Cómo me hice periodista con solo 5º de Primaria

En Universidades y colegios de Canadá
y Australia crece el interés por conocer
el origen de Familias Colombianas

Foto histórica de los años 40 del Siglo XX en Bogotá. (Centro de Documentación Navarrete)

Los niños que aquí aparecen formaban parte de uno de los últimos cursos de Jardín Infantil y primeros de transición del “Colegio del Niño Jesús”, ubicado en la carrera 17 con calle 30, a corta distancia del Cementerio Central y en 1921 están llegando a los ochenta años de edad. En ella aparece Germán Navarrete de 6 años (cuarto de izquierda a derecha en la tercera fila, tanto de arriba como de abajo), cerca de su profesora Sixta. Esta fue la época en la cual el niño comenzó a ser llevado a los talleres del periódico EL ESPECTADOR, de Bogotá (Colombia), durante los días sábados, domingos y días festivos, factor que determinó el futuro de su existencia.

El ”Colegio del Niño Jesús”, del barrio “Teusaquillo” y cuya fachada no ha sufrido modificaciones en los últimos 70 años, según he observado durante los múltiples viajes que he hecho por el sector, me dejó recuerdos también inolvidables: La capilla cuyo altar daba a la carrera 17, el salón de clases donde nos proyectaban películas sobre el funcionamiento del cuerpo humano (muchos años después descubrí que se trataba de material facilitado por la Embajada de Estados Unidos) y el baño de los estudiantes, donde castigaban con encierro a los indisciplinados. Yo era uno de ellos por lo hiperactivo y juguetón. Creo que me encerraron una o dos veces. En una de ellas, lo recuerdo muy bien, me paré sobre la taza de un sanitario, de allí trepé a una de las puertas de los baños y terminé sujetándome de una ventana que daba prácticamente al techo del lugar, abrí un cerrojo y salté al exterior, donde me escondí hasta cuando llegaron por mí. No supe nunca si se dieron cuenta de mi escape o no, porque nadie me dijo nada.

¡ Quién lo creyera ¡

En Universidades y colegios de Canadá y Australia están siguiendo con creciente interés los relatos sobre Familias Colombianas que vengo haciendo desde 2015 y, especialmente, el origen de todos quienes aquí estamos apareciendo.

Así nos lo han informado los nietos Luis Felipe y Karen Juliana, quienes viven desde hace varios años en la bella ciudad de Sidney (Australia). Allí estudiantes procedentes de Asia, Europa, Norteamérica, Medio Oriente y Latinoamérica, se han mostrado interesados en conocer detalles de cómo viven las familias en Colombia, quiénes fueron sus antepasados y quiénes son hoy sus descendientes. Para ello están utilizando nuestros libros en el idioma inglés, los mismos que hoy están siendo leídos en español en esta página Web.

Portada del libro “Homenaje a una Esposa”, que contiene la historia de amor en inglés de los adolescentes Isabel Andrade Beltrán y Germán Navarrete y la forma como durante 50 años se endeudaron con varios Bancos, cooperativas y personas particulares para poder financiar el sostenimiento de un hogar y dar educación primaria, secundaria y de universidad a cuatro hijos, hasta cuando todos se abrieron camino en la vida y formaron sus propios hogares.

Los planteamientos hechos en el libro durante la celebración de las Bodas de Plata y las Bodas de Oro, acompañados de pruebas gráficas sobre los incansables esfuerzos de la pareja por sacar adelante a su familia, están siendo explicados por los nietos de Isabel y Germán ante diferentes audiencias internacionales interesadas en conocer cómo forman los colombianos a sus hijas e hijos. (Foto de Hernán Sarmiento, Arte XX).

Al mismo tiempo, en las ciudades de Guelph (Provincia de Ontario) (Canadá) y de Edmonton (Provincia de Alberta) (Canadá), los profesores de los colegios donde hacen su primaria y secundaria nuestros nietos Samuel, Isabella, Mateo y Valentina, le están solicitando a los estudiantes presentar en sus clases informes detallados, acompañados de fotografías, sobre las familias colombianas, cómo viven, quiénes son, cómo están integradas y quiénes fueron los antepasados de esas personas en los Siglos XIX y XX. Así nos lo han confirmado los niños, entusiasmados porque sus compañeritos y los padres de familia han aplaudido sus presentaciones y, además, porque los asistentes a las charlas se han interesado en conocer más sobre Colombia.

