Antonio Corredor

Aporte de Antonio Corredor al culto al Señor Jesucristo

En Colombia (Suramérica), hay un refrán según el cual “las cosas pasan por algo”.
Antonio Corredor Camargo fue reclutado a los once años en 1899 en Une (Cundinamarca), para que tomara parte activa en la “Guerra de los Mil Días”. Aun cuando esa situación lo perjudicó físicamente, también le permitió conocer muy bien las áreas rurales de Colombia, donde años después comenzaron a necesitarse iglesias que él sería capaz de construir desde los 27 años de edad. Esto demuestra que –en algunos casos–, ese refrán se convierte en realidad.

Cuando Antonio regresó de la guerra la familia pensó que los sufrimientos por los cuales había pasado lo traumatizaron tanto, que posiblemente nunca se recuperaría. Pero el amor de sus padres, el afecto de los parientes cercanos y la tranquilidad de su hogar, además de su profundo deseo por superar lo ocurrido, lograron que en la edad de adulto el muchacho aprendiera un arte que lo convirtió en uno de los mejores del país: la construcción de templos católicos.

Y coincidencialmente, mientras Antonio recibía en 1902 autorización para regresar a su hogar, la “Compañía de María Padres Misioneros Monfortianos”, iniciaba en Europa un largo viaje hacia Suramérica, para llevar a los habitantes de Colombia Misiones de Evangelización y Educación Cristiana, labores que comenzaron en 1904 en los Llanos Orientales, donde en un territorio de 349.000 kilómetros cuadrados solo había 3.000 habitantes atendidos en 3 parroquias: Una en Villavicencio, otra en San Martín y la última en Medina.

Este hecho permitió que las vidas de Antonio y las de los Padres Misioneros Montfortianos coincidieran en la misma ciudad en Septiembre de 1917, después del terremoto que el 31 de Agosto había destruido iglesias, casas y diferentes edificaciones en Bogotá, Cáqueza (Departamento de Cundinamarca); Villavicencio y San Martín (Departamento del Meta). (Fuente: Servicio Geológico Colombiano).

La “Compañía de María Padres Misioneros Montfortianos” es una congregación religiosa internacional de la Iglesia Católica en Roma, dedicada al establecimiento del reino de Dios bajo el patrocinio de María, la madre de Dios. Fue fundada en 1705 por el sacerdote francés Luis María Grignon de Montfort, para organizar Misiones bajo la protección de la Virgen María. (Foto de Radio Emmanuel Huaycán).

En 1910, cuando Antonio Corredor Camargo recorría zonas rurales donde construía viviendas y en la época en la cual los sacerdotes católicos iniciaban la búsqueda de quién les construyera sus iglesias, Colombia no tenía vías adecuadas para el transporte de productos agrícolas, ni materiales de construcción. Como lo muestra la fotografía del profesor alemán Horts Martin, todo se transportaba a lomo de mula y caballo, por lo cual para viajar de un lado a otro se necesitaban varios días, situación que demoraba la terminación de los trabajos y aumentaba los costos. (Foto del Canal Llanero).

Si en la época de Antonio Corredor había dificultades para transportar productos y mercancías por la carencia de vías rurales, en numerosos municipios del país las gentes del campo viven una situación peor 113 años después, como lo muestra la foto de “360 Radio Colombia”: un campesino camina difícilmente por entre el barro después de rescatar al caballo que había quedado enterrado en el mismo lugar. Esta clase de situaciones le dan más valor al enorme esfuerzo que un siglo antes hizo Antonio para cumplir con todas las obras que le solicitó la Iglesia Católica a través de sus sacerdotes.

Cómo era construir iglesias en 1910

En los comienzos del Siglo XX la industria de la construcción de templos en zonas remotas de Colombia era inexistente. Sin embargo, para atender a los miles de devotos de la Fe católica que iban aumentando año tras año en las áreas rurales, la Iglesia Católica estaba empeñada en construir los centros de devoción que las gentes reclamaban. Pero para ello se necesitaba encontrar a personas que supieran construir esta clase de edificaciones. Y no era fácil hallar a “Maestros de Obra” capacitados para realizar esta clase de tarea.

La falta de vías adecuadas en las zonas rurales de Colombia para poder transportar los materiales que Antonio Corredor Camargo requería en 1910 para construir diferentes clases de edificaciones, no se había solucionado 27 años después, como lo dejó evidenciado el fotógrafo alemán Horts Martin en 1937.

La obra que muestra la gráfica corresponde a la apertura de la Carretera de Oriente a Villavicencio (Departamento del Meta), iniciada en 1928 y que llegó a esa ciudad diez años después, en 1938. No obstante, un habitante de la región, Germán Monroy, comentó que en 2022 la carretera aún seguía inconclusa. (Foto cortesía del Canal Llanero).

