Carmen Navarrete

Carmen Navarrete ¡ Trabajadora incansable ¡

María del Carmen Navarrete Gómez nació para el trabajo duro. A falta de una educación que le hubiera permitido abrirse paso en la vida, desde la niñez sobrevivió con toda clase de labores honestas. Alquiló cuentos a los 8 años, vendió leche en cantinas a los 12, empacó café en bolsitas que distribuía en los cafés del centro de Bogotá a los 16, entregaba cantinas de leche en la “Escuela Militar” de la calle 28 con carrera 7ª a los 20 años y terminó trabajando con la Familia Cano y en el periódico EL ESPECTADOR. En la foto a bordo del “Vapor Puerto Berrío”, en Girardot. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

A lo largo de la historia de la Humanidad, en muchas familias siempre ha habido alguien que se ha destacado por su valor extraordinario, su coraje o su sacrificio en beneficio de los demás.

En la Familia Navarrete abundan las historias de personas humildes nacidas para servirle a la humanidad sin esperar nada a cambio…, que no se doblegan ante las adversidades… ni se rinden ante las dificultades.

Para esas personas la pobreza no es un obstáculo para avanzar en la vida. Siempre se las ingenian para solucionar los problemas. Nacieron dotadas de una gran fe en sí mismas, de un optimismo tan grande, que en medio de la miseria siempre encuentran motivos para reír y alegrar la vida de los demás.

Sufren humillaciones, persecuciones, abusos y pobreza. Pero no se quejan y, por el contrario, a cada golpe que les da la vida responden con trabajo y más trabajo.

Una de esas personas fue María del Carmen Navarrete Gómez, mi madre.

Durante el lapso de tiempo transcurrido entre mi retiro de la Embajada de los Estados Unidos y mi ingreso al Centro de Información de las Naciones Unidas para Colombia, Ecuador y Venezuela (CINU), en 1979, tuve la oportunidad de dialogar extensamente con ella para indagar sobre su pasado. Antes no habíamos podido hacerlo porque nunca teníamos tiempo. Ella dedicada a sus trabajos y yo al periodismo.

Tuve la gran fortuna de que ella heredó de su padre, Juan Nepomuceno, el amor por la fotografía y que hasta después de sus 85 años conservó casi intacta su memoria. Por eso, en las épocas en las cuales se desarrollaron las entrevistas ella se convirtió en mi principal fuente de información, en todo aquello que se relacionaba con fechas, nombres, sitios y detalles de su niñez, según lo recordaba por las fotos que conservaba como tesoros. Las dificultades de la vida la habían impactado tan profundamente, que recordaba su pasado con una precisión asombrosa y por ello le quedaba fácil completar recuerdos de episodios que otros familiares me habían contado con anterioridad.

Siempre hablaba con gran locuacidad y sus anécdotas las recordaba en medio de comentarios jocosos. Los recuerdos iban y venían continuamente. A falta de escritorio y oficina nos reuníamos en el comedor a dialogar.

Había nacido a las cinco y media de la madrugada del 16 de Julio de 1905 en una vivienda rústica que les habían arrendado a sus padres en un sector desolado del “Paseo Bolívar”, ubicado en los cerros de Bogotá.

Las descripciones hechas por mi madre, las tías Ester y Blanca María Navarrete Gómez y los hijos de esta última, Alfredo y Gilma Beatriz Fonseca Navarrete, confirmadas por Ana Lilia y Ana Elvira Gutiérrez Navarrete, coinciden en indicar que el lugar donde nacieron los siete hermanos Navarrete de la generación del Siglo XX, estaba situado al pie de los Cerros Orientales, en inmediaciones de Monserrate, donde muchos años después el gobierno distrital comenzaría la construcción de los puentes de la calle 26. Además, según esas personas, el tramo final del terreno que nuestros ancestros utilizaron como vivienda concluía cerca del “Chorro de Padilla”.

La pesadilla de haber nacido y vivido en medio de la humedad terminó en 1919 cuando la abuelita Magdalena Gómez Garzón logró comprar con los pocos “Reales” de la época –que recibía por cuidar cerdos y ovejas–, un pequeño lote en la Carrera 2ª A No. 32-17, en el barrio “Unión Obrera”, que pagó durante un año con centavos y al cual se trasladaron en 1920, cuando comenzó la construcción de una pequeña casa con materiales rústicos.

Las viviendas del barrio, que más tarde se llamaría “La Perseverancia”, fueron financiadas por el empresario alemán Leo Kopp, quien le concedía ayudas y préstamos a los desplazados de las guerras que se habían concentrado en esa zona de Bogotá y algunos de los cuales entraban a trabajar en “Bavaria”, la cervecería fundada por Don Leo a pocas cuadras de distancia, en la carrera 7ª. con calle 28 sin necesidad de pagar transporte. En el lugar funciona actualmente el Centro Internacional de Bogotá, que se caracteriza por el Hotel Tequendama y el Colegio de María Auxiliadora.

En 2012, treinta y tres años después de haber iniciado las entrevistas con mi madre –a quien en el libro llamo por su nombre, María del Carmen, para desligar lo familiar de lo profesional periodístico–, comencé a comparar las aseveraciones que ella me había hecho, con los mapas y textos de comienzos del Siglo XX.

Las visitas al Instituto Geográfico Agustín Codazzi, la Universidad Nacional, el Archivo Distrital, Parroquias de Bogotá y Nemocón, Notarías y las consultas en mi biblioteca, demostraron que las afirmaciones de ella y de otros familiares, sobre la vida de los Navarrete Gómez, Fonseca Navarrete, Ramírez Navarrete y Gutiérrez Navarrete en los barrios “Unión Obrera” y “La Perseverancia” eran ciertas, aunque algunas tuvieran unos pequeños márgenes de error. Pero eso nunca desvirtuó los datos aportados por las diferentes fuentes humanas que compartieron sus conocimientos con el autor.

Efectivamente, como lo plasmó el Ingeniero Civil Alberto Borda Tanco en el plano del casco urbano de Bogotá en 1910, el “Paseo Bolívar” cubría un extenso sector del Oriente de la ciudad, desde la calle 15 hasta la 25 y en cuyo centro se hallaba el “Río San Francisco”, que descendía de los cerros hacia el centro. En esa época no se había construido el Parque Nacional y las gentes contaban solamente con el Parque de La Independencia. (1)

(1) Historia de Bogotá Tomo I Siglo XX. Salvat – Villegas Editores. Pág. 21.

Las evidencias físicas del sitio donde se ubicaron los Navarrete Gómez han desaparecido por completo, debido a que por el lugar cruzan en la actualidad los puentes de la Calle 26 y la Avenida Circunvalar.

Este era el aspecto del centro de Bogotá en la época que le correspondió vivir a María del Carmen Navarrete Gómez. Por el lugar bajaban las aguas del Río San Francisco desde los Cerros Orientales hacia el Occidente de Bogotá, arrastrando a su paso toda clase de desechos, como lo registra la foto, captada en el que entonces se denominaba “Puente de los Micos”, ubicado en la carrera 6ª con calle 13. En este sitio el río fue canalizado, permitiendo así la apertura de la actual Avenida Jiménez y la ampliación de la actual Carrera 7ª. (Foto del archivo de José Vicente Ortega Ricaurte, cedida a la “Revista Credencial”, del Banco de Occidente, por la “Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá”).

Tres meses y quince días después de haber nacido, el 31 de Octubre de 1905, sus padres llevaron a bautizar a la pequeña María del Carmen en el centro de Bogotá. Eran Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez, de la reserva de “La Guerra de los Mil Días” y la campesina Magdalena Gómez Garzón. Ella le contó después a la niña que a la hora de bautizarla en la pila de agua bendita le pusieron los nombres de María del Carmen de la Cruz Navarrete Gómez, pero alguien no respetó esa decisión y en las partidas de bautizo aparece como María Carmen. Para efectos legales figuró como María del Carmen.

El Presbítero Alejandro Vargas R., párroco de la Iglesia de Las Nieves en esa época, le impuso el Sacramento del Bautismo. Sus padrinos fueron el General del Ejército (del Comando de los conservadores) Epifanio Morales y su hija Soledad Morales, quienes después de “La Guerra de los Mil Días” se habían vuelto amigos de Juan Nepomuceno y Magdalena porque también vivían en el “Paseo Bolívar”, pero en un sector diferente del centro de Bogotá y porque el General Morales asistía a la Santa Misa los domingos y allí se encontraba con Juan.

En 1979, al evocar de memoria los nombres de quienes habían actuado como sus padrinos de bautizo, María del Carmen Navarrete recordaba que –según su madre Magdalena Gómez Garzón–, se trataba del General Epifanio Morales y su hija Soledad. En 2012, al verificar esa información, se halló efectivamente el nombre del General Epifanio Morales en uno de los reportes oficiales que, sobre “La Guerra de los Mil Días”, se conservaron en el entonces Ministerio de Guerra y el cual dice textualmente:

“Art. 90. : Destínase a la Comandancia General a los Coroneles Miguel A. Peñarredonda, Eduardo Mejía y Epifanio Morales; al Teniente Coronel Ernesto Losada y a los Capitanes Ortega y N. Morales.

Art. 10º. El Comandante General al separarse del mando inmediato de esta parte del ejército, tiene la satisfacción de reconocer sus méritos y dá esta despedida a sus compañeros de triunfos y de fatigas”. ( 2 )

( 2 ) Archivo General de la Nación. Google Libros: “Memoria de Guerra, Parte 2”. Colombia, Ministerio de Guerra. Pág 105.

Retrato de la imagen del General conservador de la “Guerra de los Mil Días”, Epifanio Morales, que María del Carmen Navarrete Gómez conservó durante toda su vida por haber sido su Padrino de Bautizo y por haber ayudado a su padre, Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez, a obtener una pensión mínima del Gobierno del entonces Presidente José María Marroquín, hacia 1904, que le permitió a la familia aliviar la pobreza en la que vivieron Magdalena Gómez Garzón y sus 7 hijos. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

El segundo hijo de la familia, José Israel, había nacido un año y quince días antes que María del Carmen. El cuarto en llegar al mundo fue Juan de Jesús, el 2 de Abril de 1907.

“Yo era muy pequeña para darme cuenta de muchas cosas, pero mi mamacita me contaba que cuando nació mi hermano Juan de Jesús, en la casita donde vivíamos había mucha humedad porque quedaba junto a un terreno desnivelado que se llamaba “El Barranco del Aguilucho” y él se enfermó de los bronquios. Me acuerdo porque es un nombre similar al que mis padres le habían dado a un negocio pequeño y humilde que lograron crear varios años después, en otro lugar y en un sitio llamado “Tienda El Ayacucho”. Allí tenían una marranita que alguien se robó porque el lugar era abierto al campo. De noche la teníamos dentro de la casita pero de día corría por todos lados buscando qué comer”, recordaba María del Carmen sobre su infancia.

La versión anterior fue confirmada por la hija mayor de la familia, Ester Navarrete Gómez, quien al explicarle a su hija Ana Elvira Gutiérrez el origen de la enfermedad que aquejó siempre a Juan de Jesús Navarrete Gómez dijo que estaba relacionada con los pulmones y precisó:

“Todos nosotros estuvimos expuestos a la humedad del sitio donde vivíamos. El día en el que nació Juan de Jesús estaba cayendo un aguacero muy fuerte en el “Paseo Bolívar” y como nuestra choza quedaba en los cerros el agua pasaba a chorros por debajo de la cama donde mi mamá se encontraba con el recién nacido. Por haber permanecido un largo rato con la ropa mojada, el frío le afectó los pulmones al niño. Por eso fue que siempre se quejó de asma en su vida de adulto”.

Esta versión le fue confirmada al autor por Ana Elvira Gutiérrez en Enero de 2016, durante una de las entrevistas realizadas en el Municipio de Chía para conocer parte de la vida de Ester Navarrete Gómez.

Magdalena le contaría mucho después a su hija María del Carmen que un día, cuando ella tenía solo 2 años de edad, Juan Nepomuceno fue invitado a un sepelio. Al regresar del cementerio el papá alzó a la niña en brazos y como se decía popularmente en esa época, “la secó” por haber estado cerca de un muerto. A partir de ese día y durante un tiempo Carmen presentó un semblante débil y enfermizo, hasta cuando se recuperó por los cuidados de su mamá. Sin embargo las secuelas de esta situación dejaron su huella y a esto se debía que su hermana menor, Blanca María, se veía más robusta y de estatura más alta que ella, aun cuando entre ambas había 9 años de diferencia.

La “Tienda El Ayacucho” estaba ubicada al lado de una estatua dedicada a la Paz y allí Magdalena y sus hijos mayores Ester, Israel, Carmen y Juan de Jesús vendían pan, cacao y en un solar o patio que quedaba detrás de la puerta que daba acceso a la vivienda, cuidaban las ovejas de un vecino y tenían gallinas. En sus momentos libres Juan Nepomuceno reunía a sus hijos alrededor de su cama y jugaba con ellos a “La Diana”, que María del Carmen cantaba al recordar su niñez: “Vamos a la vuelta de todo… de todo… toronjil…”, pero reconociendo que había olvidado el texto completo.

La tienda, según Ester Navarrete y su hija Ana Elvira, estaba ubicada en la esquina de la carrera 2ª con calle 32 de “La Perseverancia”.

Este era el famoso “Chorro de Padilla” que surtía de agua a los habitantes del “Paseo Bolívar”, en los Cerros Orientales de la Bogotá de 1912. Hasta allí llegaban las gentes con ollas y tarros para llenarlos del líquido. La dificultad más grande era transportarlos después, al regresar a sus hogares. María del Carmen Navarrete Gómez, quien tenía 7 años en esa época, debía caminar hasta este lugar varias veces al día, para llenar las vasijas con las cuales su madre Magdalena Gómez Garzón y su hermana mayor, Ester, preparaban los alimentos de la familia. (Foto cortesía de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB).

Los tres hermanos de Juan Nepomuceno –Ramón, Félix y Valentín Navarrete Gutiérrez–, mientras tanto, habían conseguido trabajo como matarifes en una carnicería de la calle 6ª. con carrera 5ª, en jurisdicción del barrio “Las Cruces”, que durante varios años fue considerado como uno de los más peligrosos de Bogotá, ubicado en cercanías del sector histórico de “La Candelaria”.

Después del 9 de Abril de 1948 los hermanos Navarrete se reubicaron en un lugar que se denominó “El Matadero”, donde se sacrificaba el ganado que llegaba a Bogotá procedente de diferentes ciudades del país, en la Calle 13 entre carreras 32 y 33.

Durante unos 30 años en “El Matadero” funcionaron locales conocidos como “famas”. Allí se vendía carne al por mayor a los restaurantes de la ciudad y al por menor a las gentes que llegaban desde diferentes sectores de Bogotá para comprar cabezas de toro a las cuales se les daban diferentes usos y sangre de toro que adquirían quienes la consumían para utilizarla como lo que en la actualidad se llama “Viagra”, bajo la creencia de que aumentaba el poder sexual masculino. La sangre de toro, además, era usada por algunas personas para tratamientos medicinales. La venta pública de la sangre de los toros, así como las diferentes vísceras de las reses, estaban autorizadas por las autoridades para consumo humano.

El autor recuerda el funcionamiento de “El Matadero” porque su madre, María del Carmen Navarrete Gómez, lo llevaba en su infancia a visitar los locales de los tíos Félix y Valentín para comprar la carne que se consumiría en la casa de “La Perseverancia”.

En los años 70 del Siglo XX las autoridades distritales construyeron las grandes bodegas de “Corabastos”, en el Sur Occidente de Bogotá y trasladaron a ese sitio los locales donde se hacia el mercadeo de carnes de “El Matadero”, lugar que permaneció abandonado durante muchos años hasta cuando lo adquirió la Universidad Distrital para construir allí una moderna biblioteca que conserva la arquitectura original del edificio, que data de comienzos del Siglo pasado.

En los años 80 del Siglo XX los gobiernos Nacional y Distrital y el que entonces se llamaba Banco Central Hipotecario (BCH), decidieron hacer una inversión financiera importante para rescatar un extenso sector del centro histórico de la ciudad y de esa manera recuperar parte de “La Candelaria”.

Inicialmente se compraron numerosos predios que se hallaban abandonados, para construir en su lugar las modernas sedes del Archivo General de la Nación y el Archivo Distrital, además de varios conjuntos de apartamentos con locales. En la actualidad las casas antiguas y los locales donde funcionaban las tiendas y las ventas de carne al menudeo, labor que desempeñaban Ramón, Félix y Valentín Navarrete Gutiérrez, han desaparecido por completo para dar paso a edificios con amplias zonas peatonales y canchas deportivas al aire libre para el esparcimiento de los habitantes del centro de Bogotá.

“Pila” de donde se surtían de agua las esposas de los hermanos de Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez. (Fuente: Google Chrome Foto de Daniel Rodríguez, Museo de Bogotá).

La vida seguía su curso y el 16 de Julio de 1913, a la edad de 8 años, María del Carmen hizo su Primera Comunión, usando alpargatas y con un vestido prestado, en el “Colegio del Sagrado Corazón de Jesús”, donde estudiaría dos años más tarde. Sus padrinos fueron los mismos del bautizo: el General conservador Epifanio Morales y su hija Soledad, por amistad con Juan Nepomuceno Navarrete. “Ese día nadie me regaló nada”, decía con nostalgia.

Esos 8 años de edad fueron inolvidables para la niña, por las travesuras que cometía cuando salía a la calle: hacía sonar los pitos de todas las bicicletas que hallaba en su camino y les metía el dedo a la boca a los conductores que dormían dentro de sus taxis mientras esperaban a sus clientes a lo largo de la carrera séptima, en inmediaciones de la Iglesia de San Francisco, para luego salir corriendo en medio de risas. Un día, por estar jugando, derribó una motocicleta y se pegó un gran susto porque el dueño salió bravísimo a regañarla.