Lo anterior con el propósito de que los niños de otras naciones, que estudian en el resto de cursos de los colegios, comiencen a familiarizarse desde muy niños con la historia de las etnias y culturas de América Latina. Para lograr este objetivo a los niños se les enseñan las costumbres de las poblaciones de indígenas, afros, mestizos, blancos y negros, de los agricultores que viven en los campos de las cordilleras del continente y de los habitantes de las zonas urbanas de las grandes metrópolis del Siglo XX como Bogotá, que hoy tiene 8 millones de habitantes.

Durante los viajes y la relación directa y permanente que nuestras familias han sostenido durante 30 años con Canadá (como quedó detallado en el libro “Homenaje a una Esposa”, que aparece en esta página Web), hemos observado que este resultado altamente positivo para las Familias Colombianas es el producto de los sistemas educativos de Canadá y Australia, donde se concede especial importancia a la historia de las culturas aborígenes de esos países y se respetan los conocimientos ancestrales y la autoridad de la población indígena, por su función en el cuidado de la naturaleza, en momentos en los cuales la supervivencia de los seres humanos se encuentra en peligro por la destrucción de los bosques, las inundaciones, la elevación de los niveles de los mares y la extinción de fauna y flora.

Importancia similar se concede en Canadá y Australia a las generaciones del mundo contemporáneo, que se caracterizan por movimientos juveniles que reclaman cada vez con mayor fuerza la necesidad de que su liderazgo y conocimientos sean valorados e involucrados en las políticas de los gobiernos de América Latina, como viene ocurriendo desde hace varios años en Chile y Colombia, país este último en el cual millones de jóvenes “nini” (que no estudian ni trabajan por falta de oportunidades), protagonizaron entre 2019 y 2021 uno de los movimientos de protesta colectiva más grande del continente en la segunda década del Siglo XXI.

Los 6 años de edad fueron inolvidables para el niño Germán Navarrete, quien aparece aquí vestido con un traje de marinero en compañía de su madre María del Carmen Navarrete Gómez. No solo porque ya se interesaba por los metales y máquinas de EL ESPECTADOR, sino porque un día salió corriendo de su colegio y cruzó la carrera 17 con calle 30, por delante de un enorme bus trole (de los eléctricos que funcionaban con “tirantas” en 1950 en Bogotá), sin fijarse que por detrás del bus iba apareciendo un taxi.

El vehículo atropelló al niño y lo único que Germán recordaba más tarde era que se encontraba debajo de un carro y al frente de sus ojos veía una placa. En ese momento se desmayó. No fue consciente de que se había salvado de morir aplastado por las llantas de un automotor. Lo llevaron al puesto de la Cruz Roja en la carrera 7ª con calle 28, cerca al Hotel Tequendama y le hicieron una curación en la frente. Cada vez que regresaba al puesto de salud le arrancaban de la frente la gasa y la cura que la protegía. Como le quitaban esas curaciones de un solo impulso, sin anestesia, el chiquillo gritaba y eso le sirvió para que en el futuro primero mirara hacia lado y lado de las vías y luego sí cruzara, para no repetir la experiencia. (Centro de Documentación Navarrete).

Después de superar la situación creada por el accidente de tránsito, el pequeño Germán regresó al estudio y a acompañar a su madre en el trabajo. A esa época corresponde esta fotografía, captada en la casa de Nicolás Moscoso. En el extremo izquierdo aparece Laurentino Valero (de traje a rayas y con la mano en la cintura), portero y ascensorista del edificio “Monserrate” en los años 40, donde fue construida la sede de EL ESPECTADOR en el centro de Bogotá. Valero, quien era propietario de una hacienda cafetera en un municipio de Cundinamarca, fue asesinado en 1975 por la guerrilla de las FARC por negarse a pagar una extorsión. (Foto del Centro de Documentación Navarrete – Cortesía de Nicolás Moscoso).