Después de 113 años, los problemas de movilidad que tuvo Antonio Corredor para viajar por los municipios de Colombia se han agudizado mucho más, como lo muestra la fotografía de “Noticórdoba”: un camión hundido entre el barro de una vía rural.

Antonio Corredor, un ejemplo para Colombia

En 1910, cuando los Misioneros Montfortianos comenzaron a buscar quién les construyera sus templos, Antonio Corredor Camargo, de 22 años, ya era experto en construir viviendas y edificaciones con ladrillos, tejas y tuberías de buena calidad y resistencia, fabricados en Bogotá desde 1906 en la fábrica del ciudadano inglés Plantagenet Moore. Esto lo sabía Antonio porque después de aprender las técnicas básicas de la construcción en su pueblo, viajaba a caballo a la capital del país continuamente, para familiarizarse con las nuevas técnicas y materiales que iban apareciendo. (Fuente: Luis Fernando Molina Prieto y Rita Hinojosa de Parra, en “De la mampostería colonial al ladrillo a la vista”.

La actualización continua le permitió a Antonio mejorar cada vez más sus técnicas de construcción, y por ello quienes lo contrataban quedaban tan satisfechos con su trabajo, que lo recomendaban a otras personas diciendo:

  • Cuando se le propone una obra él pregunta para qué es, qué peso va a recibir la estructura, o cuánta gente va a circular por cada piso que se desea construir, y a partir de ahí calcula cuánto material se va a necesitar;
  • Después hace que el cliente lo acompañe a los lugares donde compra los materiales, recomendándole los más adecuados y a los precios más justos, beneficiando así a quienes lo contratan. Nunca se aprovecha de la persona;
  • En sus obras nadie roba nada porque él se encarga de que uno de sus trabajadores vaya anotando, en un cuaderno, cuántos ladrillos, tejas, tuberías y mampostería de piedra se va gastando cada día;
  • Los trabajadores que lo acompañan hacen las cosas bien porque él, sin necesidad de gritarlos, les explica qué deben hacer y cómo, para que la obra vaya quedando mejor cada día. Inclusive, gente de más edad que él obedece sus instrucciones porque les ha demostrado que sabe cómo se deben hacer las obras para cumplir con lo solicitado por quienes lo contratan.

Estos detalles: la honestidad, la seriedad, el cumplimiento, la eficiencia y el dominio de los materiales de construcción, eran las cualidades que los sacerdotes católicos buscaban en los “Maestros de Obra” que ellos necesitaban. Y mientras llegaba ese momento, a partir de 1910 comenzaron a llamarlo gentes de diferentes partes, debido a que en ese año se inició la producción de cemento en el país. En 1915, aun cuando los suministros del producto eran mínimos para abastecer el mercado nacional, la Iglesia –por su poder religioso–, logró un suministro adecuado y Antonio Corredor mejoró mucho más las técnicas de sus obras, al observar que el cemento no se pudría, era resistente al fuego, al agua, a la corrosión y al comején que se comía la madera en las edificaciones.

Los hijos de Antonio fueron testigos presenciales de parte de su éxito, porque en su adolescencia lo acompañaron de un municipio a otro de los Departamentos de Cundinamarca y Meta, y la capital del país, Bogotá. Uno de ellos, Arturo Corredor Bello –cuya privilegiada memoria conserva intactos los nombres y fechas de su juventud–, accedió a hacer en 2013 un relato detallado de las obras construidas por el sobreviviente de la “Guerra de los Mil Días”.

La primera Iglesia: la de Fosca

La primera Iglesia Católica construida por Antonio Corredor Camargo fue la del Municipio de Fosca, en el Departamento de Cundinamarca, en 1915, cuando él tenía 27 años. En esa época ya había nacido su primer hijo, Alfonso, quien después se convertiría en sacerdote en 1939.

Antonio tenía la costumbre de tomar fotografías al concluir sus obras, pero en el caso de Fosca, como en el de otros municipios, las gráficas se fueron extraviando y desaparecieron a lo largo de cien años, por lo cual no quedó registro de esta primera construcción y de otras que él realizó. Afortunadamente el sacerdote tuvo la precaución de dejar un registro escrito, en el cual le concede la autoría de la obra al joven Corredor Camargo. La prueba se encuentra en el portal Colombia Turismo Web, que después de hacer un detallado recuento de la relación del municipio con los líderes de la Campaña Libertadora y la extinción de los indígenas de Cundinamarca, incluye un párrafo que dice textualmente:

“La construcción de la Iglesia comenzó hacia 1915 por el Cura Benjamín Peña, quien trajo al Maestro de Obra Antonio Corredor, de Une. Se hizo a un lado de la antigua. La segunda, que era de tapia pisada y torre de espadaña (fue) demolida hacia 1940, en cuyo lugar se edificó el Colegio Parroquial”.

