (Colombia), para hacer reminiscencia de los logros alcanzados por ellas y ellos y, al mismo, compartir las experiencias que les ha permitido triunfar a nivel nacional e internacional.
Adicionalmente, los nombres de Luis Alberto y sus compañeros son exaltados el 16 de Febrero de 2023, cuando la Comunidad Bartolina celebra los primeros 82 años del colegio. En la actualidad el plantel hace parte de la “Asociación de Colegios Jesuitas de Colombia” y está afiliado a la “Federación Latinoamericana de Colegios de la Compañía de Jesús” FLACSI. (Foto del edificio: Ciprés, Mercadeo Educativo).
Luis pide la bendición para casarse y recibe una cachetada
Satisfecho por haber conseguido en Febrero de 1935 el empleo fijo que le duraría seis años, Luis Alberto regresó a Sogamoso en compañía de su hermano Benjamín para compartir la buena nueva con su padre, Jesús Fonseca Amézquita, y aprovechar la reunión familiar para pedirle su bendición, ya que había decidido casarse con Blanca María Navarrete Gómez, la muchacha que ya conocía su papá.
El joven fue recibido en la sala de la casa por su padre, quien después de saludarlo con su tradicional estilo adusto y de tipo militar le preguntó cómo le estaba yendo en Bogotá. Luís relató ante su padre y su hermano las peripecias que había tenido que realizar para conseguir la Cédula de Ciudadanía y con ella un buen trabajo en la construcción de un colegio, y le manifestó a Jesús Fonseca su satisfacción porque durante varios años no volvería a molestarlo solicitándole envíos de dinero, gracias al salario fijo que recibiría de parte de la “Compañía de Jesús”. El Patriarca de los Fonseca recibió con agrado la noticia y orientó la conversación hacia temas relacionados con los negocios inmobiliarios que adelantaba en Sogamoso y Bogotá.
Luis Alberto observó con satisfacción que su padre se hallaba tranquilo y amable, y aprovechando esa circunstancia le manifestó que había decidido casarse con Blanca María Navarrete Gómez, la joven que había conocido en Bogotá, por lo cual había llegado a Sogamoso con la intención de que le diera la bendición paterna para regresar a la capital y contraer el matrimonio.
La petición del muchacho no tomó por sorpresa al ex Sargento Jesús Fonseca, quien desde hacía varios meses temía que, de un momento a otro, su hijo decidiera aprovechar la libertad que le había concedido al viajar a la capital del país y tomara una determinación que lo llevara a llenarse de hijos y de deudas sin tener conciencia de lo que eso significaba en el futuro. Precisamente por eso le había pedido hacía varias semanas a su hermana Rita y a su sobrina Josefina Plazas Fonseca, que averiguaran qué clase de muchacha era la que le gustaba a su hijo, para estar seguro de que, si Luis decidía formalizar una unión con ella, el joven no fuera a encontrarse con una sorpresa similar a la que él había tenido con Rita Camargo Galán.
Por petición de Jesús Fonseca Amézquita, su hermana Rita y su sobrina Josefina Plazas Fonseca, viajaron a Bogotá a mediados de Febrero de 1935, para observar de cerca a la joven que pretendía Luis Alberto Fonseca. De esa manera comprobaron que, a pesar de vivir en un sector de Bogotá caracterizado por viviendas construidas con materiales rústicos, además de calles empedradas por las cuales había que caminar por entre el lodo en épocas de lluvias, la joven Blanca María Navarrete Gómez (quien aparece caminando con zapatos de tacón y media velada por entre viviendas construidas con adobe y guadua), siempre conservaba la educación y la elegancia que le había enseñado su madre Magdalena Gómez Garzón y por ello se destacaba entre las muchachas del barrio “Unión Obrera”, que después cambió su nombre por el de “La Perseverancia”. Por estos detalles físicos y las virtudes morales de la joven, Luis Alberto deseaba formalizar su relación amorosa con ella, pero su padre se oponía, por la experiencia que él había tenido con su mujer en Boyacá. (Foto de Blanca María Navarrete, cortesía de Beatriz Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).