Sentados, de izquierda a derecha, aparecen Nicolás Moscoso con su hijo Hugo en brazos; su esposa Alicia Brochero de Moscoso con una niña en brazos; el niño Germán Navarrete, la señora Verónica de Moscoso, madre de don Nicolás y vestida con un traje blanco Sofía Moscoso, hermana de Alfonso, el Cajero General del periódico desde 1975 hasta 1999.

En la parte superior de la foto, de izquierda a derecha, aparece el policía Misael Moscoso con su esposa Dora; María del Carmen Navarrete Gómez con su hijo Germán; una joven de anteojos negros y al lado de ella Roberto Moscoso, empleado de la Rotativa del periódico, con la cabeza reclinada contra la puerta y junto a dos sobrinos de Alicia Brochero.

María del Carmen Navarrete Gómez y su hijo Luís Germán en 1950, cuando el niño ya llevaba dos años familiarizándose con el funcionamiento de los linotipos, la Rotativa, el Correo y demás instalaciones de EL ESPECTADOR. (Centro de Documentación Navarrete).

De la época durante la cual permanecí de 1955 a 1957 en la Sección de Armada de EL ESPECTADOR, entre los 5 y los 14 años de edad, quedaron impresiones que nunca se borraron de mi mente:

• El zumbido que hacían los bombillos y todos los aparatos eléctricos del sótano del “Edificio Monserrate” a lo largo de la Armada, por el fluir de la energía eléctrica en la soledad del lugar antes de las 6 de la mañana, zumbido similar al que hacen los refrigeradores de hoy en las cocinas cuando todo está en silencio.

• El olor a plomo del sótano después de las 6 de la mañana, cuando los empleados Héctor González, o Jaime Sánchez “El Patico”, encendían el horno en el cual se derretía el plomo que luego vaciaban en contenedores de acero para formar las “barras” que posteriormente se colgaban en los calderos de los linotipos.

• El intenso ruido que hacían una docena de linotipos cuando estaban trabajando a máxima capacidad, para que el plomo de las barras se derritiera durante el proceso de pasar del papel a metal las palabras que, escritas en “cuartillas”, contenían las noticias que formarían las páginas posteriormente.

Germán Navarrete de 8 años de edad.

En 1954 los once años de edad fueron claves en mi formación. Terminaba la primaria y no había posibilidad alguna de estudiar bachillerato (secundaria) o universidad, a pesar de haber concluido mis estudios básicos con unas notas que a cualquier persona le habrían significado la conveniencia de una segunda oportunidad de seguir estudiando para prepararse como profesional y trabajar. El certificado que me expidió el colegio donde hice mis estudios de primaria, tres años después de haber terminado esa etapa, habla por sí solo:

El certificado del quinto año de primaria de Germán Navarrete, expedido en 1958, permite apreciar la forma como el niño se concentró siempre en valorar la oportunidad de estudiar que le dio su madre, María del Carmen Navarrete Gómez y respondió a los esfuerzos que ella hacía, obteniendo el primer puesto durante 6 de los 10 meses del año escolar, el primer puesto en los exámenes generales que practicó el “Instituto José Joaquín Vargas”, de Bogotá, además de obtener la máxima calificación de 5 en todas las materias en el Examen Final, por lo cual concluyó el año ocupando el primer puesto entre todos los estudiantes del curso. A pesar de este rendimiento académico no encontró apoyo para continuar estudiando, por lo cual debió dedicarse a trabajar desde los 12 años de edad. (Centro de Documentación Navarrete).

Fachada de la Gerencia General de EL ESPECTADOR en 1950 en el segundo piso del “Edificio Monserrate”, que hasta los años 60 del Siglo XX funcionó como despacho de Don Luis Gabriel Cano Isaza. A la izquierda se alcanza a ver la escalera que daba acceso a la Redacción. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

Francisco Mayorga y Nicolás Moscoso (en la parte superior izquierda), observan la forma como la plegadora arroja los periódicos ya impresos y los empleados los colocan de a 50 en 50 para ser llevados a la Sección de Correo. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

En las primeras etapas de la producción de EL ESPECTADOR en Bogotá, los ejemplares del periódico llegaban a la Sección del Correo mediante las bandas transportadoras que se aprecian en primer plano. Allí los empleados Santiago Alarcón (a la izquierda), Raul Sanabria (centro) y el niño Luis “El chiroso” (a la derecha, famoso porque cuando era un bebé el jefe conservador Laureano Gómez le acariciaba la cabeza cada vez que ingresaba al Congreso, debido a que los padres del menor trabajaban como vendedores ambulantes en la puerta del Capitolio y se habían ganado el aprecio del político), separaban los periódicos en cantidades de a 50 para que Roberto Moscoso (de cachucha y anteojos) y otro empleado los amarraran a mano con cabuyas. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR y Luis “El Chiroso”).