La 2ª: Restauración de la iglesia de Villavicencio

En el mundo hay dos clases principales de sobrevivientes:

  1. La de aquellos que han quedado tan traumatizados y por ser débiles de carácter no logran superar los horrores de la guerra, por lo cual sufren de pesadillas permanentes, insomnio, depresión y miedo a cualquier ruido fuerte. Como consecuencia de estas situaciones, muchos de ellos se vuelven adictos a los medicamentos para superar el insomnio, o a las drogas conocidas como anfetaminas, y
  2. La de quienes, por ser de carácter fuerte, soportaron con estoicismo las terribles experiencias de los conflictos bélicos, lograron vencer los efectos post traumáticos y le dieron a su vida un rumbo nuevo, de superación personal. A esta clase de seres humanos pertenecía Antonio Corredor Camargo, quien en su edad de adulto convirtió la construcción de iglesias como el mejor homenaje a Dios por haberle permitido sobrevivir a la “Guerra de los Mil Días”.

Y precisamente esto fue lo que le ocurrió en 1917, a los 29 años de edad, en la ciudad de Villavicencio, capital del Departamento del Meta (Colombia), por lo siguiente:

En 1845 había pasado por la población de Gramalote (nombre que tenía Villavicencio en esa época), el cura párroco de San Martín, Ignacio Osorio, quien insinuó y convenció a los habitantes del caserío, de que debía edificarse una capilla que, además de ser refugio de católicos creyentes, iniciaría la demarcación de una plaza que simboliza a la población. La iniciativa fue acogida por los habitantes del lugar, quienes ofrecieron construirla. Tres años más tarde, en 1848, volvió el sacerdote y encontró la labor construida rudimentariamente. La bendijo poniéndola bajo el amparo de la Santísima Virgen María, en su advocación “Nuestra Señora del Carmen”. Un incendio destruyó la catedral en 1890 y la edificación fue reconstruida en 1894. (Fuente: Wikipedia).

Pero por cosas del destino, la iglesia resultó bastante deteriorada por segunda vez el 31 de Agosto de 1917, cuando un terremoto azotó la ciudad de Villavicencio con más fuerza que a Bogotá. En ese momento la iglesia pertenecía al Vicariato Apostólico que se había creado por iniciativa de los Padres Misioneros Monfortianos. Ellos, ante la nueva tragedia, pidieron averiguar quién podría encargarse de restaurar el templo –construido en adobe–, por otro que fuera hecho con materiales más resistentes. Las gentes de la región sugirieron el nombre de Antonio Corredor Camargo, por su experiencia en construcción, honestidad, seriedad y cumplimiento. Por estas recomendaciones lo llamaron para que se pusiera al frente de las obras. La gráfica de FAFO, cortesía del “Canal Llanero”, muestra la arquitectura de la iglesia en esa época.

El arreglo de los daños internos y estructurales de la iglesia fue adelantado por los obreros de Antonio Corredor con base en los planos del Arquitecto Juan Bautista Arnaud y bajo la supervisión del Padre Gabriel Capdeville, pero por la falta de dinero necesario para una restauración que garantizara la solidez y estabilidad hacia el futuro, las obras terminaron demorándose diez años. Esto le permitió a Corredor viajar continuamente a caballo a Bogotá para familiarizarse con los nuevos materiales y técnicas de construcción y regresar a Villavicencio para revisar el adelanto de los trabajos en el templo e impartir nuevas instrucciones a los obreros. (Fuente: Daniel Felipe Barbosa Castañeda y Yexica Andrea Vargas Camelo, de “Prezi”).

Durante 175 años la iglesia de Villavicencio ha sido sometida a tantos procesos de reconstrucción, restauración y ampliación, que desde el punto de vista de su arquitectura terminó siendo catalogada como uno de los templos católicos más modernos de Colombia, como lo muestra la foto de Facebook. El once de Febrero de 1964, por Bula del Papa Pablo VI, fue elevada a la categoría de Catedral, con el rango de Iglesia Matriz de la Arquidiócesis de Villavicencio.

En 2048, quienes en ese año desempeñen los cargos de Gobernador del Meta, Alcalde de Villavicencio, Diputados de la Asamblea Departamental y Concejales, respaldados por la Cámara de Comercio y los habitantes de la ciudad, solicitarán a los Senadores y Representantes a la Cámara por el Departamento del Meta, presentar en el Congreso de la República un Proyecto de Ley para que el Ministerio de Hacienda incluya en el Presupuesto Nacional de ese año una suma importante de dinero, con el propósito de rendirle un homenaje a la Catedral, debido a que en esa fecha se cumplirán 200 años de su construcción. La fiscalización del correcto manejo de esos recursos financieros deberá estar a cargo de la Contraloría y la Procuraduría General de la Nación, para evitar actos de corrupción.

Próxima entrega:
El Seminario Menor de Bogotá
y la obra de la Iglesia de Cáqueza

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