Excomulgadas por tomar agua de la montaña

En 1914 la falta de agua y luz de Juan Nepomuceno Navarrete y Magdalena Gómez en su vivienda del “Paseo Bolívar”, originaba todos los días dificultades para atender las necesidades básicas de una familia de nueve personas –la pareja y sus 7 hijos –, en especial en cuanto se relacionaba con el líquido para el agua de panela y las sopas y la leña para cocinar.

La consecución de agua pura para atender las necesidades de los hogares seguía siendo un motivo de enfrentamiento entre las comunidades de los cerros y de ello no escaparon los Navarrete Gómez.

Magdalena tenía que ir hasta un lugar cercano donde caía un chorro de agua del cerro para lavar la ropa de su numerosa familia, mientras sus hijos Israel de 11 años, Ester de 10 y Juan de Jesús de 7, subían al monte a cortar palos para hacer leña que se iba acumulando para usarla en una estufa de piedra.

Las hermanas Carmen y Elena, que en esa época se acercaban a 10 y 2 años de edad, caminaban por la montaña hasta el Colegio de San Bartolomé para captar el agua que caía libremente de la montaña, pero era considerada de propiedad exclusiva de la comunidad religiosa que regentaba el plantel, porque se hallaba dentro de su terreno.

Las dos niñas ignoraban las disposiciones legales de esa época y penetraban al lugar por encima del cerro, prácticamente a escondidas de los sacerdotes, que de vez en cuando cuidaban la fuente de agua.

María del Carmen recordaba entre risas que a ella le encantaba ir por agua pero a su hermana María Elena no, porque era muy pequeña y cargar agua la hacía poner de mal genio, aun cuando su vasija apenas permitía recoger una cantidad mínima.

Un día Magdalena les pidió a las niñas ir por agua porque se habían acabado las reservas que tenían para preparar los alimentos de la familia y ellas penetraron al Colegio de San Bartolomé por la parte posterior del predio. María del Carmen decía que en esa oportunidad iban jugando y ella le hacía bromas infantiles a su hermana María Elena. Llegaron al lugar donde el agua caía de la montaña y llenaron las cantinas que les habían dado.

Cuando se retiraban del sitio apareció un sacerdote bastante enojado, les ordenó devolver el líquido a un pequeño estanque natural donde el agua reposaba y les dijo que a partir de ese día estaban “excomulgadas por robarse el agua”. Las niñas, que nunca habían sido regañadas por un sacerdote y sin entender lo que el cura les gritaba, salieron corriendo y en medio de llantos regresaron a la casa.

Ese día Magdalena tuvo que buscar sitios denominadas “manitos”, que eran unos pastizales donde el agua que caía de los cerros corría o se estancaba en forma natural en la superficie de la tierra y con una tacita iba llenando poco a poco dos ollas que había llevado. Se demoró un largo rato en obtener agua más o menos pura, pero regresó con la suficiente para hervirla y después preparar la comida de la familia. Las “manitos” abastecían de agua a otras familias del sector y en ocasiones algunas personas aprovechaban los charcos para bañarse los pies.

Fugaz intento de educación primaria

A diferencia de los antepasados que vivieron en el campo hasta los siglos XVIII y XIX, Juan Nepomuceno Navarrete y su esposa Magdalena tenían la ventaja de vivir en la capital del país, que aun cuando no contaba con todas las comodidades necesarias para progresar, sí disponía de facilidades como las educativas para gentes de bajos recursos. Y las supieron aprovechar.

El hecho de haber participado en la guerra y mantenido contactos con militares como el General Epifanio Morales, le permitió a Juan Nepomuceno Navarrete enterarse de que el “Colegio del Sagrado Corazón de Jesús”, que funcionaba en la calle 40 con carrera 13, había creado una escuela anexa para niños de padres que no pudieran pagarles la educación. Como no se podía recibir gratuitamente a todos los niños pobres de la ciudad, quienes quisieran que sus hijos ingresaran debían aportar al menos lo de la matrícula.

Dispuestos a no permitir que sus hijos afrontaran una existencia como la que ellos habían tenido de niños en el campo y con el producto de las ventas de la “Tienda El Ayacucho”, el cuidado de las ovejas, los huevos que ponían las gallinas que habían comprado y las canales de aguas lluvias que Juan Nepomuceno fabricaba y vendía en las residencias del barrio “San Diego”, aceptaron esa condición y pusieron a estudiar a sus hijos mayores.

Fue así como aprendieron a leer y escribir Ester, José Israel y María del Carmen. “El colegio funcionaba en una casa grande de dos pisos. Era un plantel para niñas ricas regentado por las Hermanas Bethlemitas, pero al lado había una escuela anexa para niñas pobres. Me gustaba estudiar pero las divisiones no me entraban ni por nada”, decía María del Carmen al recordar que tanto las niñas de estratos altos del “Colegio del Sagrado Corazón de Jesús”, como las de la escuela anexa de estratos bajos, profesaban las enseñanzas religiosas de la comunidad de las Hermanas Bethlemitas. La versión fue ratificada en 2016 por Ana Elvira Gutiérrez Navarrete al recordar la vida de su madre, Ester Navarrete Gómez.

En ese plantel también aprendieron a leer e hicieron la Primera Comunión Juan de Jesús y María Elena Navarrete Gómez. Con excepción de la hermana menor, Blanca María, ninguno tuvo la opción de ir a un colegio privado. Era lo único que podían ofrecerles sus padres para que comenzaran a defenderse en la vida.

Israel estudió lo suficiente para conseguir un empleo cuando fuera más grande. Ester, la más seria, madura y brava de las hijas, siguió estudiando en el plantel, mientras María del Carmen y María Elena no terminaron la primaria porque prefirieron trabajar desde niñas para ganar lo de su sustento diario.

De 1917 María del Carmen recordaba que hubo un derrumbe en una parte del Hospital de La Misericordia y que por fortuna ella y su hermano Juan de Jesús se salvaron de morir por alguna circunstancia de la cual no se acordaba.

Viviendo en la pobreza y las peores condiciones sanitarias

Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez, su mujer Magdalena Gómez Garzón y sus 6 hijos sobrevivientes estaban tan acostumbrados a la pobreza y las necesidades, que muchos años después, cuando se acordaban de todas las dificultades que habían tenido que vivir en el “Paseo Bolívar” hasta 1920, las hacían aparecer como simples anécdotas.

Pero un siglo después, al analizar las condiciones de vida de la Bogotá de la época y en particular las de la familia Navarrete – Gómez, causa admiración el valor, el coraje, el esfuerzo y la tenacidad que tanto padres como hijos tuvieron para superar semejante época de pobreza e insalubridad.

Un ejemplo de ello es la forma anecdótica como María del Carmen Navarrete se acordaba del año 1918. Simplemente decía que en Bogotá se había presentado una epidemia de gripa que causó varios muertos y que la familia se salvó porque gracias a la recomendación que les dio el General Epifanio Morales, acudió de manera oportuna a los servicios médicos de la época, de los cuales se había encargado a una institución que las autoridades habían denominado la “Junta de Socorros”.

Juan Nepomuceno consultaba continuamente a los médicos de la Junta para evitar que su estado de salud se agravara por la bala no extraída de la vejiga. Al recibir la visita médica de los practicantes de salud y enterarse de la gravedad del avance de la gripa en el “Paseo Bolívar”, inmediatamente acudió con Magdalena y sus hijos al hospital provisional más cercano para ser atendidos con la recomendación del General. Esa actitud les salvó la vida a todos.

El hijo mayor, José Israel, alcanzó a ser afectado por la epidemia, pero gracias a los cuidados de doña Lorencita, la esposa del doctor Eduardo Santos –quien en 1938 se convertiría en Presidente de la República–, se salvó de morir, al igual que sus compañeros de rotativa en EL TIEMPO

Al narrar esas situaciones con la mayor ingenuidad del mundo María del Carmen no tenía idea del significado de sus palabras, en lo relacionado con la epidemia de gripa de 1918. Los científicos e historiadores de la época y de mediados del Siglo XX sí supieron entender la gravedad de lo que ocurrió, descrito en términos sencillos:

“La Primera Guerra Mundial mató a 21 millones de personas en cuatro años. La gripe A de 1918 hizo lo mismo en los primeros cuatro meses. Se calcula que la gripe de 1918 mató entre 50 y 100 millones de personas por todo el mundo. La cifra es imprecisa por darse la epidemia durante los primeros años finales de la Primera Guerra Mundial: 1918-1919, la falta de información y el silencio que se pretendía guardar”. ( 3 )

( 3 ) Word Press en http://www.tejiendoelmundo.com

Durante la pandemia de gripa en 1918, en Bogotá murieron 1.900 personas. “Las gentes caían muertas en las calles”, se decía. (Foto Credencial Historia).

“Aún no se habían descubierto los antibióticos. En su mayoría la gente que murió durante la pandemia lo hizo por neumonía causada por bacterias que infectaron a quienes la gripe ya había debilitado. Sin embargo, una parte de los afectados por la epidemia murieron apenas unos días después de que se les manifestaran los síntomas de la enfermedad, víctimas de una neumonía vírica más grave originada por la misma gripe que dejó sus pulmones completamente encharcados de sangre o líquido.

Además, la mayoría de los fallecidos eran adultos jóvenes de entre 15 y 35 años, un grupo poblacional que rara vez muere de gripe. Llama la atención que los menores de 65 años representaron más del 99 por ciento de todas las muertes por gripe supernumerarias (las que se encuentran por encima de la tasa anual normal) entre 1918 y 1919”. ( 4 )

( 4 ) Jeffrey K. Taubenberger, Ann H. Reid y Thomas G. Fanning, citados en http://agaudi.wordpress.com/2007/11/07-la-gripe-de-1918/

Y mientras en el mundo entero la pandemia ocasionaba estragos por todas partes, en Bogotá el atraso tecnológico e institucional del sistema de salud de la ciudad causó verdaderos estragos entre la población. Así lo establecieron los estudios hechos por científicos colombianos 89 años después:

“Bogotá aportó 1.900 muertos en la pandemia de gripa 1918-1919, la más grave registrada en la historia (de la humanidad). Pobres y desprotegidos fueron los más afectados. La atención estuvo a cargo de una entidad privada: la “Junta de Socorros”.

En números absolutos de víctimas humanas, no tiene precedentes históricos. Ningún otro acontecimiento ni epidemia, ni guerra, ni hambruna, ni desastre natural, ha matado a tanta gente en tan poco tiempo en todo el planeta (Octubre de 1918 a Febrero de 1919).

Esta epidemia se presentó a finales de la Primera Guerra Mundial y se estima que causó alrededor de 20 a 50 millones de muertes en el mundo.” ( 5 )

( 5 ) La Pandemia de Gripa en Bogotá. Abel Fernando Martínez Martín, y Bernardo Francisco Meléndez Alvarez. Grupo de Investigación Historia de la Salud. Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC). abelfmartinez@gmail.com. Dynamis (0211-9536) 2007.

Los estudios científicos que se hicieron en Bogotá a raíz de la gripa de 1918 mencionada por María del Carmen Navarrete Gómez, demuestran además que su familia –y otras que se alojaban en edificaciones rústicas ubicadas a lo largo del “Paseo Bolívar” junto a los cerros–, vivía en medio de un grado extremo de pobreza e insalubridad.

El siguiente fue el ambiente en el que crecieron los niños Navarrete Gómez:

“El censo de 1918 arrojó una población de 141.639 habitantes, de los cuales el 42% vivía en los barrios altos, asentados sobre las faldas de los cerros de Guadalupe y Monserrate”.

La insalubridad de la capital aparece documentada en la prensa de la época: “En Bogotá se carece de lo más indispensable en asuntos higiénicos y cualquier localidad de cuarto orden del extranjero se encuentra mejor preparada para contrarrestar las calamidades públicas” (6).

( 6 ) Cromos, Bogotá. 137-139. Fondo Hemeroteca, Biblioteca Nacional, citado en el estudio de la UPTC.

“Igualmente los informes oficiales hablan de una “triste incipiencia de nuestra higiene pública, merced a la cual pueden reputarse como un milagro la existencia normal de la ciudad, con sus calles llenas de lodo o de polvo (…) y sobre todo esto, la miseria y el supremo desaseo en que viven las clases bajas del obrerismo (7).

( 7 ) Junta de Socorros de Bogotá, nota 3, citado en el estudio de la UPTC.

“La zona alta de la ciudad, conocida como “Paseo Bolívar”, fue la más afectada por la epidemia. Sus barrios densamente poblados, que presentaban las peores condiciones sanitarias, aparecen descritos como el espacio que acoge a “la clase más necesitada y el lugar más desaseado de la capital, en donde es muy bajo el nivel moral de las gentes que allí sufren los rigores de la más espantosa miseria (…) en donde los enfermos se aglomeran en covachas inmundas que son generalmente dormitorios, cocina y establo de los animales domésticos. (8).

( 8 ) Castilla, E., “Historia de la Gripa en Colombia”, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia. Tesis de Grado, 1922, citado en el estudio de la UPTC.

El reporte más dramático de la situación que vivieron tanto Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez, su mujer Magdalena Gómez Garzón y sus hijos –como todos los habitantes de Bogotá en 1918–, lo dejó el médico Jorge Laverde en su Tesis de Grado en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, así:

“El 80% de la población bogotana enfermó de gripa, lo que según proyecciones poblacionales representó 100.000 enfermos durante el mes de octubre y la primera mitad de noviembre.

La gran mayoría de los enfermos habitaban las zonas altas de la ciudad, como el Paseo Bolívar, hacinados en ranchos de paja, carentes de servicios y en condiciones de miseria.

Las oficinas públicas, los colegios, la universidad, las chicherías, los teatros y las iglesias estaban vacías; los servicios urbanos se colapsaron; la policía, el tranvía, el tren y los correos se paralizaron, porque la mayoría de policías, operarios, curas, alumnos, profesores y empleados enfermaron: “Se suspendieron todos los espectáculos públicos, y las calles de la ciudad, especialmente en la noche, estaban casi desiertas”. Hasta los matrimonios fueron cancelados porque los contrayentes cayeron enfermos. La epidemia fue tal que la ciudad entera se paralizó. (9)

( 9 ) Jorge Laverde, Tesis de Grado, Universidad Nacional. Pag. 16, citado en el estudio de la UPTC.

La situación fue tan alarmante, que durante los últimos 10 días de octubre no había tumba para tanto fallecido y mucho menos quién los sepultara. Las personas morían de forma repentina, en vías públicas. ( 10 )

( 10 ) EL ESPECTADOR, Noviembre de 1918. Citado en el estudio de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC).

“Los muertos se acumularon en el cementerio en hileras, a la espera de ser sepultados; los ataúdes escasearon y las carretas, habitualmente usadas para expender la leche o recoger la basura, se empleaban para trasladar amontonados los cadáveres abandonados en las calles hasta las fosas comunes del Cementerio Central. ( 11 )

( 11 ) CROMOS, Nov. 1918. Citado en el estudio de la UPTC.

En medio de tan catastrófica situación la pregunta obvia es ¿Cómo hicieron para salvarse todos los miembros de la familia?… Si el ochenta por ciento de los habitantes de Bogotá sucumbió a la gripa y 1.900 personas murieron… ¿Por qué los Navarrete – Gómez no fueron afectados?.

La respuesta la da el mismo Dr. Jorge Laverde en su Tesis de Grado:

“La ciudad se dividió en zonas para la atención de enfermos; se asignaron comisiones sanitarias, conformadas por un médico y un practicante, encargadas de las visitas domiciliarias para la atención de los enfermos y rendir los informes respectivos.

La Junta (de Socorros de Bogotá) creó seis hospitales provisionales, ubicados en sitios estratégicos de la ciudad para atender los enfermos pobres”. (12)

(12) Junta de Socorros de Bogotá, nota 3..

Para entender hoy el impacto social y económico que la Pandemia de Gripa de 1918 le dejó a nuestro país, se debe tener en cuenta que la población de Colombia era la siguiente, según los censos de la época:

Censo de población en Colombia 1905 – 1908

Año del censo 

1905 
1912 
1918 

Población censada

 4´143.632
 5´072.604
 5´855.077 (13)

(13) Fuente: Flórez Carmen Elisa. Las transformaciones sociodemográficas de Colombia durante el Siglo XX. Bogotá, Tercer Mundo Editores 2000

Alquiler de cuentos a 10 “Reales” por entre calles de lodo

Hacia 1920, cuando Magdalena había logrado iniciar la construcción de dos habitaciones en el lote que había comprado un año antes y cuyo saldo había demorado un año en pagar con centavos, la familia se trasladó al barrio “Unión Obrera”, pero éste había sido absorbido por la gran migración de desplazados del interior del país y por los trabajadores de la cervecería Bavaria y ahora tenía otro nombre: “La Perseverancia”.

Como lo muestra una fotografía del Fondo Gaitán, captada en esa época, la carencia total de servicios públicos y de vías pavimentadas hacía la vida muy difícil en época invernal porque el agua que bajaba de los cerros convertía a la calle 30 –que era la vía principal de acceso–, en un verdadero lodazal.

Mientras la época de lluvias se convertía prácticamente en un martirio para quienes tenían que bajar todos los días desde los cerros hacia el centro de la ciudad a trabajar y luego regresar por el mismo camino a sus hogares en las noches, la época seca daba lugar a nubes de polvo cuando hacía mucho viento, especialmente en las horas de la tarde.

Aspecto de la vía principal del barrio “Unión Obrera” en 1920, época en la cual los 7 hijos de Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez y Magdalena Gómez Garzón ocuparon la vivienda de bahareque construida en la carrera 2ª A No. 32-17. En días de lluvias el agua arrastraba todo lo que se depositaba en los cerros. A pesar del ambiente insalubre del lugar, por aquí pasaba todos los días la niña de 8 años María del Carmen Navarrete Gómez, de casa en casa, para alquilarles a otros niños cuentos de comics en “Reales”, los cuales equivalían a menos de un centavo. Años después, en su adolescencia, bajaba por estas calles con cantinas con leche para entregar en la “Escuela Militar de Cadetes”, que en esa época quedaba en la carrera 7ª con calle 28, al lado de la Cervecería Bavaria. (Foto del Fondo Gaitán WordPress).