Pero como Rita y Josefina aún no habían regresado de Bogotá, ni le habían informado nada sobre las conversaciones que habían sostenido con Blanca María, la petición de Luis Alberto para que le diera la bendición a un matrimonio que el muchacho pensaba realizar en un tiempo relativamente corto, causó en el ex policía una explosión de furia que no pudo contener.
El diálogo sostenido ese día por el ex Sargento Fonseca con Luis Alberto en Sogamoso tuvo características devastadoras para la futura relación de padre e hijo, según lo revelado años después por Benjamín Fonseca al autor de esta biografía y confirmado en 2021 por Gilma Beatriz, la hija mayor de Luís Alberto. Ella recordó siempre lo ocurrido porque él le había explicado de manera detallada los pormenores de cómo había respondido Jesús Fonseca, de la siguiente manera:
“¿Qué?… Gran pendejo… ¿Cómo se le ocurre semejante estupidez?… ¿Casarse para qué?… ¿Usted no se ha dado cuenta de que es simplemente un muchachito ignorante, que no sabe hacer nada, que ni siquiera ha cumplido veinte años y ahora que ha conseguido un trabajo lo primero que se le ocurre es meter las patas?… Primero crezca, aprenda un oficio, trabaje y después piense qué va a hacer con su vida. Además, ¿Casarse para qué? ¿Para que le pase lo mismo que a mí?… ¿Para llenarse de hijos?…
Luis Alberto estaba acostumbrado a que su padre le pegaba a la madre sin poder responder nada por el respeto a la autoridad paterna. Pero como él y su padre se parecían mucho por sus actitudes violentas y explosivas, al muchacho “se le subió la sangre a la cabeza” por sentirse ofendido y contestó con rabia, como lo recordó muy bien Gilma Beatriz:
“Entonces no tengo papá” e hizo un ademán de levantar los brazos para protestar ante su padre. La respuesta de Jesús fue inmediata y contundente: le dio una bofetada para demostrarle que él era la autoridad del hogar y no se le podía ni siquiera intentar responder.
Furioso por el golpe que había recibido de su padre, Luis Alberto intentó reaccionar, pero un policía asignado a la casa del ex Sargento Fonseca para protegerlo, interpretó equivocadamente la actitud del joven y lo golpeó en el estómago con la culata de su fusil, provocándole un dolor que lo encolerizó aún más, por lo cual decidió abandonar inmediatamente el hogar. El fuerte enfrentamiento de ese día agravó las relaciones entre padre e hijo –situación que años más tarde tendría consecuencias graves para Luis Alberto–, quien regresó a Bogotá decidido a salir adelante sin ayuda de nadie. Benjamín, el otro hijo de Jesús, se mantuvo neutral y no intervino en la discusión de su padre con su hermano.
A partir de ese día Luís Alberto se concentró en aprender todo lo relacionado con la construcción: desde cargar pesados bultos de arena, mezclar cemento, seleccionar las varillas más adecuadas para construir columnas que resistieran el peso de estructuras de siete o más pisos, lectura de planos para la construcción de redes de alcantarillado, tuberías para el suministro de agua potable al interior de cocinas y baños, instalación de redes de electricidad para salones, habitaciones, baños, etc., todo lo cual lo prepararía para desempeñarse más tarde con éxito en el Ministerio de Obras y Transporte y después en la empresa “HB Herman Boehlen – Construcciones Metálicas”, una filial de la multinacional Krupp, con sede en Alemania, que durante 300 años fabricó armas para los diferentes gobiernos de ese país europeo, como lo descubrí en 2016 en una biblioteca de Canadá.