Una vez modernizado el funcionamiento del Correo, los ejemplares eran amarrados automáticamente con zunchos (cintas metálicas) en paquetes de a 200 periódicos, como lo hace Juan Suárez en la parte de atrás de esta máquina. El paquete era sujetado por las dos platinas metálicas que se aprecian en el centro de la foto y amarrado automáticamente con los zunchos. Posteriormente el operario del frente le daba la vuelta al paquete y la máquina procedía a sujetarlo una vez más con cintas metálicas. Después entregaban los paquetes a los conductores de los camiones para llevarlos a las Agencias que el diario había creado en todo el país. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

Alberto Garrido Solano, Jefe de Fotografía de EL ESPECTADOR en los años 50 del Siglo XX y después Jefe de Personal. Fue él quien ascendió al niño Germán Navarrete, a los 14 años, a mensajero de la Redacción del periódico, un cargo que selló el destino del adolescente porque puso a su alcance los medios para convertirse en reportero. (Foto del Centro de Documentación Navarrete. Cortesía de EL ESPECTADOR).

Un niño de 14 años aprendiendo a escribir
en máquina en medio de 60 jovencitas

Una vez aprovechada la oportunidad que nos dio Don Gabriel Cano Villegas a mi madre y a mí, de entrar a trabajar en la Sección de Armada de EL ESPECTADOR, comenzó una época durante la cual se forjaron mi carácter, mi responsabilidad laboral y mi actitud ante la vida.

Dos años después de haberme familiarizado con los linotipos, el horno en el cual se derretía plomo para las barras de los linotipos, las máquinas de la Sección de la Armada, la Corrección de Estilo de los originales producidos por los periodistas y el manejo de la Rotativa y todos los elementos que la componían, además de haberme desempeñado como “limpiador de espacios” un buen día el Jefe de Personal, Alberto Garrido Solano, me preguntó si me gustaría trabajar en la Redacción como mensajero y le acepté inmediatamente.

Un día cualquiera el muchacho de catorce años que ya se había acostumbrado al ruido de la Armada, a los chistes pesados de algunos de los hombres que allí trabajaban y al olor a plomo derretido, ingresó a un mundo nuevo, totalmente distinto: la Redacción de EL ESPECTADOR, asignado como mensajero del Jefe de la sección, José Salgar Escobar, uno de los periodistas más respetados de Colombia por sus conocimientos periodísticos, su experiencia, su veteranía y su autoridad sobre los reporteros.

Desde el primer día esa nueva experiencia fue impactante para el adolescente: La Redacción era un universo fascinante, donde todos corrían de un lado para otro yendo y llevando “cuartillas” en las cuales habían escrito sus noticias y donde todos escribían en máquina con gran facilidad y uno de ellos con gran velocidad y sin mirar el teclado: José Salgar. Me parece recordar que fue el segundo día de trabajo en la Redacción cuando me concentré en la forma como el señor Salgar escribía en máquina. En forma irreverente, con gran confianza en mi mismo, me incliné sobre su escritorio y le dije: “Don José… me gustaría escribir como usted”. Don José sonrió, me miró y siguió su trabajo. No me respondió ni comentó nada. Yo no necesitaba ninguna respuesta. Simplemente me maravillaba mirándolo escribir.

Sin saberlo, José Salgar había sembrado en mí el deseo de aprender de lo mismo que él sabía hacer y varios días después observé en la portería de un edificio cercano, ubicado en la esquina de la carrera quinta con Avenida Jiménez, un papel donde anunciaban cursos de mecanografía en una oficina del quinto piso, denominada “Unión Femenina de Colombia”. Tomé el elevador… llegué al piso 5, encontré la oficina y entré. Estaba llena de señoritas escribiendo en máquina y el ruido obligaba a hablar en voz alta. A la señora que me atendió le sorprendió mi deseo de matricularme allí, pero aceptó. Pagué e inmediatamente me asignaron una última máquina que quedaba libre. Creo que las miradas de todas las muchachas se concentraron en mi cuando me senté en la mitad de ellas y desde ese momento, en medio de la curiosidad femenina, comencé a escribir letra por letra, renglón por renglón. Despacio, pero con ganas.