“Las condiciones de vida en esos primeros años en La Perseverancia fueron extremadamente difíciles para nuestros padres y en especial para nosotros, que éramos pequeños”, recordaba María del Carmen y luego explicaba:

“Nosotros vivíamos en la parte alta del barrio y cualquier entrada o salida de la cuadra donde quedaba nuestro rancho representaba una dificultad. Durante los meses de invierno había que caminar agarrándose de cualquier cosa para evitar caer entre el barro, la greda o el lodo que se formaba cada vez que llovía. Los muchachos brincaban… saltaban de piedra en piedra, pero a nosotras nos quedaba más complicado. Si llevábamos sombrilla no sabíamos si protegernos con ella, o utilizarla como bastón para no resbalarnos.

Muchas veces, cuando regresábamos con algún talego en el cual traíamos pan, carne o alguna verdura, era frecuente caerse con lo que una llevaba entre las manos. Y había que ver las maromas que una se veía obligada a hacer para evitar que la comida fuera a terminar regada entre el barro, con el fin de evitar el regaño de nuestros padres al regresar a casa.

La época más difícil para todos era la invernal. Cuando divisábamos a lo lejos que los cielos de la ciudad se tornaban cada vez más oscuros y comenzaban los relámpagos, seguidos de unos truenos que retumbaban por todas partes como gigantescos cañones disparados al aire, salíamos disparados a escondernos en un lugar que nos protegiera de las tormentas…

Pero cuando los aguaceros agarraban a la gente por la calle, ya fuera cuando se saliera a estudiar o trabajar, llegábamos con la ropa totalmente empapada y como no teníamos más que ponernos, pues obligatoriamente debíamos permanecer así mojados hasta regresar a la casa. Al otro día todos amanecíamos con gripa. Para colmo, como no teníamos mucha ropita y el tiempo no permitía que la ropa mojada se secara rápidamente, en algunas ocasiones era necesario volver a ponernos la misma ropa al día siguiente y por eso uno andaba con la ropa oliendo a humedad.

La vida entre las inmundicias de los cerros

Y cuando pasaban las lluvias volvían las gripas. En esa oportunidad era porque había mucho polvo en el aire. Para colmo no se podía caminar mucho por los cerros porque, a falta de baños en las casas, mucha gente hacía sus necesidades fisiológicas entre los matorrales o detrás de los árboles. Si uno iba a jugar por allí en algún momento, era necesario cuidar que no se fuera a encontrar con una sorpresa. A Elena y a mí, especialmente, nos tocaba ser muy cuidadosas cada vez que íbamos por agua al Chorro de Padilla o al Colegio de San Bartolome”, ubicado donde hoy comienza el Parque Nacional”.

A pesar de esas difíciles circunstancias Juan Nepomuceno Navarrete y su esposa aprovechaban las lluvias de Abril y Mayo, especialmente, para continuar cultivando hortalizas en su lote, a la vez que avanzaban lentamente en la construcción de su nueva vivienda. Al mismo tiempo abrigaban la esperanza de que los gobernantes de la ciudad se acordaran del barrio algún día y les llevaran agua, luz y vías pavimentadas a sus habitantes.

Los trabajadores de Bavaria, por su parte, habían comenzado a organizarse como junta cívica para buscar apoyo de algún político, cortaron árboles en los cerros, los pelaron, les dieron formas de postes y los colocaron en algunas esquinas a la espera de que en algún momento la energía les llevara la luz.

La rústica vivienda de bahareque y tejas de zinc de Juan Nepomuceno y Magdalena en esa época, estaba rodeada de potreros por un lado y lotes en construcción por otra. Personalmente recuerdo que cuando yo tenía unos 8 años, en 1951, regresaba de EL ESPECTADOR con mamá en las horas de la noche por la carrera tercera desde la calle 28 hacia la calle 32, cruzábamos en la oscuridad de un potrero y a lo lejos se escuchaban los ladridos de varios perros. En la actualidad el sector tiene casas de uno o más pisos, como se ve en la siguiente gráfica.

Aspecto de la calle 32 con carrera 4ª del barrio “La Perseverancia”. (Fuente Skyscrapercity, Bogotá guía turística)

Comenzaban a verse por todas partes mujeres viudas con hijos pequeños, campesinos desplazados por guerras en el interior del país, lustrabotas sin empleo y obreros de manos sucias y encallecidas por el duro trabajo diario.

La acelerada expansión de viviendas humildes en los cerros se debió a la estrategia del fundador y principal accionista de la empresa cervecera Bavaria, Don Leo S. Kopp, para que sus obreros vivieran a corta distancia de su lugar de trabajo, lo cual era más barato para ellos porque no tenían que pagar transporte y así les alcanzaba más el sueldo para atender sus gastos. Era un sistema empresarial europeo que en 1985 aprecié personalmente en Holanda, donde las viviendas de los trabajadores de la planta de la multinacional Philips en Eindhoven fueron construidas alrededor de la factoría. Esto ahorra tiempo y costos tanto a los empleados como a los dueños de la compañía.

Sobre la vida de los trabajadores de Bavaria en esa lejana época dice Jorge Mesa en su Tesis de Grado “La Perseverancia, Historia y Vida Cotidiana”, presentada ante el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional en 1986:

“Kopp era, además de uno de los más prósperos empresarios del país, hombre de gran sensibilidad social y sentido filantrópico. Otorgó generosas ayudas a los obreros de la cervecería para que adquirieran terrenos en el sector oriental de los Altos de San Diego, cercano a la fábrica, que en principio se llamó “Unión Obrera” y que luego empezó a llamarse “La Perseverancia”. Además, Don Leo estimuló entre sus trabajadores la idea de la autoconstrucción, que constituyó todo un éxito en el desarrollo del mencionado barrio”. ( 14 )

( 14 ) Historia de Bogotá. Tomo I. Siglo XX. Villegas – Editores. Pág. 26.

Juan Nepomuceno, Magdalena y sus hijos desconocían los propósitos del señor Kopp y no se fijaban en esas situaciones. Su mirada estaba puesta en la búsqueda de centavos para poder comprar la comida diaria de la familia. Por eso el primer empleo de María del Carmen fue muy sencillo: alquilar cuentos o novelas.

Durante varios años –a pesar de las difíciles condiciones que representaba el tener que ir de un lado para otro del barrio en sectores que en lugar de vías tenían trochas–, la niña fue de casa en casa dejando sus revisticas y cobrando diez centavos por el alquiler de cada una.

De ese trabajo recordaba una anécdota simpática: una vez, al recoger la novela “El Amor a los Pobres”, se encontró con la foto de un muchacho de nombre Fernando, que se la había devuelto con un tímido mensaje de amor de niño: “Carmencita… usted es muy linda… me gustaría ser su novio”. María del Carmen se rio al leerlo, pero nunca le puso atención y el muchacho no insistió.

Pobres pero decentes y de una moral sana

Al llegar a sus 15 años, María del Carmen era una joven de ojos color canela y de piel tersa. Su mamá Magdalena le hacía “cachumbos” en su larga y brillante cabellera, “para que se vea bien peinada mijita… las niñas deben salir así a la calle. No porque uno sea pobre debe salir sucio, mal vestido o mal peinado”, era el decir diario de la madre a sus hijas.

Desde su más tierna infancia le atraía el servicio a la Iglesia Católica, por las enseñanzas de Magdalena y Juan Nepomuceno, para quienes el respeto hacia los preceptos eclesiásticos ocupaba un lugar importante en sus vidas. Por ello habían aprobado gustosamente que María del Carmen se hiciera “Novicia del Apostolado de la Oración”, una estrecha unión con el Sagrado Corazón de Jesús que había comenzado a practicar durante sus estudios de primaria en el colegio del mismo nombre, con las Hermanas Bethlemitas.

El primero de Octubre de 1920, después de demostrar su devoción hacia el “Apostolado de la Oración”, poniendo en práctica el objetivo de convertir a los cristianos en verdaderos Apóstoles, consagrados a la gloria divina y a la salvación de las almas, María del Carmen recibió su respectiva “Cédula de Agregación” de manos del Director del Apostolado, el sacerdote jesuita Vicente Larrañaga, documento que conservó toda su vida y que le servía de consuelo e inspiración en sus momentos difíciles.

Estudiantes del “Apostolado de la Oración”, de la congregación de las Hermanas Bethlemitas, en el “Colegio del Sagrado Corazón de Jesús”, de Bogotá, al cual pertenecía la niña María del Carmen Navarrete Gómez en 1920, a sus 15 años de edad. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

Durante toda su vida María del Carmen Navarrete guardó el negativo de esta fotografía como un tesoro. Había sido un regalo de una compañera del colegio “Sagrado Corazón de Jesús” en 1920, a sus 15 años. En ella aparece María del Carmen a la derecha, con las “trenzas de cachumbos” que le hacia su mamá Magdalena y vistiendo un delantal gris. A su lado, corriendo a hablar con una de las monjas Bethlemitas, aparece su hermana María Elena, que en esa época tenía 9 años de edad. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

María del Carmen ponía en práctica las enseñanzas recibidas no solamente demostrando humildad y deseos de servir a los demás desinteresadamente, sino tratando de concientizar a los hombres que trataban mal a sus esposas, a sus hijos, o no respondían de manera responsable con la atención de sus hogares. En más de una ocasión, a pesar de ser una niña de apenas 15 años, se atrevió a llamarles la atención a hombres mayores para que controlaran su consumo de cerveza o alcohol y le brindaran más amor a sus familias.

Facsímil de la “Cédula de Agregación al Apostolado de la Oración”, que María del Carmen Navarrete Gómez recibió el primero de Octubre de 1920, tres meses después de haber cumplido 15 años de edad.

El Apostolado estaba dividido en tres grados: El primero comprendía a los inscritos que, teniendo Cédula de Agregación, incluían entre sus actividades de la mañana el ofrecimiento de sus oraciones, obras y trabajos del día a intención del Corazón de Jesús; al segundo pertenecían aquellos asociados del primer grado que, además, se comprometían a rezar una vez al día a la Santísima Virgen un Padrenuestro y diez Ave Marías por la intención que, aprobada por el Soberano Pontífice, se indicaba al principio de cada mes, y

El tercero comprendía a los asociados que, cumpliendo por lo menos las obligaciones del primero, ofrecían en la semana o al mes una “Comunión Reparadora” por la misma intención del Apostolado. Estos socios tenían por fin especial “consolar al Corazón Sagrado de Jesús y detener los rayos de la cólera divina por medio de esa comunión perpetua y verdaderamente reparadora”, dispuesta por la Iglesia Católica en una disposición del 10 de Febrero de 1882.

En la fila de pie, de izquierda a derecha, María del Carmen Navarrete Gómez, con las trenzas que le hacía su mamá; Ligia Herrera y Abigail Acero. Sentadas, de izquierda a derecha, Emeteria de Herrera (con la mano de su hija en la cabeza), Ester Navarrete Gómez y Maruja Rivera, las niñas con las cuales María del Carmen asistía al “Apostolado de la Oración”. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

Para una mujer que desde su niñez fue independiente, que aprendió a trabajar al lado de los hombres en fábricas, cafeterías y empresas, que muchas veces viajó sola por diversas ciudades del país y que estuvo expuesta a los riesgos y peligros que vivían los habitantes de un barrio obrero como “La Perseverancia”, el hecho de haber contado con orientación religiosa desde su adolescencia le brindó la oportunidad de comprenderse a sí misma y de evitar comprometerse con hombres que buscaran perjudicarla.

A esto se debió que los noviazgos no fueron asunto trascendental para María del Carmen hasta cerca de los 30 años de edad, por cuanto para ella era más importante trabajar para atender sus propias necesidades y ayudar a sus padres y hermanos, que dejarse creer por los cuentos que le echaban quienes la pretendían, como lo demuestran las cartas de amor que le enviaron sus enamorados.

Además, durante toda su vida rechazó la posibilidad de tener que depender económicamente de un marido, por los ejemplos que veía en los hogares de sus hermanas y a su alrededor en el “Paseo Bolívar”. Por esa causa prefería trabajar jornadas de hasta 12 horas diarias, antes que tener que pedirle dinero a un hombre para pagar sus gastos personales.

La canalización del Río San Francisco, un atractivo juvenil

Con el paso del tiempo las difíciles condiciones de vida de los Navarrete Gómez en un barrio sin vías pavimentadas, sin baños en los ranchos, sin agua potable y sin energía eléctrica, llevaron a los hermanos a vivir cada uno por su lado.

José Israel ya había conseguido trabajo estable en EL TIEMPO hacía dos años y no se veía con sus hermanos porque andaba haciendo gestiones para comprar vivienda propia al lado del rancho de sus padres. Ester andaba dedicada a sus estudios, mientras María del Carmen y María Elena iban juntas para todas partes, de Juan no se sabía en qué andaba y Blanca María apenas tenía 6 años de edad.

Por esa época estaban en su apogeo las obras de canalización del “Río San Francisco”, que se convirtieron en uno de los mejores atractivos de María del Carmen y María Elena para escaparse de vez en cuando al centro de la ciudad, según lo recordaba ella con mucho entusiasmo cincuenta años después de haber presenciado los trabajos.

“Mi papá tenía que bajar difícilmente por la calle 30 con las canales para la iglesia de San Diego que el Padre Almanza le había contratado. Nosotras lo acompañábamos y a veces le ayudábamos a cargar las canales. Mientras él se quedaba trabajando en el templo nosotras nos íbamos hasta el centro a ver las obras del “Río San Francisco”, de las que hablaba mucha gente.

Nuestra familia siempre tuvo que soportar la fetidez de los cerros, los malos olores de las aguas que bajaban de la montaña arrastrando lo que las gentes hacían en cualquier parte, y por eso entendíamos muy bien lo que hablaban los demás sobre la importancia de canalizar el “Río San Francisco”.

Fueron muchas las ocasiones en las cuales mi papá nos dejó a María Helena y a mi acompañarlo primero a la iglesia de San Diego, para luego ir a ver qué estaban haciendo en el “Río San Francisco” y mirar cómo iban las obras. Nos maravillaba mucho la forma como los trabajadores construían los canales con ladrillo y piedras, mientras la gente se aglomeraba a todo lo largo del recorrido diciendo que ahora sí ya no iban a ver aguas contaminadas cerca de sus casas”, recordaba María del Carmen.

En 1912 se dio inicio a la canalización del “Río San Francisco”, en la Avenida Jiménez con carrera 8ª. (Fuente: Revista Credencial Historia. Fotos colección del Museo de Bogotá, Fondo Luis Alberto Acuña).

La pobreza en que vivía la familia contrastaba con el cuidado que Magdalena y Juan Nepomuceno prodigaban a sus hijos para enviarlos al estudio o el trabajo.

María del Carmen y Blanca María eran un ejemplo de las costumbres halladas por los antropólogos mucho tiempo después, en el sentido de que a pesar de los bajos ingresos de las familias, los padres se esmeraban por arreglar a sus hijos lo mejor posible. A María del Carmen, por su cabello castaño y ojos color canela sus admiradores, los vecinos y las gentes donde trabajaba la llamaban cariñosamente “La Mona”.

Centro de Bogotá en 1930 después de la canalización del “Río San Francisco” y la construcción de la Avenida Jiménez. En esta época María del Carmen Navarrete Gómez distribuía “cartuchos de café tostado” en cafés de la carrera 7ª. frecuentados por intelectuales y políticos, quienes la conocían como “La Mona”. En esa época el tranvía eléctrico se desplazaba de Sur a Norte por la carrera 7ª y cruzaba por la calle 13 hacia el Occidente, como se observa en la gráfica. Hacia 1952, cuando Isabel Andrade Beltrán tenía 8 años de edad, el edificio donde funcionaba la sede de la empresa “Icollantas”, que aparece en el centro de la gráfica, comenzó a ser demolido para construir la sede actual del Banco de la República. (Foto bajada de Facebook en Fotos Antiguas de Bogotá, Alcaldía Mayor)

En 1923 María del Carmen cumplió 18 años y María Elena 10, mientras la más pequeña de la familia, Blanca María, cumplió 9. Su hermano José Israel tenía ya 20 años y llevaba seis trabajando en EL TIEMPO. Su penuria económica había quedado atrás hacía unos años y se daba el lujo de pagarles estudios a las 3 hijas de su hermano Juan de Jesús.

Por esta circunstancia decidió ayudar también a Blanca María, a quien le pagó parte de sus estudios de primaria en el “Colegio Americano”, al Norte de Bogotá.

José Israel trató de pagar también la terminación de la primaria a sus hermanas María del Carmen y Elena, pero ellas ya se habían acostumbrado a trabajar y pagarse sus propias necesidades, por lo cual prefirieron seguir ganándose unos centavos diarios, en especial Elena porque había aprendido a pintarse los labios y echarse polvos en la cara para verse más bonita. “Peleaba mucho con mi mamá todos los días porque mientras a Elena le gustaba salir a la calle con el rostro pintado, mi mamá le decía que parecía una máscara”, recordaba María del Carmen sobre esas situaciones domésticas de mujeres.

Blanca María, al hacer amistad y andar para todas partes con niñas de un estrato social más alto que de su familia, comenzó a distanciarse de sus hermanas. Esta actitud causó malestar inmediatamente entre María del Carmen y Elena, quien se sentía muy mal con Blanca María por considerarla “la cuba”, o “la raspadura”, en alusión a lo último que había quedado de la olla.

En una ocasión María del Carmen regresaba de un mandado y se acercó en la calle a la pequeña Blanca María por la espalda en el preciso instante en que ella le decía a Magdalena: “Mamá… dígale a Carmen que no me salude cuando pase con mis amigas del colegio…” Y ahí se armó la de Troya. María del Carmen le hizo el reclamo y ambas se disgustaron… por un día.