Con su insaciable deseo de aprender, a Luis Alberto no se le escapaba un detalle de la obra del “Colegio San Bartolomé La Merced”. A cada problema aportaba una solución. Y eso lo apreciaban los arquitectos, los ingenieros y los Padres Jesuitas, que vieron en él, no a un simple obrero, sino a un joven de inteligencia superior al resto de los trabajadores.
Por tratarse de un adolescente que ya había crecido a su máxima estatura, el cargar diariamente pesados bultos de cemento y al mismo tiempo manipular toda clase de herramientas haciendo esfuerzos para apuntalar columnas de la nueva edificación, Luis Alberto fue adquiriendo mayor fuerza física y poder de golpe con sus manos, a tal punto que varios meses después de haber comenzado a trabajar en la obra se le advirtió que debía cuidarse de que en ningún momento fuera a golpear a alguien, porque podría matar a una persona dada su musculatura.
En cumplimiento de la solicitud de Jesús Fonseca, su hermana Rita (a la derecha) y su sobrina Josefina Plazas Fonseca (a la izquierda), continuaron invitando a Blanca María Navarrete para reunirse con ellas en la casa de Jesús, en la parte alta del barrio “La Perseverancia”, con el fin de comprobar que se trataba de una joven digna de Luis Alberto Fonseca. Durante una de esas reuniones la joven aparece en la mitad de las dos mujeres, luciendo su elegancia tradicional. (Foto de Blanca María Navarrete, cortesía de Rosalba Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).
Aun cuando el rompimiento temporal de relaciones familiares entre Luis Alberto Fonseca y su padre Jesús se consideró como una situación traumática por el alejamiento de ambos durante varias semanas, los dos sacaron provecho de ella a su manera. Luis Alberto porque se sintió libre de tener que rendirle cuentas a su padre sobre qué actividades desarrollaba mientras permanecieran distanciados. Aprovechando esa circunstancia regresó a buscar a Blanca María con más entusiasmo, al comprobar que ella no andaba con ningún muchacho e intensificó su pretensión amorosa hacia la joven. Jesús Fonseca, por su parte, les pidió a su hermana Rita y a su sobrina, insistir en la búsqueda de informaciones sobre la vida personal, íntima y familiar de Blanca María, porque estaba seguro de que su hijo seguía encaprichado con la muchacha.
Y mientras Luis Alberto dedicaba toda su atención a la bella Blanca María durante un año, ajeno por completo a lo que sucedía a su alrededor, Rita Fonseca cumplía la misión que le había encargado su hermano Jesús. Averiguando en el barrio donde la pareja residía, se enteró de las poesías que su sobrino le escribía a la muchacha y comprobó que ella no tenía pretendientes, que su conducta era intachable y, lo más importante, que era una niña casta y pura.
Una vez enterado de las virtudes y la conducta intachable de Blanca María, Jesús Fonseca Amézquita llegó a la conclusión de que la muchacha era la mejor opción para su hijo, porque sabía que varias mujeres desplazadas andaban detrás de él en el barrio “La Perseverancia” porque lo consideraban “un buen partido”, al observar que era bien parecido, gran trabajador y tenía un buen futuro económico.
El corazón palpita de emoción y la nostalgia invade el espíritu, al contemplar los rostros de parientes cuyas existencias fueron maravillosas y alegraron momentos importantes de las Familias Fonseca Amézquita y Cuervo Rincón, de Sogamoso (Boyacá) (Colombia), hace 86 años. La trascendencia histórica de esta escena se debe a lo siguiente:
El ex Sargento de la Policía Nacional Jesús Fonseca Amézquita (de pie a la izquierda) y Luis Alejandro Cuervo Rincón (en el centro, sentado), como hombres de negocios de Sogamoso, compartían los acontecimientos importantes de sus familias. El 6 de Abril de 1936, Jesús presentó oficialmente a Blanca María Navarrete Gómez como novia de su hijo Luis Alberto (ella aparece sentada, a la izquierda), y Luis Alejandro, acompañado por su hija Blanca (quien aparece sentada a la derecha, de vestido blanco), anunció el matrimonio de su hija Alejandrina con Arquímedes Benjamín, otro de los hijos de Jesús. Observan el acto los hermanos Hernando Cuervo Rincón (de pie, con rostro bastante serio, como era su costumbre), y Antonia Cuervo Rincón (en el extremo derecho). A su lado, una niña no identificada se asoma tímidamente por entre las matas del lugar. La foto fue captada en la casa de Jesús Fonseca, ubicada en la parte alta del barrio “La Perseverancia”, en Bogotá, más exactamente en la actual “Avenida Circunvalar” con calle 32. (Foto de Blanca María Navarrete, cortesía de Beatriz Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).