Sin embargo, en el periódico aún había recelos hacia mí por lo pequeño y por mi corta edad. Se creía que como no sabía escribir en máquina podría dañar una si la utilizaba. Solo me creían apto para llevar y traer papeles de la Redacción a la Armada. Por eso recuerdo las maromas que debía hacer cuando no había nadie en el sótano del periódico durante las mañanas de los días domingo, para salirme por las barandas de la larguísima escalera de tres pisos que conducía directamente de la Redacción al sótano de la Armada y dejarme caer sobre la puerta que daba a la pequeña oficina asignada al Jefe de Redacción, para ir descendiendo con cuidado hasta la máquina de escribir que él usaba todos los días a la hora del cierre del periódico. Y mientras mi madre aseaba las máquinas, yo me deleitaba practicando letra por letra, palabra por palabra, en la máquina de escribir… ¡a escondidas!.

Al regresar a mis clases en la “Unión Femenina de Colombia” me causó gran curiosidad una estudiante de mecanografía por lo siguiente: en los años 50 a las jóvenes se les enseñaba a practicar la escritura en máquina así: Escriba Bogotá Bogotá Bogotá Bogotá Bogotá y después de hacerlo en tres párrafos seguidos cambie por Medellín Medellín Medellín Medellín en otros tres párrafos. Cuando los concluya escriba Cali Cali Cali Cali Cali, etc. Al terminar cambie por otra palabra de su gusto y escríbala en otros tres párrafos. Y así sucesivamente con palabras diferentes. Pero la señorita que me causó curiosidad no hacía eso. Ella llenaba hojas enteras con una sola palabra. Yo la miraba desde lejos y dejaba de escribir. Estaba fascinado mirándola escribir, escribir y escribir sin mirar el teclado. Y me propuse averiguar por qué.

De la misma forma como me había acercado a José Salgar para comentarle que me gustaría escribir como él, me senté al lado de la joven y le pregunté por qué no escribía cada palabra de a 3 renglones y cambiaba por otra. Su respuesta me pareció interesante: Me explicó que repitiendo cien, doscientas, trescientas, mil o más veces cada palabra, lograba memorizar a tal punto la ubicación de cada letra en el teclado, que podía escribir con los ojos cerrados. A partir de ese día seguí su ejemplo y durante varios meses llené tantas hojas con cada palabra, que años después quienes me veían decían que era uno de los más rápidos mecanógrafos de EL ESPECTADOR.

¡ Había logrado mi objetivo !…. ¡ El siguiente reto sería aprender a escribir noticias !

Después de aprender a escribir en máquina siendo aún un niño, Germán Navarrete aprovechó esa nueva habilidad para incursionar en la Redacción de EL ESPECTADOR al lado de los profesionales de ese bello oficio. En la gráfica el joven aparece a la derecha, en primer plano, mientras los periodistas Athala Morris Ordóñez, Leopoldo Pinzón (con la mano en la cabeza), Rafael Laverde (de anteojos y corbatín) y Iáder Giraldo (al fondo), trabajan en la elaboración de noticias y uno de los comentaristas del periódico dialoga con Iáder. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

De esa época inolvidable quedaron otras anécdotas, como las siguientes:

• La actitud de mi madre al encontrar entre mis elementos personales notas de niñas que me enviaban mensajes de amor. Y como observaba que yo comenzaba a ser muy afectuoso con las compañeras, así como a salir a pasear con algunas de ellas a diferentes horas y en los fines de semana, un día me llevó a la Iglesia de San Francisco, ubicada en la Avenida Jiménez con carrera séptima y, una vez arrodillados frente al altar principal, me dijo: “Jure aquí, ante la Virgen Santísima, que nunca se va a casar”. Y yo, ingenuo que era, dije en voz alta: “Sí señora… Juro que nunca me voy a casar”.