Fallecimiento de Juan Nepomuceno Navarrete

Mientras tanto la salud de Juan Nepomuceno se deterioraba cada vez más por la bala que le había afectado la vejiga durante la guerra y María del Carmen debía dejar de trabajar para acompañarlo al Hospital de La Hortúa. Allí, los médicos le dijeron que se estaba enfermando de los riñones y tenía que someterse a un tratamiento diario de sondeo para evitar que se envenenara con su propia orina, si la retenía más tiempo del indicado.

Se trataba de la enfermedad que en los hospitales modernos se atiende con máquinas de diálisis y que en Marzo de 2012 provocó una manifestación que bloqueó el sistema de buses articulados de Transmilenio, cuando cerca de 20 enfermos no fueron debidamente atendidos. “Si retenemos la orina por dos días dentro de nuestros cuerpos… nos morimos”, decían los pacientes en la televisión. Esto demuestra la gravedad del problema de salud que afrontaba Juan en 1925.

“El primero de noviembre de 1925 lo acompañé a hacerse el sondeo para evacuar la orina y todo salió bien, pero los médicos lo encontraron mal de salud y recomendaron volver al día siguiente. Ese dos de noviembre casi resultamos siendo dos los enfermos, porque por el recorrido desde “La Perseverancia” hasta La Hortúa –que quedaba en la calle 12 con carrera décima–, teníamos que tomar el tranvía y de pronto yo me caí y él tuvo que hacer un esfuerzo para sostenerme. Para colmo, en el hospital no pudieron atenderlo y por esto su salud se agravó. Ya el día 3, cuando lo íbamos a llevar entre mi madre y yo, se paró en la puerta de su cuarto y nos dijo “No quiero ir… quiero morir en mi casa y no allá”. Al día siguiente falleció”, recordaba María del Carmen.

El tranvía eléctrico fue el sistema de transporte masivo durante varios años en Bogotá durante las primeras décadas del Siglo XX. En 1925, cuando María del Carmen Navarrete Gómez utilizó uno de estos vehículos para acompañar a su padre Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez a un hospital donde sería atendido por la bala que tenía alojada desde la “Guerra de los Mil Días” en la vejiga, ambos estuvieron a punto de caer debido a una congestión como la que registra la gráfica. (Fuente: Google Chrome Las 2 Orillas).

La prematura muerte de Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez a sus 49 años causó gran consternación entre Magdalena y sus hijas, porque las tomó por sorpresa. No sabían qué hacer. Carecían de dinero para pagar una velación en una funeraria, comprar un cajón, pagar la ceremonia religiosa en una iglesia y no tenían un terreno donde sepultarlo.

Por fortuna el hijo mayor, José Israel, sí estaba en condiciones de hacerlo, aunque él también se hallaba muy compungido por un fallecimiento distinto pero ocurrido el mismo día: la muerte accidental de Clarita, la hija del Presidente Eduardo Santos, de quien era muy amigo.

José Israel atendió las dos muertes casi al mismo tiempo. Después de acompañar a la familia Santos por la muerte de la niña, se dirigió a comprar el cajón para velar a su padre y tramitó las actividades necesarias para el sepelio. Cuando llegó con el cajón a la “La Perseverancia” se encontró con que la vivienda carecía de luz, pero los vecinos colaboraron trayendo espermas.

La desaparición de Juan Nepomuceno sumió en la tristeza a la familia durante un tiempo y le causó una inmediata reducción en los ingresos a Magdalena, quien desde ese día debió concentrarse con sus hijas Carmen y Elena en la fabricación de arepas que vendían en canastos en las tiendas de “La Perseverancia” y “San Diego”, lugares que en esa época eran las distancias más lejanas que podían recorrer dos jóvenes a pie durante el día, ida y regreso.

María del Carmen ya había llegado a sus 20 años y Elena a los 12. Aun cuando se llevaban 8 años de diferencia, las dos hermanas eran muy amigas y siempre andaban juntas. “Salíamos a volvernos el diablo…”, decía María del Carmen riendo alegremente al recordar que por cualquier chiste que le hacía, María Elena se ponía brava y dejaba abandonado en el piso el canasto con las arepas que llevaba, obligando a su hermana a correr difícilmente con los dos canastos hasta alcanzarla.

Libreta de Sanidad que acreditaba a María del Carmen Navarrete Gómez como empleada de la fábrica de comestibles que suministraba la leche para los estudiantes de la “Escuela Militar de Cadetes”. (Centro de Documentación Navarrete).

La época de la entrega de leche en cantinas

Por su trabajo de venta de alimentos en la antigua “Tienda El Ayacucho”, Magdalena Gómez se había hecho amiga de una joven de nombre Victoria, propietaria de una Agencia de Leche que funcionaba en la calle 24 con carrera 7a. Y como María del Carmen ya era una señorita acostumbrada a trabajar, Victoria recomendó a la hija para que le permitieran llevar la leche que compraba la “Escuela Militar de Cadetes”, que funcionaba a cuatro cuadras de distancia, en la calle 28 con carrera 7ª, cerca al Panóptico de Bogotá, adonde antiguamente llevaban presos a los oficiales militares que cometían alguna irregularidad.

Aspecto de la carrera 13 con calle 28 en la Bogotá que le correspondió vivir a Carmen Navarrete. En el lado derecho se aprecia la entrada principal a la cervecería “Bavaria”. (Fuente: Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá).

Instalaciones de la Cervecería Bavaria y la Escuela Militar de Cadetes al lado derecho, en la carrera 13 con calle 28 de Bogotá, donde María del Carmen Navarrete, de 20 años, entregaba cantinas de leche para los estudiantes. En el silo de cebada de la fábrica pereció el Jefe de Planta de la época, Misael Moya, apodado “El Moyito”, al caer durante una inspección. Moya era uno de los hombres que cortejaban a María Helena Navarrete Gómez. (Foto: Paul Beer, Historia de la Cerveza Bavaria).

Juan Nepomuceno Navarrete y su hija María del Carmen, sin saberlo, alcanzaron a ser testigos presenciales de una parte importante del desarrollo urbano de la Bogotá de los años 20, cuando la Iglesia de San Diego –donde Juan trabajó varios años al servicio del famoso Padre Almanza—, tuvo que ceder su costado occidental a la “Escuela Militar de Cadetes”. En los años 40, fue demolida otra porción del mismo costado, durante la construcción de la carrera décima. ( 15 ).

( 15 ) Wikipedia. Historia de la Iglesia de San Diego de Bogotá.

Monseñor Pedro Pablo Galindo era el Capellán de la Escuela y por su forma de tratarla con educación y respeto pronto se convirtió en el guía espiritual de María del Carmen. En forma simultánea ejercía como Capellán de la Iglesia de Santa Clara en el sector de San Agustín, ubicado en la calle 9ª con carrera 8ª. Allí llegaba ella cada viernes a rezar y confesarse. Sus consejos para que fuera una mujer de bien le llegaron tanto al alma, que en ocasiones “hasta me soñé jugando con él”

Victoria contrató a María del Carmen para que llevara cantinas con leche a las casas de “La Perseverancia”, trabajo por el cual le pagaría 25 pesos al mes. Como la joven demostró ser responsable en su trabajo, le encargó llevar la leche que vendía a la “Escuela Militar de Cadetes”. Ese fue su segundo empleo y en el cual comenzó a llamar la atención de los hombres.

Muy bien peinadita por su mamá Magdalena y con un vestidito humilde pero bien planchadito, “La Mona” aparecía todos los días con una cantina de leche para los oficiales de la Escuela. El primero que comenzó a lanzarle piropos fue un teniente de apellido Azuero, quien le decía a la administradora del plantel: “Sarita… cuídeme la Mona…” A María del Carmen, en cambio, la atraía el Cadete Ernesto Chacón, un joven muy buen mozo que luego se convirtió en Oficial y no se volvieron a ver.

Carnet de Sanidad de María del Carmen Navarrete Gómez, en la época en la cual los estudiantes de la Escuela Militar de Cadetes la llamaban amablemente con el sobrenombre de “La Mona”. (Centro de Documentación Navarrete).

“La Mona” siguió haciendo su recorrido por el lugar con su cantina en la mano, escuchando los silbidos de quienes la saludaban con admiración, al igual que lo hacían con todas las jóvenes que pasaba frente a la Escuela. María del Carmen agradecía con sonrisas los silbidos y comentarios de los oficiales pero sin hacerle caso a ninguno.

Un día, sin embargo, el nuevo Capellán de la Escuela, Monseñor Silva, la regañó porque distraía a los jóvenes. La detuvo cerca del aula de clases y sostuvo con ella el siguiente diálogo:

“Mire… Mona… pase por otro lado porque me distrae a los Cadetes”…

“Monseñor… Yo no les hago nada…”

“Cómo que no Mona… las miraditas…”

“Monseñor… eso son ellos… no yo… el problema es que no hay otro lugar por donde pasar hacia la cocina…”

Monseñor Silva comprendió la situación de la joven, les pidió a los oficiales no volver a molestarla y la situación se calmó.

Por esa época el tema de la opinión pública era el matrimonio del doctor Miguel Abadía Méndez –quien sería Presidente de la República en 1926–, con una señorita del Colegio María Auxiliadora y a María del Carmen le correspondió nuevamente llevar la cantina con leche a la “Escuela Militar de Cadetes”. Al entregarle la cantina a Sarita, la Administradora del Casino, los jóvenes le gritaban “suegra”, pensando que era la mamá de la muchacha.

En otra oportunidad le pidieron doble cantidad de leche y la llevó en compañía de una amiga de nombre Ubaldina. Una vez entregado el pedido, Sarita les regaló media cantina de pulpa de curuba. Regresaron a la Agencia y sin preguntarle nada a nadie mezclaron la pulpa con 2 botellas de leche y se la comieron sin haberla colado previamente. A las pocas horas ambas estaban “tapadas del estómago” según comentaba Marìa del Carmen “toteada de la risa” y fueron a parar al Hospital San José. “Estuve a punto de que me diera apendicitis”, recordaba.

Fue una época laboral bonita, pero acabó con un final triste:

Las señoras de las dos casas adonde llevaba leche diariamente se hicieron amigas de María del Carmen y aprovechando esa circunstancia le pidieron que les dejara fiado el producto para pagarle en las quincenas. La joven, ingenua y aún triste por la muerte de su padre les dijo que sí.

Dos meses después llegó la hora de hacer cuentas con Victoria, la dueña de la Agencia de Leches. Ese día María del Carmen estaba muy feliz porque le iba a entregar cincuenta pesos a su mamá Magdalena para comprar alimentos. Se dirigió a las casas donde había dejado fiada la leche y cobró lo correspondiente a dos meses. Las señoras le dieron toda clase de excusas y le prometieron que al otro mes le pagarían.

Al regresar con Victoria ella se puso furiosa, le dijo que como no había entregado el producido de la venta pues tampoco tenía derecho a pago. No la despidió pero la obligó a trabajar dos meses más, sin salario, para que repusiera los cincuenta pesos que no le habían cancelado.

Como siempre, a María del Carmen le dio rabia pero no se echó a llorar. Regresó a su casa decidida a buscar otro trabajo apenas terminaran sus dos meses de castigo.

En 1940 la carrera 7ª con calle 23 se llamaba “Avenida de la República”. Este era el camino que utilizaba María del Carmen Navarrete Gómez cuando iba al centro de Bogotá a entregar bolsas de café en los restaurantes. (Fuente: Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá).

Después de la demolición de las instalaciones de la Cervecería Bavaria de la antigua sede de la Escuela Militar de Cadetes, en la calle 28, el área fue sometida a remodelación para ampliar la carrera 13 y dar paso al Centro Internacional actual. La cervecería fue remplazada por el Colegio de María Auxiliadora, que se aprecia en el centro de la foto. Por este lugar transitaba todos los días, alegremente hacia la Avenida Caracas, el niño Germán Navarrete con dirección a su colegio en el barrio “Teusaquillo”, a los cinco años de edad. (Foto bajada de Facebook en Fotos Antiguas de Bogotá, Alcaldía Mayor)

María del Carmen Navarrete Gómez tenía 20 años de edad cuando murió su padre, Juan Nepomuceno Navarrete. (Centro de Documentación Navarrete).

En 1925 María del Carmen se dio cuenta de que estaba teniendo pesadillas relacionadas con la muerte de su padre, ocurrida el 4 de Noviembre de ese año. Ambos habían sido muy buenos amigos. Él le jugó siempre de niña y ella veló por él hasta su muerte. Tal vez por esa estrecha relación de padre-hija, desde la época de su fallecimiento se registraron varias circunstancias un poco extrañas, que ella recordaba así:

“Después de que Israel y los vecinos colocaron el cajón con el cadáver de mi papá sobre una mesa la gente se aglomeró en el cuarto para rezar. Los vecinos trajeron espermas y yo tomé una. Cuando la gente comenzaba las oraciones a mi me dio un ataque de risa nerviosa. Recuerdo que mi papá estaba en el cajón y yo al frente riéndome. De repente sentí que alguien me dio un puntapié en la espalda. Sentí frío y susto. Tuve la impresión de que había sido mi papá quien me había castigado por haberme reído. Mis hermanas me regañaron y tuve que taparme la boca con las manos. Al rato me pasó el acceso de risa y comenzamos a rezar”.

“Poco después, durante las nueve noches de oración que hicimos con mi mamá luego de la muerte de mi papá, dejaban un vaso con agua en una mesa porque decían que su espíritu venía y se la tomaba. Y efectivamente una vez el vaso apareció desocupado”.

A partir de esa fecha la madre y sus hijas adoptaron la costumbre de visitar cada Domingo la tumba de Juan Nepomuceno Navarrete Gutiérrez en la parte antigua del Cementerio Central. Allí le ocurrió nuevamente algo extraño a María del Carmen:

“Al llegar a la tumba me dediqué a chuzar la tierra con un palito en el lugar donde lo habían sepultado. De repente me salió un gusano más grande de lo normal. Esa noche me soñé que mi papá había salido de la tumba”.

Agitada por estas extrañas circunstancias, María del Carmen aprovechó las visitas que le hacía cada viernes a Monseñor Galindo en la Iglesia de Santa Clara para contarle lo que le estaba pasando con su fallecido padre. Monseñor la escuchó y después le hizo varias observaciones, la bendijo y a partir de ese día se le acabaron las pesadillas.

El 28 de Junio de 1926 fue un día especial para María del Carmen porque consiguió su tercer empleo, consistente en llevar a dos niñas hijas de ciudadanos italianos a estudiar en el “Colegio de María Auxiliadora”.

Se trataba de Inés, Yolanda y Maríammina Brando, hijas de Don Antonio Brando, quien era el dueño de los “Almacenes Brando”, dedicados a la venta de paños en el centro de Bogotá.

La hija mayor de Antonio Brando, María Helena, había contraído matrimonio con otro ciudadano italiano, Blas Brando. Él había fundado en Bogotá el “Almacén Lourdes”, dedicado a la venta de imágenes de santos, libros de la Iglesia Católica y otros elementos propios de la liturgia, en la calle once con carrera sexta.

María del Carmen Navarrete Gómez conservó durante toda su vida esta foto por el cariño que le profesaba a las niñas de la Familia Brando, a quienes llevaba al “Colegio de María Auxiliadora”. Ellas, a su turno, le prodigaban afecto y le regalaban las tarjetas de Navidad que sus familiares les enviaban desde el extranjero. (Foto de autor desconocido).

Para festejar el comienzo de su tercer empleo, el 28 de Junio de 1926, cuando tenía 21 años de edad, María del Carmen Navarrete se hizo tomar esta foto con una niña que cuidaba. (Centro de Documentación Navarrete).

Don Antonio Brando, propietario de los “Almacenes Brando”, especializados en la venta de paños en el centro de Bogotá en 1926. En el extremo derecho aparece una de las niñas a quienes María del Carmen Navarrete llevaba al “Colegio de María Auxiliadora”. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

Fotografía de Rosita Brando que María del Carmen Navarrete Gómez guardó como un tesoro porque le recordaba una de las épocas más amables de su vida.

Postal que la niña Mariamina Brando recibió el 21 de Febrero de 1927 de su hermana María, residente en Italia y que regaló a María del Carmen Navarrete porque ella le había dicho que sentía amor y respeto por las hermanas del cuadro, quienes le recordaban a las Bethlemitas del Oratorio donde había estudiado a sus 15 años de edad en Bogotá.

Las dos familias vivían frente al que se denominaba “Teatro Colombia”, en el centro de Bogotá y allí llegaba María del Carmen a primera hora de la mañana para recoger a las niñas, las dejaba en el colegio y luego las regresaba en la tarde.

El trabajo con los Brando terminó abruptamente cuando en una oportunidad, al caminar con las niñas de regreso a la casa de ellas, María del Carmen se encontró de frente con su hermana Blanca María y sus amigas del colegio, quienes al verla comenzaron a hacer burlas sobre su apariencia y vestido.

Blanca, que era nueve años menor que María del Carmen, pasaba por una etapa de su niñez en la cual le daba más importancia a las compañeras ricas que a la hermana pobre y por la forma como le habló delante de las niñas María del Carmen se sintió humillada. Debido a que Blanca y sus amigas pasaban por allí todos los días decidió no volver a recoger a las hermanas Brando, para no tener que pasar por la misma situación.

En un arranque de rabia porque su hermana menor y sus compañeras del “Colegio Americano” seguían burlándose de su vestido, de su peinado o de sus
humildes zapatos cada vez que la encontraban en alguna parte, un día decidió irse para Girardot, aprovechando la oferta de empleo de una señora que había conocido en Bogotá, de nombre Gilma y quien varios años atrás le había dado trabajo como empleada doméstica, cuando era apenas una niña.

Postal que Inés Brando, una de las niñas italianas a quienes María del Carmen llevaba diariamente al “Colegio de María Auxiliadora”, le regaló el 16 de Julio de 1926 para celebrarle su cumpleaños. La tarjeta le había sido enviada a la niña por una amiga, pero se la regaló a Carmen porque a ella le gustaron los rostros dulces de los niños. (Centro de Documentación Navarrete).