En Diciembre de 1935, Blanca María Navarrete Gómez inició sus clases de modistería y marcó con su fina letra el cuaderno en el cual dibujó pacientemente y con gran delicadeza moldes que –87 años después y según la Diseñadora de Modas Isabel Andrade Beltrán–, aún pueden ser utilizados para elaborar blusas y diversas prendas femeninas, si se tiene en cuenta que los grandes modistos y modistas del mundo vuelven de vez en cuando a la confección de prendas que recuerdan con nostalgia la elegancia de los años 20 del Siglo XX, la “Belle epoque”, que se distinguía por el lujo, la diversión y las bellas bailarinas del can can de París.
A los 20 años de edad, en 1936, el joven Luis Alberto Fonseca Camargo dejó impreso en estas letras todo el amor que le inspiraba su doncella Blanca María Navarrete Gómez, con poesías como la titulada “Despedida a Blanquita”, parte de la cual se alcanza a leer en esta hoja y cuyo texto completo se transcribió en la primera parte de la Biografía de nuestro personaje.
El hecho de que la caligrafía de las poesías halladas en el cuaderno que permaneció guardado por cerca de 90 años, coincide con la anotación de Luis Alberto cuando recibió un Auxilio de Cesantía por parte de HB, la empresa donde trabajó hasta los años 50 del Siglo XX, es una prueba de que el joven fue realmente quien dejó escritos los versos que quedaron como un legado para la historia de la Familia Fonseca – Navarrete. La comparación de estos textos está reservada para la tercera parte de la Biografía.
La época inolvidable de las poesías y la música colombiana
En 1937, a sus 21 años, Luis Alberto Fonseca Camargo estaba en la plenitud de su juventud. Su cuerpo fuerte, su vitalidad y su energía le permitían dedicar largas horas de pesado trabajo a la construcción del “Colegio San Bartolomé La Merced”. Y cuando concluía la jornada laboral su mente juvenil –aun no contaminada por la cerveza–, regresaba a la poesía y a la música. Para ello, lo primero que hacía era subir a la casa de “La Perseverancia” para buscar a su hermano Benjamín e invitarlo a visitar al mayor de la familia, Lisandro, quien vivía y tenía su taller de latonería en la calle 20 entre las carreras 4ª y 5ª, con el fin de que los tres afinaran sus voces y pudieran cantar a una sola voz durante sus presentaciones en público.
Y así, en medio de versos y canciones, transcurrieron dos años del romántico idilio de Luis y Blanca. Benjamín Fonseca, en reuniones sostenidas con el autor de esta Biografía, cerraba los ojos para recordar los maravillosos momentos vividos en la juventud con sus hermanos, en aquellas inolvidables tardes y noches en las cuales el trío entonaba melodías románticas, inspirados por quienes eran los cantantes del momento: el dueto Garzón y Collazos, conocido entonces como “Los príncipes de la canción colombiana”.