Don Guillermo Cano Isaza, Director de EL ESPECTADOR (izquierda), actuó como padrino del matrimonio de Germán Navarrete e Isabel Andrade Beltrán, el 2 de Octubre de 1965, fecha en la cual fue tomada esta gráfica a la salida de la “Iglesia católica San Victorino La Capuchina”, ubicada en la carrera 13 con calle 14, de la Arquidiócesis de Bogotá. Detrás de los novios observan la escena Inés Guzmán Umaña de Avella y Graciela Granados Fernández, compañeras de estudios de Isabel en 1960 en el “Instituto Distrital de Comercio”, que actualmente se llama “Colegio Manuela Beltrán”, ubicado en la calle 57 con Avenida Caracas de Bogotá (Colombia).

Los tres personajes principales aparecen sonriendo por lo siguiente: Al activar el Reportero Gráfico su cámara, Don Guillermo Cano le comenta a Germán Navarrete: “Estabas como nervioso… ¿No Germán?” y él contesta: “Si señor… es que me demoré en colocarle la argolla a Isabel porque no podía ponerla bien en el dedo y el sacerdote me acabó de acelerar cuando me dijo “Apúrele mijo… que allá afuera tengo varias parejas listas para casarse”. En ese momento se me cayó la argolla al piso y casi no la encuentro”. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

• ¡ Qué pena con mi madre !: Doce años después a ambos se nos olvidó el juramento y contraje matrimonio con la señorita Isabel Andrade Beltrán. Afortunadamente esa unión ha sido bendecida por Dios porque ya llevamos 56 años de casados y nunca…, jamás, hemos tenido una discusión, un problema familiar. Por el contrario, como quedó detallado en el libro “Homenaje a una Esposa”, que se puede leer en esta página Web, Isabel ha sido una mujer muy bella, comprensiva, dedicada de tal forma a su familia, que todos, desde las hijas, los hijos, las nietas, los nietos, las nueras y los yernos, la aman y respetan.

• La sorpresa de los empleados encargados de armar las páginas del periódico, al ver a un niñito de doce años trabajar junto a ellos en overol, con la seriedad y dedicación de un adulto, sin hacer caso de sus burlas y más tarde regresar a la Armada en calidad de mensajero del Jefe de Redacción, ya vestido con traje de calle y corbata.

• La emoción del día en que encontré, entre un montón de papel que dejaban los rollos que iban para la Rotativa, un talego con una “Valera” (tiquetera) nueva para pagar almuerzos o cenas en la cafetería del segundo piso. Nadie la reclamó y, como niño que era, simplemente comencé a usarla. En esa época llegué a consumir hasta veinte panes diarios, junto con 10 gaseosas también cada día. De milagro no me volví diabético con tanta harina y azúcar.

• La estrechez de la oficina de Corrección de Estilo, ubicada en la parte final del sótano donde funcionaban los linotipos, el taller, la zona de fundición de barras, la armada de páginas y los baños. En esa oficina y alrededor de una mesa llena de hojas, un corrector de ortografía y estilo leía el texto que había escrito un linotipista, mientras otro escuchaba la lectura y la comparaba con el original redactado por un periodista, para ir verificando que la puntuación gramatical y la sintaxis de los párrafos eran los correctos.

• La satisfacción de Don Gabriel Cano cuando, a mis doce años de edad, le hacía llegar a su oficina cualquier página del periódico impreso con correcciones mías de errores de ortografía que habían sido pasados por alto al final del proceso de armada y corrección de estilo hasta la publicación de los miles de ejemplares del diario, y

• La cara de disgusto que me hacían los correctores de ortografía cuando Don Gabriel Cano les mostraba las páginas que yo le había enviado. Unos veinte años más tarde, cuando EL TIEMPO publicaba mis noticias de viajes al exterior, uno de esos correctores –Don Alfredo Terán–, me felicitaba por haber aprendido a escribir con buena ortografía desde mi adolescencia, a pesar de que a él y a sus compañeros les hubiera molestado en esa época mi actitud de niño precoz.