María del Carmen, de 21 años, al llegar a Girardot, cruza el río Magdalena a bordo del “Vapor Puerto Berrío”. (Foto Centro de Documentación Navarrete)

Aspecto del Rio Magdalena a su paso por Girardot, que cautivó a la joven María del Carmen Navarrete Gómez al llegar a esa ciudad. La foto fue tomada por uno de los tripulantes de la embarcación. Veinte años después el esposo de su hermana, Luis Alberto Fonseca, participaría en la construcción de puentes mucho más grandes que el de la gráfica, con el cargo de de Primer Marcador y remachador de tornillos de la empresa alemana “Herman Boehlen (HB)”, que funcionaba en Bogotá. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

“Vapor Puerto Berrío”, a bordo del cual la joven María del Carmen Navarrete Gómez llegó a Girardot en 1929, para olvidar la decepción amorosa que le causó Jesús Morales, un joven que la ilusionó con matrimonio pero quien se casó con otra a escondidas. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

Otra de las embarcaciones que María del Carmen Navarrete utilizó para navegar por el Río Magdalena, durante sus visitas al puerto de Girardot.

La vida había comenzado a hacer mella en el carácter de María del Carmen, quien ya no era la niña débil, que soportaba regaños sin decir nada.

Francisco, el marido de Gilma, le llamó un día la atención a gritos: “Oiga Maruja… barra bien… y cuando lo haga tenga cuidado con estos polvos, que son veneno para hormigas”. María del Carmen no le contestó con la misma actitud altanera, pero salió apresurada hacia el cuarto que le habían asignado, para tragarse a solas la rabia por la forma como había sido tratada una vez más. Con tan mala suerte que al pasar corriendo por una parte de la casa derribó una cerámica y la rompió.

Una vez en su cuarto… a solas… desesperada por la falta de un empleo adecuado… fastidiada por lo que consideraba humillaciones de su hermana menor y sus compañeras… aburrida porque en su casa en Bogotá a cada rato se le presentaban alegatos con sus hermanos y hermanas…, asustada porque sabía que le descontarían del sueldo el valor de la cerámica rota y porque sentía que las cosas estaban marchando mal y no veía soluciones, decidió tomarse una dosis de los polvos que Francisco le había dicho que eran para matar hormigas.

De lo que sucedió a partir de ese momento María del Carmen solo se enteró cuando ya se encontraba en un hospital de Bogotá, por el relato que le hicieron Francisco y Gilma.

Poco después de haberla visto pasar hacia su habitación, Gilma y Francisco se alarmaron por los gritos que daba María del Carmen y entraron al cuarto para ver qué pasaba. La hallaron tendida en la cama, retorciéndose por los dolores de estómago y llorando. No podía ni hablar. Asustados buscaron en la habitación indicios que les permitiera entender qué había ocurrido y encontraron el talego con los polvos para hormigas.

Francisco tomó a María del Carmen por los brazos y Gilma por las piernas, la sacaron a la calle y lograron que otras personas los ayudaran para llevarla a un hospital cercano. Al llegar al centro de salud, un doctor de apellido Cervantes le suministró un vomitivo para salvarle la vida, pero debido a su situación crítica recomendó trasladarla a un hospital de Bogotá antes de que le diera un infarto.

Desde ese día María del Carmen argumentaba que se había envenenado la sangre y que por eso, cuando le hicieron exámenes para saber si tenía o no diabetes, le había “salido con cruces”.

María del Carmen Navarrete Gómez, de traje blanco en el extremo izquierdo, en un paseo en 1926 con sus compañeros de la “Fábrica de Café Colón”, del Barrio “Ricaurte”, que quedaba ubicada en la Carrera 29 con calle 2ª, en Bogotá. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

Del trabajo con los italianos en Bogotá, además del agradecimiento por el buen trato que le habían dado durante el corto tiempo que estuvo con las niñas, le quedaron tres recuerdos que la acompañaron para el resto de su vida, pues los guardaba, con mucho cariño:

El primero es la hermosa tarjeta postal que María Brando le había enviado a Mariammina el 27 de julio de 1927, en la cual aparece el Orfanatorio Femenino del Sagrado Corazón, fundado y dirigido por las Hermanas de la Caridad de Nuestra Señora del Calvario en Maratea, Potenza, Italia.

El segundo es una fotografía de Inés Brando, hija del propietario del “Almacén de Paños Brando” que quedaba ubicada en la carrera séptima con calle 13.

El tercero es una fotografía de Rosita Brando, hija de Don Blas Brando, dueño del “Almacén Loúrdes”, especializado en la venta de imágenes sagradas y que quedaba ubicado en la calle once con carrera 8ª, a corta distancia del actual Palacio de Justicia.

El 21 de Septiembre de 1928 Magdalena Gómez Garzón y su hermano José le hicieron una visita a la joven María Ester Navarrete de Gutiérrez, para celebrarle sus 19 años de edad. En la reunión aparecen, de izquierda a derecha, el ex soldado Jesús Gómez Garzón y su hermana Magdalena; Juan Navarrete y sus hermanas, María del Carmen, María Ester y Blanca María, quien se ubicó entre los tres niños mayores de la homenajeada: Arturo, de 5 años; Roberto, de 4; Lilia, de 3 y Flor, a quien su joven madre sostiene en brazos. El retrato se convirtió en otro documento histórico porque es la única evidencia gráfica que las hermanas Carmen y Blanca Navarrete lograron conservar intacta de un acontecimiento ocurrido hace cerca de 100 años. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

Del Colegio de María Auxiliadora María del Carmen se acordaba especialmente de tres hermanas: Sor Mariana, Sor María de Jesús y Sor Helena Hurtado. También recordaba que en Navidad, como la vida era mucho más sana que hoy, ella bajaba de la calle 3ª con carrera 2 A hacia las 4 de la madrugada para asistir a misa, porque las monjas cantaban y colocaban al Niño Dios en una cuna en medio de un altar cubierto con un velo blanco y desde el coro todas las religiosas le cantaban.

Al entrar en contacto con las religiosas del colegio, en la época durante la cual trabajó con los hermanos Brando, María del Carmen tomó aprecio por las enseñanzas que ellas daban a las niñas y llevó a varias amigas de su barrio para que se consagraran como “Hijas de María Auxiliadora”. Fueron ellas Ligia Herrera, Abigail Acero, Ana y Maruja Rivera, además de Lucía González. Varios años más tarde, el 18 de Mayo de 1934, recibieron una Medalla de la Virgen, en el oratorio del colegio que quedaba en la calle 30 con carrera 7ª. Las seis muchachas asistían cada domingo a clase de costura, pero como este trabajo se hacía a mano mi madre no volvió.

El “Colegio de María Auxiliadora” estaba dedicado a la formación de postulantas y novicias. Varios años después el Noviciado fue trasladado a Usaquén y las instalaciones del María Auxiliadora se dedicaron exclusivamente a la educación, como funciona en la actualidad.

El 6 de Abril de 1927, cuando Blanca María cumplió 13 años, María del Carmen le perdonó la ofensa infantil que le había hecho un año antes y con Magdalena y el resto de los hermanos le celebró el cumpleaños. El registro gráfico se utilizó como una constancia del amor filial. (Centro de Documentación Navarrete).

Atacadas por una equivocación

Al salir del hospital de Bogotá donde había sido atendida por su intento de envenenarse con los polvos para matar hormigas en Girardot y luego de superar su crisis de nervios, María del Carmen regresó a su hogar, fue recibida con alegría por su madre y sus hermanas y la situación regresó a la normalidad.

Ahora ya no salía solamente con su hermana María Elena. Blanca María, quien había llegado a los trece años, se había unido al grupo y las tres andaban juntas para todos lados.

Entre las numerosas personas que María del Carmen había conocido durante los oficios que realizaba en Bogotá, se encontraba la señorita Julia Borda, quien vivía al lado de un colegio ubicado en cercanías de la Iglesia del Carmen, en la carrera 5ª entre calles 8ª y 9ª.

Un día fue a buscarla en compañía de sus hermanas Blanca y Elena, para solicitarle alguna ropa usada que luego venderían y así contribuir con el pago de alimentos para la familia.

La tragicomedia que vivieron ese día las tres hermanas era recordada por María del Carmen así:

“Como no encontramos a la señorita Borda en su casa, caminamos por el lugar y nos paramos en una esquina de la carrera octava con calle quinta. De pronto pasó un señor y le puso una mano en el hombro a mi hermana menor, Blanca María. Ella, al pasar el desconocido, nos comentó a nosotras: “Ese es el señor que me cogió la cabeza”.

Las palabras de mi hermana fueron escuchadas por una mujer que atendía un negocio ambulante, cerca de la esquina donde nos encontrábamos charlando y de repente se vino hacia nosotras gritándonos:

“Estas sinvergüenzas… ya encontré quiénes son las que están descrestando a mi marido”.

“¿Y qué es descrestar?”, le preguntó ingenuamente Blanca, que apenas era una niña.

Al escuchar la pregunta la mujer creyó que nos estábamos burlando de ella y con más rabia contestó: “Pregúntele a sus hermanas india desgraciada… robamaridos…”, a tiempo que trató de golpearnos y de darle una cachetada a Blanca.

Tuvimos que salir corriendo por la carrera quinta por temor a que en algún momento la mujer lograra darnos golpes.

En ese momento nos dimos cuenta de que el señor era el marido de la mujer y que ella pensaba que nosotras teníamos algo que ver con él.

Afortunadamente corrimos más que ella y tuvo que devolverse para cuidar su puesto de comestibles, que había quedado solo. De todas maneras el susto hizo llorar a mis hermanas y regresamos a la casa con las manos vacías.

Pero lo que es la vida… el mundo da muchas vueltas… y un día mi mamá se encontró accidentalmente en la calle con la misma mujer y una hija de ella. Las llevó a nuestra casa, que ya estaba medio construida y tenía una habitación para arrendar y les dio posada porque no tenían dónde quedarse debido a que el marido de la mujer las había dejado abandonadas.

Al verla entrar a la casa nosotras nos quedamos mirándola y de pronto recordamos que era la misma mujer que nos había atacado injustamente y lo único que pudimos hacer fue advertirle a mi mamá de quién se trataba. Recuerdo que Elena le dijo: “Como sumercé es tan bondadosa y tan pendeja, no se da cuenta de a quién está trayendo, pero nosotras sí…”

Afortunadamente la mujer se fue al otro día. Nunca se dio cuenta de que las muchachas a quienes ella agredió por creer que le iban a robar al marido, eran precisamente las hijas de quién le brindó un día protección cuando más la necesitaba”.

Para sellar aún más la amistad con su hermana María del Carmen, la niña Blanca María Navarrete, de 14 años, le envió esta bella tarjeta de cumpleaños que con la ortografía de esa época decía: “Recuerdo de su Hermana Blanca María en el Día de su Honomástico que le desea mil Felicidades. Julio 16 de 1928”. (Centro de Documentación Navarrete).

La era de los “cartuchos” de café

1927 fue un año difícil para María del Carmen porque no consiguió empleos adecuados para su sostenimiento y debió contentarse con oficios menores y ayuda a la mamá y las hermanas en el hogar.

Uno de esos oficios lo desempeñó en un restaurante de la que en su época fue la famosa “Estación de La Sabana”, lugar adonde llegaban centenares de viajeros diariamente a tomar el tren. Ella era la encargada de preparar los desayunos para quienes iban a abordar los vagones. Esto le permitía llevar de noche –a la casa de su madre Magdalena y sus hermanas Blanca y Elena–, pan, mantequilla y otros productos que los dueños del restaurante le obsequiaban cuando los clientes los dejaban en los platos sin tocar.

El 27 de Junio fue un día que María del Carmen nunca olvidó, por tratarse de la muerte de Fray Miguel Almanza, un sacerdote franciscano que había nacido el 2 de Agosto de 1840 y quien por más de 30 años ejerció como Capellán de la Iglesia de San Diego, a la cual Juan Nepomuceno Navarrete le fabricó e instaló durante varios años las canales para las aguas lluvias y adonde la joven iba cada semana a rezar. “Cuando el Padre Almanza murió la gente se botó a pedir regalados pedazos de su ropa… la sotana estaba raída… él era muy humilde y todos lo queríamos mucho en Bogotá”, recordaba.

El 16 de Julio le correspondió ir al Panóptico a cobrar el café que había llevado durante varios días y que no le querían pagar. El propietario del negocio, un señor de apellido Ramírez, se vio obligado a intervenir, pero antes de que eso ocurriera ella consiguió el apoyo de Monseñor Pedro Pablo Galindo, el Capellán de la Escuela Militar de Cadetes, quien dormía en ese lugar y a quien había conocido dos años antes. El la ayudó para que le pagaran la cuenta.

Perseguida por una madre celosa

A la izquierda María Ramírez de Galeano y su marido Santos Galeano dueños de la “Fábrica de Café Colón”, que comenzó a funcionar en el Barrio “Ricaurte” en 1929. Ellos aprovecharon que María del Carmen Navarrete sabía empacar “cartuchos de café” y se la llevaron para su empresa cuando remplazaron a la fábrica “La Industria”, de la familia Espinosa, de Girardot. A la derecha la señora de Galeano con dos de sus hijas. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

Al terminarse el trabajo en la “Estación de La Sabana” la señora María Ramírez de Galeano la llevó a trabajar con un conocido, de nombre José Vicente Uribe, propietario del “Café Rivier”, quien le enseñó a tostar café.

Muy pronto María del Carmen distribuía el producto en bolsas en los cafés del centro de Bogotá. La producción era muy apetecida porque se trataba de café de primera clase y María del Carmen pronto se hizo más conocida en los cafés de la carrera séptima.

Sin embargo, la mamá de José Vicente cobró celos de ella porque un día le fue a lavar la ropa al muchacho y cuando la señora la vio se puso furiosa y dijo que no permitía que a sus hijos los tratara “una china”… que para eso había se había venido de Medellín con la Negra Dolores, que era quien se los había criado.

El malestar de la señora obligó a la joven a abandonar el empleo y a trabajar con otro hermano de José Vicente –Iván Uribe–, en un establecimiento llamado “Café del Palacio”, en una esquina cercana a la Catedral, donde la mamá del muchacho le siguió haciendo la vida imposible. Para colmo un día se produjo un cortocircuito en el lugar donde mantenían un gran número de empanadas junto a una greca y se produjo una explosión que le quemó ligeramente el rostro a María del Carmen, quien fue a parar a un hospital. Al recuperarse decidió no trabajar más con los Uribe.

José Vicente Uribe, propietario del “Café Rivier”, cuya madre cobró celos con María del Carmen Navarrete cuando fue a lavarle la ropa en su vivienda. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

Al perder el empleo por circunstancias ajenas a su voluntad en el “Café del Palacio”, María del Carmen entró a trabajar con el señor Rafael Ramírez, propietario de la “Fábrica de Café La Perla”, donde también cumplió la labor de empacadora, hasta cuando Ramírez vendió el negocio a “Fábricas Unidas”. Esta última, como no dio ganancias, fue cerrada.

El siguiente empleo fue en un café administrado por un señor de apellido Sterling, quien se turnaba con otro de nombre Carlos Pizano para organizar los trabajos del tostado de café que se distribuía en los locales del centro. El salario en este último lugar era muy bajo y no le alcanzaba para ayudar con los gastos del hogar. Por esta causa y preocupada siempre por encontrar algún trabajo que le permitiera aumentar sus ingresos para colaborar con un mejor sostenimiento de su familia, en 1928 María del Carmen siguió buscando lugares que necesitaran muchachas jóvenes “para lo que fuera, obviamente en trabajos decentes”, aclaraba con rostro serio.

Un día se enteró de que necesitaban jóvenes para hacer empaques en “La Industria”, una fábrica que producía el “Café Girardot” y que funcionaba en Bogotá, de propiedad de Adolfo Espinosa y sus hermanas Rafaela y Gumersinda, oriundos de Girardot. Se trataba de una factoría donde laboraban veinte mujeres e igual número de hombres. El trabajo consistía en raspar un tarro de café con una cuchara y empacar el producto en taleguitos llamados “cartuchos”. Inicialmente María del Carmen era lenta pero después adquirió destreza y rapidez para llenarlos.

Por su amistad con los Espinosa, esta fue la casa de Girardot donde Carmen Navarrete vivió con su hijo Germán varias veces entre 1948 y 1950.

En sus comienzos el barrio “Unión Obrera” se había caracterizado por el gran fervor religioso de sus habitantes. Los jóvenes Lisandro, Benjamín y Luis Alberto Fonseca Camargo –quien más tarde se casaría con Blanca María Navarrete Gómez–, no solo hacían parte de procesiones como esta, sino que integraban el grupo de personas a quienes el cura párroco del lugar les bañaba los pies en señal de humildad. (Foto del Centro de Documentación Navarrete).

La fórmula del éxito de las ventas del café de los Espinosa radicaba en que le agregaban determinada cantidad de panela al café y su sabor era exquisito, además de que el precio era bastante barato para la Bogotá de los años 20: un centavo. Gracias a la calidad, el bajo precio y la entrega oportuna, el creciente aumento de clientes en la capital del país les permitió abrir una segunda fábrica en Girardot, donde poseían también una imprenta.

La fábrica funcionaba en la calle 2ª con carrera 7ª, en el barrio “Las Cruces”, en Bogotá. Esto obligaba a la muchacha a salir de su casa, en “La Perseverancia”, a las 4.30 de la madrugada para llegar a su trabajo antes de las 6 AM.

Las sombras de la noche aun cubrían las cerca de 40 cuadras que debía recorrer sola, pero nunca tuvo miedo. En 1928 Bogotá aún era segura para que una joven de 23 años se arriesgara a caminar sola por áreas sin luz.

Procesión de la Virgen del Carmen en el barrio “Unión Obrera”.

La Primera decepción amorosa

Al poco tiempo de haber llegado a trabajar a la fábrica conoció a Luis Antonio Santana Cano, quien había sido contratado para moler y tostar café. Con él sostuvo una amistad pasajera en ese momento. Sus vidas aún no se encontraban porque cada uno tenía actividades y objetivos diferentes.