Al concentrarme en los rostros de la foto que ilustra este segmento de la Biografía, regresan a mi mente momentos inolvidables cuando Luis Alberto Fonseca interpretaba con maestría notas musicales en su tiple y, a la vez, unía su vigorosa voz a las de Lisandro y Benjamín, para llevar a todos los rincones del país la belleza del folclor colombiano. El “Trío Los Hermanos Fonseca” fue invitado a cantar bambucos, guabinas, pasillos, torbellinos y otros géneros musicales en “La Voz de Bogotá” (1932); “Radio Santafe”, (1938); “Radio Sutatenza” (1948) y Emisora Nueva Granada (1950), entre otras que desaparecieron. El público que asistía a ver al trío sabía que cuando se interpreta música llanera se utilizan Arpa, Cuatro y Maracas. Luis Alberto Fonseca, en cambio, lo había solo con un tiple. Los amantes del folclor, al observar la ejecución impecable del joven Fonseca, lo premiaban con salvas de aplausos, porque comprendían que su presentación era mucho más difícil con un solo instrumento que con los tres de siempre.
Gracias a estos y otros detalles, como el ritmo y la sonoridad de las voces varoniles, hubo una persona que descubrió y supo reconocer el talento musical empírico de Lisandro, Benjamín y Luis Alberto Fonseca. Esa persona fue el Maestro Hernando Rico Velandia, quien dirigía el famoso “Conjunto Granadino” de la “Radio Santafe”, en Bogotá. Por su experiencia, Rico Velandia sabía que los 3 hermanos tenían un gran futuro musical y por eso los invitó a cantar en el programa “Hacia una vida mejor”, en el cual se rendía homenaje a los Oficiales de la Flota Mercante Grancolombiana, para que cuando los jóvenes tripulantes de los barcos escucharan música de su país no se sintieran tan solos al encontrarse lejos de sus hogares recorriendo los mares del mundo. A eso se debía que el locutor Efrén Yepes Lalinde comenzara cada día diciendo: “Marinos de Colombia, buen tiempo y buena mar”. La favorable sintonía de los oyentes a nivel nacional permitió luego que el “Trío Los Hermanos Fonseca” fuera invitado a participar en el “Nocturnal Colombiano” que se transmitía en el auditorio de la carrera 13 con calle 15, en el centro de Bogotá.
Fue una época inolvidable porque, gracias al Maestro Hernando Rico Velandia, los Fonseca compartieron espacios musicales con el “Conjunto Granadino” y con los más famosos intérpretes del folclor colombiano de los años 30 y 40: Garzón y Collazos, Oriol Rangel, Jaime Llano González, las Hermanas Garavito, de Bogotá y Los Hermanos Martínez, de Norte de Santander, entre otros. El éxito alcanzado en las presentaciones en las emisoras de Bogotá les sirvió luego a los Fonseca para compartir espacios radiales y teatrales con el “Quinteto Dalmar”, compuesto por 5 hermanos que le dejaron a Colombia bellísimas melodías navideñas y que dirigía el Maestro Álvaro Dalmar. Estas y otras anécdotas las recordaban con gran entusiasmo Gilma Beatriz, Alfredo y Alfonso Fonseca durante las reuniones que tuve con ellos a lo largo de varios años.
Sin embargo, en sus presentaciones ante los micrófonos de las emisoras y en el “Teatro San Jorge” –inaugurado en 1938 en la carrera 15 con calle 13–, los Hermanos Fonseca siempre advirtieron que lo hacían “por amor a la música colombiana”, y que nunca buscaban beneficio económico por sus éxitos. Como consecuencia de esa actitud honorífica y por falta de patrocinio comercial, el ritmo sonoro de estas vibrantes voces desapareció y el único casete que contenía algunas de sus bellas melodías fue arrojado a la basura, porque en ese momento nadie captó la importancia que el trío representaba para Colombia y para la historia de la música nacional. (Foto de Blanca María Navarrete, cortesía de Gilma Beatriz Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).