Próximo capítulo:

De “La Perseverancia” en Bogotá,
a la “Casa Blanca” en Washington

4 comentarios en “Cómo me hice Periodista”

  1. Isabel Garrido Cañon

    Soy la hija mayor de Alberto Garrido Solano. Me encantó encontrar la foto de papá con su cámara y el comentario de Germán. Que lindo!!

    1. Isabel: Su comentario me llena de satisfacción porque este es, precisamente, el homenaje que estoy rindiendo a mis compañeros de EL ESPECTADOR, para que sus hijas, hijos, nietas, nietos y biznietos, puedan sentirse orgullosas y orgullosos al saber que su ancestro, en este caso Don Alberto Garrido, fueron funcionarios muy importantes de uno de los periódicos ícono de la Libertad de Prensa en el mundo. Ahora, en cualquier momento libre, la invito a observar el rostro de su padre en otra fotografía inolvidable para mí, Don Fidel Cano y Don Alberto Garrido, rodeados de los Agentes de EL ESPECTADOR en las principales ciudades de Colombia, como lo expliqué en la respectiva leyenda. La foto se encuentra en el artículo titulado “Mi primera Chiva”. Allí mismo, bajo el subtítulo de “Al Jefe de Personal casi le da un infarto por una travesura mía con el Equipo de Radiofotos”, puede enterarse de otra de mis anécdotas con él.

  2. JAIME BALLESTEROS BELTRAN

    Apreciado Germán o familia Navarrete:
    Mi nombre es JAIME BALLESTEROS BELTRAN. Conocí a Germán desde que el periódico quedaba en la Jiménez con cuarta y luego en la sede de la 68 a la que se llegaba en el bus (la chiva) un Austin pequeño manejado por el señor Rada. Se llegaba a la sede cuando hasta ahora se estaba haciendo la avenida 68 y aún no estaba pavimentada. Era programa de mi papá llevarnos al periódico y a saludar a los Cano, a Guillermo Alvarado, Luis de Castro, el señor Lombana del conmutador, que era el 606044 y no recuerdo que otras personas que allí conocí, todas muy amables. Pero íbamos normalmente el sábado en la noche. Recuerdo el juguete que me gané en la novena de 1967 o 1968; los peces que metí a la fuente porque quería que allí se criaran y obviamente a los 8 días ya no estaban; el vuelo del Apolo 8 y las noticias que llegaban ruidosamente por el teletipo; la cantidad de linotipos que había entre la rotativa Goss y la sala de redacción; el cuarto oscuro de revelado de fotos y el espectáculo de ver los inmensos rollos de papel y la elaboración del periódico, los alambres que los sujetaban y su recorrido por los rodillos metálicos hasta los camiones para ser distribuídos en ciudades cercanas, porque los de la costa se iban en el DC4 de Avianca. Algo que pocos saben es que en el camión que iba a Boyacá con la prensa, nació la empresa “Autoboy” que aún hoy existe. Esa será otra historia. Mis hermanos Luis Felipe y José Fernando conocieron mas a Germán, quien creo era el periodista mas jóven de entonces.Me encantaría poder contactarlo por esta vía o personalmente, o enviarle algunas fotos de la época donde él aparece. Un cordial saludo a germán y a su familia

    1. Apreciado Jaime: Conservo en mi memoria el rostro de tu padre Luis Ballesteros, quien nos visitaba los sábados. Era un hombre alto, robusto y muy conversador. Hicimos una buena amistad. Entre chistes y conversaciones muy amenas me contaba sobre su trabajo en la más importante compañía de seguros. Lástima que al trasladarnos a la avenida 68 no lo volví a ver y luego fui llamado a EL TIEMPO en la Avenida Jiménez y el periodismo me absorbió de tal manera que trabajaba por lo menos de 7 de la mañana a la medianoche, o más. Para mí es muy agradable contactar a uno de los hijos de mi amigo. Obvio que me agradaría volver a verte, convertido ahora en una persona adulta, con familia y grandes recuerdos sobre el periodismo. Si ves esta nota pronto, escríbeme tu número de celular y te contactaré. Será muy grato ver esas excelentes fotografías. Ahora te recomiendo leer el homenaje y las Biografías de los Cadetes de la General Santander, al cumplirse 3 años de su asesinato. Son dos documentos escritos con el corazón. Espero tu respuesta.

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