A sus 23 años, María del Carmen seguía siendo una muchacha juguetona y vivaracha, que hacía pilatunas como cuando tenía 8 años de edad.

En la fábrica de café los Espinosa atendían a sus trabajadores con almuerzos que hoy no se ven en ninguna empresa. Las porciones de carne eran grandes y por ello la joven, en algún descuido, le quitaba un pedazo a algún empleado distraído y se la comía.

Afortunadamente los atendían tan bien, que nadie se molestó nunca por esos pequeños deslices de juventud, que nunca volvió a repetir en ninguna parte.
Cuando se acordaba de este detalle, aclaraba que se debía a que cuando salía de la casa en plena madrugada ni siquiera alcanzaba a desayunar “y el hambre era feroz al mediodía”.

Jesús Morales, el Administrador de la “Fábrica de Café La Industria”, era un joven alto, de tez morena, quien se distinguía entre los demás por los lunares de su rostro y por tener cejas bastante espesas que le daban a sus ojos un particular atractivo ante las veinte muchachas de la empresa, quienes eran sus empleadas directas.

Aprovechándose de su posición dominante, en su calidad de jefe de María del Carmen, comenzó a acosarla en el trabajo y cortejarla en sus horas libres. Adoptó como técnica hacerse primero el indiferente, fingiendo ser víctima de amores fracasados y luego, a medida que ella parecía aceptar sus frases de amor fingido, llegó a inventarle que tenía interés por formar con ella un hogar.

Gumersinda Espinosa, una de las propietarias de la fábrica, desconfiaba de la forma como el muchacho manejaba sus relaciones con las trabajadoras y lo vigilaba. El, por su parte, le inventaba a María del Carmen que Gumersinda estaba interesada en él. Inclusive, le advertía en sus cartas que no se las fuera a mostrar al resto de empacadoras de café “porque me tienen antipatía”. La verdad era que también pretendía a otras muchachas simultáneamente y en sus escritos utilizaba muchas frases bonitas que Carmen nunca le había oído a otro hombre.

Las promesas de ese primer amor de juventud –bello…, intenso…, adornado con versos y nostálgicas declaraciones de amor, ternura y afecto–, hacen hoy parte un recuerdo de algo que pudo ser… pero que nunca fue, porque como lo hace la mayoría de los hombres, Jesús Morales traicionó a María del Carmen sorprendiéndola un día cualquiera al casarse con otra joven sin siquiera darle explicación alguna.

Ese fue el primer golpe de un hombre al corazón de la joven Navarrete, quien se refugió desde ese día y durante mucho tiempo, en el recuerdo de su padre juguetón y amable, cuya tumba frecuentó durante varios fines de semana en compañía de su madre y sus hermanas en un esfuerzo por tratar de olvidar a “aquel muchacho de ojos negros y labios seductores”, como ella lo llamaba.

Los dolorosos recuerdos del amor perdido pudieron más que la razón y María del Carmen sucumbió ante la tristeza por la ausencia del ser querido. Un día, en medio de la decepción, abandonó el trabajo y desapareció en 1929.

Su madre y sus hermanas supieron de ella varios días después, al recibir una fotografía que le habían tomado en el “Vapor Puerto Berrío”, en un recorrido por el Río Magdalena, en la cual aparece con la mirada en el vacío, tratando de olvidar al hombre que se burló de sus sentimientos de una manera cruel: ilusionándola con formar un hogar y luego abandonándola de un momento a otro sin siquiera tener el valor de mirarla a los ojos para decirle: ¡ perdóname… me equivoqué… amo a otra persona !.

Por fortuna la formación religiosa que había recibido de niña y su carácter recio e indomable, le permitieron a María del Carmen superar su primera crisis amorosa y con el paso del tiempo Jesús Morales pasó a ser un simple recuerdo en la mente, mientras sus cartas quedaron relegadas al olvido en un viejo y desteñido baúl de madera adornado con rombos metálicos de color azul, de donde fueron recuperadas ochenta años después por el autor de este libro, junto con el aviso de EL TIEMPO en el cual se invita a las exequias del hombre que pudo haber llegado a ser mi padre… pero tampoco fue.

El éxito comercial de la familia Espinosa pronto les granjeó enemistades de comerciantes de Bogotá, algunos de los cuales comenzaron a sabotear el producto agregándole panela quemada, empacándolo en talegos similares a los de “Fábrica de Café La Industria” y vendiéndolo a más bajo precio en las tiendas. Por último, ellos mismos llevaban “cartuchos” falsos de café y se quejaban ante las autoridades de sanidad diciendo que les habían vendido café mezclado con sangre de res. Como resultado las autoridades impusieron tal cantidad de multas a la fábrica, que los dueños decidieron cerrarla y devolverse a Girardot.

Los Espinosa decidieron llevarse a María del Carmen para Girardot, donde permaneció trabajando con ellos durante varios meses, al cabo de los cuales regresó a Bogotá por solicitud de Magdalena para que la ayudara con el sostenimiento del resto de la familia, pues su salud comenzaba a quebrantarse.

Por su consagración a las labores que le encargaban, María del Carmen encontró rápidamente un nuevo empleo en Bogotá con la señora Emilda, esposa de Rafael Ramírez, quien era dueño del “Molino La Aurora”, donde empacaban cuchucos. La fábrica estaba ubicada en la carrera 8ª con calle 6ª, en inmediaciones del lugar donde vivía uno de los personajes más conocidos de Bogotá en esa época: Mamatoco, un boxeador. Posteriormente fue trasladada a la calle 17 con carrera 17.

Mientras tanto, el abandono de los Espinosa del negocio de café en Bogotá había sido aprovechado por Santos Galeano y su mujer María de Galeano, quienes habían sido sus empleados, para crear la “Fábrica de Café Colón”. Al enterarse de que María del Carmen había regresado a Bogotá la llamaron para que desempeñara el mismo oficio que había tenido con los Espinosa.

El respeto y aprecio que María del Carmen Navarrete Gómez inspiraba a los muchachos al llegar a sus 28 años, por su seriedad y dedicación al trabajo, quedó plasmado en la tarjeta que le envió uno de ellos, el joven Luis Alfredo Rodríguez, para festejarla por su cumpleaños. Era la forma elegante con la cual los jóvenes de esa época se dirigían a las muchachas de la época. (Centro de Documentación Navarrete).

Fotografía que María del Carmen Navarrete guardó con aprecio durante toda su vida, como grato recuerdo del afecto recibido por parte de algunas de las damas de la sociedad bogotana para las cuales trabajó ocasionalmente en su juventud.

Las hermanas Navarrete, estrellas del teatro en Bogotá

Gilma Beatriz, hija de Blanca María Navarrete Gómez, recuerda que a su mamá –por ser la única que estudiaba–, las hermanas Carmen y Elena la envidiaban y los vecinos del barrio la llamaban “la pinchada porque es de mejor familia”.

Las diferencias personales entre María del Carmen y Blanca María, sin embargo, fueron desapareciendo a medida que crecían y cuando llegaron a la adolescencia desarrollaron un talento especial por el teatro. Comenzaron jugando en la casa y un buen día terminaron representando comedias en escenarios públicos.

En 1936, cuando María del Carmen tenía 31 años y Blanca María 22, las dos hermanas ya eran conocidas en el ámbito artístico de Bogotá. De esa época dedicada con alegría y entusiasmo juvenil a las artes escénicas se conserva un documento que encontré después de varios años de búsqueda y que para mí constituye un verdadero tesoro artístico.

Se trata de uno de los numerosos carteles impresos en 1936 por la “Tipografía Optima” que eran colocados no solamente en las puertas de algunas casas antiguas de “La Perseverancia”, sino en las residencias de los entonces exclusivos barrios de “Teusaquillo” y “Chapinero”, donde vivían las familias de estratos altos, además de otros lugares de Bogotá y cuyo texto dice:

Hoy Domingo Hoy

13 de septiembre a las 9 p.m.

Sigue el estruendoso éxito de la sublime e inmortal obra del insigne escritor español Joaquín Dicenta y que llevará por título

JUAN JOSE.

R e p a r t o :

Rosa Blanca                      –    María Navarrete

Toñuela           –       María Esther Aguilar

Isidra    –                María del Carmen Navarrete

Mujer 1ª     –            María Rivera

Mujer 2ª        –                 Lucía Rivera

Juan José             –            Hermógenes Puerto García

Paco   –               Alfonso García

Andrés             –           José Vicente García

Cano   –                   J. V. García

Ignacio     –               Arsedio Márquez

Perico      –             Gabriel Márquez

Tabernero          –      Daniel Contreras

Un cabo de presidio       –                Jorge Rodríguez

Bebedor 1º.    –                      Francisco Rojas

Bebedor 2º.          –               Jorge Salamanca

Un mozo de taberna       –                Guillermo Jiménez

El Duque Negro

  • P r e c i o s –

Mayores 10 centavos. Menores 5 centavos.

Nota: Se suplica la mayor cultura durante la función.

Carlitos, el primogénito de María del Carmen Navarrete Gómez. El niño nació el 9 de Mayo de 1938 en el Hospital de La Hortúa, en Bogotá y murió el 26 de Diciembre de 1939. Había sufrido en dos oportunidades de una afección que en esa época se denominaba “acidosis”, complicada por problemas del corazón. Al recordar esa situación, ella explicaba que “me iba volviendo loca” debido a que desaparecía el vínculo que la unía al padre, a quien nunca dejó de amar.

María del Carmen Navarrete Gómez el 8 de Febrero de 1940, al cumplir 35 años, la época dorada de las representaciones artísticas, que concluyeron cuando ingresó a trabajar al servicio de Doña Luz Isaza de Cano y posteriormente al periódico EL ESPECTADOR. (Gráfica de “Luishefoto”. Centro de Documentación Navarrete).

Recuerdo de un Ángel

Fue una época maravillosa.

Las hermanas María del Carmen y Blanca María actuaban en toda clase de comedias, representando a diferentes personajes y en diferentes escenarios. Lo hacían con alegría…, con entusiasmo…, el público reía a carcajada plena… los aplausos iban y venían por todas partes.

Su fama creció tanto que se daban el gusto de tener seguidores en los barrios, gentes que las esperaban adonde quiera que iban y reclamaban sus actuaciones, como lo demuestra una de las cartas que les envió en 1936 la Junta Cívica del barrio “La Perseverancia”, que se incluye en este capítulo.

Al pasar los años de la juventud y llegar la era de los cabellos de color blanco…, los hilos de plata de la tierna vejez, las dos hermanas recordarían estos momentos de sus vidas con nostalgia por los tiempos idos… por las glorias del pasado efímero…

Con cierta frecuencia María del Carmen y Blanca María le narrarían a sus hijos, sobrinos y nietos, con visible emoción, cómo actuaba cada una de ella, los distintos personajes que representaban y el entusiasmo que provocaban entre el público.

María del Carmen, ya en el hogar propio y alejada del mundo del trabajo hacía mucho tiempo, no se cansaba de recordar esos instantes cuando estábamos a solas ella y yo. Le daba la nostalgia y volvía a contarme sus alegres experiencias.

Se emocionaba. Vibraba y actuaba para mí en su papel de “Isidra”. Yo la miraba sonriendo y la aplaudía. No me molestaba que me repitiera lo mismo varias veces al año. Ella era feliz y eso era lo que me interesaba. A pesar de la vejez seguía viviendo su existencia con intensidad, con alegría… no sentía el paso de los años. Para mi esos fugaces instantes tenían una belleza espiritual que conmovían las fibras más íntimas de mi ser y que nunca olvidaré.

Grupo de niñas de “La Perseverancia” que hacían parte de las menores que participaban en las obras que interpretaban las hermanas María del Carmen y Blanca Navarrete Gómez, para la “Parroquia de Jesucristo Obrero”.

Aun cuando María del Carmen Navarrete le tenía miedo a Luis Alberto Fonseca cuando se hallaba bajo los efectos del alcohol, procuraba mantener con él relaciones cordiales para no despertar su ira, como en esta foto, captada en “El Barranco del Aguilucho”, cerca de la casa de bahareque y latas donde ella, sus padres y hermanos vivieron entre 1903 y 1919 en el “Paseo Bolívar” y que en el momento de captar esta gráfica estaba ocupada por otras personas. Ella accedía a las invitaciones de Luis Alberto a pasear, siempre y cuando los acompañara su hermana Blanca María, quien tomó la gráfica el 16 de Julio de 1940. (Centro de Documentación Navarrete).

Para celebrarle el cumpleaños a su hermana María del Carmen Navarrete, el 16 de Julio de 1940, Blanca María (de vestido blanco), la acompañó durante un paseo por los cerros. (Foto de Luis Alberto Fonseca, Centro de Documentación Navarrete).

Solicitud de actuación en “Ilusiones Marchitas”

“Bogotá, Septiembre 1 de 1936

Señoritas
Blanca M. Navarrete (y María del Carmen Navarrete)
Presente

La Comisión de Culto y la Junta Cívica del barrio de La Perseverancia a ud. atentamente saludamos y se permite hacer un llamamiento a cerca del desarrollo que para fines convenientes se persigue como lo es con la representación de comedias.

Teniendo en cuenta el espíritu altruista con las dotes de generosidad que Ud. lo anima para el apoyo de toda obra benéfica, ambas juntas se permiten rogar a Ud. se sirva contribuir con la representación de su correspondiente papel para representar la comedia titulada Ilusiones Marchitas y que se llevará a cabo el día 5 y 6 del presente mes de septiembre.

Anticipando las gracias por la atención que preste sobre este favor exigido quedando como siempre de Ud. Yy a nombre de todo el barrio, sus atentos y Ss. Ss.

Ricardo Cerón B., Daniel Avila, Arturo Muñoz y H. Barbosa G”.

Carnet expedido por el Director de EL ESPECTADOR, Guillermo Cano Isaza y el Gerente General, Luis Gabriel Cano Isaza, con el cual se identificó María del Carmen Navarrete.

María del Carmen Navarrete Gómez (quinta de izquierda a derecha en la fila posterior), aparece con su hijo Luis Germán, de 5 años, durante la reunión que Nicolás Moscoso y su esposa organizaron en su hogar para celebrar el hecho de que varios de quienes aparecen en la gráfica se salvaron de morir en el incendio de EL ESPECTADOR, el 6 de Septiembre de 1952, durante los disturbios que siguieron al incendio de EL TIEMPO. Los trabajadores habían sido obligados a abandonar el periódico poco antes de que llegaran los exaltados que le prendieron fuego a las instalaciones. Nicolás y su esposa aparecen sentados en primera fila sosteniendo en brazos a sus nietos. En el extremo derecho del asiento aparecen Valentina Moscoso, fallecida en Diciembre de 1976 y su hija Verónica. Luis Valero (primero al extremo izquierdo era el portero del periódico), Nicolás Moscoso era el encargado de la administración y su hermano Roberto (recargado en el marco de la puerta), trabajaba en la Rotativa. (Foto del Centro de Documentación Navarrete)

De izquierda a derecha aparecen Luis Alberto Cano Martínez, Don Gabriel Cano, María del Carmen Navarrete Gómez, el Presidente de la República, Dr. Alberto Lleras Camargo y Doña Luz Isaza de Cano, en el acto de colocación de la primera piedra de la sede del periódico EL ESPECTADOR en la Carrera 68 con calle 22, en el barrio “Las Granjas”, al Occidente de Bogotá, en 1961. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

Carnet de Carmen Navarrete que la acreditó como socia del Fondo de Ahorros de Empleados de Graficarte Ltda., al cual estaban afiliados los empleados de EL ESPECTADOR.

Certificado de la Secretaría de Salud Pública del Distrito Especial expedido el 23 de Agosto de 1963, cuando María del Carmen Navarrete tenía 58 años, para dejar constancia de que había revalidado su vacuna contra la viruela. (Centro de Documentación Navarrete).

“La Perseverancia”, barrio elogiado por poetas y arquitectos

Los tiempos duros y difíciles que les correspondió vivir a Juan Nepomuceno Navarrete, su esposa Magdalena Gómez y a sus siete hijos en el barrio “La Perseverancia” quedaron atrás… pertenecen a un pasado que no se olvidará.

Hoy, personas como el Arquitecto (UPB), Magister en Urbanismo (UNC, Bogotá), Doctor en Urbanismo (UCV, Caracas) y Profesor Asociado de la Nacional, Dr. Luis Fernando Acebedo R., muestran la cara moderna del barrio en el blog publicado en “Caleidoscopios Urbanos” el 26 de Junio de 2009, con el siguiente relato:

“Al finalizar la década de los años ochenta, tuve la oportunidad de conocer y sentir muy cercano a mis afectos el popular barrio La Perseverancia, ubicado en un área céntrica muy importante de Bogotá; caminé por sus estrechas callejuelas, recorrí sus micromanzanas; percibí su arquitectura popular y también habité en una de esas pequeñas viviendas que se repiten incansables, una tras otra, como las fichas de un juego de dominó.

En aquella época nunca pensé en detenerme a analizar sus orígenes, ni encontrar la razón de ser de su existencia como barrio; pero cada mañana, cuando salía presuroso al trabajo, y al regresar por las noches, descubría una y otra sorpresa de esa formación socioespacial particular que motivaban mucho más mi interés por profundizar en sus raíces históricas.

La oportunidad de desentrañar todas las inquietudes que me había planteado sobre el barrio, llegaría por fin cuando comencé a abordarlo como objeto de estudio; y qué gran atracción sentiría cuando al emprender su análisis, descubriera que este pequeño y singular barrio estaba localizado en el epicentro de las decisiones que fueron configurando, año tras año, una buena parte de la historia y el urbanismo de Bogotá, desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. Y por qué no decirlo también, una buena parte de la historia sociopolítica de la ciudad. Quizás por esta razón, para Jairo Aníbal Niño, ese importante literato, dramaturgo y poeta colombiano “la Perseverancia es el barrio más entero de Bogotá”.