Una canción que estremecía de ternura a Blanca María
Una vez afinada la voz y con el corazón vibrante de pasión, Luis Alberto buscaba continuamente a quien consideraba la niña más bella, Blanca María, para dedicarle sentidas melodías de amor. Una de esas canciones era “Dulce negrita”, de Garzón y Collazos, que no solo estremecía de ternura a Blanquita, sino que hace llorar a Gilma Beatriz Fonseca Navarrete a sus 84 años, por la nostalgia que la invade al cantar las siguientes estrofas con voz temblorosa, cuando el impacto de la dura existencia que le correspondió vivir por más de ocho décadas, comienza a enviar el tesoro de sus valiosos recuerdos al umbral del olvido, en los delicados momentos previos a una intervención quirúrgica de la cual depende su futuro y mientras su hija Dina Heidy y su hermana Magdalena la cuidan minuto a minuto las 24 horas del día:
Dulce negrita de mi corazón
tienes un algo que no sé decir
Y es que me causa tan honda emoción
que a veces siento que voy a morir.
Y es porque guarda tu extraño mirar
tanto misterio del cielo andaluz.
Y son tus ojos dos soles
y al par abismos de sombra y luz.
Dulce negrita de mi corazón
tienes un algo que no sé decir
Y es que me causa tan honda emoción
que a veces siento que voy a morir.
Y es porque guarda tu extraño mirar
tanto misterio del cielo andaluz.
Y son tus ojos dos soles
y al par abismos de sombra y luz
Dulce negrita,
tú has ignorado
cuanto he sufrido por tu amor y también
las dulces horas que he pasado mi bien.
Negrita bella,… Luz de mi ensueño
ven por Dios a mi lado
que en tu pecho adorado reclinaré mi sien.
Quiero alegrar mi triste vida, con tu vida
quiero endulzar con tu sonrisa mi dolor
E iluminar con tu mirada mi sendero
y en nuestras almas cultivar un solo amor.
Luis Alberto Fonseca, de obrero a acólito de los jesuitas
Mientras tanto el resultado del esfuerzo de Luis Alberto, de su tenacidad en el trabajo, de su seriedad para cumplir con las misiones que se le encargaban, obtuvo una recompensa inesperada. Tres años después de estar trabajando en la construcción del claustro, en 1938, los Jesuitas lo elevaron de categoría. De obrero raso, pasó a ser acólito. Esto le permitió acompañar a los religiosos cuando oficiaban la Santa Misa en latín, en la sede del “Colegio Mayor de San Bartolomé”, ubicada en el centro de Bogotá, al lado del Capitolio Nacional.
El cambio era de tal importancia para él, que ese mismo día se lo comunicó a su hermano Arquímedes Benjamín y ambos decidieron festejar el acontecimiento como lo hacían los fines de semana desde hacía ya varios meses: tomando cerveza en las tiendas del barrio “La Perseverancia”, llevando guitarras y entonando bambucos y guabinas en medio del entusiasmo de conocidos y vecinos, hombres y mujeres, quienes al cabo de varias horas de diversión terminaban embriagados, comenzaban a discutir por cualquier mal entendido y ya en la madrugada se producían las peleas que concluían con heridos.
Durante los siguientes dos años en los cuales Fonseca trabajó en la construcción del “Colegio San Bartolomé La Merced”, siguió compartiendo su vida, su música, sus canciones y sus jolgorios, con los trabajadores de la empresa “Bavaria”, a quienes el ciudadano alemán Leo Siegfried Kopp Koppel les ayudó a conseguir lotes en el Barrio “La Perseverancia”, para que construyeran sus viviendas a cuatro cuadras de distancia de la cervecería, con el propósito de que no se vieran obligados a pagar transporte y así les alcanzara más el sueldo que les pagaba. Pero como casi todos se dejaron llevar por el consumo de licor, algunos terminaban endeudados y borrachos.
En 1941 concluyó la construcción del colegio y el claustro entró en funcionamiento el 16 de Febrero, cuando Luis Alberto ya había sido contratado por el Ministerio de Obras para adelantar la construcción de carreteras en el interior del país.