La Perse, como le decimos en confianza todos los que lo llevamos en nuestros afectos, tiene poesía, literatura, arte y arquitectura; en La Perse haya tragedias y comedias… y también hay un rico testimonio sobre los orígenes de los primeros núcleos obrero-industriales de principios de siglo y sus condiciones habitacionales de existencia en la ciudad.

La historia, la verdadera historia de este barrio, la tienen sus gentes, los de ayer y los de hoy, y también el medio ambiente plagado de huellas y señales que evocan el paso de los años y un devenir incierto.

En la ladera de los cerros orientales y con la presencia siempre tutelar del templo de Monserrate, se erige ese barrio sui generis. En la alborada, cuando el sol despunta a sus espaldas y las gentes salen de sus madrigueras para emprender una nueva jornada, un rayo de luz logra escaparse por entre los barrotes de cemento y vidrios polarizados que se levantan inconmensurables sobre la carrera séptima, y permiten observar, así sea por destellos, la prolongación infinita de la sabana cundiboyacense.

Por las tardes, en cambio, una sombra negra se prolonga sobre las pequeñas ventanas del barrio a medida que el sol desaparece en el ocaso: es el edificio que durante mucho tiempo albergó el hotel Hilton y hoy ya nadie sabe qué es realmente. Su turbia presencia citadina parece una bandera clavada después de una guerra, condiciona la apropiación espacial de los cerros y establece la verdadera proporción de poderes (¿en crisis?) en el sector, desde los años 70.

Pero la Perse no se amilana, apenas si sonríe como un guerrero herido pero nunca derrotado, y en un diálogo silencioso, le advierte a su oponente que mientras por sus callejuelas todavía los niños corren y sonríen, la fachada del antiguo hotel se desmorona y sobre la puerta principal del edificio pende un aviso que anuncia el arriendo, la venta, o mejor la desbandada.

Martha Rodríguez, hija de la Perse, reflejaba hace unos años con nostalgia y la ternura de sus años infantiles, la presencia y la ausencia de su entorno:

Mi barrio era un castillo
Con mágicos fantasmas
Me era tan difícil mirar por las ventanas!…

Presencias y ausencias, memorias y fantasmas, confluyen sobre la calle 32 del barrio: La calle del bazar, la fritanga y el tamal; la calle de la cerveza o de la chicha clandestina; la calle de la procesión o de la manifestación, del descenso con el ataúd a cuestas o el ascenso romero hacia el Señor de Monserrate.

El ingreso a EL ESPECTADOR

La seriedad, dedicación a las misiones que se le encargaban y la honestidad demostrada en diferentes oportunidades, permitieron a María del Carmen ser presentada a Don Gabriel Cano Villegas, propietario de EL ESPECTADOR, por Doña Luz Isaza de Cano, un día en el cual se necesitó una persona que se encargara del aseo de las máquinas del taller.

Inicialmente, por su gran capacidad de trabajo, a María del Carmen le asignaron la misión de encargarse de asear y tenerles preparados a primera hora de la mañana a los empleados los linotipos, los equipos de la Armada y la rotativa en la cual se imprimía el periódico. Posteriormente el Gerente General, Luis Gabriel Cano Isaza, la invitó a su residencia para que colaborara con sus empleadas en la atención del hogar. Se trataba de un lugar verdaderamente hermoso e inolvidable, ubicado en la calle 72 con carrera primera.

En esa época las mansiones de la calle 72 tenían la misma apariencia de los chalets canadienses que en 2007 yo encontraría en Montreal, lejos del centro de Bogotá y protegidas de la expansión urbana. De la carrera 5ª al Oriente la calle se caracterizaba por tener árboles frondosos, de una altura impresionante y en el ambiente se sentía el agradable olor de toda clase de flores, típico de las zonas donde hay bosque nativo.

Durante varios años, cada fin de semana, María del Carmen Navarrete y su hijo visitaban a la familia Cano Martínez para colaborar con las empleadas y jugar con los niños Luis Alberto y Gabriel. La mansión se destacaba por sus amplias habitaciones, un gran comedor y sala con chimenea. Los vehículos se dejaban al aire libre, al lado de las puertas del garaje doble y tanto esa edificación, como las que habían sido construidas en los alrededores, eran de fácil acceso, sin muros ni rejas, igual a los chalets de Estados Unidos, Canadá y Suiza.

Después del asesinato de Gaitán la expansión urbana que se generó en el Norte de Bogotá facilitó la desaparición del bosque, los árboles y la vegetación nativa de la calle 72 hacia el Oriente. Hoy el sector está totalmente cambiado y lleno de edificios altos. Aun cuando hay un ambiente moderno, elegante, con locales comerciales muy bien decorados y que ha atraído a Bancos y empresas nacionales e internacionales, quienes conocimos la zona antes del 9 de Abril de 1948, recordamos con nostalgia la belleza natural del lugar.

Instalaciones del diario EL ESPECTADOR en la Avenida Jiménez entre carreras 4ª y 5a. Los talleres funcionaban en el sótano y la redacción en el segundo piso. En la parte superior de la vía que se aprecia al lado derecho funcionaba la lavandería de Emiliano Andrade Oviedo y su esposa Magdalena Beltrán Peña de Andrade. En ese lugar nació Isabel Andrade Beltrán, quien veinte años después sería la madre de Germán Darío, Henry Mauricio, Ana María y María Isabel Navarrete Andrade. (Foto bajada de Facebook en Fotos Antiguas de Bogotá).

La tercera y última desilusión amorosa

Debido a que María del Carmen Navarrete madrugaba en 1940 a las 5 de la mañana para llegar a las 6 a las oficinas y talleres de EL ESPECTADOR, no tenía tiempo para buscar amigos o tener un novio. Desde su niñez tuvo una personalidad recia y un carácter indomable.

Dos décadas atrás, entre 1920 y 1930, los alrededores de los barrios “Unión Obrera”, “Alto de San Diego” y “Sucre” –que formaban los predios contiguos al lote donde vivían Magdalena Gómez Garzón y sus hijos–, quedaron rodeados por viviendas construidas en forma desordenada por centenares de personas de bajos ingresos, quienes llegaban a Bogotá huyendo de la violencia en sus regiones de origen, además de los trabajadores de Bavaria.

Hacia 1940 el barrio “La Perseverancia” había crecido de tal forma que en la calle 32, que era la vía principal de acceso, funcionaban varias tiendas donde hombres y mujeres se dedicaban los días viernes, sábado y domingo a ingerir chicha, cerveza, aguardiente y ron, por lo cual las riñas eran constantes.

María del Carmen era consciente del mal ambiente en el cual le había correspondido vivir y salía temprano en la madrugada a su trabajo y regresaba tarde en la noche, para permanecer en el lugar apenas el tiempo necesario y no verse involucrada en situaciones que no compartía.

Un día se encontró en el centro de Bogotá con Luis Antonio Santana Cano, el joven a quien había conocido en 1928 en la fábrica de café “La Industria”. Santana había madurado y ahora era Agente de la Policía Nacional, asignado a una escuela que funcionaba en el Municipio de Usaquén.

Luis Antonio compartió el malestar que le causaba a María del Carmen el vivir en “La Perseverancia” en medio de personas embriagadas y causantes de riñas, por lo cual frecuentemente la invitaba a ir a misa en la Iglesia de San Diego, a visitar el Museo Nacional, caminar por el Parque de La Independencia, subir al cerro de Monserrate o ir a la Escuela de la Policía donde él trabajaba.

La amistad se prolongó por dos años y en la noche de un sábado, cuando cayó sobre Bogotá una tormenta, María del Carmen no pudo regresar a tiempo a su hogar. Luis Antonio la había invitado a ver una película en uno de los teatros de Bogotá y al observar que la intensa lluvia no cesaba, la invitó a quedarse en un hotel mientras ambos podían regresar a sus lugares de descanso.

Ella, que desconfiaba por naturaleza de los hombres, aceptó a regañadientes porque no tenía otra opción. Obviamente esa noche quedó embarazada y varios meses después nació su hijo Luis Germán.

Por fin, después del intenso dolor que le había representado la pérdida de su primer hijo, Carlos, María del Carmen tenía ahora un niño al cual dedicar lo mejor de su vida. Ya no tendría que envidiar al bebé de su hermana Blanca María, a quien habían bautizado Alfredo y cuya belleza infantil era objeto de admiración por familiares, amigos y conocidos, como se puede comprobar por las fotografías que ella conservó celosamente hasta su vejez.

Por el respeto que Luis Antonio le demostraba, María del Carmen se ilusionó con la formación de un hogar cuando nació Germán. Pero la desconfianza que ella sentía hacia los hombres desde su juventud quedó confirmada a menos de tres días de haber nacido el niño.

María del Carmen se encontraba en la habitación del hospital donde había dado a luz, cuando recibió la visita de Luis Antonio. Él demostró su amor hacia el niño alzándolo y consintiéndolo, como normalmente lo hacen todos los padres. En ese momento apareció en el umbral de la puerta del cuarto la madre de Luis Antonio, quien al llegar de su finca de Pacho (Cundinamarca), fue a buscar a su hijo a la Escuela de Policía de Usaquén y allí se enteró de que él había salido poco antes hacia un hospital donde una mujer había dado a luz un niño del cual él era padre.

La escena que se produjo a continuación acompañó a María del Carmen hasta su muerte:

La madre de Luis Antonio observa que él tiene alzado un niño y, con evidente disgusto, le grita desde el umbral de la puerta del cuarto de hospital:

“ ¿Y eso…?… ¿De quién es?…”

Luis Antonio, asustado ante la reacción de su madre, le devuelve el niño a María del Carmen y solo acierta a responder:

“Es de ella”.

María del Carmen entra en cólera al descubrir que el hombre a quien ella había comenzado a considerar su marido, no tiene el carácter de responder por sus actos y le contesta airadamente:

“ ¿De ella?… Y suyo también…”.

Pero él no contesta nada. Su madre le grita nuevamente: “Camine conmigo” y él mira al niño acostado en la cama al lado de María del Carmen y abandona el cuarto.

María del Carmen, desconcertada por lo que acaba de ocurrir, alza nuevamente al niño, lo cubre con sus brazos y en medio de un profundo llanto toma una decisión: Jamás volverá a creer en un hombre y a partir de ahora trabajará duro para sobrevivir junto a su hijo.

Y así fue.

Poco tiempo después Luis Antonio volvió a buscarla para saludarla y ver al niño. Ella lo aceptó a regañadientes. Simplemente lo aceptaba como el padre de su hijo, que iba muy de vez en cuando a visitarlos.

Salvados de morir en el incendio del 6 de Septiembre de 1952

Mientras tanto, en los cerros de Bogotá, la vida seguía siendo la misma. Al encontrar trabajo en la ciudad los recién llegados de las zonas de violencia fueron conquistados por el Partido Liberal, encarnado por un abogado que se había hecho famoso por defender causas muy difíciles. Era un hombre que con su voz vigorosa y su oratoria de combate se identificaba con el pueblo raso de trabajadores y campesinos por su aspecto de indio y de lenguaje sencillo, quien encarnó los ideales de los pobres no solo de Colombia sino de otros países del continente: Jorge Eliécer Gaitán.

Habían nacido las huestes liberales de “La Perseverancia”, el barrio que en el Oriente de Bogotá caracterizaba la base popular que seguía a Gaitán en todo el país y que aumentaba día tras día: nada de clase media, solo obrerismo y lustrabotas, albañiles, mecánicos. Pedro Garzón le puso el mote del “barrio de los empolvados”, por la tierra, el mugre que llevaban en sus rostros, en sus manos, en todo el cuerpo. (16)

(16) El Bogotazo, Memorias del Olvido, 13ª edición. Arturo Alape. Pág. 62.

María del Carmen Navarrete, era una más de las personas que no se perdían las manifestaciones callejeras y los vibrantes discursos de Gaitán, “el Paladín de los Descamisados de América”, cuyo asesinato en 1948 dio origen a la más bárbara violencia que ha vivido Colombia, agudizada hoy por la acción del narcotráfico, la guerrilla, los grupos paramilitares, las bandas criminales, la delincuencia común y toda clase de grupos delictivos que cometen crímenes a lo largo de todo el país utilizando niños de 10, 11 ó 12 años, quienes quedan en libertad a pesar de los delitos que cometan, por ser menores de edad.

La atracción que ella sentía por las ideas liberales estuvo a punto de costarle la vida a ella y a su hijo.

En los años 70, cuando comencé a interesarme por el pasado de la familia, mi madre me relató cómo su militancia en el liberalismo estuvo a punto de afectarnos trágicamente:

“Gaitán había organizado una marcha muy grande en Bogotá el 7 de abril para protestar en silencio por los asesinatos de liberales en todo el país y sus seguidores debíamos acompañarlo. Yo tenía mucho que hacer en el periódico pero no quería perderme ese discurso y, al igual que mucha gente, me fui a escucharlo y lo llevé a sumercé, aun cuando era muy chiquito, para que me acompañara.

Por su fogosidad y defensa de la clase obrera, el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán atraía tal cantidad de fieles seguidores y multitudes que se aglomeraban en todo el país para escucharlo, que en 1948 se daba por seguro su triunfo en las elecciones para Presidente de la República. El sueño de los trabajadores y campesinos se vio truncado con su asesinato. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

Como se me había acumulado el trabajo y el tiempo no me alcanzaba decidí que los días 8 y 9 de abril nos quedaríamos durmiendo entre los montones de papel que se formaban cerca de la rotativa, al igual que lo habíamos hecho otras veces”.

Cuando ella hablaba se me vino a la mente algo que me pasó la primera de esas dos noches: Estábamos durmiendo entre un gran montón de papel cuando desperté de un momento a otro, por algún ruido que escuché cerca y me asusté. A pocos metros de donde yo me encontraba había cerca de mi una rata que me miraba fijamente. Desperté a mi madre con un grito y espantamos al animal. Yo no pude dormir más y ella se dedicó a su trabajo.

El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de Abril de 1948, produjo la reacción inmediata de sus seguidores en todo el país. En Bogotá la violencia comenzó con la destrucción de los tranvías y continuó con incendios en el centro de la ciudad. (Fuente: Google Chrome Las 2 Orillas).

Mi madre recordó esa situación y también la del 6 de Septiembre de 1952:

“El 9 de abril asesinaron a Gaitán y dieron la orden de desalojar el edificio debido a los desórdenes que se presentaron en el centro de la ciudad. Pero lo más grave ocurrió cuatro años después, el 6 de Septiembre de 1952. Ese día, de un momento a otro, dieron la orden de abandonar el periódico. Yo alegué que no podía irme porque tenía mucho trabajo pero no me dejaron quedarme. Nos fuimos para la casa y al día siguiente me enteré de que no podría volver al trabajo en varios días porque habían incendiado el periódico. Si esa tarde, o en la noche hubiéramos estado dentro del edificio habríamos quedado atrapados por el fuego”.

Jorge Eliécer Gaitán, quien contaba con el respaldo popular suficiente para ser elegido Presidente de la República, fue asesinado al frente de EL TIEMPO y a tres cuadras de EL ESPECTADOR. Ambos periódicos fueron incendiados por gentes exaltadas que –con la mente embotada por el alcohol dieron rienda suelta al odio y los deseos de venganza que les produjo el asesinato–, destruyeron el centro de Bogotá, incendiaron otros edificios y dejaron a la ciudad convertida en ruinas, como lo muestran las fotografías de los archivos de ambos diarios y de los libros que se editaron sobre esta nefasta época de la capital de Colombia.

La época de violencia que generó el asesinato de Gaitán y el conflicto armado que aún vive el país han dejado más de 250 mil muertos en un lapso de 67 años, según el Centro de Memoria Histórica. Cuando nuestros nietos o sus descendientes se interesen por conocer en detalle cómo sucedieron estos gravísimos hechos de violencia en plena capital de Colombia, cuando yo tenía apenas cinco años de edad, les sugiero tener en cuenta lo siguiente:

Un periodista de la época, Ramón Manrique, escribió un libro titulado “A Sangre y Fuego, el Asesinato de Gaitán, un drama que conmovió al mundo”, del cual se editaron mil ejemplares. Inmediatamente el libro salió al público en Julio de 1948, el gobierno del entonces Presidente Mariano Ospina Pérez ordenó recogerlo en todas las librerías y destruirlo, porque demostraba que la Policía del gobierno conservador había permitido los asaltos a almacenes, la destrucción y robos en toda clase de establecimientos y, además, había dejado a Bogotá sin vigilancia alguna, a merced de millares de hombres y mujeres enloquecidos por la muerte de su líder y también de toda clase de delincuentes. Manrique alcanzó a guardar un ejemplar, se lo entregó a un hijo y él lo mantuvo escondido hasta 2013 –durante 65 años–, cuando publicaron la segunda edición.

En las 253 páginas de ese documento histórico quedó detallado, paso a paso, cada episodio de violencia en las principales ciudades del interior de Colombia, donde el liberalismo era mayoría y donde el asesinato de Gaitán provocó reacciones de violencia desde el mismo momento en que se anunció por la radio la forma como había sido asesinado quien era considerado desde esa época el presidente de la clase obrera del país.

Como complemento, les sugiero observar y leer cuidadosamente cada uno de los tres tomos de la “Memoria Fotográfica de Bogotá, Años 40, 9 de Abril y Años 50”, que constituyen el más valioso compendio gráfico de la historia de la ciudad antes y después del asesinato de Gaitán –captado por la cámara de Sady González, a quien conocí en mi juventud–, hecho que provocó una revolución urbanística, en desarrollo de la cual se arrasaron por completo algunas zonas históricas, se extendió la ciudad hacia el Norte, Sur y Occidente y se abrió paso a la construcción de los grandes edificios de la actualidad.