Un obrero oficiaba la Misa en Latín en “La Perseverancia”
Aun cuando la vida al lado de los Sacerdotes Jesuitas fue una época interesante para Luis Alberto Fonseca, por lo que había significado para él en término de conocimientos y estabilidad laboral, el único recuerdo práctico que le quedó fue el de rezar la Santa Misa en Latín, algo que hacía los domingos ante su esposa e hijos en el interior de la humilde casa que había construido en 1919 su suegra, Magdalena Gómez Garzón.
La forma como Gilma Beatriz Fonseca recuerda esa época, me transporta mentalmente al lugar donde transcurrió mi niñez y donde por varios años compartí el cuarto que habitaban Luis Alberto y Blanca María con sus hijas e hijos.
En concordancia con lo anterior, esta gráfica tiene una doble característica histórica: El 5 de Noviembre de 1952, Gilma Beatriz Fonseca Navarrete (de 14 años, a la izquierda); Alfredo Fonseca Navarrete (de 10 años, de traje negro), aparecen con sus hermanitos de 5 años, Gustavo (a la izquierda) y Alberto (a la derecha), sosteniendo en sus cabezas los sombreros con los cuales jugaban durante la celebración del cumpleaños de los gemelos, a quienes su madre Blanca María los peinó con los tradicionales “cachumbos” de la época y los vistió con trajes que se llamaban “bombachos”, además de zapaticos blancos.
El segundo valor histórico de la escena se debe a que detrás de la ventana de la derecha estaba ubicada la habitación donde vivían Luis Alberto Fonseca Camargo y Blanca María Navarrete Gómez con sus hijas e hijos, en la Carrera 2ª No. 32-17, en el barrio “La Perseverancia”. Y justamente en esa modesta habitación Luis Alberto Fonseca oficiaba la Santa Misa en Latín, ceremonia que algunos habitantes de la cuadra alcanzaban a escuchar cuando pasaban por el lugar. (Foto de Blanca María Navarrete, cortesía de Rosalba Fonseca. Centro de Documentación Navarrete).
Mi cerebro recuerda la vibrante voz del Luis Alberto que yo conocí y traté. Por eso mi espíritu se traslada al recinto mencionado para imaginar los momentos sublimes que se vivían los Domingos a las 7 de la mañana, cuando mi tío oficiaba la Santa Misa en Latín ante su mujer y sus hijos quienes, en absoluto silencio, lo escuchaban pronunciar las siguientes oraciones después de ordenar “Todos de pie”:
“In nomine patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen. Introibo ad altare Dei”.
Oración que, en español, traduce:
(“En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Subiré al altar de Dios”).
Y a continuación ordenaba “De rodillas repitan”:
“Ad Deum qui laetificat juventutem meam”.
(“Al Dios que es la alegría de mi juventud”.)
Revivir este pasaje de la Santa Misa hace que mi espíritu se traslade a un mundo antiguo… a mi adolescencia, cuando la Hermana Sor Magdalena Saldarriaga, Directora del “Instituto José Joaquín Vargas” y las profesoras de la “Sociedad de San Vicente de Paul”, me llevaban con mis compañeros del quinto año de primaria al templo del “Barrio Cundinamarca” para escuchar al sacerdote de la Iglesia Católica cuando pronunciaba en Latín las siguientes oraciones, en medio de un gran respeto religioso por parte de los estudiantes, las monjas y las profesoras:
“Judica me, Deus, et discerne causam meam de gente nonc santa: ab homine inicuo et doloso erue me”.
(“Júzgame tú, Oh Dios, y defiende mi causa de la gente malvada; libérame del hombre inicuo y engañador”).
“Quia tu, es Deus, fortitudo mea: ¿quare me repulisti, et quare tristis incedo, dum affligit me inimicus?”.
(“Pues que tú eres, Oh Dios, mi fortaleza. ¿Por qué me has desechado, y por qué he de andar triste, mientras me aflige el enemigo?”).
Próxima entrega:
Lisandro, Benjamín y Luís Alberto Fonseca Camargo perdieron una oportunidad de oro, porque al padre le importaban más los negocios, que la educación de sus hijos.