Escenas como esta, captada el 9 de Abril de 1948 en la Avenida Jiménez (Calle 13) entre carreras 7ª y 8ª, se repitieron por todas partes en Bogotá después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Cuatro años después, el 6 de Septiembre de 1952, la violencia política se ensañó contra los dos periódicos liberales de Bogotá. Ese día Carmen Navarrete estaba trabajando en EL ESPECTADOR, ubicado a dos cuadras de este lugar y no quería salir del edificio con su hijo Luis Germán, de 5 años, sin antes haber terminado su labor diaria. Afortunadamente la mujer y el niño, junto con otros empleados, fueron obligados a desalojar el edificio. Si no lo hubieran hecho, habrían perecido calcinados dentro de las ruinas. (Fuente: Google Chrome Las 2 Orillas).

Después del incendio de EL ESPECTADOR y mientras se le llamaba de nuevo al periódico, María del Carmen buscó trabajo en diferentes partes. Para ello recorrió de nuevo los lugares donde en su juventud había vendido bolsas de café, en el centro de Bogotá. Inicialmente se le contrató en una cafetería ubicada al lado del “Teatro Faenza”, en la calle 22 arriba de la carrera 7ª. En ese lugar, sin embargo, era obligada a trabajar desde muy temprano en la mañana hasta avanzada hora de la noche, le pagaban muy poco y recibía malos tratos, por lo cual el empleo duró aproximadamente dos meses.

Posteriormente fue contratada en la “Panadería El Cometa”, que aún hoy –73 años después–, sigue funcionando en el costado Sur de la calle 22 entre carreras 8ª y 9ª de Bogotá. A ese lugar llegaba temprano en la madrugada para colaborar con los panaderos y su hijo Luis Germán era feliz desayunando con leche acompañada de roscones con bocadillo. Cuando ambos comenzaban a acostumbrarse al nuevo empleo María del Carmen fue llamada de nuevo por EL ESPECTADOR y la situación regresó a la normalidad.

María del Carmen había heredado de su abuelita Dominga y de su mamá Magdalena, la tenacidad para el trabajo y desde muy niña, a pesar de no contar con educación, se esforzó para conseguir lo que necesitaban ella y su hijo Germán, además de ayudar a sus hermanas Blanca y Elena. Con frecuencia llegaba de noche a la casa con talegos llenos de pan que compraba en el restaurante de EL ESPECTADOR, para repartirlo entre casi 20 familiares que la esperaban. En los años 50 su hermana Ester y el marido de ella, José Ignacio, se habían ido de la vivienda. Ellos alcanzaron a recibir los beneficios de los alimentos que María del Carmen le llevaba a toda la familia.

El Presidente de la República, Alberto Lleras Camargo, durante la inauguración de la sede de EL ESPECTADOR en el Occidente de Bogotá. En el extremo derecho de la gráfica, en la mesa de honor, aparece Doña Luz Isaza de Cano. María del Carmen Navarrete, quien aparece de pie con su hijo, a un lado del Jefe de Estado, había sido comisionada por Don Gabriel Cano para atender a Doña Luz. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

Cómo es crecer sin necesitar un padre

Con el paso del tiempo me di cuenta que había heredado el carácter de mi madre y por eso tanto ella, como yo, siempre le dimos preferencia a aquellos trabajos en los cuales pudiéramos desempeñarnos solos, sin pertenecer a grupos, porque sabíamos que podíamos producir mejores y más rápidos resultados actuando de manera independiente, que esperando las contribuciones de los demás para entregar los trabajos que nos eran confiados.

El cierre de EL ESPECTADOR por el General Gustavo Rojas Pinilla, en 1953, obligó a María del Carmen Navarrete a buscar un empleo temporal para sobrevivir. En desarrollo de esa búsqueda trabajó con Marcial Hernández, uno de los expertos en maquinarias de periódicos en Estados Unidos, quien había sido contratado para participar en el montaje de la rotativa del periódico “La Prensa”, el Diario Oficial de la dictadura ubicado a espaldas del “Hotel Continental”, en la Calle 14 con carrera 4ª, en el centro de Bogotá.

Marcial Hernández, el experto internacional traído de Estados Unidos para participar en el montaje del Diario Oficial de la dictadura del General Gustavo Rojas Pinilla, se convirtió en uno de los mejores amigos de María del Carmen Navarrete durante los años 50 del Siglo XX y en señal de agradecimiento por los cuidados que ella les prodigaba a él y a sus compañeros de trabajo durante su ardua labor, accedió a orientar a su hijo Luis Germán para que aprendiera inglés gratis en la radio y contribuyó a darle al entonces niño de 10 años orientaciones sobre cómo ser independiente desde esa corta edad.

La formación de niño me facilitó el éxito como periodista en mi juventud y en mi edad de adulto, sin desconocer obviamente que los trabajos en grupo son muy enriquecedores por involucrar diferentes puntos de vista y, además, son los que se utilizan en las instituciones públicas y las empresas privadas del mundo contemporáneo.

La resistencia de mi madre a compartir su vida con alguien tuvo su origen en un episodio que le ocurrió en su adolescencia, al igual que hoy le sucede a millones de niñas que le entregan su amor a un hombre sin ser correspondidas. Ilusionada por un joven de su edad, María del Carmen dio a luz un bello niño a quien le puso por nombre Carlos. El padre del bebé no estuvo a la altura de su responsabilidad, la dejó sola y lamentablemente el niño falleció por una insuficiencia pulmonar al año de edad. De su paso por este mundo solo nos quedó una linda fotografía.

Gracias a Dios yo si tuve la oportunidad de vivir que se le negó a mi hermano.

Pero a diferencia de otros niños de la familia, pocas veces tuve un padre a mi lado. Me visitaba de vez en cuando.

Mi madre, en cambio, jamás me dejó solo.

Estuvo a mi lado en las buenas y en las malas.

Siempre estaba ahí cuando la necesitaba por cualquier motivo.

Fue ella quien se preocupó por encontrar los colegios donde estudié y quien, a pesar de su muy bajo salario, me compraba los alimentos, los cuadernos, la ropa que necesitaba y estaba pendiente de mi salud y mis tareas.

De su amor maternal quedó un recuerdo muy bello: el esfuerzo que hizo con motivo de mi Primera Comunión el 16 de julio de 1953. En mi juventud nunca me detuve a pensar en los sacrificios que mi Madre debió hacer para conseguir el dinero con el cual me compró el traje, la camisa, los zapatos de charol, los guantes, el libro, el cirio y el adorno del brazo que utilicé en esa ceremonia. Su interés por dejarme una bella imagen de ese día quedó plasmado en la fotografía oficial captada en uno de los mejores estudios gráficos que Bogotá tuvo durante mucho tiempo: “Foto Valenzuela”, ubicada hoy en uno de los locales del Centro Internacional, al lado del Museo Nacional, en la carrera séptima con calle 28.

En retribución al amor que siempre me prodigó, nunca abandoné a mi madre en su vejez. Por el contrario. La rodeé de afecto y comprensión y estuve pendiente de que nunca le faltara nada. Al adquirir la primera vivienda con mi esposa, incluí a mi Madre en la escritura y en el ocaso de su vida me dediqué a hacerle la vida amable, a jugar con ella de vez en cuando, a hacerla reir para que olvidara los problemas diarios de la vida. Para ello conté con el tierno apoyo de mi esposa y mis lindos hijos, quienes con sus travesuras alegraron todos aquellos momentos en los cuales su ánimo sucumbía a las dificultades, en especial cuando se ponía brava porque le suspendíamos las harinas y las grasas en sus alimentos, como ordenaban los médicos para proteger su salud.

Como le fascinaba contemplar el cielo por encima de las nubes, con mi esposa la llevamos por vía aérea a San Andrés Islas, Cartagena y Manizales, como también a Melgar o Girardot por tierra. Con la ternura y el amor de mi esposa y mis hijos, la cuidamos en su vejez y estuvimos pendientes de ella hasta su fallecimiento en el Hospital San Carlos de Bogotá.

Las siguientes fotos son del parque favorito de María del Carmen Navarrete Gómez en la calle 26 con 7a.

Paz en su tumba.

Don Guillermo Cano Isaza, Director de EL ESPECTADOR y su esposa, Doña Ana María Busquets de Cano, actuaron como padrinos del matrimonio “del hijo de Carmelita”, como afectuosamente la llamaban, el 2 de Octubre de 1965. (Foto cortesía de Don Guillermo Cano).

Desde el día en el que María del Carmen Navarrete Gómez y su hijo Luis Germán abandonaron para siempre el barrio “La Perseverancia” en busca de un lugar más seguro donde continuar su existencia, en 1953, se vieron obligados a vivir en arriendo en apartamentos y casas ubicados en diez lugares diferentes de Bogotá durante 12 años. Esta situación cambió para siempre a partir del 17 de Diciembre de 1961, cuando el Presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy y el Presidente de Colombia, Alberto Lleras Camargo, pusieron en marcha la Alianza para el Progreso con la construcción de la “Ciudad Kennedy”. En 1965, cuando se terminó de construir la llamada “Supermanzana Dos”, a Germán Navarrete y su familia les fue adjudicado el Apartamento 326, Bloque 10 A, Entrada 23, en el cual vivieron hasta el 7 de Julio de 1976, cuando lo vendieron y con el dinero recibido y un crédito de la “Cooperativa Alianza” –a la cual estaban asociados los colombianos que trabajaban en las Embajadas, las Naciones Unidas, la OEA, el PNUD, la FAO, el BID y otros organismos internacionales–, compraron una casa en el barrio “Mandalay”, al Occidente de Bogotá, donde cumplen 45 años de residencia en 2021.

María del Carmen Navarrete Gómez, Isabel Andrade Beltrán y Germán Navarrete con los niños Germán Darío (quien toma fotos) y Henry Mauricio, ante el edificio de la Super 2 de Ciudad Kennedy, donde estaba ubicado el Apartamento otorgado a la familia por el Instituto de Crédito Territorial (ICT).

Las hermanas Blanca María y María del Carmen Navarrete Gómez (centro), con sus nietos Germán Darío y Henry Mauricio Navarrete Andrade, René y Fabián Fonseca Sierra, en el apartamento de la Supermanzana 2 de Ciudad Kennedy. A la izquierda Cecilia Sierra Diosa de Fonseca.

María del Carmen Navarrete Gómez (en el centro, de traje oscuro), rodeada por Miguel González, su esposa Flor Fonseca Cuervo (en el extremo derecho con abrigo de cuadros) y sus hijos, el día del trasteo de la familia Navarrete Andrade del barrio “Trinidad”, donde vivían en arriendo, a la Supermanzana 2 de Ciudad Kennedy, en 1965.

María del Carmen Navarrete y su hijo durante una reunión familiar en el barrio Ciudad Berna, ubicado en el Sur de Bogotá.

María del Carmen Navarrete en compañía de sus sobrinas María Magdalena (a la izquierda) y Rosalba Fonseca Navarrete, hijas de Luis Alberto Fonseca Camargo y Blanca María Navarrete Gómez.

María del Carmen Navarrete Gómez con su nieta Ana María, nacida el 12 de Agosto de 1968 en la Clínica San Pedro Claver, del Instituto de Seguros Sociales (ISS), que en la actualidad se denomina “Clínica Mederi”, en la calle 26 con la carrera 30 de Bogotá.

Facsimil de la invitación a la misa por el alma de Luis Eduardo Cortés Navarrete, un primo de María del Carmen Navarrete Gómez.

María del Carmen Navarrete y su hijo en 1988, época en la cual Luis Germán y su esposa Isabel Andrade Beltrán trabajaban activamente en la formación de sus hijos Germán Darío y Henry Mauricio en la Escuela Naval de Cadetes “Almirante Padilla”, en Cartagena y en el envío de sus hijas Ana María y María Isabel al exterior, para consolidar así su dominio del idioma inglés, como base esencial para adelantar carreras de Ingeniería Industrial y Arquitectura. (Foto de Hernán Sarmiento, de ARTE XX).

María del Carmen Navarrete Gómez se divierte en una colonia vacacional de la ciudad de Manizales, Departamento de Caldas (Colombia), a los 80 años de edad, con los nietos Germán, Mauricio, Ana María y María Isabel.

Una de las últimas alegrías de la vida de María del Carmen Navarrete Gómez, fue el haber participado en la graduación de su nieto Germán Darío Navarrete Andrade, como III Ingeniero Mercante de la Armada Nacional, en la Escuela Naval de Cadetes de Cartagena. (Foto de Luis Germán Navarrete. Centro de Documentación Navarrete).

La graduación del III Ingeniero Mercante de la Armada Nacional, Germán Darío Navarrete Andrade, a la izquierda, y el comienzo de la carrera de Oficial de Altura de su hermano Henry Mauricio, fue compartida con entusiasmo por el entonces Presidente de ECOPETROL, Ingeniero Rodolfo Segovia Salas, quien facilitó su apartamento del piso 12 de la “Torre Panorama”, en Cartagena, para que María del Carmen Navarrete Gómez y su familia pasaran una semana inolvidable en la Ciudad Heroica, en 1988. Las fotografías captadas en esa época adquirieron importancia histórica porque al regresar al lugar en 2015 se observó que algunos de los murales de navíos, que adornaban las paredes del apartamento desde donde se observa el Mar Caribe, habían desaparecido y con ellos el encanto del lugar. (Foto de Luis Germán Navarrete).

De izquierda a derecha en la parte superior: María Isabel y Henry Mauricio Navarrete Andrade, Norma Judith Sánchez Castiblanco, Germán Darío y Ana María Navarrete Andrade. Sentados, de izquierda a derecha: Isabel Andrade Beltrán de Navarrete, Magdalena Beltrán Peña de Andrade, María del Carmen Navarrete Gómez y Luis Germán Navarrete, durante el acto social realizado en Bogotá para celebrar el éxito alcanzado por los jóvenes Germán y Mauricio en los estudios adelantados en la Armada Nacional. (Foto de Hernán Sarmiento, ARTE XX).

María del Carmen Navarrete Gómez con Don Luis Gabriel Cano Isaza, Gerente General de EL ESPECTADOR y Germán Navarrete Jr., durante la última visita que ella hizo a las instalaciones del diario en 1988. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

María del Carmen Navarrete Gómez con Don Alfonso Cano Isaza, Gerente de Circulación de EL ESPECTADOR, en la última visita que hizo al periódico en compañía de su nieto Germán Darío, en 1988. (Foto cortesía de EL ESPECTADOR).

María del Carmen Navarrete Gómez falleció el 23 de Junio de 1996, a la edad de 91 años, dejando un hijo, 4 nietos y 10 biznietos, el recuerdo de una mujer trabajadora y quien siempre sacrificó su bienestar por el de los demás. (Centro de Documentación Navarrete. Foto de ARTE XX, Hernán Sarmiento).

 

 

 

Homenaje póstumo de Germán Navarrete a su Madre

 

Adorada Madre:

Tu vida, al igual que las de millones de mujeres pobres del mundo, fue siempre un calvario.

Con excepción del buen trato que recibiste de Don Gabriel Cano y su amable esposa, Doña Luz Isaza de Cano, siempre sufriste humillaciones, abusos y atropellos en casi todas las partes donde trabajaste, por parte de personas a quienes nunca les habías hecho ningún mal, inclusive empleados de la Sección de Armada de EL ESPECTADOR, envidiosos por el afecto que te prodigaba la Familia Cano, como lo demostraron Don Luis Gabriel, Don Guillermo, Don Alfonso y Don Fidel Cano.

A pesar de los problemas económicos, las dificultades laborales y los inconvenientes diarios, cuidaste de mi en la niñez, me prodigaste tu cariño y protección maternal, bendiciones que jamás he olvidado y que me merecen el mayor respeto y admiración hacia una mujer inolvidable.

En tu infancia soportaste una existencia difícil…, agobiada por la pobreza…, recogiendo agua en ollas para transportarla por largos trechos hasta tu humilde vivienda para colaborar en la cocción de los alimentos de tus tres hermanas y sus 27 hijos cuando las cuatro se reunían en la modesta vivienda de “La Perseverancia”, en los Cerros Orientales de Bogotá.

A lo largo de la vida recorrimos juntos varios de los lugares donde tuviste la necesidad de trabajar durante el tiempo en el cual permaneció cerrado EL ESPECTADOR, incluyendo mi época de adolescente, cuando te tocaba pagar arriendo diario en algún cuarto de hotel para pasar la noche, hasta cuando llegó la época de cuidar los apartamentos de los dueños de la “Trilladora Bogotá”, de un rector de una Universidad, de un Representante a la Cámara y de particulares que te confiaban sus propiedades porque conocían tu honestidad y pulcritud.

Desde tu más tierna edad hasta la adultez sufriste las consecuencias de la pobreza, de la indiferencia de la sociedad y el abandono de mi padre, a quien no culpo debido a que era un buen hombre honesto, amable, pero tímido y cumplidor de la férrea disciplina que le había impuesto su madre campesina, agobiada también por la violencia que azolaba los campos de Colombia a comienzos del Siglo XX.

Tu vida estuvo marcada por el sufrimiento, por el dolor, por la incertidumbre.

Pero tu carácter fue moldeado por el coraje, el valor, la decisión de superar los problemas, las dificultades, para poder sobrevivir y velar por tu hijo.

¡¡¡ Fuiste una verdadera guerrera ¡¡¡… ¡¡¡ Una combatiente de la vida ¡¡¡… Un ejemplo de fortaleza, de resiliencia.

Y esto nos permitió sobrevivir juntos…, avanzar por la vida con la frente en alto, superando toda clase de dificultades, hasta crearnos una existencia sólida, libre de dificultades económicas y planificar el futuro para que nunca volviéramos a sufrir los efectos de la misma pobreza que hoy sigue agobiando a millares de madres solteras y sus hijos en todo el mundo.

Hoy, desde un punto del planeta, me arrodillo una vez más ante una mujer pequeña en tamaño pero grande en su dimensión humana, para agradecerle de corazón todo lo que hizo por mí, por mi familia, y pido tu bendición desde la dimensión en la cual te encuentras en el insondable espacio del Universo.

Gracias Madre.

Dios te bendiga.

Paz en tu tumba amada Madre mía.

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